domingo, 9 de agosto de 2020

Despedidas

Desde que empecé la universidad en 2010, todos los años han comenzado con una despedida en agosto o septiembre. Paradójicamente, la sensación de que empezaba algo nuevo se materializaba al decirle adiós a la figura que me acompañaba a la estación de tren María Zambrano o al aeropuerto de Málaga; a veces mi madre, casi siempre mi padre. Ha habido todo tipo de adioses, pero siempre han sido amargos. Lo peor solía ser la noche de antes, cuando me planteaba si tenía sentido que siempre me estuviera yendo a algún lado. Algunas veces lloraba o se me soltaba alguna lágrima; otras veces me quedaba absorto en pensamientos de lo que había hecho ese año. En 2013, comencé a escribir un relato para un concurso con la frase “la vida es una sucesión de despedidas”. Recuerdo ir dando vueltas por Madrid pensando en cómo era decir adiós todo el rato a todo el mundo. La idea me acabó pareciendo cursi y la deseché. 

Desde que me fui de España, casi todas mis despedidas han tenido dos fases diferenciadas. La primera, en Málaga con mis amigos y familia, era la auténtica; la de Madrid solía ser un alegre simulacro entre el adiós y el reencuentro. Una de las peores posibilidades es no coincidir con alguien importante, y así no verlo durante todo el año: esta vez ha pasado con Ferni, Andrea, Adri y Alba en Málaga, con Luis en Madrid por dos veces. Lo peor es despedirse de los familiares más mayores y jóvenes: los primeros quizás ya no estén cuando vuelvas; los segundos es posible que hayan cambiado demasiado y se hayan olvidado de ti. Ahora pienso en mi abuela, que ya está muy mayor, y en mis primos ya no tan pequeños Leo, Grego, Rafa y Victoria. Recuerdo la mañana del 28 de agosto de 2014, cuando cogí un avión de Málaga a Frankfurt y estuve unas horas deambulando por el aeropuerto alemán esperando al primer autobús matutino. Era mi cumpleaños y mi abuelo estaba enfermo. También era mi primera estancia fuera de España, y apenas sabía inglés. Estuve revisando mi vida de arriba abajo con mucho detalle, pensando en lo que había ido haciendo con mi vida desde que dejé Málaga: tantos amigos e historias que abandonaba, y que ya no volverían de la misma manera.  

Las despedidas tienen un lado positivo. Por un lado, suponen un momento para el balance del año. Por otro, una nueva oportunidad para realizar proyectos y que pase de todo. Qué de cosas se me han ocurrido en los aeropuertos cuando estaba angustiado por qué sería de mi vida con tantos cambios, y cuánto me he exigido a mí mismo en esas horas de revisión tan fructíferas. Además, en los últimos tiempos muchos amigos me han ido acompañando en los nuevos destinos: Enrique en Londres y Bruselas, Luis en Londres, Pablo y Dani en Nueva York. Llegar a un nuevo destino y estar con algunos amigos de siempre ha hecho todo más fácil. Mientras tanto, para mí, la vida en Málaga, y con menos intensidad en Madrid, queda como suspendida en el aire, como si dejara de moverse. Cuando vuelvo, algo que siempre ocurre en las mismas fechas, deseo que todo siga igual. Las despedidas son mi punto de referencia tanto temporales como espaciales: para ubicarme en un año de mi vida, recuerdo adónde me iba desde Málaga y todo lo demás viene solo. Casi todos estos años se mantienen en mi memoria como buenos. Al fin y al cabo, yo no me voy exiliado ni por necesidad económica; me voy porque, aunque tenga cosas malas, el balance total de irme es positivo.

Ahora mismo pienso en 2015, cuando cogía un avión a Singapur para pasar mi cuatrimestre en la India, y me parece como si fuera una novela protagonizada por otra persona mucho más divertida que la de ahora. También recuerdo enero del 2017, cuando cogí un avión a Estambul desde Madrid que tenía como destino final Astaná. Se suponía que Belén y yo terminábamos nuestra relación, y pasamos toda la noche deprimidos. Escribí un texto sobre La La Land criticando cómo la película solucionaba el tema de las relaciones a distancia; en realidad estaba quejándome de mi suerte. Durante los últimos años, mis despedidas de Madrid venían acompañadas de una relación a distancia que iba cambiando siempre de coordenadas.

