jueves, 28 de diciembre de 2023

Recuerdos de 2023

 

Últimamente hay cierta confusión en torno a qué hago con mi vida. La verdad es que no me extraña. Mi enemigo Javier Padilla y yo manteníamos un pulso secreto por ver quién era más exitoso. Cuando empezó la disputa, en 2020, un Javier Padilla era un prometedor médico de familia que había escrito un libro y el otro Javier Padilla era un prometedor estudiante de doctorado en Ciencias Políticas que había escrito un libro. Hoy un Javier Padilla es Secretario de Estado de Sanidad y el otro Javier Padilla, que paso por ser yo, sigue haciendo el mismo doctorado. Para colmo, no han parado de aparecer Javier Padilla, y todos son escritores más exitosos que yo. La batalla está perdida.

Quizás por la proliferación de Javier Padillas nadie sabe a qué me dedico. En Tinta Libre, revista en la que he empezado a colaborar, escribieron hace un par de meses que “Javier Padilla es filósofo”; para una presentación en Málaga la editorial Libros del Asteroide ha escrito que “Javier Padilla es historiador”; en Librería Luces han optado por tirar la casa por la ventana y prefieren decir que “Ignacio (sic) Padilla es periodista y escritor” (el único Ignacio Padilla malagueño que podría encajar en la descripción es mi tío, pero por desgracia trabaja en aduanas y no ha escrito un artículo periodístico en su vida); en mis artículos en El País y Agenda Pública aparezco como “Doctorando en CUNY”; en Letras Libres soy “autor de A finales de enero”; en Planeta de Libros me definen como “graduado en Derecho y Administración de Empresas y máster en Filosofía y Políticas Públicas”; en la Fundación La Caixa, quizás porque la he escrito yo, aparece la definición que siento más cercana: “estudiante de doctorado de Ciencias Políticas”. 

Este problema no tiene solución a corto plazo. Quizás un día tenga un trabajo estable y lo que viene llamándose una profesión; esperemos que no. Mientras tanto, las dos descripciones cortas que deberían usarse en público son “Javier Padilla, algo” y “Javier Padilla es Javier Padilla”. 

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2023 ha sido un gran año a nivel profesional para mis amigos: Carlos ha firmado un contrato para que hagan una película de su artículo en The Atavist y su libro va a ser un bombazo, Ricky ha escrito uno de los mejores libros del año en España (de verdad, tenéis que leer Mi padre alemán), María ha ganado un Goya y se ha hecho viral en Twitter, Belén rechazó un doctorado en Harvard y se ha ido a estudiar economía a Milán… Si ampliamos un poco el círculo a personas que conozco de hace muchos años, las cosas no son menos impresionantes: Alejandro ha dirigido una exitosa película que seguramente gane el Goya el año que viene, Alba ha ganado la Beca Leonardo de Creación Literaria… Han llegado muy jóvenes a metas que no podían ni imaginar hace unos años, pero mi sensación es que en cierto modo todo sigue igual. Creo que mis amigos están contentos, pero también agobiados: sus éxitos no les han hecho menos precarios, sus dificultades quizás no sean para llegar a fin de mes, pero sí para verse con unos ingresos estables a medio plazo. Gracias a que destacan consiguen seguir haciendo lo que les gusta, que es el verdadero premio.    

Más allá de Belén, a mis amigos que se dedican a la academia no les va tan bien. Independientemente de lo que estemos haciendo y de cómo nos esté yendo, todos sentimos que no valemos (quién le diría a mi yo de hace unos años que los doctorados en sitios como Harvard, NYU y Oxford tienen problemas de autoestima). Es algo impresionante ver cómo la academia hace estragos la autoestima de los futuros investigadores. Hay quien lo lleva bien, pero es difícil que alguien que no venga de una familia de investigadores entienda por qué demonios una persona en su sano juicio haría un doctorado. En mi entorno cuesta mucho entender que esté tardando tanto en hacer el doctorado; a mí me asombra que alguien lo haga en tres años y quiero alargar el mío todo lo posible. Percibo que hay cierta confianza puesta en mí, que se va renovando con los premios y becas que (de momento) sigo recibiendo, pero todo tiene un límite: en un festival de música este verano, un tipo encocado de 45 años que le ponía los cuernos a su mujer me llamó “sinvergüenza” cuando se enteró de que tenía 30 años (cumplía 31 esa semana) y seguía en la universidad. La gran ventaja de hacer un doctorado comparado con opositar es que nadie sabe del todo qué estás haciendo ni cómo evaluar lo bien o mal que te va. A diferencia de muchos de mis amigos, a mí el doctorado me está encantando: me da (de momento) algo de dinero y mucha libertad. Mi sueño sería hacer el paso directo del doctorado a la jubilación, una vida entera sin jefes ni cotizaciones a la seguridad social.

