jueves, 26 de mayo de 2016

Premisas para un debate racional sobre feminismo



El feminismo es un tema espinoso, en el que para opinar hay que tener bastante cuidado. Es lógico, y está bien, que así sea. La “corrección política”, en un tema sensible como la igualdad entre hombres y mujeres, es preferible a la “incorrección política”. Como apuntaba Daniel Gascón en Letras Libres, “la corrección política señala lo que una sociedad considera aceptable en una conversación civilizada”. Respecto al feminismo es mejor pasarse de correcto que de incorrecto, aunque esta corrección mal entendida pueda considerarse “paternalista e hipócrita”. Partiendo de la idea de Gascón de que “la premisa de esa conversación es el respeto a los individuos y las minorías, la convicción de la dignidad personal”, voy a intentar establecer una serie de axiomas mínimos para un posible debate civilizado sobre feminismo. Como describía Dworkin con respecto a la imposibilidad de debate real entre los republicanos y demócratas en Estados Unidos, en este tema me parece observar una marcada tendencia hacia el atajo ideológico, imposibilitando los matices necesarios. Personas que considero muy inteligentes caen, desde mi punto de vista, en simplezas extravagantes y muchas veces las formas que usan no serían aceptables para debatir de otros temas. Con el objetivo de crear (me) un marco sobre el que poder discutir el “desacuerdo razonable” rawlsiano al que aspiro a llegar en este tema, voy a tratar de establecer unos mínimos indispensables. Utilizaré, sobre todo, las lecturas que mi admirada profesora Elena Beltrán nos dio a conocer en la asignatura Filosofía del Derecho.

1-      Los hombres y las mujeres no son (necesariamente) iguales. 

“No se nace mujer: llega una a serlo”, proclamaba una reivindicativa Simone de Beauvoir. Su libro “El segundo sexo”, escrito en el año 1949, plantea preguntas que han sido centrales en el debate posterior feminista. “¿Qué significa ser mujer?”, empieza preguntándose la autora para llegar a la idea de “construcción cultural” sobre el significado de ser mujer. Cristina Sánchez Muñoz escribe que para Simone de Beauvoir “esa interpretación cultural impone un estado de subordinación de las mujeres, al considerarlas como la expresión de la alteridad. Ser mujer en ese sentido significa ser definido como la Otra”. El feminismo de la igualdad y su contraparte el feminismo de la diferencia (con su proclama “ser mujer es hermoso”), se han enzarzado en una discusión desde los años 70, que tiene innumerables matices y representantes, sobre (básicamente) si las diferentes concepciones entre lo femenino y lo masculino obedecen a los roles de género y roles sociales o a unas diferencias reales que, simplemente, existen. El feminismo de la diferencia celebra los valores femeninos y algunas autoras, como la feminista radical Mary Daly, han proclamado la superioridad de los valores femeninos respecto a los masculinos. El muy heterogéneo feminismo de la diferencia tiene algunos problemas intrínsecos, como el riesgo de esencialismo: fijar una esencia inmutable a la mujer, de la que en realidad (alegarían las feministas de la igualdad) no podría salir por determinados marcos sociales coaccionadores que favorecen determinadas estructuras de subordinación femenina. En la práctica, el feminismo de la diferencia podría implicar consecuencias reaccionarias: una vuelta de la mujer a la casa y al cuidado de los hijos. El feminismo de la igualdad también tiene problemas: a la hora de definir qué tipo de igualdad se persigue se puede caer de nuevo en otro tipo de esencialismo y en el no respeto a las decisiones individuales de las mujeres. Aunque pudieran estar (según esta teoría) alienadas o no en el teórico mundo de dominación patriarcal, en la práctica ocurre que muchas veces las mujeres responden de una manera muy diferente a lo que los teóricos feministas esperaban de ellas. En el debate sobre el derecho de voto de la mujer en 1931, el argumento de la en muchas cosas admirable (y feminista) Victoria Kent para negar el sufragio femenino era el siguiente: su voto sería conservador por la influencia de la iglesia y esto perjudicaría a la República. En todo caso, el problema de fondo es el de aceptar o no la evidencia científica respecto al tema, aunque pudiera ser en ocasiones incómoda. Si aceptamos que la biología y la genética tienen un papel y que no toda diferencia entre lo masculino y femenino es una construcción social, negar que incluso en el ideal de sociedad seguiría habiendo diferencias entre hombres y mujeres sería absurdo. Una búsqueda de la igualdad ante realidades desiguales podría traer consecuencias indeseables y decisiones disparatadas.

Desde mi punto de vista, para tratar de tener un debate racional sobre igualdad, sobre qué medidas políticas se pueden tomar y sobre qué modelo de sociedad sería deseable, es preferible centrarse en una teoría que respete y diferencie su campo de aplicación del de otras ramas del conocimiento que puedan responder mejor a las preguntas pertinentes. Un enfoque como el de las capacidades de Martha Nussbaum (que posteriormente desarrollaré), podría ayudarnos a encontrar una teoría que, sin entrar en disquisiciones filosóficas sobre temas científicos, encuadrara aspiraciones que, qué duda cabe, se construyen socialmente: la posibilidad de cada mujer de construir su propio mundo y elegir su destino. Esto excluye al feminismo de la respuesta a la pregunta del grado de igualdad existente entre los hombres y las mujeres: esa respuesta nos la da la ciencia. A partir de ahí se concebirá la teoría de lo que puede y debe ser. 

