jueves, 31 de marzo de 2016

ENTRE TODOS



*(Este relato ganó el concurso del Chaminade en el 2014)

(Leer con desgarro y gracia, chulería y arrojo)

¡Ay pero qué tristeza más grande, por Dios! ¡Qué tristeza! ¿Cómo podía haberle ocurrido a alguien como ella, la más grande y laboriosa, todo un ejemplo para todos? Y allí estaba ella, la Toñi Moreno, cariñosa y recia, ayudándola como presentadora que era, con la gracia que tiene y ese salero andaluz y esa cercanía característica. Y el público que jadea y las luces que lo iluminan todo. Y en la pantalla, la chiquilla, la pobre, la endeudada, la mal tratada por todos, la trabajadora y amabilísima Carmenchu y su hijito, el enfermo, el monísimo, el pobrecito, ahí llorando y gimiendo, con sus cinco añillos y con su espina bífida y sus penas. ¡Qué tragedia, mi alma! ¡Qué desgracia se cierne sobre nosotros! Pero la Toñi puede con todos y llaman al programa y ella pregunta “¿Qué es lo que tengo?” y el público, con su caridad y su alma, exclama “¡Llamada!” y se escucha en directo a la María desde Orduña, Vizcaya. “¡Ay pero qué bien se come en el norte!” “¿No habré estao yo allí este verano y habré engordao con los pinchos que no entro en mi vestido?” exclama la Toñi, la serrana y morena, la andaluza de cepa y solidaria, la decente y guapa, evocadora de solidaridad española, de grandeza y emprendeduras variadas. ¡Ay la María de Orduña que dio mil euros! ¡Ay los lloros repetidos de la Carmenchu!  Y qué gracioso su hijo sin enterarse en su inocencia y mirando y llorando junto a su bendita madre que lo agarra. ¡Ay qué felicidad partida! ¡Ay la Carmenchu invitando a María a su casa, a Toledo (“¡Con lo preciosísimo que es Toledo!”) a vivir, a una cerveza, a lo que quiera! Porque mi hijo va a poder andar, yo se lo prometo. Con todo lo que he luchado, plaza a plaza limpiando, tramo a tramo barriendo, casa a casa de sirvienta, y ay de mi bendito marido, el bienaventurado, el luchador y ay de mi hijo sin este dinero y sin el tratamiento. Y las lágrimas de grandeza a toda España retransmitidas y esa solidaridad del programa ya desplazado de Andalucía a España, ahora a Europa y al mundo. “Y… ¿Qué es lo que tengo?” de nuevo la Toñi, la salvadora, “¡Llamada!” el público gritando. ¡Cómo no emocionarse con el desfile de lágrimas de la Carmenchu y de sus gracias a la bondadosa Juana y al pequeño Pedro! ¡Ay por Dios qué alegría por los nuevos mil euros! La Toñi, con su mirada complaciente, con su sonrisa encarada, con su demostración de arrojo, por salvar España, y tras comentar la ricura de esa morcilla tostaita y tan poco hecha que ella misma se tomó en Burgos, continúa fresca y vivaracha en su labor: “Si es que entre todos salimos de la crisis” “Abrimos nuestra casa, la televisión de todos los españoles, a quien necesite ayuda y mira qué bien sale todo” “Otro milagro, mi alma, la solidaridad” y esa voz característica del que lo sabe y ha visto todo, como la Toñi, la grande, que sabe encauzarte con esos dejes y esos movimientos de penilla, de sarna y de miseria, que no puedes sino darle un abrazo y unos cuantos miles de euros. Esa voz obsesiva, posesiva, característica del cristiano que ha entendido el mensaje y que lo comparte y que sabe que está en lo cierto. Esa voz que no tiene defensa porque habla desde el alma y a la que toda crítica es imposible porque se habla desde órbitas diferentes. La Toñi habla con el corazón y eso se nota. 

(Leer con vagueza y desgana, desánimo y pereza)

En mi casa vemos en la sobremesa la televisión pública. No por nada, vaya. Siempre lo hemos hecho así. Como en Nochevieja, claro. Y veíamos allí en el Canal Sur todas estas cosas. Y ha sido una alegría, por lo menos para mamá y la abuela, que hayan puesto a la Toñi en la Televisión Española. Antes, Amar en Tiempos Revueltos podía con nosotros y nos enganchábamos y luego ya continuábamos con nuestras cosas. Ahora es mejor. Mi mamá y mi papá están enamorados de la Toñi. No dan un duro porque no tienen desde que el papá está en el paro por la crisis y esas mierdas, pero vaya, si pudieran darían sus ahorros ahí, que solidarios somos un rato en nuestra familia. A mi hermana Lucía, la mayor, no sé por qué pero no le gusta el programa, ni nada que se le parezca. Yo estoy en la universidad también y no tengo esas ideas, no la entiendo. Siempre que llega a la casa, le entra como un ansia por dentro y se va a su cuarto y no quiere saber nada de nosotros. Lucía es muy rara. Yo tampoco la culpo. A mí tampoco me gusta la pobreza que sufrimos en este país. Pero yo sé afrontarla y veo estos programas. No me gustan los lloros y la excesiva flaqueza que muestran pero, joder, si están haciendo una labor social y muchas cosas buenas y trabajando por todos, ¿Quién soy yo para decirles nada?

(Vuelta al desgarro y a la rapidez de lectura)

Y llega el momento de otro vídeo. ¡Ay el pobre hijito hablando que ni se le oye, contando su historia con la tímida vergüenza y el apocamiento que le producen la camarita enfocándole a los llorosos ojillos mientras la guapa guapísima presentadora sonríe! Y eso que la presentadora les compadece y le pone la mano en el hombro a la Carmenchu y al marido: les dice que van a salir adelante, que no pierdan la sonrisa y la esperanza. ¡Y mientras lo dice mira a cámara! A cámara, sí, buscando la mirada cómplice de su Pedro, que sabe que le está mirando y que está orgulloso de ella, ahí tan joven, tan guapa guapísima y ya ayudando a España y a todos. ¡Y llega al fin el vídeo de la injusticia de sus vidas! Sus dificultades. El mal patrón, el banco cabrón, la familia muriendo y el marido a la cárcel por robar lo que no tenían pal hijo. Y el hombretón explicando, con toda su bravura y fuertes facciones, lo miserable que era y sentía. Que nunca había llorado hasta ese día. Pero que no podían más. Que era to muy difícil para ellos. Y el pianillo repicando y los violines sintéticos dándole más inri al asunto; todos lloran ya. Y el hijito, enfermo, que no sabe a quién mirar. Y la guapa guapísima, con entereza, buscando a su Pedro en su mirada, imaginándoselo con la cresta y el pendientillo que se ha puesto en el ombligo. Y la Toñi con su mirada cómplice y las señoras del público más mayores con los sudores y los lloros y los gritos cuando llega otro “¿Qué es lo que tengo?” y la esperanza que nos da la vida en la “¡Llamada!” y la nueva señora, Marisa de Logroño, “¡Pero qué bonito es Logroño por Dios!”, que, la pobrecita, es pensionista y que no llega pa fin de mes pero que se ha conmovido y quiere colaborar pero que sólo puede dar trescientos eurillos porque no tiene más. ¡Cuánta generosidad en la mirada de la Carmenchu que da las gracias! ¡Y cómo lloraba el marido por la caridad, el que nunca había llorado sollozaba en directo para todos los españoles! Y la audiencia subía. “¡Hemos llegado a la cantidad prometida en menos de una hora! ¡Podemos seguir con más historias!” exclama la Toñi. Y los abrazos y los vitores se suceden y los tres expertos, el psicólogo, la abogada y el empresario, asintiendo porque ellos lo sabían: ellos sabían que el país no se hunde con esta solidaridad y este saber vivir. La Carmenchu se despide extasiada, el marido llora por última vez y el niño mira a la guapísima, la Toñi se despide de Toledo con una sonrisa de satisfacción. La sonrisa del que no duda y sabe que está en lo correcto porque Dios está con ella. La sonrisa de la benefactora.