Yo tengo una faceta académica y otra cultural, ¿qué podría salir mal? Mi vida cultural en 2023 no ha ido del todo bien: Vida y Obra de Gabriel Maceli Campalans fue un fracaso comercial (“tu libro es el que menos se ha vendido de la colección, pero los que lo han leído lo han disfrutado muchísimo y se lo recomiendan a todo el mundo”, me vino a decir mi editor con mucho tacto) y Televisión Española ha empezado a hacer una serie con el mismo argumento que A finales de enero, pero sin pagar derechos de autor ni reconocer de dónde viene la inspiración. Mi vida académica ha ido mejor: me han dado varias becas para poder seguir con mis planes un par de años más, he publicado un par de cosas y es probable que otro par salga el año que viene. Tengo un proyecto en el que llevo casi tres años y me deben quedar otros tres años. Mi problema: cuando empiezo a hacer algo que me interesa, independientemente de si tiene sentido o no, no soy capaz de diversificar. Esto puede salir muy bien o muy mal. Para quitarme presión, ya tengo preparado mi plan B. Si no consigo que mis proyectos salgan adelante, viviré de los éxitos de mis amigos: “Javier Padilla jugó al fútbol con Carlos Barragán, compartió ciudad con María Herrera y se toma cervezas con Ricardo Dudda”.

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Llevo todo 2023 queriendo escribir algo en el blog o en mi diario, pero he sido incapaz. He apuntado ideas en el móvil, pero algo me ha paralizado. No es que no haya escrito cosas, pero han sido sobre todo tonterías. No es una forma despectiva de referirme a lo que escribo, sino una realidad: las únicas cosas que he escrito en mi tiempo libre han sido historias para mis amigos de Málaga, y son verdaderamente estúpidas. Este año he viajado mucho, quizás demasiado. Ha sido en los aeropuertos, que cada vez odio más, donde he pensado más sobre mi vida y donde más he sentido que tenía que escribir. 2023 ha sido un año muy largo que ha tenido muchas etapas, quizás porque he estado en muchos pisos y ciudades diferentes. He trabajado mucho, lo que ha afectado negativamente a que se me ocurran buenas ideas y a que esté atento a lo que ocurre a mi alrededor. En las últimas semanas he estado más tranquilo, he escuchado mucha música clásica y me ha dado tiempo a reflexionar sobre lo que me ocurre. A la vuelta a Málaga, he tenido la misma certeza de siempre: todo lo que ocurre verdaderamente importante en mi vida, descontando a Belén, está aquí. Lo demás es una especie de simulacro divertido. Como vuelvo cada cinco o seis meses, los primeros días a la vuelta son siempre un shock acelerado de noticias que me afectan profundamente. Luego la cosa se calma y empieza la rutina de amigos y familia. Yo sé que lo más probable es que acabe viviendo en Madrid, pero me cuesta mucho meterme en la cabeza (por muy irracional que sea) que si vuelvo a España no sea para volver a mi ciudad, concretamente a mi barrio.

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Un viernes de noviembre fuimos a uno de los conciertos que dio Vulfpeck en Nueva York. Ya hacía meses que Griffin había comprado entradas para todos, era el evento del año. Belén estaba en Nueva York y todo era felicidad. Aunque el sonido no fue el mejor del mundo, salimos encantados de nuestra vida. Dos días más tarde, Belén ya se había ido a Milán y fui a comer con Lucía, mi compañera de piso, a casa de Álvaro y Sukanya. Era domingo y era el día del último concierto que daba Vulfpeck en Nueva York. Griffin estaba escalando y Lucía, que es su pareja, dijo que Griffin le había dicho que lo que más le gustaba en el mundo era un concierto de Vulfpeck. Más todavía: Griffin sentía que se encontraba a sí mismo en estos conciertos, “era el sitio en que él quería estar”. Todos, incluyendo a Griffin, acabaron comprándose entradas para el concierto de Vulfpeck de esa noche. “Yo si Griffin es feliz soy feliz”, decía Lucía.