2-      El feminismo no es una teoría totalizadora que explique el funcionamiento de todas las lógicas del mundo moderno. 

Autoras como Celia Amorós han definido el término feminismo como “un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como referente la idea racionalista e ilustrada de la igualdad de sexos” y lo han relacionado con la idea de “modernidad” y de “democracia”. En palabras de Cristina Sánchez Muñoz, “la teoría feminista se caracteriza por ser una teoría crítica que cuestiona las grandes escuelas o tradiciones de pensamiento”. Por ello se habla, en expresión de Fraser, de un “subtexto de género” latente en todos los modelos explicativos de la sociedad y conceptos filosóficos que han manejado los distintos autores a lo largo de la historia. Se entiende en ocasiones el feminismo como una corriente multidisciplinar que tiene cabida en cualquier campo. Recuerdo asistir en mi año en Frankfurt a sesiones sobre las más variadas vinculaciones entre el feminismo y distintos aspectos de la modernidad. Pudiendo ser realista hasta cierto punto, el ánimo de llevar la teoría feminista a determinados ámbitos puede dar lugar a situaciones ridículas. 

Hace poco tiempo un tío mío vino a Madrid a unas reuniones sobre unas investigaciones que está realizando. Mi tío investiga sobre temas de adquisición del lenguaje. Normalmente ha trabajado con niños sordos y ha escrito varios papers (tan interesantes como complicados) sobre el desarrollo lingüístico en niños sordos con Implante coclear. En esta ocasión está realizando un estudio sobre la distinción de sonidos en entornos de ruido. Normalmente las mujeres salen mejor que los hombres en todos los temas relacionados con el lenguaje; en este caso es al revés. Esto puede suponer un problema para publicar los resultados. Incluso aunque supongamos que esta anécdota no es del todo verídica y tengamos la intuición de que todas las diferencias son debidas a la influencia cultural, el feminismo debería abstenerse de entrar en el debate científico con argumentos acientíficos. Lo mismo sucede en el campo jurídico. Tras la (finalmente falsa) violación en la feria de Málaga de 2014, muchos comentaristas (en nombre del feminismo) se lanzaron al cuello de la juez Maria Luisa Cienfuegos sin nada más que la simple intuición. Independientemente de que hubiera sido o no finalmente una violación, el resultado de opinar desde una lógica ajurídica es el de asegurar la arbitrariedad, por mucha deconstrucción de la teoría de género que se circunscriba al hecho. El feminismo tiene poco que opinar sobre si un caso concreto debe ser enjuiciado de una manera u otra; para ello están las leyes, los jueces y la doctrina jurídica. Sin embargo, en un debate más general y abstracto, tiene mucho que decir respecto a lo que sería deseable en una sociedad, sobre qué leyes podrían favorecer este deseo y sobre qué cultura política sería la mejor para conseguir las condiciones de vida deseadas para las mujeres. Siguiendo a Seyla Benhabib, la teoría feminista puede ampliar la concepción universalista de ciudadanía, incorporando cuestiones que el liberalismo universal rawlsiano dejó atrás. El riesgo del feminismo de opinar en temas a los que difícilmente puede responder es el de convertirse en una religión, con toda la inflexibilidad aparejada a los dogmas inquebrantables y a las ideas preconcebidas. Las políticas basadas en la evidencia deben tener cabida cuando analicemos los problemas apuntados por el feminismo. 

3-      Arrastramos una cultura patriarcal.

Parece complicado defender que en España, y en Europa, no ha habido una distribución desigual del poder entre los hombres y las mujeres, y que esto se ha debido principalmente a un hecho cultural más que a uno biológico. Desde la determinación de la línea de descendencia y los derechos del primogénito a la autonomía del individuo, la participación en el espacio público y la asignación de determinados roles sociales, las mujeres han tenido mucho más difícil que los hombres alcanzar la idea rawlsiana de individuo con unos ciertos niveles de autonomía para decidir libremente sobre sí mismo y su futuro. Ya el feminismo de primera ola denunciaba, en palabras de Amorós, “la senda no transitada de la Ilustración”. La inglesa Mary Wollstonecraft, una mujer del siglo XVIII con una vida digna de leyenda, se enfrentó a la idea de Rousseau respecto a la educación subordinada a los hombres de las mujeres (véase a este respecto sus distintas propuestas educativas para “Emilio” y para “Sofía”) y añade la construcción de la identidad femenina como un tema político. Desde el siglo XVIII, tanto la sociedad como el feminismo han ido cambiando, pero muchos de los temas que ya se pusieron entonces sobre la mesa se han ido manteniendo. Las teorías feministas de segunda ola, comenzadas a lo largo de los años 60, se dividieron en varias e influyentes ramas: un feminismo liberal, uno radical y otro socialista. Simplificando mucho, cada una de estas ramas hacía eco de las distintas reivindicaciones de las mujeres de su tiempo. Una de las grandes reivindicaciones feministas tenía relación con la separación entre esfera pública y privada de la teoría liberal. Mientras tradicionalmente los hombres habían tenido la capacidad de organizar su propia vida, siendo partícipes en la esfera pública y teniendo una vida más allá del hogar, las mujeres habían quedado relegadas al espacio de la privacidad, de lo cotidiano, atribuyéndose como virtudes femeninas el recato, el cuidado a los niños, el cariño doméstico y el amor incondicional. Así, el sujeto liberal autónomo que Rawls prefiguró en 1971 con su obra Teoría de la Justicia, que a través del velo de la ignorancia se ve a sí mismo obligado a elegir un tipo de sociedad determinado, olvidaría a la mitad de la población. Las mujeres que quisieran llevar determinados tipos de vida considerados masculinos lo tendrían mucho más complicado. 

