jueves, 16 de junio de 2016

La “nueva izquierda”, Unidos Podemos y lo poco que aprendimos en la universidad



Cuenta Tony Judt que cuando, en 1968, los estudiantes franceses de los colegios mayores del sur de París ocuparon la Sorbona y parte del centro de París, los dirigentes del Partido Comunista Francés (PCF) reiteraban continuamente que lo que ocurría no era una revolución: se trataba de una fiesta. El líder del PCF francés, George Marchais, los calificó despectivamente como fils à papa. Desde hacía varios años, en algunos colegios mayores, había discusiones sobre las prohibiciones en los movimientos nocturnos de las residencias masculinas y femeninas. ¡Nada que no se destile en la Ciudad Universitaria madrileña entre los carcas del Mendel! Daniel Cohn-Bendit, que acabaría muchos años más tarde como eurodiputado del Grupo de Los Verdes/Ale y protagonizó el Mayo francés, le preguntaría en 1966 al ministro para la Juventud, François Missoffe, sobre las disputas de dormitorios (“problemas sexuales”, denominó). Cuando el ministro le respondió que debía solucionarlos zambulléndose en la nueva piscina, Cohn-Bendit, de origen alemán, comentó muy educadamente que “eso es lo que la Juventud Hitleriana solía decir”. 

Las protestas del Mayo del 68 francés, según Judt, “tuvieron un impacto psicológico absolutamente desproporcionado en relación con su verdadera significación”. Con líderes telegénicos, atractivos, jóvenes y elocuentes como los de hoy en día, sus demandas eran en realidad poco amenazadoras. A pesar de la retórica de puños cerrados y la exhibición de la iconografía de personajes de la talla de Marx, Stalin o Mao, la mayoría de los estudiantes eran bastante inconsistentes y tenían una idea bastante opaca de lo que buscaban. La mayoría tan solo “amaban la revolución”, rememoraba Dany Cohn-Bendit. El movimiento estudiantil provocó una serie de huelgas que poco tenían que ver originariamente con el mismo. Como posible nexo común, apunta Judt, estaba la idea de que “cualesquiera que fueran sus quejas particulares, lo que les frustraba por encima de todo eran las condiciones de su existencia”. Al final poco ocurrió. “En las elecciones parlamentarias posteriores, los partidos gaullistas en el poder obtuvieron una aplastante victoria, en la que aumentaron sus votos en más de una quinta parte. Los trabajadores volvieron al trabajo. Los estudiantes se fueron de vacaciones.” 

Al año siguiente en Italia, a pesar de que 1969 era un mejor año para reivindicar el sexo, las revueltas fueron mucho más serias. Es conocido lo que dijo Pasolini respecto a los estudiantes italianos: “ahora todos los periodistas del mundo os lamen el culo (…) pues yo no, queridos míos. Tenéis cara de mocosos malcriados y os odio, como odio a vuestros padres (…). Cuando ayer en Valle Giulia golpeabais a la policía, yo simpatizaba con la policía porque ellos son hijos de los pobres”. En aquella época ir a la universidad era algo verdaderamente de élites: los universitarios eran totalmente ajenos a las penurias del resto de la población. A pesar de que se había producido un aumento de la tasa de universitarios respecto a años anteriores, ninguno de los que estudiamos ahora en la universidad podemos hacernos una idea de lo que era aquella época. 

La fascinación por Marx y el marxismo fue constante durante la primera mitad del siglo XX. Sartre la consideraba “la filosofía insuperable de nuestro tiempo” y, en palabras de la Premio Nobel de la paz Liu Xiu, los intelectuales franceses “amaron a Mao y la revolución cultural porque no han vivido los acontecimientos desde el interior de ella”. Cuando el funcionamiento del comunismo evidenció pobreza endémica y falta total de libertades políticas y civiles, los marxistas fueron poco a poco buscando nuevos referentes… dentro del marxismo y el comunismo: muy pocos intelectuales fueron capaces de emular a Camus. Pensadores marxistas que habían sido críticos en algún momento con el régimen soviético fueron redescubiertos en los sesenta: Rosa Luxemburgo, György Lukacs y, ay, Antonio Gramsci. “La nueva izquierda, como comenzó a llamársela en 1965, buscó nuevos textos- y los encontró, en los escritos del joven Karl Marx, en los ensayos metafísicos y las notas escritas a principios de la década de 1840, cuando Marx apenas había cumplido veinte años y era un joven filósofo alemán empapado en el historicismo hegeliano y el sueño romántico de la libertad definitiva”, narra Judt. Muchos de estos escritos habían sido deliberadamente ocultados por Marx: el joven Marx hegeliano y el maduro Marx materialista… ¿Cuáles eran los verdaderamente marxistas?