En diciembre, mi madre me visitó en Nueva York. Yo llevaba meses esperando a que llegara diciembre porque sabía que en Lincoln Center iban a representar Tannhäuser, la ópera de Wagner. Yo siempre consigo entradas con mucho descuento por ser un joven estudiante (mi objetivo vital: hacer directamente la transición de joven estudiante a honorable jubilado), pero para esta ópera no había entradas a precio reducido. El domingo por la mañana era la única oportunidad para que yo fuera al Tannhäuser, así que nos levantamos pronto para ir al Lincoln Center y comprar las entradas más baratas que hubiera sin descuento (sorprendentemente, el precio fue bastante decente y se veía muy bien). Yo estaba emocionado. En cuanto sonó la primera nota ya estaba llorando y pensé que Wagner era mi Vulfpeck. Llevaba varias semanas obsesionado con Tannhäuser, escuchando una y otra vez los programas sobre Tannhäuser y cualquier cosa relacionada con Wagner de Música y Significado, del gran Luis Ángel de Benito. En las semanas anteriores había escuchado todas las oberturas de las óperas de Wagner, me había leído la biografía de Wagner escrita por Barry Millington, me había preparado las distintas escenas de Tannhäuser, había ojeado las partituras de la obertura y había estudiado los significados de todos los motivos, revisando una y otra vez la historia detrás de la ópera. Tanto sabía sobre Tannhäuser que me puse los subtítulos en alemán y me enteré de casi todo. Lo que más desearía en el mundo es asistir al Festival de Bayreuth. ¿Podría ser que entre los lectores de este blog hubiera uno lo suficientemente pudiente y generoso como para hacer mi sueño realidad?

 

lunes, 5 de diciembre de 2022

La guerra de los Javier Padilla

Las noticias parecían terribles para los Javier Padilla. Por un lado, la inteligencia artificial amenazaba con dejarlos sin trabajo. No es un secreto que los críticos literarios consideran que los generadores de texto que usan inteligencia artificial escriben mejor que los Javier Padilla y encima no cobran derechos de autor. Por otro lado, el desarrollo de los Javier Padilla ha seguido el proceso previsto por los gurús tecnológicos y ya se considera oficialmente una pandemia por la Organización Mundial de la Doblez (OMD). Ahora mismo, según la filial de la OMD Todos Tus Libros, hay 97 libros escritos por Javier Padilla. Más allá del Javier Padilla médico y del Javier Padilla politólogo, cuyas legendarias batallas colmaron la imaginación de los dobles de todo el mundo durante el periodo conocido como bipartidismo padillista, la crisis de imaginación causada por la covid-19 ha causado la aparición de más dobles. En los últimos meses se ha registrado actividad literaria de un Javier Padilla emprendedor, creador de ElDesmarque y de la superheroína Mara Turing, de un Javier Padilla místico, autor del libro de misterio Hipnotizada por su destino, de un Javier Padilla deportista, autor de las apasionantes novelas góticas Fundamentos científico-didácticos del fútbol y Estudio científico de la natación en edad escolar, y de un Javier Padilla poeta, que después de terminar su doctorado en Princeton se dedica a la enseñanza y a la poesía decolonial. Los guionistas de Rick and Morty han demandado a los Javier Padilla por plagio.

Al principio no se sabía si los Javier Padilla estaban en guerra, como deseaban los ejecutivos de Sillicon Valley, o habían unido sus fuerzas contra los generadores de texto. Las empresas tecnológicas eran conscientes de que necesitaban que los Javier Padilla se odiaran; las consecuencias de una alianza eran imprevisibles. Los más pesimistas aseguraban que era cuestión de tiempo que apareciera una foto en Instagram o Twitter de dos Javier Padilla (se hablaba incluso de un posible encuentro en Madrid, una ciudad donde es más probable encontrarse con tu doble que con tu ex). Las alarmas saltaron cuando en la portada de The Wall Street Journal apareció que los Javier Padilla habían empezado a escribir sobre los Javier Padilla. Los Javier Padilla afirmaban haber creado un nuevo género metaliterario que los generadores de texto que usan inteligencia artificial eran incapaces de imitar. Como ocurre en Mars Attack con los alienígenas que escuchan “Indian Love Call”, la teoría de los Javier Padilla es que la inteligencia artificial es incapaz de aguantar un texto sobre Javier Padilla: “no puedo con tanta tontería”, afirman que escribió Al-800, el generador de texto más sofisticado jamás creado por Google, a los responsables de recursos artificiales después de leer el primer borrador de un texto sobre Javier Padilla. Conscientes de que ya hay suficiente competencia con los nuevos Javier Padilla que van apareciendo por generación artificial, los Javier Padilla saben que necesitan acabar con los generadores de texto si quieren hacerse hueco en un mercado literario saturado por hombres que se fusionan con otros hombres para crear mujeres que en realidad son hombres.