Hoy viajamos a Méjico porque nuestro visado J estadounidense nos complica entrar en el país sin pasar 15 días en otro lugar. Nos hemos despedido de algunos amigos y familiares en Málaga y en Madrid, y para mí ha sido bastante menos triste que otras veces. Ayer dormí perfectamente y me he levantado animado, con ganas de trabajar y hacer planes. Hemos venido en coche al aeropuerto y me he puesto a escribir este texto. En la cafetería suena The End, algo que en otro momento de mi vida hubiera considerado un presagio, pero no le he dado importancia. Aunque parezca mentira después de 4 años, es la primera vez que cojo un avión con Belén. Nos vamos juntos, lo que ha hecho que, por primera vez, la despedida haya sido en primera persona del plural. He pasado por los sitios del aeropuerto de Barajas que asocio a estas fechas, ahora más vacíos que nunca por la covid-19. Sin embargo, me han parecido más acogedores que de costumbre. Me sigue dando rabia irme de España en agosto, pero no es lo mismo despedirse solo que acompañado.

miércoles, 22 de abril de 2020

Un encuentro con José María Calleja



Ayer murió José María Calleja, uno de mis entrevistados en A finales de enero. Se une, que yo sepa, a Alfredo Pérez Rubalcaba, Juan Cristóbal González y Santos Juliá. Debido a mis extrañas circunstancias en estos momentos, he estado todo el día recordando nuestro encuentro. El viernes 11 de marzo de 2016, cogí el cercanías desde Nuevos Ministerios para ir a la Carlos III de Getafe. Sé el día porque me sale en la grabación que hice con el móvil. Yo siempre tomaba el tren en sentido contrario para ir a la Universidad Autónoma de Madrid. Que yo recuerde, solo había ido a la Carlos III en otra ocasión, para hacer un Modelo de Naciones Unidas en abril de 2012 con Luis Cornago. Recuerdo que ese día Luis y yo teníamos que defender la posición de Níger, pero no llegamos a participar porque no habíamos preparado nada y el ambiente nos dio vergüenza. Nos fuimos a la cafetería a los 15 minutos, diría que a beber pero no estoy seguro porque quizás lo que pasaba es que teníamos resaca. Fue una pena porque en esa época Luis y yo teníamos mucho que decir sobre la interesante coyuntura del país africano ante el conflicto palestino-israelí. Yo tuve que mirar dónde estaba Níger cuando nos dijeron el país al que representábamos.  

Cuatro años después, volvía a la Carlos III para entrevistarme con José María Calleja. Nada más llegar, creo que me encontré con Sonia. Llevaba como 3 años sin verla, y no he vuelto a hablar con ella desde entonces. De hecho, he intentado cotillearla en Facebook pero no me acuerdo de su apellido. Fue un encuentro raro y fugaz. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y era muy improbable que nos volviéramos a ver porque ya no teníamos amigos en común. Cuando nos despedimos me entró una sensación de irrealidad; hacía ya muchos años que había perdido mi virginidad con ella durante un verano de conciertos y me venían imágenes de esos tiempos. Creo que me tuve que ir rápido porque llegaba tarde a la entrevista con Calleja. Durante esos meses, llegué tarde a una gran parte de mis entrevistas porque no calculaba bien los tiempos. Podría decir que era una táctica para conseguir que mis entrevistados reflexionaran sobre lo que iban a decirme, pero en realidad lo único que conseguía era que no me tomaran en serio.