“Lo personal es político” se convirtió en una proclama emblemática de la segunda ola del feminismo tras la publicación en 1969 de un ensayo de Carol Hanisch así titulado. En palabras de Amorós, mientras en el espacio público tiene lugar la vida entre los sujetos iguales- que el liberalismo prefigura-, en el espacio privado (doméstico) habitan las idénticas, sujetos femeninos a los que se niega la individualidad. Los individuos que no encajan en estos modelos prefijados son apartados y marginados. Años más tarde, fue Susan Moller Okin quien hizo la crítica a la Teoría de justicia de Rawls: la ficción de la posición originaria, abstrayéndose del contexto de las personas, relega la vida privada, las relaciones interpersonales y la familia al margen de los principios de la misma teoría. 

Las mujeres lo han tenido más difícil en muchos ámbitos, a lo largo de la historia, para convertirse en los sujetos autónomos que el liberalismo reclama. Incluso en la actualidad, en muchos países en vías de desarrollo, las mujeres “están peor alimentadas que los hombres, están menos sanas, y son más vulnerables a la violencia física y el abuso sexual. En comparación con los hombres es mucho menos probable que estén alfabetizadas y existen muchas menos probabilidades de que tengan una educación preparatoria o técnica”, escribe Martha Nussbaum. El acceso de las mujeres a cargos políticos es muy inferior al de los hombres y el número de mujeres en posiciones de responsabilidad ha sido históricamente ínfimo. Negar todas estas realidades es complicado. El economista indio Amartya Sen dio a conocer que existe el fenómeno de las “mujeres desaparecidas” en Asia: un control sobre la población (mediante abortos selectivos, más tiempo de pecho en los primeros días de vida, etc.) que hace que se produzca una descompensación en el ratio de hombres y mujeres que debería haber en una población. No hay que irse tan lejos. Los economistas Francisco Beltrán y Domingo Gallego han escrito sobre la “desaparición” de niñas en España durante el siglo XIX: “la preferencia por los niños, hasta el punto de provocar una sobremortalidad femenina no natural, fue algo que también se dio entre españoles de origen”. No yendo tan lejos, durante el franquismo en España se practicó una política verdaderamente alejada de lo que podríamos considerar mínimamente aceptable respecto al trato a la mujer. Las diferencias entre las generaciones de mujeres españolas durante este siglo son notables. 

El feminismo tiene donde reivindicar. Sus aspiraciones no nacen de la nada y no se reducen a utopías irresolubles. El feminismo tiene múltiples campos de acción y la mayoría de ellos son funcionales, legítimos y respetables. Pero cualquier discusión seria sobre feminismo tiene que comenzar admitiendo (o al menos aceptar como punto de partida implícito) los avances que se han producido en las sociedades occidentales en los últimos años. Lo contrario sería parecido a mantenernos inocente e inconscientemente fuera de cualquier noción de realidad: mientras disfrutamos de unos privilegios que no hemos tenido nunca en la historia, nos arrogamos en querer cambiarlo todo a un futuro incierto. 

4-      La posición de la mujer ha mejorado considerablemente en los últimos años.

Que venimos de una cultura patriarcal resulta complicado de refutar. Que aún existen países donde esas desigualdades recalcitrantes se mantienen, también. Que la situación actual en España o Europa es sustancialmente diferente (el grado es el nivel de discusión interesante) a la de hace no tantos años es algo avalado por diversos datos. Y fuera de Europa la situación avanza a pasos agigantados. Entre otras cosas, el porcentaje de niñas completando la educación primaria y secundaria ha crecido espectacularmente, el ratio de alfabetización entre mayores de 15 años y menores de 24 años se ha equilibrado entre niñas y niños, hay más mujeres que hombres siguiendo educación terciaria (la cifra en países como Estados Unidos es muy favorable a las mujeres), el número de mujeres que mueren al parir ha decrecido sustancialmente, las mujeres han incrementado su esperanza de vida de manera radical, la violencia de género en EEUU ha disminuido mucho y el número de mujeres en posiciones de gobierno se ha visto aumentado. 