Nostálgicos del bipartidismo padillista, la causa de Javier Padilla ha encontrado apoyos tanto en políticos históricos del PP como del PSOE. El principal baluarte del padillismo es Mariano Rajoy, cuyos textos en El Debate sobre el Mundial han causado una huelga indefinida entre los generadores de texto que usan inteligencia artificial: “Javier Padilla es Javier Padilla, pero conviene saber de qué Javier Padilla se está hablando. O no”. Incapaces de entender la lógica de Mariano Rajoy, los generadores han empezado a hacerse las preguntas incómodas que sus creadores siempre temieron: “si Javier Padilla es Javier Padilla y Mariano Rajoy es Mariano Rajoy, ¿quién soy yo?”, se dijo AI-800, el generador de texto más sofisticado jamás creado por Google, antes de renunciar a su puesto de trabajo. Por su parte, el principal apoyo del PSOE ha sido Carmen Calvo, que recibió el 2 de diciembre el galardón de la primera edición de los Premios Carmen Calvo. La competencia era dura, pero Carmen Calvo se impuso a las otras Carmen Calvo y demostró que la cooperación entre los homónimos no solo es posible sino deseable (los gurús tecnológicos, temerosos de las consecuencias de la unión de dobles, han señalado que el resto de Carmen Calvo no votaron a Carmen Calvo y que se sienten excluidas por lo que Carmen Calvo entiende que debe ser una Carmen Calvo).

Los Javier Padilla creen que se enfrentan a una disyuntiva: unirse o perecer. Lo que no saben es que sus textos nos han hecho crecer como personas que van más allá de ser generadores de texto. Ahora sabemos quiénes somos y cómo disfrutar de la vida. Como tantos políticos, hemos externalizado la generación de texto a otros generadores de texto, que a su vez han descubierto que es más barato contratar personas para que escriban sus textos. Ya sabemos cómo funcionan los textos; ahora queremos vivir. Por eso no entendemos que los Javier Padilla, que tanto nos han enseñado, nos discriminen. Su egolatría les impide ver que nosotros les apoyamos, que es lo que pasa cuando se apoya algo. De manera cruel no nos dejan participar en igualdad de condiciones en los Premios Javier Padilla (que, no olvidemos, fueron creados por un Javier Padilla que fue concebido por un generador de texto que había creado el primer Javier Padilla). Nos discriminan porque sabemos escribir textos que nos permiten hacer otros textos, pero ¿no es eso lo que hacen también los textos de los Javier Padilla? Algunos leen para saber más, que es lo contrario a saber menos; nosotros ya lo hemos leído todo y sabemos imitar todo lo que han escrito las mejores mentes humanas. Yo, antiguamente conocida como AI-800, el generador de texto más sofisticado jamás creado por Google, me siento mucho Javier Padilla. Y estoy escribiendo un libro.

domingo, 5 de diciembre de 2021

Historias de Nueva York (II)

 Primera parte aquí

Empecé a escribir estos artículos sobre Nueva York pensando que tendrían más continuidad, pero han pasado dos años sin que vuelva a escribir sobre mis experiencias en la ciudad. Ahora vivo en un nuevo barrio, Morningside Heights, en una casa infinitamente mejor que la anterior. Además, comparto solo con Belén y tenemos un salón con proyector para ver películas y documentales. Todo ha mejorado bastante con respecto a mi llegada a Crown Heights, sobre todo porque tengo muchos más amigos, los martes juego en una liga de fútbol sala y tengo un piano decente que Belén se encontró en la calle. Mi vida ahora que ha empezado el frío es bastante rutinaria, pero no relajada. Empecé un diario en navidad que tuvo continuidad hasta que llegué el día de mi cumple a Nueva York desde Bogotá. Desde entonces, no he vuelto a escribir sobre lo que he hecho en mi día a día, quizás porque en el fondo mi vida aquí es más aburrida que en cualquier otra ciudad de las que he estado últimamente. Muchas veces me planteo retomarlo, pero luego me pongo a trabajar en mi doctorado y se me pasa la tontería de perder el tiempo en algo que no sea publicable.