En España, los movimientos universitarios de izquierda eran una amalgama de tendencias verdaderamente diversas. Era muy fácil estar “contra algo” como el Franquismo: mucho más difícil definir qué se quería exactamente. Movimientos y organizaciones como el FLP (conocido como FELIPE), los Sindicatos Democráticos de Estudiantes Universitarios, el PSOE, el PCE, la CNT o el POUM ofrecían distintas visiones de izquierdas, más o menos compatibles con un sistema democrático tal y como la mayoría de nosotros lo consideraríamos aceptable. En el Chami y en el San Juan Evangelista (el Johnny) vivieron muchos colegiales que tenían relación con estos movimientos: Manolo Garí, Ernesto Moltó o Miguel Romero, entre otros, se afiliaron al FLP a partir de los colegios mayores. Garí militaba en Izquierda Anticapitalista y hace poco fue el encargado por Teresa Rodríguez para negociar la investidura de Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía; Miguel Romero, por su parte, fue un referente para las nuevas generaciones de Izquierda Anticapitalista. En el entierro de Romero en el Johnny en 2014, Garí recordó que Moreno “nunca se reconcilió con los vencedores de la Transición”, hablando así de esa idea de largo combate que se mantuvo tras la dictadura franquista. El consenso socialdemócrata propuesto por Fukuyama como fin de la historia es para ellos una excusa para que gobierne el capitalismo alienante. La nueva izquierda, la que ahora está cerca de gobernar, lleva mucho tiempo entre nosotros: sacudiendo las entrañas de esa transición que no consiguió realizar. 

En una entrevista en Jot Down a Pablo iglesias, el titular era “me considero marxista, pero soy consciente de que cambiar las cosas no depende de los principios”. Pablo Iglesias ha ido modulando su crítica a la Transición. Lo mismo ha hecho Errejón. Monedero sigue manteniendo la idea de que el relato de la Transición fue una mentira y que “tiene mucho de fraude”. Podemos ha conseguido cambiar el eje del discurso y llegar más lejos de lo que Izquierda Unida consiguió nunca. Anguita lo admitió en El Mundo recientemente afirmando que “Pablo Iglesias ha conseguido lo que yo quería”. Para Anguita, que alguien le llame progresista “es un insulto”: él es rojo. ¿Y eso qué es? En la misma entrevista, lo explica a su manera: “Soy partidario de la revolución, de negar lo existente. Yo no asumo los valores del sistema. Yo me afeito, me aseo, me visto normalmente -se señala el jersey- pero soy un antisistema. Los antisistema no son esos que gritan cuatro consignas en la calle. A mí me gustan las manifestaciones silenciosas, bien organizadas, porque yo lo que quiero es ganar, no hacer folclore. Eso es ser rojo.” Sorprendentemente Izquierda Unida (o antes el Partido Comunista) no ha conseguido eso de ganar. Anguita, panchamente, lo explica en la entrevista:

“El 90% de la población piensa distinto a usted. ¿Nunca ha pensado que igual está equivocado y el 'sistema' tiene razón?
 ¿Usted cree que el 90% de la población piensa?

No sé, pero sí que votan opciones distintas a la suya.
Yo defiendo los derechos humanos: que la gente tenga trabajo, que no pase hambre, que tengan casa... Es algo que asumen todos los gobiernos democráticos del mundo. La inconsecuencia es el problema de otros partidos, no el mío. Por eso llevo razón y por eso no entiendo que la gente vote al PP. Pero en el pecado llevan la penitencia.