El feminismo debería tener en cuenta todos estos datos a la hora de hacer sus análisis. Por supuesto, muchos planteamientos de la teoría feminista quedan fuera de este tipo de estadísticas. Hablando de países como España, se pueden plantear muchos temas concretos para debatir respecto al feminismo: brecha salarial, estereotipos laborales, implicaciones de los permisos de maternidad y paternidad, escasez de la maternidad no contributiva, abuso sexual, violencia contra la mujer, conciliación, dependencia, reparto de tareas domésticas, y un largo etcétera. Pero las teorías holísticas que achacan a una cultura del patriarcado y a un teórico neoliberalismo imperante la desigualdad entre hombres y mujeres tienen las de perder, vistas las mejoras ya producidas en nuestras sociedades y la tendencia positiva en la mayoría de aspectos. 

5-      La construcción del individuo puede llevar a situaciones irreconciliables. 

Me encontré hermosa como una mente humana libre, le dice Mrinal a su marido cuando decide dejarlo en el relato “A Wife´s letter”, del premio nobel indio Tagore. La imagen de la mujer decidiendo vivir una vida propia es hermosa, y muy poderosa. La heroína Mrinal le dice a su marido que “ella no se muere fácilmente”. Para ella “una vida sin dignidad ni elección, una vida en la que no puede ser más que un apéndice, era una especie de muerte de su humanidad”, escribe Nussbaum al respecto. La imagen, profetizada por el feminismo, de las mujeres rompiendo sus ataduras y viviendo sus propias vidas de manera absolutamente libres, liderando proyectos a la par que los hombres, construyendo el futuro soñado en plena igualdad y venciendo la dependencia del “amor romántico” y los “mitos patriarcales” es una idea con fuerza y aparentemente deseable. Para este feminismo idealista, el único motivo por el que no hay una igualdad total es por la discriminación que ocurre en la sociedad patriarcal. No caben elementos vinculados a la biología, a la psicología o a una mera elección y preferencia individual distinta a la “feminista”. Las mujeres en su totalidad elegirán el tipo de vidas que ellos consideran correctas cuando tengan la oportunidad. Según esta teoría debemos atender puramente a las preferencias de las mujeres, a la satisfacción de las mismas. 

La realidad se empeña en ser mucho más prosaica y complicada que la literatura. Hipotéticamente, una mujer podría elegir una vida en la que sólo cuidara a sus hijos y se ocupara voluntariamente de la casa. La atención a las preferencias de las mujeres de países subdesarrollados, según Nussbaum, “generalmente reforzará las desigualdades: especialmente aquellas desigualdades que están tan arraigadas que se han integrado a los propios deseos de las personas”. Hablando de España, la decisión en una pareja de que las semanas repartibles de maternidad se las quedé la mujer no deja de responder a las preferencias manifestadas en ese momento. Y yéndonos a algo más cercano para la gente de nuestra edad, resulta complicado cambiar el hecho de que haya pocas mujeres realizando ingenierías y carreras que probablemente encuentren mejor cabida en el mercado laboral que filología, psicología o filosofía. 

La teoría de las capacidades de Martha Nussbaum nos responde parcialmente a estas cuestiones, al menos para los países (o situaciones) en los que tenemos argumentos para creer que las preferencias de las mujeres no corresponden con lo que cabría esperar si hubieran tenido más posibilidades. “Las mujeres, a menudo, no tienen preferencia por la independencia económica antes de enterarse de las vías a través de las cuales las mujeres como ellas pueden perseguir este objetivo, ni piensan en sí mismas como ciudadanas con derechos que estaban siendo ignoradas antes de que se les informe sobre sus derechos y se les aliente a creer en su igual valor”, escribe Nussbaum. La perspectiva de las capacidades se centra en lo que la gente tiene verdaderamente posibilidades de hacer y de ser; “de una manera caracterizada por una idea intuitiva de una vida que es merecedora de la dignidad del ser humano”. Utilizando la idea de consenso entrecruzado del liberalismo, “las capacidades pueden ser objeto de consenso traslapado entre la gente que de otra manera tiene concepciones integrales muy diferentes sobre el bien”. Sigue Nussbaum desarrollando que “las capacidades en cuestión deben ser una meta para todas las personas, tratando a cada una como un fin y no como simples herramientas para los fines de los otros. Las mujeres han sido tratadas con mucha frecuencia como quienes apoyan los fines de otros, más que como fines por derecho propio; así, este principio tiene una fuerza crítica en particular con respecto a las vidas de las mujeres”. Debajo de un cierto umbral de capacidad, para las personas no sería posible “un funcionamiento verdaderamente humano”. 

Según el enfoque de las capacidades, una persona ha de disponer de las siguientes capacidades funcionales humanas centrales: vida, salud física, integridad física, sentidos, imaginación y pensamiento, emociones, razón práctica, asociación, relación con otras especies, recreación y control sobre el ambiente propio. Desde esta perspectiva, queda solucionada la hipótesis de mujeres en determinados países subdesarrollados declarando unas preferencias que añadan más desigualdad. Resulta más discutible en los países desarrollados, en las que entendemos que las personas tienen ciertos grados de autonomía. Parece necesario combinar políticas limitativas de cierta libertad de elección con grados admisibles de desigualdad en según qué casos. El feminismo debería afinar los argumentos cuando quita libertad de elección individual. 

