viernes, 10 de noviembre de 2017

Breve historia de dos presos políticos


Detrás de este artículo de José Marcos en El País sobre la banalización que supone llamar presos políticos a los dirigentes catalanes, hay una bonita historia que nos habla de esa España dictatorial que ya no existe. Esa España estaba llena de personajes con historias trágicas que luchaban contra una verdadera dictadura criminal que tenía auténticos presos políticos. Como en el artículo dice Carles Vallejo, presidente de la Asociación Catalana de Expresos Políticos del Franquismo, los dirigentes catalanes no son presos políticos porque no “podemos hacer una equivalencia que no es real entre la democracia contra el fascismo o una dictadura. No podemos hacer esa identificación, sobre todo de cara a las nuevas generaciones”. 

Da pena que se hable de estas personas solo para contraponerlas con los que han subvertido ilegalmente el ordenamiento constitucional. Sus historias merecen la pena de por sí. En el mismo artículo de El País, el antiguo exdirigente del PCE (internacional) Raúl Herrero prefiere hablar de Dolores González Ruiz (Lola) que de sí mismo y las palizas que le metieron en la Dirección General de Seguridad. La vida de Lola, que perdió primero a su novio y luego a su marido por muertes vinculadas a la extrema derecha, constituye una de las historias más tristes de la Transición Española. Al final del artículo en El País, Antonio Gallifa cuenta cómo le torturaron mientras era dirigente del PCE y que no confesó nada.

Hay un hilo novelístico entre los protagonistas del artículo. Antonio Gallifa, que fue expulsado del Colegio del Pilar de Madrid y llegó a ser alumno de Althusser en el París de los sesenta, conoció a Lola en la cárcel tras haber sido condenado por sus ideas políticas. Lola, que acababa de entrar en el PCE tras la trágica muerte de Enrique Ruano y la inmolación del Frente de Liberación Popular, tenía la misión de comunicarse clandestinamente con algunos dirigentes del PCE encarcelados. A partir de sus encuentros en la cárcel, los dos se hicieron grandes amigos. Viajaron juntos por diversos sitios, y estuvieron vinculados con la Oposición de Izquierdas del PCE. Tras el fatal atentado contra los abogados de Atocha, Antonio Gallifa tuvo el encargo del partido de decirle a la maltrecha Lola que su marido Javier había muerto.

Cuarenta años después, el obituario que escribió Antonio Gallifa tras la muerte de Lola en 2015 es precioso. Le cuenta a Lola todo lo que no pudo ver tras el Atentado de Atocha, y recuerda “aquellas larguísimas conversaciones que manteníamos en grupo hasta altas horas de la madrugada acerca de cómo debía ser el socialismo por el que luchábamos, de cómo combinar nuestra discrepancia, tantas veces necesaria, dentro del Partido, con la necesidad de la disciplina”.

Independientemente de lo disparatado que pudiera ser en ocasiones el antifranquismo, sus presos políticos eran tan reales como la dictadura contra la que luchaban. Las nuevas generaciones haríamos bien en comprender las historias de los que fueron presos políticos hace no tanto tiempo, y hacer menos caso a los que pretenden equiparar una democracia europea con una dictadura con objetivos espurios. Si entendemos bien lo que significa ser un preso político y vivir en una dictadura, quizás comencemos a valorar más lo mucho que tenemos.