Dicen que el pueblo no se equivoca...
¡Qué va! ¡El pueblo se equivoca casi siempre! La democracia no es decir «pueblo mío, llevas razón», sino «pueblo mío, acato lo que dices».” 

El 90% de la población no piensa, está claro. Para Anguita muchas cosas dependen de la honestidad personal de la persona que la diga. Así, cuando en un encuentro con lectores de El Mundo le preguntaron por la tenencia de una pistola, él contestó que “el problema de las armas está en el tipo de personas que las lleva”. Por la honestidad, se sacrifica si hace falta la ideología. En Coín en mayo de 2011 afirmó que “lo único que os pido es que midáis a los políticos por lo que hacen, por el ejemplo, y aunque sea de la extrema derecha si es un hombre decente y los otros son unos ladrones votad al de la extrema derecha. Eso me lo manda mi inteligencia de hombre de izquierdas. Votad al honrado, al ladrón no lo votéis aunque tenga la hoz y el martillo”. Anguita, en Coín, lo tenía claro: “el problema que ha tenido Izquierda Unida es que los trabajadores no nos han votado. Nos han votado profesionales, intelectuales, obreros de élite. Pero el grupo de obreros en masa ha votado PSOE. ¿O no es verdad?”. ¡Ay los comunistas, que saben más que nadie! ICV, en Cataluña, ha sido casi siempre votada por las clases más pudientes. Alberto Garzón lo reconoció claramente en Jot Down: “Izquierda Unida tradicionalmente tiene dificultades para llegar a las clases populares”. Pepe Fernández-Albertos y Pau Mari-Klose han mantenido un apasionante debate acerca de la situación socioeconómica de los votantes de Podemos. Según las últimas encuestas del CIS, los votantes de Podemos hacen una V entre las clases sociales: lo votan porcentualmente más los obreros y las clases altas y media-altas que las clases medias asalariadas. Entre los más ricos, el voto a Podemos es muy mayoritario según la encuesta del CIS de enero-marzo 2016. El pueblo se equivoca casi siempre pero parece que los ricos tienen bastante razón: aunque hay que tomar los datos del CIS con cautela, aparentemente esos que cobran más de 4500 euros al mes votan proporcionalmente dos y pico veces más a Podemos que al PP (¡Y tres que al PSOE!). Es el marxismo de chalet que tan bien describió José Antonio Montano en El Español. De lo que cabe menos duda es de que Podemos es el partido de los estudiantes: del porcentaje de los mismos casi el 40% votó a Podemos (15% Ciudadanos, 11% PSOE y PP). Esos estudiantes del 68 siguen vivos.

Podemos ha conseguido un éxito abrumador entre todos mis amigos y conocidos. Antes muchos de ellos votaban a Izquierda Unida. No ha habido chica con la que estuviera que no haya votado sistemáticamente a Izquierda Unida. ¡Qué le hago yo! Las chicas que me gustan van a votar a Unidos Podemos en su mayoría. Entre mi grupo de amigos en sentido amplio Unidos Podemos es mayoritario. Ya en el Chami, cuando se hacían simulaciones de elecciones, Bildu sacaba porcentajes similares a los del PP. En todo caso, Podemos ha conseguido meritoriamente juntar a los votantes claramente de izquierdas con una masa de personas que identifican un eje abajo-arriba del que se ven excluidos: ahora aspiran a una mayoría que antes no podían ni soñar. A cambio, las contradicciones cabalgan: el pueblo ha dejado de equivocarse cuando se le ha apelado al espíritu de la “verdadera socialdemocracia”. Pablo Iglesias define ahora a Podemos (y sonrojantemente a Marx y Engels) como socialdemócrata y al PSOE como un socio de gobierno frente al eje conservador del PP y Ciudadanos. Venden que el viraje de la política europea a partir de la era Thatcher hizo que la socialdemocracia europea virara hacia el neoliberalismo: ellos combaten la tercera vía de Blair y Schroeder.  