(Leer con calma, solera, vejez y adecento)

En la silla de ruedas, la abuela ya no puede ni pensar mientras ve la tele. Excelente cristiana, sus cruces muestran su profunda devoción a la virgen María, su benefactora y queridísima. Nacida en los cuarenta, entre la austeridad y la santidad, trabajó como todas en sus años mozos, levantó el brazo como le pedían y fue capaz de entender la mentalidad de la época de una manera lógica y clarividente. Entre sus inocentes cantos, que recitaría desde pronto a su hija, figuraría de una manera paradigmática aquella Balada del Vagabundo que José Guardiola popularizara en los sesenta. Ahora que en su vejez se le venía tal canción a su cabeza con tanta fuerza, pensaba en los pobres protagonistas de las historias de ahora. A pesar de que ella desde la llegada de la democracia se había considerado de centro reformista, tenía que reconocer que con Franco estas cosas no pasaban. Creyente implícita en un orden natural de las cosas y las personas se podía decir que creía casi más en las clases sociales que en Dios. Siempre caritativa y atenta, aceptaba plenamente la existencia de desigualdades como algo que se daba en la sociedad. Pero, y sin ver contradicción, su alma benévola cristiana le hacía sentir una profunda compasión y tristeza por aquellas almas en pena. Como esas señoras que trataban bien a sus esclavos, su admisión de que hubiera desigualdades sociales no implicaba que cuando las viera no tratara de combatirlas. Que creyera en las clases sociales no hacía que no fuera bondadosa con los que no eran de su clase. Implicaba, simplemente, que nunca serían sus iguales. La caridad se dibuja en contornos de crisis y pobreza, cuando sentimos pena del que nunca será nuestro igual ni nos alcanzará. Así, la abuela, mientras miraba a la televisión y pensaba que los vagabundos de entonces son ahora todos los parados, enfermos y ancianos sin verse en ninguna de las categorías, se erguía como una benefactora abnegada, generosa y pía, merecedora de todo el respeto y admiración por sus obras. Ella, mientras cogía el teléfono, pensaba que sería capaz de salvar a quién lo merecía y llevarlo al paradero de Cristo. 

(Vuelta a la emoción y a la devoción, al salero y la bulería)

¡Y llega el momento de los expertos! ¡Ay qué bien vestidos, qué honorables y respetables son todos! Que los ves a los tres, sentaditos, en sus trajes, y con sus títulos, honorabilidad y méritos. Y habla el psicólogo Guillermo Fouce, sí exacto sí, el del PSOE, el de Torrejón De Ardoz, el faro de la moral. Y qué bien habla, qué gallardía y porte, qué honestidad demuestra. Se nota que es de Madrid. Y qué consejos. “¡Llega el momento de los emprendedores!” y la Toñi que se emociona con esa palabra y se le cae una lágrima. Ha conseguido que todos tengan su mirada, su bondad y su tono y a ella le vale eso más que nada, con ese salero. ¡Y es que es hablar de los emprendedores y se le cambia la voz mi niña! Alguna pulla al banco puñetero pero aquí quién no lo consigue es porque no quiere “¿O no?” Y sigue el Guillermo hablando de la empresa, de la necesidad de ser empresario. ¡Hay que ver qué didáctico y paternalista es, si se aprende con sólo mirarlo! Es un político pero qué buena persona es. ¿No estaba él en el curso que iba el niño, el de ICADE? Y la Toñi que sigue en sus trece, ojos brillosos de felicidad. ¡Ay, que Emilia Zaballos pide la palabra! ¡Y nos habla de Toledo! Porque ella empezó en Toledo, porque ella sin Toledo no hubiera llegado a nada, porque ese movimiento de manos lo vale, porque esos gestos decididos lo merecen: sabe hacer las pausas, los aspavientos, se mueve como nadie, habla como ninguna (¡si es doctora y cum laude por unanimidad en Filosofía del Derecho, Moral y Política, mi niña!), con esa forma de ser cercana “¡Ella que ha triunfado!”, con su prestigioso despacho de abogados “¿No tiene su club de fans en Facebook, con 8500 Me Gusta?”, con su conocimientos y esfuerzo, perseverancia y experiencia, qué forma de hablar, hay que ver los abogados, qué grande para España. “¿Pero niña, no la recuerdas de juez?” “Sí, niña, sí, era ella” “En Telecinco, en De Buena Ley”. “¡Con qué magnanimidad decidía, acorde al derecho por supuesto, si había que divorciarse por ser asexuado sin escuchar al público que malmetía!” “¡Con qué justicia hablaba en el caso de los brotes psicóticos o en el del incendio!” “¡Qué buen programa era!” “¿Pero cómo va a ser una farsa, mi niña, qué te vas a creer lo que pone en Wikipedia?” Y, mientras, la Toñi seguía en su salsa, “¡Hay que ser empresario y emprendedor, no creo que haya na más bonito!” y el Javier Villaseca, de ‘SocioInversores’, ¡pero si también es queridísimo en Twitter!, nos cuenta lo que es el Préstamo Solidario y la Toñi, emocionada. A su aire. Con su gracia. De repente, corre hacia el Villaseca y se antepone a él, “¿Qué es lo que tengo?”, y el público, ardoroso, “¡Llamada!”. Y la Toñi asintiendo. “Tenemos otra trágica historia que solucionar. Y lo vamos a hacer–mirada fija a la audiencia embobada- con nuestro granito de arena, que para eso estamos aquí.” Nos vamos a Cataluña, mi arma. 