Calleja, que me sonaba desde niño de ver el programa El debate de CNN+ con mi padre, fue uno de mis primeros entrevistados. Volviendo a escuchar nuestra conversación, veo que me trató con mucha amabilidad y que me tomaba en serio. Yo entonces no sabía lo que estaba haciendo y le dije que era una investigación para un trabajo de la universidad. Como Calleja no había tenido demasiado trato con los protagonistas de mi libro, más que una entrevista sobre unos personajes tuvimos una conversación sobre lo que había sido la Transición a partir de la figura de Dolores González Ruiz. Yo preguntaba cosas que ahora me parecen tontísimas. Estoy sorprendido de lo poco que sabía cuando empecé con mi investigación: pregunto nombres que luego se han hecho íntimos, historias que ahora me sé de memoria, reflexiones que no son más que banalidades. Calleja me hizo un panorama de su vida y me contó cosas interesantes. Preguntado por el dolor de la lucha contra el franquismo y luego contra ETA, me dijo que “yo llevo enterrando amigos desde febrero del 84. Llevo mucho tiempo pensando que me han podido volar la cabeza a mí varias veces. Me llegaba información de la policía diciéndome que estaba entre los objetivos”.

Estuvimos hablando sobre los entierros de muchas personas. Algunas de las ideas desmitificadoras que se apuntan en A finales de enero ya aparecen en esta entrevista con Calleja: “Los niveles de solidaridad ni son eternos ni son masivos. Mucha gente dice Yo estuve en aquel entierro (el de Atocha). Sin embargo, pocos irían luego al de Dolores González Ruiz. La solidaridad también se cansa.” En ese momento, cuando yo escuchaba frases así me emocionaba porque pensaba que estaba ante algo importante. Calleja fue de los primeros que me habló de José María Zaera, la atormentada última pareja de Dolores González Ruiz. Me habló del ambiente antifranquista de Valladolid, una ciudad muy interesante por combinar un ambiente falangista con una universidad movilizada. Calleja me dijo que “yo querría haber hecho un libro sobre Atocha, lo tenía en la cabeza para hacerlo.” Al final, no lo hizo porque apareció el de Alejandro Ruiz-Huertas, el único superviviente de Atocha que sigue vivo, al que yo acababa de entrevistar. Yo le hablé de la historia que perseguía, pero no di muchos detalles. Me ha sorprendido escucharme hablar tan abiertamente de la heterogeneidad del antifranquismo y de las contradicciones vitales e ideológicas que veía en tantas personas. Luego nunca supe qué le había parecido a Calleja A finales de enero. Probablemente, había olvidado nuestra entrevista y no se acordaba de mí. Quizás no le gustó el libro, ya nunca lo sabré.

Tras la entrevista, me fui a la cafetería con Luis Cornago y Enrique Chueca. He intentado averiguar si Pablo Mahave comió con nosotros, pero parece que no. La mayoría de mis amigos del Chaminade había vuelto a Madrid ese año después de los Erasmus, aunque yo había regresado más tarde porque había pasado un tiempo en India. La vuelta a Madrid fue muy especial. Luis me había ido introduciendo en un grupo que hacía actividades en torno a Politikon y Letras Libres. Durante esos meses conocimos a Ricky Dudda, Manuel Pacheco y Carlos Victoria, que pronto se convirtieron en amigos. En El Chaminade, los miércoles había un curso de Politikon que organizaba María Ramos, en el que conocí a mis ídolos politólogos de entonces. El día de la entrevista de Calleja, en la cafetería de la Carlos III, fue la primera vez que vi a Lluís Orriols, que estaba comiendo con otros profesores y del que había oído maravillas. Entonces mi sueño era escribir en Politikon, Letras Libres y Revista de Libros. Yo miraba con envidia y admiración a Luis y Ricky, que ya publicaban artículos en sitios así. Mi única aportación pública hasta entonces había sido una entrevista a Manuel Arias Maldonado, al que ya admirábamos entonces, en septiembre de 2015 en la web Polikracia. Abrí este blog, Historias cruzadas, en enero de 2016. El día antes de la entrevista con Calleja había publicado una entrada sobre músicos callejeros, que leyeron según las estadísticas de mi blog 48 personas. En aquel entonces, mi blog solo lo leían mis amigos y Carlos Jiménez Barragán, que también tuvo una aparición estelar ese día. Leyendo las estadísticas de Historias cruzadas, ahora debo tener muchos más amigos.     