6-      Existen motivos suficientes para poder defender medidas de discriminación positiva. 

Si se mantienen, en la práctica, situaciones sobre las que pueda existir un cierto consenso de que no son razonables al dificultar la posibilidad de las mujeres de poder ejecutar sus capacidades, es posible pensar en medidas políticas, necesariamente fijadas con un carácter temporal, que ayuden a fijar ese horizonte más justo que pensamos que deberíamos alcanzar. Desde las cuotas en las empresas, pasando por las listas cremalleras, la intransferibilidad de los permisos por maternidad y paternidad o las políticas sobre sexualidad, es razonable pensar que si se puede contribuir a que se produzcan cambios estructurales que favorezcan una mayor justicia futura se hagan. Sin embargo, la condicionalidad a los resultados ha de ser alta, al menos en determinados casos. En la medida en que limiten más la libertad de los individuos, mayor habrá de ser su contrapartida en incrementar la libertad de las mujeres. En este sentido, mayor será la exigencia para que se endurezca el código penal en casos de violencia de género que para introducir listas cremallera en los partidos políticos. 

7-      Existen ganadores y perdedores de cualquier medida política (y de cualquier cambio cultural)

Los ganadores y perdedores no son tan obvios, muchas veces. Existen mujeres que salían ganando con el “mundo de ayer”. La feminista Eva Illouz, en su libro Por qué duele el amor, explica que el matrimonio cortés funcionaba como una especie de protección para la mujer. Aunque no desmiente las ventajas evidentes de la modernidad, advierte de que el mundo hipersexualizado actual podría estar creando estructuras que dejan a las mujeres, con distintas preferencias sexuales y vitales que los hombres, desprotegidas ante situaciones que antes no se concebían. Por otra parte, muchos hombres podrían salir ganando con los cambios introducidos por el feminismo: dependerá seguramente del tipo de carácter, de las cualidades y de la posición social del hombre en concreto. En materia de políticas públicas, es mejor mantenerse cauto: las consecuencias son muchas veces inesperadas y cualquier pequeño cambio puede dar lugar a inesperadas situaciones. En todo caso, como el Ciclo sobre Género, Infancia y Desigualdad de Politikon dejó claro, las políticas destinadas a combatir la discriminación de género pueden contribuir a una sociedad más eficiente y más justa, con múltiples ganadores (niños, ancianos, empresas) indirectos de las políticas destinadas a mejorar la situación de las mujeres. Como en todo cambio cultural, el proceso es necesariamente lento y no estará exento de dificultades. En todo caso, como las feministas postmodernas nos recuerdan, no está tan claro que haya que tender hacia una igualdad universalista o si la afirmación de las diferencias es positiva. Benhabib sospecha de ese “nosotras compartidas”. La feminista británica Carole Pateman habla del dilema Wollstonecraft: luchar por la inclusión de las mujeres en el concepto de ciudadanía (para ella patriarcal) o insistir en todos los conceptos que esa ciudadanía patriarcal excluye. 

8-      Hay muchas dificultades asociadas a la sexualidad. 

Si hay que ser políticamente correcto con el feminismo en general, con el tema de la sexualidad ha de serse extremadamente cuidadoso, para tratar de evitar herir sensibilidades justamente susceptibles. Como ha sido enmarcado antes, el grado de diferencia general entre hombres y mujeres en referencia a todo lo sexual es materia de la ciencia, y no de la especulación filosófica. Por otra parte, obviamente lo sexual es influenciado por la cultura y por la sociedad. Lo ideal sería que cada persona determinara individualmente cómo quiere vivir su sexualidad, si bien esto parece un ideal imposible. En ocasiones pudiera ser que fuera determinado feminismo radical el que pretende imponer una sexualidad determinada, un tipo de forma de vida y una idea de lo que deben ser las cosas. Ese ideal impuesto de mujer que prefigura Virginie Despentes en su Teoría del King Kong, “seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre”, es precisamente el que se ha ido diluyendo en la tardomodernidad. Como ella misma admite, en realidad no parece existir, ¡ella no lo ha conocido!, ese ideal femenino que la sociedad impone. Nunca ha habido tantas identidades sexuales como ahora, nunca ha habido tantas posibilidades vitales como ahora, cada vez hay más solteras y el apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo es altísimo. Las posibilidades para una mujer que nazca hoy en España son infinitamente mayores que hace no tantos años, en distintos campos como el sexo, el trabajo, la vida familiar, los estados mentales inducidos, las posibilidades intelectuales, etcétera. Las lesbianas, las personas bisexuales, polisexuales y pansexuales, las personas transgénero, las mujeres trans y las personas asexuales, gris-asexuales y demisexuales nunca han tenido las oportunidades que tienen hoy, tanto por el conocimiento que se va adquiriendo sobre los mismos como por las posibilidades tanto tecnológicas (en algunos casos) como sociales para que puedan llevar a cabo, de la mejor manera posible, sus proyectos de vida. Pero es precisamente el marco liberal de la democracia representativa, y el respeto a las minorías que el mismo impone, el que garantiza que esto pueda seguir así. En todo caso la reivindicación de estos colectivos y de distintas formas de vida para las mujeres es algo legítimo y remarcable, que no hay motivos para pensar que no se vaya a mantener en el futuro. Poco a poco el lenguaje políticamente correcto irá engullendo conceptos otrora feministas (que ahora mismo suenan radicales), incorporándolos así a los logros de una sociedad que creemos más deseable. 