El verdadero problema de la “nueva izquierda” es que no ha cambiado demasiado desde 1965. Las mismas discusiones inacabables, los mismos referentes caducos (cuando en una discusión me mencionaron a Hegel me eché sinceramente a temblar) y el mismo enemigo común: la realidad de que el mundo va a mejor en todos los sentidos donde se aplica la matizable teoría socioliberal y la democracia representativa. Esa socialdemocracia que tanto han odiado históricamente funciona más bien que mal (¡maldita sea!). Parte de los mismos que se consideran marxistas y que quieren aplicar las políticas de otros tiempos, son los que situaron en la URSS, en la China de Mao y en multitud de países del este su modelo a seguir: ahí tenemos a Garí y a Romero, de esa Izquierda Anticapitalista que reniega de la Transición y que ahora es parte de Unidos Podemos, ahí tenemos a algunos de esos estudiantes universitarios del 15-M que orgullosamente emulaban el Mayo francés al grito de “no nos representan” con imágenes de los revolucionarios que tanta sangre trajeron, ahí aparece Anguita yendo a celebrar a finales de los 80 sus vacaciones en la Rumanía del sanguinario Ceaucescu (“no sabía lo que estaba ocurriendo”, admitió Anguita), ahí está como mero ejemplo actual Esther López (directora del gabinete de Economía y Hacienda en el Ayuntamiento de Madrid) afirmando que “cuando nosotros tomemos el poder se llamará dictadura del proletariado porque el interés de los trabajadores será el interés común” y que la URSS “sufrió una degradación, una perversión, pero en la actualidad creo que es hasta más importante detenerse en lo positivo”, ahí tenemos a esos actuales intelectuales de izquierda, con su equidistancia característica, diciendo esta semana que los muertos de Orlando son víctimas del heteropatriarcado. Es la misma izquierda que admira (o, al menos, tiene cierta simpatía) el modelo de Venezuela y Cuba y que lloró la muerte de Chávez. Monedero vino al Chami en 2012 a defender el régimen cubano. Para él era “una isla de libertad”. Pablo Iglesias y Alberto Garzón han mentido deliberadamente (o son verdaderamente ineptos) acerca del asunto de Leopoldo López para, seguramente, no posicionarse claramente sobre Venezuela. 

Cuando el joven estudiante vaya a votar a Unidos Podemos, es posible que maneje uno de estos dos discursos: el de la socialdemocracia perdida o el del comunismo. Si uno es comunista poco hay que decirle más allá de que tiene que ser muy fino para demostrar que, vistos los resultados, su propuesta es claramente democrática; si es socialdemócrata imagino que estará al tanto de los peligros que puede llevar un partido que dirige gente tan históricamente alejada de la socialdemocracia. También es posible que, simplemente, perciba a los otros partidos como corruptos. Pero en ese caso se hace complicado que alguien valore más una teórica honradez personal, bastante difícil de demostrar, que cuestiones relativamente básicas como el respeto al estado de derecho, a la separación de poderes o una determinada afinidad ideológica. Como imagino que habrá ponderado bien los riesgos, probablemente simplemente querrá un gobierno más de izquierdas, que recupere una teórica soberanía nacional frente a los mercados y Europa: una opción legítima. Pero esos votantes deben hacer frente a algo en lo que seguramente no han pensado mucho: detrás de ellos estaban hasta hace poco los fantasmas de los vestigios de parte de lo peor del siglo XX. Es posible que un gobierno de Podemos no cambie demasiado a uno de los otros partidos en liza; es incluso muy probable que sea así por una serie de cuestiones como Europa y la complejidad intrínseca de nuestras sociedades. Pero el riesgo a un cambio radical está ahí. No estaría mal que los estudiantes vieran un poco cómo era el mundo de ayer y abracen todos los avances de esta etapa democrática. Y si eso que luego se lancen a la noche de los tiempos. Ya sabemos que, como dijo Judt, lo peor que les puede pasar es que, después de las barricadas, “se vayan de vacaciones”.  

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