Cuando acabamos de comer, Luis me dijo que tenía una clase con Pablo Simón, así que decidí acompañarle. Le he preguntado a Andrea si coincidí con ella en esa clase por primera vez, pero parece que no; sin embargo, Lucía, con la que luego coincidí en casa de Berna, sí recuerda estar en esa clase. No sé si Pablo Simón me reconoció o no de alguna de las charlas del Chaminade, pero desde luego no me dijo nada por aparecer allí sin estar matriculado. Era la primera vez que iba a una clase de política comparada, rama de la ciencia política en la que hago ahora mi doctorado. Me acuerdo de que hablamos de federalismo asimétrico y de Suiza. También de que se mencionó el artículo de Posner (2004) sobre Malawi y Zambia que presenté hace poco en una clase de CUNY como ejemplo de buena investigación. Cuando acabé la clase, Luis se fue (imagino que tendría otra clase, pero no estoy seguro). Al salir de la universidad, un jovencísimo (como diría Arcadi Espada, este texto no está bien editado) Carlos Jiménez Barragán me dio una copia de la revista La Mecha. En ese momento, ninguno de los dos sabíamos quién era el otro, aunque a mí me parece que nos dijimos que nos sonábamos de algo. En este ejemplar, había una entrevista a Manuela Carmena y Carlos mencionaba en un artículo a Manuel Arias Maldonado. Meses después, Carlos me escribió un email muy largo, y luego quedamos y nos hicimos amigos.

He intentado saber qué hice ese viernes 11 de marzo por todos mis medios. En el viaje de vuelta en el cercanías a mi casa, creo que conocí a una chica brasileña a la que luego invité infructuosamente a alguna fiesta. Lo más probable es que me fuera al piso de Enrique, Carlos y Telmo a beber cervezas y jugar a algún juego de mesa, pero no estoy seguro. Viéndolo con perspectiva, esos fueron meses fundamentales para entender quién soy y qué caminos decidí tomar. Aunque tenía muchas dudas y me entraban en ocasiones ataques de ansiedad con mi futuro, me lo pasaba muy bien descubriendo cosas nuevas todo el rato. Muchos de mis mejores amigos son de esos meses, y encima me quedaba poco para conocer a Belén. Mi capacidad para el entusiasmo era ilimitada, y eso hacía que mi vida pudiera tener muchas más opciones que ahora. Durante esos meses, mientras acababa la carrera, hice prácticas en una consultoría, un despacho de abogados, una ONG y un ministerio para descubrir que era muy malo en cualquier trabajo. Como odiaba todos estos sitios, ponía todas mis energías en mis proyectos personales y me dedicaba a escribir, leer y estar con amigos. Aunque creo que he mejorado tanto a nivel académico como personal, entonces tenía un punto idiota e inconsciente que me hacía más divertido. Si escribía una entrada en el blog cada semana era porque, a diferencia de ahora, no estaba trabajando durante todo el día. Quizás no sabía si quería ser académico o escritor, pero desde luego sí era consciente de que no quería trabajar encerrado 10 horas al día. Luego he fracasado en ese empeño, pero esa es otra historia.

Recordar todo esto a partir de la muerte de José María Calleja me ha puesto triste. El único motivo por el que he tenido tiempo para escribir un texto así un día de clase es porque mi profesora favorita, Susan Woodward, se ha puesto enferma y ha cancelado la clase. Estoy nervioso y triste por todo lo que está pasando, y he perdido un poco la motivación por el doctorado. Tengo un nuevo proyecto de libro que me ilusiona mucho, pero es difícil no abrumarse ante cada nueva noticia del coronavirus. Todas las entrevistas que estoy haciendo para el nuevo proyecto son telefónicas, lo que hace que no conozca personalmente a mis entrevistados. Tengo grabados mis encuentros con gente como Calleja, González, Rubalcaba y Juliá. Han sido 4 años que parecen ahora una eternidad. Cada muerte de alguien al que conocí hace que vuelva sobre mí mismo unos años recordándome las posibilidades vitales que todos tenemos. Qué cantidad de vidas posibles hay y qué pocas recorremos, me digo mientras abro Google Scholar para sacar la bibliografía de la clase de mañana.    