Por otro lado, negar la importancia del capital erótico es algo complicado, y con lo que el feminismo tradicionalmente ha tenido problemas. Feministas como Camille Paglia, sin embargo, subrayan la importancia del mismo: las personas extremadamente bellas viven al margen de los demás y crean su propio mundo. Que esto sea así por una cultura patriarcal, o por un modelo neoliberal que cosifica es algo difícil de mantener: a casi todos nos gusta estar rodeado de gente que consideramos atractiva, y resultan difíciles de explicar los impulsos sexuales sin la idea de belleza de la otra persona. Dentro de unos límites razonables, que haya ventajas a las que pueden acceder las mujeres (y seguramente también los hombres) por ser bellas, es algo contra lo que parece difícil (y seguramente estúpido) luchar: ya en los patios de colegio sufren las niñas que no se adecúan a unos estándares. Y también determinados niños con problemas. Es la civilización la que consigue que se refine el trato a las personas que son diferentes, y es la educación lo que permite que el respeto sea mayor a las personas que no son iguales a nosotros. Pero tratar de evitar algunas ventajas intrínsecas al hecho de ser atractivo es algo fuera del alcance de cualquier política funcional y que respete a los individuos. La sexualidad es algo que es y seguirá siendo importante en la vida de la mayoría de las personas, y que implica desigualdades de múltiples tipos que se pueden atenuar pero nunca eliminar del todo. 

Por último, no está tan claro que el fin del amor romántico y la entrada en la hipersexualización de la vida tardomoderna, como ha mantenido Eva Illouz, sean necesariamente positivas. Seguramente habrá perdedores y ganadores, tanto en los bandos femenino como masculino: quizás pueda ser consensuado que, como grupo, las mujeres han ganado más que los hombres. Lo más sensato es admitir que habrá grupos de personas viviendo situaciones totalmente diferentes: mujeres buscando solo sexo, mujeres buscando casarse para formar una familia tradicional, mujeres asexuales, mujeres practicando poliamor o buscando la poliandria. Pero no podemos perder de vista que las preferencias de las personas (si cumplen la teoría de las capacidades) a la hora de elegir sus propias vidas. Como el personaje femenino de la película La mamá y la puta, de Jean Eustache, proclama tras una vida llena de sexo en la resaca del París del 68, algunas mujeres quieren tener una relación tradicional, cuasi reaccionaria para las heroínas del 68, pero que es la elegida por la mayoría de las personas. El feminismo debería hacer un esfuerzo por encuadrar sus teorías dentro de los marcos científicos, en lo referente a lo sexual, y no tratando de luchar contra quimeras intrínsecamente humanas. Por decirlo suavemente, no está tan claro que en tener una familia y unos hijos haya “una lógica perversa” y “poco enriquecedora”, como ha proclamado alegremente Anna Gabriel. 

9-      El multiculturalismo y el feminismo pueden chocar. 

En el artículo de Barbijaputa que me ha llevado a escribir esto, se mezcla el teórico neoliberalismo de la sociedad actual (del que parece ser Albert Rivera ejemplificando en Amancio Ortega el mejor ejemplo), con la extrapolación que se hace con el feminismo. Los neoliberales, argumenta  Barbijaputa, se hacen ricos por “un sistema (el liberal y capitalista, precisamente) que permite que un solo señor del primer mundo pueda explotar a miles de bangladesíes en sweatshops, y hacerse de oro mientras les paga al mes”. Los mismos argumentos de la cultura del esfuerzo, añade, son los que extrapolan los liberales al feminismo. En otro artículo Barbijaputa explica por qué “una persona de derechas es por definición antifeminista”. Recuerda a lo que Camus escribió en 1944, antes de darse cuenta de la hipocresía de los intelectuales “progresistas” franceses: “El anticomunismo es el principio de la dictadura”. Barbijaputa no parece tener la menor idea de historia; e igual podría estar cayendo en un vicio grave de los superiores moralmente: la irresponsabilidad. No es capaz de darse cuenta de la sentencia de Raymond Aron “no es una lucha entre el bien contra el mal, siempre es lo preferible frente a lo detestable” y de tantas otras cosas que no deberían entrar en el debate público: estaría bien que se aplicara el mantra de lo políticamente correcto para no decir barbaridades.         
   