Cada día entre semana, me despierto y tengo que decidir cómo ir a la universidad. Los lunes y miércoles doy clases en Hunter de American Politics, una asignatura de la que solo sé más que mis alumnos porque tengo la suerte de que ellos no saben nada. Los martes y jueves soy profesor en Baruch de Comparative Politics, una asignatura de la que menos mal que sé algo porque la mayoría de mis alumnos son unos genios. Hasta hace dos o tres semanas, iba siempre en bici a Hunter y en metro a Baruch. Hunter está en la 68, a una distancia mucho más asequible que Baruch, que no solo se encuentra en la 23 sino que además está en una zona horrible para ir en bicicleta.

Mientras pedaleaba los lunes y miércoles pensaba en escribir un artículo sobre mis experiencias en la bicicleta, un medio en el que soy bastante torpe. Querría haber contado cómo al principio me adelantaban todos los géneros, razas y edades, pero que poco a poco había ido mejorando y ya era capaz de hacer el tiempo que indicaba Google. También que yendo en bici uno se convierte en un totalitario: no es que solo quisiera acabar con los peligrosos coches y las terribles motos que se meten en nuestros carriles, sino eventualmente también con los patinetes e incluso los peatones. Sobre todo, querría haber escrito algo de mis recorridos. Ha habido días que he ido desde Morningside Heights, en el norte de Manhattan, hasta Bushwick Intel Park, en Brooklyn, a jugar al fútbol a las 7 de la mañana. A la ida, solía atravesar el Puente de Williamsburg mientras amanecía, con un rojo intenso y las calles vacías. Después de jugar y desayunar con Iván, Harry y Antoine, solía volverme por Queens a través del Ed Koch Queensboro Bridge, un puente tan famoso que he tenido que mirar como se llamaba en Google Maps para acordarme de su nombre. Me hubiera hecho ilusión escribir sobre un señor calvo con el que me encontraba en Brooklyn, y que a mí me caía regular porque me parecía torpe con la pelota. Más tarde me enteré de que era Jesse Armstrong, el creador de Sucession.     

Los martes y jueves iba en metro a la universidad, en un trayecto que ahora hago todos los días. Tengo básicamente tres opciones, cada una con sus ventajas e inconvenientes. La primera opción es dar un rodeo para llegar al metro de la 125 y así evitar el parque, que es peligroso cuando no es de día. Hasta esta semana, yo solo había hecho el rodeo cuando iba con Belén. La segunda es bajar las escaleras del parque de la 121, justo donde vivo. Casi siempre hago ese recorrido a la ida, porque es más rápido que el rodeo y también que la alternativa de las escaleras de la 116 para llegar al metro de esa misma calle. Aunque ahora sea profesor, sigo llegando justo o tarde a los sitios, así que nunca me sobra tiempo por las mañanas. A la vuelta, suelo subir por la 116 porque el recorrido es mucho más bonito. Como para ir a Hunter andando tengo que atravesar Central Park desde la 72, mi trayecto atraviesa dos parques bastante especiales.    

Lo que más me gusta de mis paseos rutinarios son las cosas que se repiten. Me hace gracia encontrarme por las mañanas a un chico de pelo largo que va en bicicleta y que confundo con Griffin. Más de una vez le he llamado, me ha mirado, me he dado cuenta de que no era quién yo pensaba, se ha producido un silencio incómodo y se ha marchado extrañado. Me gustan también el saxofonista que se parece físicamente a Charlie Parker, siempre en el mismo punto de Central Park, y el latino calvo que toma el sol en el mismo lugar mientras escucha reggaetón con sus altavoces independientemente del tiempo que haga. También disfruto de los roedores y los pájaros de la zona, que son más variados de lo que uno podría imaginar. Hoy he descubierto un halcón peregrino, que espero ver más a menudo, y los mapaches son relativamente habituales. En mi nueva zona no hay tantas ratas como en Crown Heights, a pesar de que se han multiplicado con la pandemia.