miércoles, 18 de marzo de 2020

Reflexiones sobre Javier Padilla



Ayer el periódico digital El Salto compartió un tweet publicitando un artículo mío sobre el coronavirus. El artículo era de Javier Padilla, un médico residente en Madrid que ha escrito un libro de divulgación sobre la sanidad pública titulado ¿A quién vamos a dejar morir? Varias personas me han felicitado por el libro. Supongo que algunos se habrán sorprendido por el salto a la salud pública y la medicina desde las luchas antifranquistas, pero expertos más raros en medicina se han visto últimamente. Por lo que he leído, la proliferación de dobles es un fenómeno que atraviesa épocas y países: una “pandemia inescapable” según la Organización Mundial de la Doblez (OMD). La situación es preocupante vista la experiencia en otros países como Indonesia y Argentina, en la que los dobles han comenzado a proliferar causando graves problemas de orden público. Tal y como ha escrito en la revista The Lancet la epidemióloga Janet Johnson, “descubrir un doble es una experiencia traumática que aumenta los riesgos de que aparezca un triple o incluso un cuádruple. Se debe actuar rápido y tomar medidas extremas antes de que sea demasiado tarde”.  

La literatura académica señala cuatro formas de enfrentarse a este problema. La primera, que Wagnoris (2005) llamó “adecuación” (115) en su célebre artículo sobre paperas y profilácticos, consiste en cambiar de alguna forma tu nombre o apellido. Lucas (1977) ya exploró este tema con el wookie Chewbacca, cuyo nombre previo era Chyhrynskyi, y el futbolista ucraniano del Barcelona Chyhrynskyi, cuyo nombre previo era Chewbacca (esta precuela de La Guerra de las Galaxias, que exploraba el género fluido de Chewbacca y sus relaciones traumáticas con Han Sin Doble, nunca llegó a salir a la luz comercialmente. Sin embargo, se considera una obra de culto en Japón por ser la primera aparición del futbolista, mercenario y piloto intergaláctico Takefusa Kubo). Según Murphy (2011), cambiarse el nombre es la mejor opción si no supone caer en el ridículo. En mi caso, las posibilidades son pocas y dramáticas. Lo más fácil hubiera sido cambiar Javier por J., pero el cantante de Los Planetas fue más rápido. La opción de cambiar Javier por Javi disminuiría radicalmente mis opciones con las chicas. Cambiar mi apellido por Padi suena bien, pero la mera posibilidad de ser llamado Javi Padi hace imposible avanzar por esta vía. Al otro Javier Padilla le sucede lo mismo.

La segunda opción es unirte a tu doble. Molocks (2003) señaló que los orígenes de esta práctica tuvieron lugar en la China de Sun Tzu, que fue pionero en los artes de la guerra y la fusión. “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”, escribió Sun Tzu en El arte de la guerra antes de fusionarse con Sun Tzu, célebre agricultor que ganó fama por cultivar los mangos más grandes del lejano oriente. Gracias a esa unión, Sun Tzu II pudo seguir escribiendo sobre estrategia militar y cultivando mangos sin ser confundido por sus feligreses. Esta opción ha sido recreada por los poetas más grandes de todos los tiempos. Por ejemplo, cuando Walt Whitman Tenth escribió en su poema Canto a mí mismo la célebre frase de contengo multitudes”, se estaba refiriendo a los diez Walt Whitman que lo conformaron. Sin embargo, hoy en día la fusión no está muy extendida más allá de Dragon Ball, la nobleza y el mundo del fútbol. En Europa está muy regulada porque la Unión Europea obliga a que el fusionado incluya en su nombre el número de personas implicadas en la fusión (ese fue uno de los motivos que, con cierta razón, arguyeron los Boris Johnson a favor del Brexit).