(Leer con vaga voz, del paro, de la dureza, aburrida)

El padre, con su camiseta sin mangas y el tatuaje en el bíceps, piensa mientras ve la tele. Debería estar ahí, joder, en la obra, con los ladrillos y no viendo la tele. Pero hay que ver, que se enganchaba a la tele y no salía de ella. Con esa decoración, esa sonrisa preciosa de la Toñi, esos problemas que arreglaban y las constantes llamadas e historias pasaba bien el rato. Ya veía todos los días el programa, junto a la abuela, el niño y la madre. Recuerda: ¿No le ha dicho ya veces a la abuela que deje de llamar y dar su dinero allí? Pero él no se plantea nada más allá de eso y vive su vida con naturalidad, en el presente. Pero últimamente le preocupa su hija Lucía. Está arisca y cada vez más rara. No se habla con la madre ni con el hermano. “Pero qué más da, cosas de la edad”, concluye. Como tantos de su generación, dejó que la vida se le impusiera a su manera sin tratar de destacar jamás por arriba o por debajo. Sin ambición en el vivir dejó pasar el tiempo siempre, fue pasando cursos como uno más y cuando varios amigos le dijeron lo de la construcción pues fue para allá. Sin haber levantado nunca la voz a nadie ni haberse enfadado nunca, su mujer lo descubrió como un tío duro y simple, trabajador y obediente. Ahora, cuando veía algunas historias de la tele, una lágrima se le venía a los ojos al recordar su situación y ver que no era tan diferente a la de ellos. Pero siempre era capaz de secársela rápidamente para continuar su mirada impasible y obediente a la tele. Así, su mujer no se daba cuenta de su debilidad y podía continuar su vida normal. Ella sí tenía una casa y una reputación por mantener. 

(Montaña rusa. Empezamos rápido, continuamos lento y acabamos corriendo)

¡Vámonos a Tarragona! Ay Cataluña, qué bonita eres. Si es que si estamos unidos nos va todo mejor, para qué separar, si esto es maravilloso. Y allí está Enric Company, ¡y la Toñi no sabe cómo pronunciar su apellido!, que es catalán, pero seguro que muy español. Y los dos bromeando sobre la pronunciación de la Toñi y el público entregado, porque esto del catalán es graciosísimo. ¡Ves cómo se construye país! Pero el problema aquí es muy grave y los violines y la seriedad de Toñi nos lo hacen notar. Bajan el ritmo, las pulsaciones y la diversión. Sandra, de Mont-Roig, tiene una enfermedad del corazón pero su prioridad se llama Mónica y Edgar. Están tanto ella como su marido Alberto en el paro y ella no puede entrar en el quirófano hasta que no sepa que sus hijos van a poder seguir en el piso y van a ir al colegio, porque con su pensión no les basta. La Toñi, tranquila e intentando dar ánimos, dice que han consultado con tres cardiólogos (“porque en el programa somos muy asustadizos”) y les han dicho que la mejor medicina es la esperanza que le dan en el programa. Sandra necesita comida, ropa y material escolar para sus hijos. “Mientras tenga un hilo de vida mi último suspiro va a ser para mis hijos”. Ella tenía un posible donante para su trasplante de corazón, pero al compatibilizar las dos sangres se comprobó que el índice de rechazo era elevado así que no se pudo realizar el trasplante. Ahora está muy mal, los médicos le dicen que está muy justita. Toñi está llorando. Le dice que ha vivido una historia muy parecida a la suya. Luego afirma: el milagro va a suceder. Primero porque te lo mereces. Y…luego porque te lo mereces. Y lo tercero porque te lo mereces. Tú estate tranquila. De lo demás nos encargamos nosotros. España te va a ayudar. 

(Leer con pulcritud y decencia pero con una pizca de odio)

Qué pena me dan estas historias de la tele, de verdad. Yo siempre he ayudado a todo el mundo y he sido buena, pero qué le vamos a hacer. Y es que, en cierto modo, hay gente que no puede, no entiende o no merece otra vida. A mí me educaron así y así soy. En mi bloque de pisos no se hace nada que yo no controle y todos me quieren, ya ves. ¿No haré yo la colecta para dar kilos de comida cada navidad? Pero hay que ver con la gente, si en el fondo se lo han buscado. ¡Vaya pintas de algunos! Y vaya lloros. Cuando les veo así, llorando en directo para toda España, siento pena sí, pero también, en el fondo, una inmensa alegría. Me doy cuenta que es la que sentimos todos los que vemos el programa. Pienso que si no estoy así es porque me lo merezco y sí, joe, alguna vez hay que decir las cosas claras: ellos nunca serán lo que yo soy. Si están así por algo será. He pasado toda la vida ayudando y puedo decir que las cosas se mantienen y que el pobre seguirá pobre, de una manera u otra. En el fondo, me dan asco y pena. Pero hay que ver, ahora no se pueden decir estas cosas, pero anda que no las decía claritas mi madre. ¡Y que baje Dios y vea cómo se pone mi hija Lucía cuando digo mis opiniones al respecto! Si es que yo no la entiendo con sus ideas tan locas. Qué van a pensar de ella. Bueno, que no se me olvide: tengo que hacer la compra y la cena que esta noche vienen los primos pequeños y tengo que enseñárselos a todos los vecinos. 

(Llega la duda, la incertidumbre, lo no obvio, lo difícil, el descontrol)

