viernes, 27 de enero de 2017

La La Land, el amor y las expectativas de éxito



Cuando ya se están enamorando el uno del otro, el personaje interpretado por Ryan Gosling le cuenta a Emma Stone el origen del jazz. Unos músicos que hablaban idiomas distintos se comunicaban únicamente por la música. Cuando se reencuentran al final de la película, una vez han conseguido sus sueños e inevitablemente se han distanciado del otro para siempre, la interpretación del protagonista al piano del leitmotiv de la película les lleva a rememorar lo que nunca ocurrió: ese pasado alternativo que les hubiera llevado a un futuro juntos, esa hija en común que finalmente todo lo une, esa boda que todo lo formaliza, esa vida que no van a vivir. Todo lo que no se pueden decir ya jamás verbalmente lo dicen los ojos de ella y el piano de él. La comedia musical tiene una ventaja fundamental respecto a otro tipo de géneros: esa música entre irónica y descreída parece ser el mejor medio para transmitir la evocación agridulce del pasado y las historias alternativas que nunca ocurrieron. 

En la interpretación del musical Follies, de Sondheim, dirigida por Mario Gas en el Teatro Español en 2011, la recreación musical llevaba a otro tipo de (re)descubrimiento. Mientras la orquesta alterna intensas melodías que se van repitiendo, el protagonista evoca su vida y su trato con las mujeres. Se da cuenta de que es incapaz de querer y de que su vida, de aparente éxito, es un fracaso lleno de mentiras. Carlos Hipólito empezaba a gritar “soy un fraude” mientras el escenario, todas las ilusiones que había tenido, se disolvía entre la estruendosa y maravillosa música. Después, en una especie de teatrillo, aparecían escenas paródicas de espectáculo de variedades (que es en realidad el significado de Follies) que, paradójicamente, representaban mejor las historias de amor de los protagonistas que la pretendida seriedad anterior de la obra.  

Debe ser maravilloso vivir sabiendo que tus proyectos son únicos. El Che Guevara, uno de esos afortunados, se despedía de su novia Chichina Ferreyra en 1951 coherentemente con lo que fue su vida. “Sé lo que te quiero y cuánto te quiero, pero no puedo sacrificar mi libertad interior por vos; es sacrificarme a mí, y yo soy lo más importante que hay en el mundo, ya te lo he dicho”. Cuando uno es lo más importante que hay en el mundo no queda otra que abrazar la revolución y aceptar la distancia como un mal menor, como hace el revolucionario de Doctor Zhivago. 

En La La Land, como en buena parte del cine norteamericano, se sobrevaloran las posibilidades del éxito personal. Parte de la base de que estamos convencidos de nuestros sueños, y de que luchando por ellos conseguiremos llegar a lo más alto, aunque para ello haya que sacrificar a nuestro amor. La protagonista alega en varias ocasiones que dejó la carrera de Derecho para luchar por ser actriz, como si mantenerse en la Universidad le hubiera llevado a una certidumbre total de éxito profesional y aburrimiento personal. La realidad, sin embargo, es mucho más prosaica. La mayor parte de nosotros abandonamos amores a cambio de situaciones inciertas, y tomamos decisiones sin saber muy bien el motivo. En La La Land los protagonistas, tras decirse que se querrían siempre y blablablá, no vuelven a hablarse nunca. No se ve cómo se preocupan por el otro, cómo se cuentan qué han comido hoy, que se echan de menos, que es muy frustrante la distancia, que tienen dudas de si tomaron la decisión correcta, que hace frío, que hoy ganó el Barcelona y he salido a celebrarlo pero te echo de menos, que estoy solo. La gran mentira de la película no es la reconstrucción que hacen con la música al final. Son los cinco años anteriores omitidos, en los que ni se cruzan la palabra y entienden que se puede querer a una ausencia a la que no se hace ni caso por “perseguir mis sueños”.

Más vale no tomar en nuestra vida en cuenta las enseñanzas de La La Land ni tomarse demasiado en serio “los sueños”. Es mucho más probable acabar de prácticas sin cobrar que de actriz famosa, y en un país frío que en Los Ángeles. Y, desde luego, es posible llevar nuestras ambiciones personales y la distancia con una actitud menos dogmática y más compleja, más matizada y adulta, en la que nuevos horizontes y posibilidades aparecen. Pero que no pasan por no hablar cinco años para reencontrarse con los sueños de ambos cumplidos. Exactamente cinco años después de terminar su obra sobre la distancia y la espera, “Así que pasen cinco años”, Lorca fue asesinado. No se puede querer realmente sin mantener algo el contacto, pasar cierto tiempo juntos y, en parte, renunciar. La La Land, aunque no lleve la música de Sondheim, “es un fraude” y al Che Guevara, aunque no tuviera dudas sobre su revolución y su importancia personal, fue su novia la que le dejó en cuanto se fue.