En todo caso, el debate entre multiculturalismo y feminismo es complejo y tiene multitud de aristas. Es precisamente en nuestro sistema (de democracia representativa, liberal- que no neoliberal- en lo social y socialdemócrata en lo económico) en el que se han desarrollado unas libertades para la mujer que no se han dado en otras sociedades. En otros países, aparentemente añorados por determinadas izquierdas, esto no ha pasado. No se espera esta revolución mientras no se consigan determinadas estructuras democráticas y ciertos niveles de riqueza. Todo esto es muy complicado; y diría que los economistas y politólogos discuten con mucha más profundidad sobre cómo pueden desarrollarse países como Bangladesh que teólogas como Barbijaputa. En todo caso, la teoría de las capacidades de Martha Nussbaum nos sirve para exigir qué mínimos han de exigirse a los países, sea cual sea su cultura e historia, en su trato a la mujer. “¡En efecto, lo que posiblemente podría ser “occidental" es la arrogante suposición de que la elección y la capacidad de acción económica son sólo valores occidentales!”, finiquita Nussbaum. 

EPÍLOGO

La lista precedente es criticable, ampliable y revisable. No deja de ser un mero punto de partida provisional, que sirve para descartar argumentos falaces. Creo que la mayoría de personas podrían estar de acuerdo con estos puntos de partida. No contentará, seguro, a las dos ramas del pensamiento más escorados en el debate: los libertarios y la rama feminista-marxista. Los primeros alegarán que cualquier privación de la libertad del individuo para elegir supone un ataque inaceptable y una intromisión ilegítima contra su libertad natural y los segundos argüirán que el capitalismo y el patriarcado mantienen una común alianza (una comprensión dialéctica entre sexo y clase) que permite la dominación de las mujeres. Los primeros resultan entrañables y hasta cierto punto son marginales en el debate español; los segundos, por su influencia en el debate público y su capacidad para llegar a influir en futuros gobiernos, son desde mi punto de vista peligrosos y creo que hay que entrar en la lucha de ideas. Lo ideal sería que, como escribía Dworkin respecto de la crítica de Sandel al utilitarismo hedonista de Bentham, si criticamos una teoría lo hagamos con la mejor versión posible de esa teoría. En España, desgraciadamente, las mejores versiones de las teorías brillan por su ausencia en el debate público. Mientras sean Barbijaputa o la página libertario.es los referentes de algunos, poco se puede avanzar en este camino. Por supuesto a nadie le apetece la complejidad de lo poco claro. 

jueves, 19 de mayo de 2016

SOBRE LOS TOROS Y LA BELLEZA EN LA MUERTE



Comienza Rubén Amón su texto Je suis taurino de esta manera: 

“No dispongo de grandes argumentos racionales para defender la corrida de toros. Ni me gusta demasiado recurrir a ellos, sobre todo porque las razones económicas y las medioambientales, abrumadoras en ambos casos, aportan un exceso prosaísmo a este misterio eucarístico y pagano que José Tomás, por ejemplo, nos hizo experimentar hace unos días en Jerez de la Frontera.”

Luego su retórica avanza para venir a decirnos lo que ya venía anunciado en el subtítulo de El País

“El problema no son los toros, sino la deriva aséptica de una sociedad que reniega de la muerte”. 

Rubén Amón, que parece escribir arrebatado por el duende flamenco, defiende en su artículo que la creatividad viene de la muerte. Sin duda apasionado por lo que vio en Jerez, para él los toros no necesitan explicación y, ante todo, nunca deberían dejarse influir por la “doctrina flower power de una sociedad infantil y aséptica que abjura de la muerte y que reniega de cualquier expresión estética capaz de exponerla o dramatizarla”. Respecto a los contrarios al espectáculo taurino, Amón entiende que practican “los presupuestos neofranciscanos de la progresía” y sentencia que “humanizamos a los animales y deshumanizamos a los hombres” en una de esas ideas felices que parecen poner en contradicción el progreso actual. Porque para Amón, y aquí está el quid de la cuestión, “el problema consiste en los hábitos e hipocresías de una cultura inodora, incolora e insípida que recela de cualquier expresión irracional e instintiva y hasta dionisiaca”. Contrapone nuestra mojigatería y prohibicionismo con el de Francia, país en el que según él, en el enésimo recurso literario, acabarán exiliados los amantes del espectáculo. 

Rosa Montero, en un artículo llamado Suerte Papá escrito en El País en 2006, cuenta cómo, de niña, esperaban las mujeres de su casa al padre, torero, cuando marchaba a Las Ventas. El mundo ritualizado del toreo era percibido por ella como “una especie de romanticismo legendario, la proeza del reto, el coraje de afrontar el beso de la muerte cada tarde”. Las mujeres de la casa rezaban el rosario cuando el valiente torero se disponía a vencer de nuevo a la muerte. La niña Rosa Montero atribuía la protección de su padre a las palabras mágicas que ella le dedicaba. Es un artículo precioso al que volveré al final del artículo. 

Tsevan Ratban, en un artículo en la revista Jot Down sobre los toros, admite el enorme placer vital derivado de la belleza de los movimientos acompasados de un animal que se ve forzado, por su instinto y por el dominio del matador, a formar parte de un baile esencial. Les aseguro que ese placer es auténtico, y aunque la condición imprescindible para su producción es la presencia del sí y el no, del ser y la nada, y el fin del animal a manos de quien le ha permitido ser como es realmente, ese placer no es fruto del dolor aunque sea imprescindible”. Dicho esto, Tsevan aboga por la desaparición de las corridas. Y da el mejor argumento que he encontrado: 

“Creo que la razón básica, que tiene que ver con el maltrato público innecesario a un animal, no exige saber acerca de las corridas más allá de lo que básicamente sucede en ellas. Los seres humanos deberíamos evitar, en la medida de lo posible, hacer daño a los animales —sobre todo a aquellos con un sistema nervioso más desarrollado— salvo que resulte inevitable para la satisfacción de nuestras necesidades y no exista un sustituto razonable. Y deberíamos intentar minimizar su sufrimiento en cualquier caso.” 