La Toñi no se contiene. A Sandra la vamos a salvar. Y entonces sucede el milagro. “¿Qué es lo que tengo?” y todos, con la fuerza de la verdad, “¡Llamada!”. Y la Sandra con su corazoncito lleno de alegría, que no hay nada como la esperanza para las enfermedades del corazón. La Toñi, en su salsa, “¿Con quién tengo el gusto de hablar?” y le responden, seriamente, con una voz casi de niña y llena de dudas: “Hola muy buenas. Me llamo Lucía y soy de Sevilla”. Y la Toñi que iba a hablar de su Andalucía, de su Sevilla, de lo bonito que era que el sur ayudara a Cataluña, de la solidaridad y de la bondad de los españoles justo se da cuenta de que Lucía sigue hablando: “Mira a mí, personalmente, me encantaría tener la posibilidad de pagarle a Sandra la operación y me gustaría que Pedro pudiera salir adelante con su empresa, Juan ganara la lotería y de que mi padre encontrara trabajo. Independientemente de eso, yo quiero preguntarte a ti, Toñi, ya que eres tan cercana y ayudas tanto a la gente, si tiene sentido hacer el paripé de las lágrimas y que no se haga ningún tipo de crítica seria a por qué suceden las situaciones que se muestran en el programa” Toñi, mirando al suelo, intenta cortarla, pero Lucía continúa: “Y sí, hablo del gobierno. Y también hablo de vosotros. Creo que este programa lo que está haciendo es fomentar la caridad y es el estado de bienestar el que debe cubrir estas necesidades” y, Toñi, con voz de madre que responde a un capricho de su hija pequeña, suelta un “Lucía…” “Escúchame Lucía” intentando calmarla, pero Lucía sigue: “¿Por qué no hacéis ninguna crítica de las situaciones que ocurren? ¿Por qué tienen que salir llorando todos en cada uno de los programas? ¿Por qué ese servilismo hacia ti, Toñi? ¿En base a qué criterios se da la ayuda? Y digo todo esto porque si bien Sandra puede que necesite su dinero urgentemente se pueden ver muchos casos de gente que no está en extrema necesidad. La pregunta es: ¿En base a qué podemos dar por hecho que ayudamos a unas personas sí y a otras no sino es por el mecanismo del derecho y del Estado de Bienestar? ¿Por qué no destinamos el dinero público a que el Estado y sus profesionales de los trabajos sociales, de la sanidad o de la educación sean capaces de solventar estas situaciones sin tener que llegar a una solidaridad mal entendida, que no es sino una caridad primaria, de las de otros tiempos? Ustedes se llenan la boca con todas las ayudas que dan y con todo el bien que hacen pero lo que hacéis es jugar con los sentimientos de las personas y eso no se debería hacer.” Toñi mira al suelo y se la ve algo contrariada pero continúa sonriendo e intenta, en vano, cortar a Lucía que sigue, a lo suyo “Y por último, Sandra, te respeto y me siento identificada contigo, lo que tienes que hacer es acudir a los profesionales de la sanidad. No dejes que nadie nunca piense que es más que tú. Existe una gente que se dedica a ello y que no está dispuesto a someterte a una humillación para ayudarte. Muchas gracias”. Y colgó. La Toñi suspira. Vuelta a la mirada de madre.  

(Leer con ira y rabia. Sensación de angustia, hastío, odio, violencia)

El Enric no para de sonreír a la cámara. Como a todo actor de teatro que se precie, le sale muy bien esa sonrisa impostada, de falso apremio y complicidad sobrevenida. Le va muy bien con esa sutil combinación de galante empatía que enamora a alguna madre de casa española y de solidaridad superficial que tanta gracia hace a las señoras de tercera edad. Pero todo lo maravilloso dura poco y en cuanto la cámara se retira Enric vuelve a su mirada ausente, a su mirada absorta en el suelo del parqué: es incapaz de mirar a los ojos de Sandra o de Mónica o Edgar. Sabe volver a poner la sonrisa cuando hace falta: cuando Sandra le dice lo guapo que es o cuando el pequeño Edgar le pregunta de qué equipo de fútbol es. Pero es una cosa temporal: su sonrisa no logra enmascarar su mirada ausente. Es de ésos cuya sonrisa no se refleja en el resto de su expresión facial. Y, aunque Sandra no se diese cuenta, cualquier conocido suyo se habría dado cuenta de que Enric no estaba a gusto allí. En su mirada había indiferencia, hastío, ¿un deje de desprecio? Simplemente, piensa que Sandra se va a morir y vaya mal rollo. Además, no nos olvidemos, Sandra es rumana y, como diría su amigo Josep “aunque yo no sea racista, este tipo de gente viene a nuestro país y (…) y encima pidiendo y… ¡joder! mejor no pensar en ello y seguir votando a Anglada”. En el fondo, si nos ponemos serios, este tipo de programas, este tipo de gente, este tipo de ideas y este tipo de política gubernamental están hechos para él. Sin ningún conocimiento técnico, con una capacidad para la sonrisa innata, con unos eslóganes “revolucionarios” muy obvios y estridentes: Enric juega su papel en este mundo que estamos creando para él. Así, tras despedirse de Sandra con la gracieta de “Ya verás que os traen más regalos que a Enrique Iglesias” piensa que nunca más volverá a ver a esa desgraciada mientras a la vez se congratula por colaborar en la televisión de todos ayudando tanto. Porque una última foto con toda la familia, con esa mujer que se juega la vida tratando de sonreír abrazada a sus hijos y con el Enric alargando los brazos y haciendo una postura irreverente de las que tan bien le salen, no tiene precio. Para todo lo demás, Entre Todoscard. [1]

(Tono de mitin político, de libertad y esperanza)

La Toñi mira a cámara. Sonríe como ella sólo sabe. “No pasa nada”. Y sigue mirando a la cámara y a los espectadores, entre sorprendida y maternal, como una madre complaciente ligeramente decepcionada. “A ver, si no pasa nada. Si entiendo que un chaval, que estudia y que es su postura y todo eso, pues tiene derecho a decir su opinión”, dice tranquilamente, con empatía. “Pero hay que ser valiente. Yo respeto tu opinión, pero dame la oportunidad de responderte”. Va cogiendo carrerilla. “Mira, me gustaría que nunca te vieras en la situación de pedir ayuda a la gente pero cada día que aquí se monta un negocio y que una persona se va con la ayuda y con el cariño de todos yo me siento orgullosa del programa porque lo hacemos entre todos”. “Tú tienes la libertad de hacer lo que quieras, ¡incluso de ver otro programa!, o, mira, incluso de ayudar” y pone esos ojos brillosos entrenados de bienhechora que entiende hasta al insolidario. “¿No habías dicho que ibas a ayudar? Porque me parece feo, sí, me parece feo que, si te vas a dedicar a esto utilices tu tiempo para soltar un mensaje y dejarnos con mal sabor de boca”. Y es que la Toñi sabe que se le entiende, el público afirma todo lo que dice y ella coge fuerzas. “Te necesitábamos para ayudarla. Esto no es caridad y te lo voy a explicar, a ver si aprendes algo. Esto no es caridad. Yo no me siento mejor que las personas que se sientan aquí todos los días. Las personas que llaman lo hacen de igual a igual y aquí aprendemos todos de todos” mira las caras del público y se confirma en su razón. “Es verdad que en otro tiempo vivíamos con un estado de bienestar que nos permitía ciertas cosas. Pero el estado ya no nos puede pagar todo.” Por un momento a la Toñi se le pasan por la cabeza todas las personas a las que ha ayudado en estos años, se le remueven las tripas de solo pensar en las críticas que ahora recibe y que nunca recibió en Andalucía. Sabe que ella está en lo cierto, que es decente lo que hace y que es solidario y social. Y el público se lo hace ver cuando ella, más fuerte y corajuda, admite que ya lleva demasiado tiempo con la tontería de la niña y que debe seguir ayudando. “Aquí podemos hacer dos cosas: o quedarnos como tú (y señala a cámara) diciendo “el estado debería pagarle su operación” o movilizarnos y que se pueda pagar la operación”. La gente se levanta y aplaude, se escuchan bravos y la Toñi, segura de sí misma, finaliza. “Yo prefiero andar. Yo, prefiero trabajar.” Un último plano general muestra los aplausos de la esperanza recobrada por el público, justo cuando viene un nuevo rutinario “¿Qué es lo que tengo?” y el trabajo y la solidaridad continúan.  

