viernes, 22 de enero de 2021

Carta de un joven posmoderno

Querido amigo:

Me has pillado. Soy un joven posmoderno. Como toda mi generación, he sido condenado a un consumismo inmaterial. Aunque sublimar mi tristeza es lo único que siento que me queda, tengo la convicción de que he sido engañado. Estoy cansado de sufrir.

Vivo en el absurdo. Nada de lo que hago tiene sentido. Mi narcicismo ha dejado de funcionar como válvula de escape, y desde la covid-19 no me sirve para ligar. Una vez superadas las convenciones sociales gracias a la filosofía, me di cuenta de que me había encerrado en mí mismo.

Me dijeron que todo era mentira, pero mi dolor es verdad. Demasiado cierto para que sea subjetivo. Demasiado subjetivo para que no sea cierto.   

Todo empezó con la filosofía. En el instituto leí a Nietzsche. Me deslumbró su nervio indómito. Aprendí que todo eran interpretaciones y que Austria y Alemania son países distintos. El cambio decisivo fue Foucault en el primer año de carrera. Con él aprendí conceptos como proceso de subjetivación y microfísica. También supe que París era la capital de Francia.  

Durante años, en los raros ratos en que no leía a Deleuze o Derrida, me dedicaba al Tinder, Instagram y Netflix. Mi vida fue desgraciada. Solo me dedicaba a tener citas con chicas inteligentes y guapas, leer y ver cine sin parar, jugar con los gatos que ponían freno a mi soledad y sacar notas excelentes en Filosofía. Ni a mi peor enemigo le deseo pasar por una experiencia tan desoladora. Todo lo que aprendí me desarmó ante lo que viene después: una enorme soledad y un mundo sin hijos.

Yo creía que el mundo estaba a mis pies, pero no sabía que Camberra es la capital de Australia. Tampoco sabía que sin convenciones sociales el mundo se derrumba. Un día, influido por Judith Butler, dejé de saludar a los vecinos del barrio. Me di cuenta de que, si no saludaba, no me respondían. Nuestros saludos eran un simulacro, como escribió Baudrillard de la Guerra del Golfo. Sí, todo eran convenciones sociales. Y, sin esas convenciones, estaba solo y seguía sin tener hijos.

Ahora he cambiado, aunque quizás sea demasiado tarde. He dejado de experimentar con mi propio deseo y me dedico a actividades más formativas. Ahora que sé que el sexo sin sentimientos es banal me dedico al internet. He dejado de ser heterocurioso para convertirme en faminazi. En vez de dedicarle mi tiempo al Tinder y a la filosofía, se lo dedico a Twitter y a El Español. He descubierto a una serie de intelectuales españoles que explican cómo llevar una vida buena. Además, como su propio nombre indica, El Español tiene una sección de geografía apasionante y he podido aprender el nombre de muchas provincias españolas.

Sin embargo, los hijos siguen sin llegar. Ya no tengo citas, y en el submundo del internet son todo hombres. Las pocas mujeres que hay están ya casadas y con hijos. A más pienso en tener hijos menos follo, lo que dificulta la procreación. Tendría que habérmelo currado de los 20 a los 30 años. Ahora ya no hay nada que hacer. Cuando hablo con una chica, le explico siempre la importancia de tener una familia y de los cuidados. Suele huir. Solo hay una que escucha con mucha atención mis discursos sobre los cuidados y los hijos. Es mi madre. Creo que no estaría bien visto que procreara con ella. 

Lo mire como lo mire, mi vida era una mierda. Ahora que he descubierto la importancia de tener hijos, veo cómo los que destrozaron mi vida lo tenían todo asegurado con sus puestos de funcionario y sus familias convencionales. Sin embargo, los que me animan a tener una vida normal son gente corriente sin privilegios. Gente que ama la familia y entiende a los jóvenes. Solo quieren que vivamos la buena vida. Saben que, en el fondo, todos los que no son como ellos son unos cretinos superficiales o narcisistas.

Como mis armas conceptuales habían sido desactivadas, he tenido que empezar desde cero. Siento que ahora soy un ejemplo para las nuevas generaciones. Me dedico a escribir sobre la buena vida y a buscar esposa. En cuanto tenga hijos, me dedicaré al Twitter, mi trabajo, los hijos y mi mujer con la misma devoción. Cuando cambie unos pañales sabré que estoy contribuyendo a un mundo mejor. Creo que tengo que buscar un trabajo en que me paguen mucho por no hacer nada.

Amigo, no desesperes. El posmodernismo, el fascismo y el narcisismo son una plaga que se puede curar. No caigas en el error de pensar que se curan leyendo; se curan teniendo hijos y poniendo pañales.