Yo no voy a entrar en si los toros deben ser o no prohibidos. Algunos de mis amigos son acérrimos taurinos y siento un alto respeto por ellos; como es lógico esto no es argumento de nada. Simplemente me resulta complicado prohibir algo a gente que considero racional y razonable, y no hablo de mis amigos: hablo de personas con niveles de autonomía y respeto alto por lo que hacen. No estoy tan seguro de mí mismo en este punto como para eventualmente votar, aunque hubiera una mayoría clara favorable, por la prohibición de los toros. Estoy seguro de que si se prohibieran los toros perderíamos, como dice Tsevan, “uno de los pocos residuos auténticos de una forma de vida primitiva, conectada con la vida y la muerte y con el instinto animal —especialmente el instinto humano. Y desaparecerá además un producto cultural, paradójicamente refinado, como esos otros ritos de vida y muerte —el sacrificio humano, la guerra ritual o el rapto, entre otros— destilados desde la crudeza de la lucha por la existencia”, así que no me voy a pronunciar en este punto. 

Pero lo que me parece difícil de aceptar son los argumentos de Amón. La representación de la muerte ha sido uno de los grandes motivos del arte, a lo largo de la historia. Pero Amón habla de un culto a la muerte no figurativo y de una sociedad actual (que aparentemente detesta) que reniega de la muerte. Por supuesto que renegamos de la muerte: es un gran progreso del que deberíamos sentirnos orgullosos. Se ha refinado el trato humano en todos los sentidos y hacemos todo lo posible para que la muerte esté poco presente en nuestras vidas. Imagino, quizás ingenuamente, que Amón no defenderá la peligrosidad intrínseca del toreo, esa cercanía de la muerte que lleva a la creatividad de la que habla tan alegremente. Que una persona muera es una tragedia, sin más. Si muere en faena torera sigue siendo una tragedia, sin más. Y que no se tomaran todas las medidas posibles, ex ante, destinadas a evitar la muerte del torero, me parecería una grave irresponsabilidad y un motivo de peso para prohibir las corridas. La peligrosidad para la persona podría ser un motivo de peso para que las corridas dejaran de existir, si fuera real (que imagino que sí) ese riesgo a la salud del torero. 

Mi experiencia con los toros en directo es casi nula. Una vez acompañé a mis primos a la Plaza de La Malagueta en Málaga y prometí no volver. Mi experiencia con la matanza de animales en directo es también escasa. Recuerdo una vez en la finca de mis abuelos cómo mataron a unos perritos, ante las mentiras que nos contaron a todos los primos. También recuerdo, paseando por Calcuta, como Daniel y yo asistimos a un desfile de degollamientos de corderos en un callejón estrecho en el que se veían y olían todas las vísceras de los animales. Desde entonces dejé de tomar cordero en India; más por las arcadas que por los valores. La consciencia con los animales en la India era muy alta y el trato hacia ellos mucho más refinado que el nuestro; pero la pobreza daba a que también hubiera situaciones así. No es este un artículo sobre vegetarianismo, en todo caso, sino sobre el culto a la muerte: para Amón es un problema todo lo que ha significado este progreso que, claro, nos ha vuelto ultrasensibles a la muerte.  

He disfrutado la biografía que hace Manuel Chaves Nogales del torero Juan Belmonte, en la que se cuenta, con todo tipo de detalles, el sufrimiento y la grandeza del toreo, la peligrosidad intrínseca de este arte y toda esa vida novelesca y romántica del torero ante el toro. Y sé que el artículo de Rosa Montero retrata una España que se nos fue y que no volverá. También sé que a Lorca, a Alberti y a muchos artistas e intelectuales admirables los toros les apasionaban. Desgraciadamente, me temo que la belleza de la muerte puede existir. Pero en la sociedad tardomoderna, como ha dicho Manuel Arias Maldonado, tenemos los medios para refinar nuestro trato a los animales. Podemos distinguir entre la representación artística de la muerte y su ejecución real. Y deberíamos no idealizar pasados oscuros. La muerte nos va a llegar a todos igual y buscarla más que heroísmo es temeridad. Esa cultura “inodora, incolora e insípida que recela de cualquier expresión irracional e instintiva” es la que nos diferencia de la barbarie. Como escribía Rosa Montero en su artículo en El País

 “La costumbre, que es una clase de ceguera, hacía que nadie fuera consciente del nivel de violencia.”

Solo llego a creer que la desaparición de las corridas sería un progreso. Pero sí estoy seguro de que el retroceso llega con creerse palabras como las de Amón, meros cantos legionarios a la muerte de los que aún desfilan por la Semana Santa andaluza.