(Leer con juventud y fiereza, con esperanza y algo de desencanto)

Y, antes de continuar, pega un sorbo a la cerveza. “Pues eso, que llamé al programa. Y se puso nerviosísima la Toñi”- dice Lucía, que ríe. “Estoy harto de esos lloros y de esa manera vergonzosa de sacar rentabilidad y audiencia de las desgracias ajenas”. Pero a sus amigas todo parece darle igual. Brindan y entonces Marta le responde. “Pues yo qué quieres que te diga, el programa ayuda a los demás. Yo no lo veo, pero si ayuda está bien”. Y, Lucía, perdiendo la sonrisa. “¿Pero cómo puedes decir eso? Ese programa es puro franquismo: lo ha dicho la prensa extranjera, el País, todos. Que una persona esté necesitada no es argumento para que haya de venderse de esa manera. Además, es una televisión pública y ¿cómo se entiende un programa de tales características en una televisión de todos? La solidaridad y los sentimientos son algo muy serio como para tomárselos a la ligera y venderlos de esa manera ¿en busca de audiencia? ¿En busca de justificación moral a las políticas del gobierno? ¿En esos idiotas bien pensantes quieren que nos convirtamos?” Como siempre que se enrollaba, a Lucía le daba la sensación de que nadie la entendía. “Aquí mucha manifestación y todos nos sentimos que colaboramos con nuestro país y nuestro futuro. Mucha palabra pero luego, ¿qué hacemos con nuestro dinero? ¿En qué empleamos nuestro tiempo libre? Mucha queja y luego, por la noche, a ver Gran Hermano o Master Chef. Es que, claro, así es muy fácil. Todo el día con el Facebook o leyendo Asco de Vida y luego, cuando salimos, al Burguer King y a la discoteca. Luego, por la mañana, nos quejamos de que se nos controla y que el gobierno prima a las multinacionales, a los más ricos y a la cultura del pelotazo y del bajo impuesto.” Ahora se daba cuenta de que no se entendía ni ella misma. “Lo que quiero decir es que las cosas nunca son obvias. Cuando nos quejamos de las cosas que ocurren en España es muy fácil hablar en términos genéricos y es muy difícil establecer qué porcentaje de culpa es nuestro y de nadie más. Que en España haya ahora mucha más pobreza y que las cosas se hayan puesto más difíciles no nos legitima para ponernos histéricos, pensar que no tenemos opciones y que, si el otro se presta, se le puede humillar a cambio de una limosna: volver a ese tipo de caridad no debería ser una opción. Sé que no es obvio y que no es tan evidente en Entre Todos ese tipo de actuaciones pero creo firmemente que late en el fondo del programa una caridad mal entendida de ese estilo. Si queremos desde que dejen de existir desigualdades a que se escuche mejor música o que se legalice la marihuana no tenemos que quejarnos, o quizás sí, pero sobre todo tenemos que elegir opciones de vida que fomenten unas cosas y no otras. Así, ver Gran Hermano o Entre Todos se convierte en una opción política y de estilo de vida respecto a salir con tus amigas por ahí, acostarte con tu novio, afiliarte a un partido político o jugar al baloncesto, que no dejarían de ser otras opciones políticas. Lo que es ingenuo pensar es que lo que yo haga con mi tiempo y dinero no afecta a la vida no ya mía, sino de toda mi comunidad. Si yo no veo ese programa, ese programa no existe. Si yo no compro ese producto, desaparece. No es el mercado, pues, el culpable, soy yo. Tenemos opciones.” Todas sus amigas callan. La verdad es que Lucía, últimamente, las impresiona. Rosa mira al suelo, ella ve Gran Hermano. Marisa coge la cerveza, ¿Por qué no va a estar bien ir al Burguer King si le gusta? Elena, por su parte, está distraída ¿Por qué habla Lucía siempre de estas tonterías?, mucho se teme que, como sucede, Marta responda. “Mira Lucía, vives en el mundo de Yupi. ¿El programa ayuda o no? ¿A quién has ayudado tú? Da oportunidades a gente que no tenía nada. ¿Qué franquismo ni qué niño muerto? En el mundo real la gente no se plantea nada de esas tonterías. Con seis millones de parados, ¿Nos vas a hablar de esas cosas? Aquí la situación es muy mala, para una gente que ayuda ya sales tú con tus teorías absurdas y tus tonterías. Si ayuda a gente que lo necesita, está bien. Y yo no lo veo, que parece aquí que soy la mala porque nadie puede discutirte nada” Y Lucía mira a sus amigas pidiendo que se mojen, que le den la razón. “¿¡Pero qué pensáis?! ¡Rosa, tú eres de izquierdas, qué piensas!” Y Rosa, como siempre. “yo no tengo suficiente información, no puedo posicionarme.” Ante el silencio de las demás amigas la cosa se calma. Pablo, que acababa de llegar, trata de dar la razón a las dos con su sentencia lapidaria: “Los españoles somos muy tocapelotas. Si no se ayuda a nadie, malo. Si se le ayuda, también. En fin, qué se le va a hacer”. 

(Coda final)