Por eso, los casos más exitosos se han llevado a cabo lejos de nuestras fronteras. En Colombia, el velocista Juan Guillermo se fusionó con el percusionista Juan Guillermo para formar al futbolista Juan Guillermo Cuadrado, hoy en la Juventus (el caso del futbolista japonés del Mallorca cedido por el Madrid, mercenario y piloto intergaláctico Takefusa Kubo es peliagudo y nunca se usa como ejemplo en el movimiento profusión, porque implicó a tres personas que no dieron su consentimiento, dando lugar a un trastorno tripolar de personalidad). En España, la posibilidad de fusionarse se reserva a la nobleza. Por ejemplo, su majestad Felipe VI es una fusión de seis ejemplares de Felipe Borbón, y el emérito Juan Carlos I de Juan Borbón y Carlos Borbón (aunque encerrado en el nombre de Carlos, Carlos se sentía Juan desde que nació y por eso pudo fusionarse). En estos momentos, un equipo especializado está buscando a todas las Leonor Borbón en España para someterlas a tratamiento: de momento han encontrado a tres así que se espera conseguir un espécimen de Leonor III. Siendo muy improbable que España abandone la Unión Europea, y teniendo en cuenta que mi título nobiliario está caducado, creo que la opción de fusionarme con Javier Padilla para crear a Javier Padilla Cuadrado no es viable en estos momentos.   

La tercera opción es la guerra (Hitler 1939; Franco 1936; Mao 1949; Lenin 1917). Un doble es una amenaza a la identidad personal y profesional, y solo debe quedar el más fuerte (Darwin 1859). Esta opción ha sido explorada por el arte. Por ejemplo, en el libro de Eric Barenboim Suárez en Kosovo, el futbolista Luis Suárez es confundido con el médico Suárez, llevando a unos y a otros a la desgracia (la subtrama más compleja sucede cuando se descubre que los mordiscos de Luis Suárez crean nuevos Luis Suárez, y que el origen de la epidemia estaba en el Luis Suárez español). También el cuadro de Goya Saturno devorando a sus hijos es otra recreación de esta tragedia griega ya anticipada por Sófocles. Como dijo el sabio griego, “Saturno no es más que otro padre que llama a sus hijos como él y decide comérselos por el miedo a que algún día sean sus dobles y lo reemplacen”. No es raro que, vistas las circunstancias, los gobiernos tomen medidas drásticas para frenar la epidemia de dobles e infanticidios. ¿Quién no ha oído hablar del célebre arqueólogo Leo Messi, asesinado por los sicarios de Bartomeu a sueldo de la Generalitat? ¿Y cómo obviar la muerte en extrañas circunstancias de Shakira, la Catedrática de Bioquímica en la Universidad de Manchester que había descubierto cómo matar ratas con cloroformo, uvas y queso? ¿Y qué decir del caso del atormentado Han Sin Doble, condenado a una vida de incomprensión tras el brutal asesinato de Chyhrynskyi a manos de Chewbacca Cuadrado y Takefusa Kubo? Yo ya he empezado a tomar medidas agresivas contra mi doble. Cuando todo el mundo aplaude a la sanidad pública en los balcones, incluyendo al médico Javier Padilla, yo me quedo en silencio y no me muevo. Soy consciente de la gravedad de mis actos y del daño que hago al sistema público de salud con mi actitud, pero situaciones extremas requieren medidas extremas. Confío en que Javier Padilla no será capaz de resistir por mucho tiempo mi falta de entusiasmo con su trabajo durante el confinamiento.

La última opción es la usurpación de la identidad (Highsmith 1955). En ese caso, una de las decisiones más complicadas es decidir con cuál quedarse (ver Gómez and Gómez 2012; Hernández, Hernández and Hernández 2014; García, García, García and García 2018). Muchos filósofos han tenido problemas decidiendo cómo se podía evaluar una vida, llegando generalmente a la conclusión de que, más allá de Han Sin Doble, dos humanos no pueden ser comparados (Scruton 2010). ¿Cómo comparar a Javier Padilla con Javier Padilla? ¿Con quién quedarse? Una opción es evaluar lo que cada uno ha hecho hasta ahora con su vida. Los dos tenemos un solo libro, así que espero que él no haya tenido hijos ni plantado algún árbol. Si miramos a lo que estamos haciendo en estos momentos, durante el confinamiento uno ha estado salvando vidas mientras que el otro ha escrito este texto sin aplaudir al servicio sanitario. Desde ese punto de vista, parece que gana un Javier Padilla, aunque no es posible dilucidar cuál. Sea como sea, este asunto parece demasiado complejo para que un Javier Padilla solo sea capaz de desentrañarlo, así que habrá que recurrir a Takefusa Kubo.