Justo antes de empezar un nuevo programa, Toñi Moreno estaba confiada y alegre: hoy va a hacer un programa muy especial. La noticia le sorprendió mucho, como a todos. Sandra ha muerto por complicaciones sobrevenidas tras la operación de corazón. Toñi levanta la cabeza ante la mirada de sus colaboradores, nunca la habían visto llorar de esa manera. ¡Justo hoy iban a hacer un especial sobre Sandra y lo bien que le había ido todo cinco meses después! Y además, justo en este momento… que las críticas atacaban con tanta fuerza…que la audiencia había comenzado a responder de una manera masiva y que el programa iba a hacer un especial en Nochebuena y Nochevieja… ¡Toñi, piensa, piensa! Y lo hace: “No diremos nada del caso de Sandra en el programa de hoy”. Y lo dice con toda la rabia de su corazón y sigue llorando. Se recompone para hacer el programa, pero cuando finaliza el mismo estalla. ¿Dónde están los trabajadores sociales ahora? ¿Dónde están los pijos de los periódicos que critican el programa? Yo, que soy apolítica, yo, que he luchado. Y llora por Sandra: por sus dificultades, porque ella no haya tenido tanta suerte. Duda, por un momento, de su labor. No es posible. ¿Dónde están los colectivos que alababan Tiene Arreglo? ¿Y el PSOE de Andalucía, que la puso a ella en Canal Sur, cómo puede ser tan hipócrita? Ni ellos ni el PP en TVE han puesto pero alguno a su labor nunca ¿Cómo tienen la cara de venir ahora criticándome por hacer las mismas cosas que antes eran “un ejemplo para todos”? Ella sabe que está en lo cierto, pero llora. Llora por lo inevitable, porque aunque haya cada día tres o cuatro familias que salen de la pobreza y una nueva empresa en este país gracias a ella España nunca saldrá del pozo. Toñi Moreno llora porque es buena y llora de corazón, llora por sus dudas y por las de todos, llora porque no sabe qué es lo correcto o más bien si hay algo correcto. Ella se gana así la vida, ¿Pero quién ha dado voz a los pobres y a los que no tienen sino ella? ¿Se piensa acaso alguien que ella es mala, que le gusta el morbo de la pobreza y la sensación de ser superior? ¿Alguien le dirá, alguna vez cara a cara, que su alegría ante las situaciones complicadas que se le presentan no es, simplemente, su manera natural de afrontar las dificultades? ¿Es que acaso no se dan cuenta los idiotas de la izquierda pija con su superioridad moral que hacer un programa de este estilo es la única manera de ayudar verdaderamente y poner el foco en las personas que realmente tienen necesidad? ¿Y por qué tengo entonces ataques de conciencia por hacer el programa que hago y silenciar lo de Sandra? Porque sí, Toñi, los tienes, pero sabes que es el precio a pagar. Pero has de seguir haciendo el programa, Toñi. Como lo has hecho todo, con valentía y arrojo, a cabezazos si hace falta. Por salvar Andalucía, entonces, y, ahora, España. Porque has demostrado que con un poco de sentido común y de alegría se puede hacer mucho bien a quienes no tienen, adelante Toñi, has de seguir tu labor. Pero Toñi sigue llorando. Por las dudas de todos.   
A veces, cuando creamos determinadas escuelas de pensamiento y establecemos como correctas determinadas pautas de conducta, olvidamos que la educación es un proceso del que no se sale nunca y que se queda grabado a fuego para siempre. Así, mientras Toñi Moreno se compadece, Lucía llega a su casa de la universidad. Como siempre, se encierra en su cuarto para evitar ver cómo su padre, con su tatuaje en el bíceps, su madre, su abuela y su hermano ven la tele como posesos. Además, en esta ocasión, tiene un buen motivo para ocultarse de su familia: está llorando. Así, Toñi y Lucía comparten pensamientos. Mientras la primera piensa en sus compañeros de trabajo y su pasotismo y recuerda cómo cada mañana al llegar a la redacción están todos mirando cosas en el ordenador que nada tienen que ver con el programa, la segunda piensa en sus amigos, tan asiduos al 15-M, que dejan pasar la vida delante de los mismos programas y las personas que luego implícita e hipócritamente critican. ¿Por qué tantas palabras altisonantes y luego tan pocas acciones cotidianas? Mientras Toñi recuerda la idiotez consumada de sus colaboradores, del puto Enric, con esa sonrisa de mierda y esa falsedad consumada en cada palabra, Lucía recuerda el odio y asco con el que su madre mira a cada persona que no tiene para comer y siente esa misma repugnancia por ella. Mientras Toñi se pregunta por la falta de ambición del mundo, por esa manera de dejarse llevar por la vida que muestran todos sus conocidos y colaboradores, que parecen por su apatía que están trabajando en Entre Todos como podrían estar haciéndolo en Sálvame, en De Buena Ley (¡si incluso Emilia Zaballos colabora en los dos!) o en Mujeres y Hombres, Lucía hace la misma reflexión sobre su padre, su hermano y, en general, todos los chicos que ha conocido. ¿Será que a ella se le escapa algo de la vida? Y, entonces, súbitamente, un ligero temor, en forma de escalofrío que provoca arcadas y desazón, se apoderó de ambas en forma de preguntas sin respuesta: ¿No será que actuamos según hemos sido educados? ¿No es la educación un proceso irreversible, del que no salimos nunca? ¿No será que el mal no es obvio sino que está envuelto en bonitos envoltorios de ambigüedad manifiesta y dulzura aparente? ¿No tengo acaso yo las mismas contradicciones que los demás? ¿Quién me creo, pues, que soy? ¿Puedo decir acaso que hago bien a los demás? En ese instante imágenes terroríficas se pasearon por la mente de las dos mujeres. Ambas vieron sus incongruencias con terrible claridad. No sólo eran partícipes de la barbarie general, sino que esta barbarie no era ni tan general ni tan mala. ¿No son acaso felices los demás? ¿Por qué no podían, simplemente, vivir? ¿No es cierto que lo único que puede medir el bien son los resultados y que los mismos son inaccesibles a nosotros? ¿Por qué me siento tan mal y los demás son capaces de ser felices en lo mismo? Y así, una última idea se apoderó de las dos al comprender lo complicado que era todo, desde su existencia y actuación a la de los demás, un desánimo general que, por suerte, sanó al día siguiente: ¿Por qué no nos vamos, ENTRE TODOS, a la mierda?  


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jueves, 24 de marzo de 2016

Amor y sexo en la India




“Do not go to a public park as suggested, as you will feel weird there with lots of couples trying to come close to each other.” 

“There is NO LAW against unmarried couples staying together btw. Just don't seem like tharki teenagers. Act cool.”



“Act cool” es una de las máximas de Bimtech University. La vida en esta universidad se desarrolla como en una novela de Balzac. Los personajes se mueven por las convecciones sociales con todo descaro. En un momento dado se enamoran, sienten algo relativamente imprevisto, o quizás su orgullo les puede y todo lo que habían construido socialmente se desmorona. Por supuesto, también hay personajes virtuosos: Balzac pasa en sus novelas de ellos en cuanto los presenta y ellos pasan de mí en cuanto me conocen en la vida real. Algo haría pensar que dichos personajes virtuosos son pura imaginación; en cuanto te acercas un poco todo sigue siendo el mismo miedo a no ser reconocido que se ve en todas las latitudes. 

En la India las chicas nos hacían mucho caso. Sentían una especie de admiración adolescente por los occidentales. Muchas de las indias eran bastante guapas; la mayoría eran más interesantes e inteligentes que cualquiera de los varones indios. Por otra parte, la teórica adoración que sentían por los españoles tenía algo de fachada y mucho de voyeurismo: la mayoría (hacían como que) tenían matrimonios concertados o una reputación por mantener. Los primeros días, Daniel y yo no dábamos crédito a la atención que recibíamos. Por su parte, los chicos indios venían a nuestro cuarto y nos intentaban emparejar con todas las chicas de la clase. Nos hablaban de fiestas, de las novias que tenían, de a cuántas francesas querían follarse. Nos enseñaban vídeos porno de todo tipo y no dejaban de hablar de sexo. Era una especie de vuelta al colegio exótica. Algunos veían vídeos bastante asquerosos en grupo y se diría que bastante machistas: el colmo fue un vídeo de unos niños de unos 6 años realizando posturas sexuales que compartían entre ellos con cierta normalidad. Sin embargo, había bastante más de inocencia y entrañable ingenuidad de lo que a primera vista parecía. Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que la inmensa mayoría de ellos eran vírgenes. En sus Facebook y sus redes sociales la mayoría compartía eventos de una cursilería solo comparable a las de los distintos Pablos que viven por Madrid. Curiosamente cuando escribían cursilerías eran más ellos mismos que cuando decían guarradas. Recuerdo que, al mes de estar allí, aprendí el truco para que me dejaran en paz: afirmar tajantemente hazañas sexuales. Si les decías que te habías acostado con alguna de las chicas que incasablemente planteaban, esto es, que habías materializado alguno de los deseos, entraban en cortocircuito, se ponían nerviosos y se iban. Una vez cruelmente le pregunté a alguno una cosa acerca de qué condones usaba. Escribió recientemente Jabois: Lo veo en los demás y me lo veo a mí mismo: la soberbia, la entereza fingida, a veces el ego, que no es más que una montaña de inseguridades, de fragilidades y de palparse las rodillas antes de echarse a llorar solo.” 

Era más fácil salir de la India casado que con una relación abierta. Una vez, durante un concierto de Mogwai en el festival de música Weekender, estaba tonteando con una chica guapísima de Delhi que tenía 22 años y estaba bastante borracha. Habíamos quedado después de vernos en el festival varios días y, tras presentarnos a los amigos comunes y estar embebidos en la pesada música de la banda, me dijo que se casaba en un mes. ¡Un mes! Me pareció demasiado y me fui, quizás por los atronadores acordes de Mogwai. Lo contaré mejor en otra ocasión. Por su parte, otro de mis amigos recibía atenciones constantes de varias de las chicas de nuestra uni: una de ellas no le dejaba en paz y se enfadaba si no le mostraba galantería o si hablaba con otras. Lo más divertido es que para ella eran “Bhai” o “Bro”. ¡Hermanos! En Amritsar leí en un folleto turístico que los punyabíes eran muy “acogedores” y que si, como mujer, les sonreías seguramente entenderían que querías algo con ellos. Para evitar esto y poder seguir siendo simpática, el mejor truco era llamarles “Bhai”. En ese momento, un vínculo sagrado inhibía todo impulso sexual: todo el espacio de matices relacionales entre hombres y mujeres estaba constreñido por lo que debía ser familiar. 

Por supuesto, en Delhi hay de todo y hay una clase media-alta urbana que se asemeja en algunos de sus usos y costumbres a los occidentales. Además esta especie de vuelta al cole o regresión freudiana tenía muchas ventajas, impensables a primera vista muchas de ellas. Bimtech tenía mucho de mundo feliz y de lealtades conflagradas a matrimonios hereditarios. Como plantea la feminista Eva Illouz en su libro “Por qué duele el amor”, el matrimonio era en parte una protección para las mujeres, que tenían una cierta influencia y poder que podrían haber perdido en un mundo hipersexualizado que les situaría en desventaja. Las mujeres, en la época del amor cortés, gozaban de una serie de ventajas en sus edades más favorables para elegir su futura pareja: el vínculo que entonces se creaba con idea de tener hijos no se rompía nunca, una barrera se ponía a las posibles vidas que los cónyuges desearan tener, una certeza ante el pasado, el presente y el futuro se imponía sobre todas las cosas. Las relaciones se basaban en el tiempo transcurrido en común; no en la pasión. El amor llegaba con el tiempo, el cariño y la paciencia; no en el arrebato romántico, la elección y la experiencia sexual. En Bimtech estaba todo a medio camino y algunas de las estructuras para nosotros decimonónicas se mantenían, con sus características propias, en todo su esplendor. A la vez, la adoración por lo americano y por los amores pasionales venía acrecentada con todas las nuevas tecnologías que tenían a su alcance: Madame Bovary es un prototipo universal. En estas circunstancias, nos fuimos poco a poco adaptando a las reglas del juego y algunos de nosotros nos emparejamos: unos cedían la parte de compromiso por dos o tres meses y otros la parte de intensidad sexual. 

Un amigo mío empezó a salir con una chica india. Este amigo mío es uno de esos personajes de leyenda, de los que salen en blogs y bitácoras contando sus movidas. Se cuenta que liga más en aeropuertos que en discotecas; en Singapur afirma haber tenido un affaire con una taiwanesa mientras esperaba un avión, en un país báltico dice haberse acostado con la recepcionista de su hotel. Este chico comenzó medio sin querer la relación con Sondria: tenía que ir a Delhi a reunirse con su jefe y quedó medio por casualidad con ella al día siguiente. Él en principio hubiera estado con la mayoría de las chicas indias que cumplían con un mínimo físico; aunque Sondria le gustaba especialmente él se veía incapaz de sufrir por ninguna chica ni sentirse particularmente interesado. Tras quedar dos noches se besaron en el parque de Haus Khas, muy cerca de la zona de fiesta. No hace falta decir que era la primera vez que ella se besaba con alguien. Sondria le ofrecía una excitación difícil de medir; esas miradas de absoluta entrega son imposibles de encontrar en Europa. Esa noche él le acompañó a su casa en Kailash Colony y se volvió al campus de la universidad, donde me contó su historia. No sabía muy bien dónde se estaba metiendo y pensaba que esa relación no podía durar mucho ni darle más que una experiencia exótica. 

Mi amigo, Sondria y yo íbamos a la misma universidad. Sondria, aunque era de Delhi, vivía cerca nuestra, en un campus al lado de los campos de fútbol en los que jugábamos. Como todos los demás indios, solo podía salir dos noches cada mes: a estas alturas ya las había gastado con mi amigo. En el campus femenino no podían entrar chicos y no hace falta decir que el inmenso control al que se nos sometía al entrar y salir de nuestra residencia hacía imposible que viéramos a una chica en nuestros aposentos. Durante esa primera semana apenas pudieron verse más que en la cafetería de la universidad, el viernes ella mintió para que pudieran irse a Delhi a dormir juntos. Aunque le pusieron muchas dificultades, finalmente obtuvo una autorización diciendo que su abuelo estaba gravemente enfermo. El brillo en los ojos de Sondria fue contraproducente para mi amigo. 

Encontrar dónde dormir en India con una chica roza la odisea. Siempre nos habían contado leyendas urbanas acerca de que no era posible, para alguien de Delhi, dormir en su misma ciudad en un albergue… ¡Cómo creerse esa mierda!...era verdad. Cogieron un autorickshaw en Greater Noida a las 5 de la tarde y, en una de esas asquerosas tardes de tráfico de la capital, no llegaron hasta las 11 de la noche al hostel. La primera vez que se metieron mano fue en el autorickshaw. Cuando llegaron al hostel los rechazaron. “Are you married?”, “It is not possible to sleep here”. El problema era, más allá de que no estaban casados, que Sondria era de Delhi y… ¿por qué querría alguien de Delhi dormir fuera de su casa? Así, los rechazaron en varios hostels y tuvieron que estar buscando sitios a la deriva, casi desesperadamente. Al final tuvieron que sobornar y engañar a un recepcionista en un hostel de mala muerte: ella decía que venía de Kerala y enseñaba un carnet de la Universidad de Kochi, donde estudió el grado. A ella la miraban como si fuera una puta; de él pensaban que era un rico occidental que no respetaba las reglas del juego. Pero esa primera noche no les importó y la pasión se impuso: él le descubría a ella toda una sexualidad e intensidad y ella le enseñaba a él todo un compromiso y lealtad. 

Poco a poco se fue creando entre ellos una unión más fuerte. Ella bailaba y él tocaba la guitarra, se pasaban canciones tradicionales indias y de Xoel López, hablaban de sus planes futuros y comían juntos en el comedor. Algunas veces se metían mano en mitad del metro y yo sentía ser el único en darme cuenta. Los fines de semana mi amigo dejó de ir a discotecas y, en los viajes, empezó a venir solo conmigo, Daniel y GC y a no tener en cuenta a los demás. Ella mentía constantemente para poder irse de la residencia una noche a la semana. Lo pasaban fatal tratando de encontrar un lugar donde dormir. Una noche intentaron probar suerte en Noida. Tras tres rechazos, la aplicación del móvil los llevó a un sitio absolutamente inhóspito. En medio de hogueras y de la pobreza más absoluta, el último hostel que quedaba en Noida. Tuvieron que volver a mentir y sobornar: eran las 2 de la madrugada y Uttar Pradesh, donde está Greater Noida, se caracteriza por la máxima inseguridad. Ella se cubría toda la cara con una capucha y escondía su pelo. Mi amigo tuvo que decir que estaban de viaje y se habían quedado tirados. Al final los dejaron entrar. Otra noche, en el cumpleaños de Sondria, mi amigo la invitó a cenar al Imperial Hotel de Delhi. Es el hotel donde Gandhi, Nehru, Ali Jinnah y Lord Mountbatten acordaron la partición de India y la creación de Pakistán. Un sitio suntuoso donde los trataron maravillosamente, se hicieron una foto con el árbol gigante de navidad de la entrada y se metieron mano en los fastuosos jardines imperiales. Esa misma noche tenían reservado un hostel, donde los rechazaron. Un guía se ofreció a acompañarles. Fueron rechazados unas veinte veces. Se metieron por sitios peligrosos, era muy tarde y los perros, sarnosos y cojos, se les acercaban. Los callejones iban haciéndose más y más estrechos. En un lugar les dijeron que podían quedarse en habitaciones separadas y que tenían que irse a las 7 de la mañana; luego el tipo cambió de idea y los echó de allí. Mi amigo se ponía terriblemente nervioso y le echaba la culpa a ella, como india. Ella lo pasaba fatal. 

Cuando estaban en las últimas, un local los aceptó. Era una casa de putas. Las mantas estaban sucias y en el suelo había todo tipo de cosas. Ella se puso a llorar como no había llorado en mucho tiempo. Mi amigo la abrazó y se quedaron así toda la noche. La puerta de la habitación no se cerraba del todo bien. Por eso pudieron ver por la rendija a algunos de los clientes. 

Mi amigo estuvo enfermo unos días y ella lo cuidó mucho. Sondria se preocupaba mucho por él y se alegraba de sus buenas notas y noticias. Ella había tenido cientos de pretendientes en Bimtech y los había rechazado a todos. Hablaban mucho de los demás, de la manera en que muchas de las chicas tenían matrimonios concertados y se veían con otros, de la dificultad que tenían allí para hacer lo que cada uno quisiera, de la increíble influencia de la sociedad en cada uno. Ella era de casta brahmán, la casta sacerdotal y más importante de las cuatro. Su familia era muy abierta para los estándares indios: no tenía matrimonio concertado y sus estudios eran su absoluta prioridad. No se besaban en público porque ella no lo permitía. Una vez salieron del campus y se dieron un abrazo: unos chavales en motos se pararon y empezaron a gritar y hacer ruidos. En la oscuridad, o cuando sentían que nadie les veía, se dejaban llevar. A veces iban a las esquinas del edificio de la Universidad a besarse. 

Él, muy dado a las justificaciones de sus actos, no entendía muy bien por qué razón estaban juntos y cuál era el motivo de esa aceptación tan radical, tan absoluta. Mi amigo nunca está con nadie desde que le dejaron hace unos años y se ve a sí mismo como un cínico. Una vez le preguntó en un restaurante a Sondria por qué estaban haciendo todo de esta manera. Él sentía que ella apenas le conocía y que la relación era muy superficial, que era puramente física. Le dijo que no sabía de nada de su vida en Europa y de nada de lo que hacía, de sus relaciones anteriores, de las cosas que le gustaban, de sus mundos interiores. ¿Por qué estamos juntos? Ella respondió simple y llanamente ante las quejas de mi amigo: “I don´t know. I like you”. Ante esta respuesta él no supo qué hacer o decir: la certeza de una relación tan fácil y sincera es difícil de asimilar. 

Pasó el tiempo y mi amigo pensaba que no iba a sufrir cuando se fuera. Ella estuvo con su clase una semana en Kuala Lumpur. Él viajó solo por la India. Estuvo en sitios de lo más dispares: llegó desde Pakistán a Kerala. Cuando volvieron solo tenían dos días para estar juntos, exámenes mediante. Era difícil pensar que se fueran a volver a ver una vez dejara la India. 

El 23 de diciembre, tras hacer juntos un examen, mi amigo se despidió de mí. El día anterior habíamos asistido al desfile de lágrimas de las francesas; mi amigo se mantuvo incólume. Abandonó junto a Sondria la universidad y fueron al hostel que tenían reservado. El avión salía 4 horas después así que tenían muy poco tiempo. El autorickshaw se retrasó y el tráfico hizo imposible que llegaran al hostel que tenían previsto, así que fueron al aeropuerto buscando un lugar donde pudieran estar una hora y media. Ella estaba muy triste y él se mantenía relativamente impávido. Ya le había advertido que no era muy sentimental. Los rechazaron en dos sitios y, al final, una caravana les ofreció buscarles un lugar. Tuvieron que decir que se iban a quedar la noche y pagaron una cantidad considerable: él se dejó todas las rupias que llevaba y tuvo que completar con la tarjeta de crédito. Estuvieron solo una hora y media en el hostel. 

Después de hacerlo, y medio hora antes de irse, pusieron la canción Tierra de Xoel López. Él le iba traduciendo la letra mientras la abrazaba. En un momento miró a Sondria y lloró como solo había llorado una vez. Se abrazó muy fuertemente a la almohada y fue ella quien le consoló.



Poco después ella había partido para Calcuta. Mi amigo llegó a España para celebrar la nochebuena.