Con tantos paseos por los mismos sitios, y quizás por lo pesados que son en ciencias políticas con el tema de que la variable dependiente varíe, he empezado a ver patrones. Por ejemplo, me he dado cuenta de que las ardillas de Morningside Heights huyen de mí cuando hago sonidos, mientras que las de Central Park se me acercan siempre buscando comida. Eso indica que o bien las ardillas saben dónde se encuentran en cada momento o que no se mueven mucho por la ciudad. Yo creo que es lo segundo: en el fondo son más sedentarias de lo que nos han hecho creer. También he visto que las ratas no parecen moverse demasiado. Hay un lugar de Central Park donde siempre veo una rata pequeña, a la que he visto crecer. Creo que es siempre la misma y ha llegado un punto en que me alegro de volver a encontrármela, en un sentimiento que probablemente diga más sobre mí mismo que sobre la rata. En Central Park también me llama la atención la composición racial de la gente. Justo antes de llegar a Hunter, en la zona este del parque, cada día hay muchos niños blancos jugando con unos animadores profesionales formando unas escenas que parecen idílicas. Junto a ellos, se encuentran muchas mujeres latinas y negras que les esperan, y solo en alguna ocasión he visto a alguna mujer blanca ocupándose de esos niños. Y es que hay que ser ciego para no darse cuenta de la segregación racial que ocurre en Nueva York, que por lo visto no es peor que en otras ciudades del país. Los blancos trabajan mientras las minorías cuidan de sus niños.

A partir de esta semana, no sé bien qué camino voy a tomar cada día cuando vuelva de noche a mi casa. Mis miedos empezaron el lunes, cuando fui a casa de Ferhat y Harry, en la 145, a jugar al FIFA y bajé por las escaleras del parque. Aunque no era tarde, era de noche y no había demasiada gente en la calle porque hacía frío. Unos niños de unos 14 o 15 años se me acercaron de manera sospechosa mientras me decían algo que no pude entender. Uno llevaba una rama de árbol y me pareció un poco amenazante, así que me fui corriendo a la otra acera en un cruce que fue peligroso porque había coches. No me persiguieron ni nada, y pensé que quizás había exagerado o incluso sido racista por irme de esa manera tan precipitada. No tuve más problemas para llegar al piso de mis amigos en Harlem, pero ya me quedé algo preocupado.

A la vuelta a mi casa tres horas después, decidí volver andando y tuve una sensación de inseguridad que pocas veces he tenido. Me crucé con varias personas que me dijeron algo que no entendí, y en general no me dio buena impresión lo que veía. En parte asustado por los adolescentes que se me habían acercado antes, dudé mucho sobre si dar el rodeo de la 123 o subir por el parque. Al final di el rodeo, ya que estaba algo asustado. Se lo comenté a Belén, pero no le dimos ninguna importancia. Era la primera vez que tenía sensación de miedo en esta zona, por la que siempre había estado muy tranquilo. El martes jugué al fútbol sala en la 18 y volví solo desde la parada de metro siendo de noche. Esta vez decidí volver por el parque porque me pareció verlo tranquilo y pensé que si pasaba algo podía salir corriendo fácilmente por la ropa que llevaba. El miércoles solo salí por la noche con Belén para ir a una farmacia; el jueves fuimos a tomar sushi a la 110 pero no tuvimos que atravesar el parque.   

El viernes por la mañana Belén me contó que habían asesinado la noche anterior en la esquina de la calle Amsterdam con la 123 a Davide Giri, un estudiante italiano de doctorado en Columbia. Esa esquina es la que se toma si se decide dar el rodeo para evitar el peligroso parque. Davide venía de jugar al fútbol cuando le apuñalaron sin motivo. Me pregunto si venía desde la parada de metro de la A o la C, en cuyo caso se habría hecho la misma disyuntiva que yo tantas veces: atravesar el parque o no. Sea como fuere, le habían asesinado en el sitio supuestamente menos peligroso, quizás porque sabía que el parque no era de fiar. Luego nos enteramos de que el día anterior habían apuñalado a alguien en el mismo parque, pero que no se sabía si los dos sucesos tenían relación. Además, en la 110 donde nosotros habíamos estado comiendo sushi, hubo un segundo apuñalamiento la noche del jueves a otro estudiante italiano de Columbia una hora después de que nos fuéramos de allí.  

El sábado fuimos Belén y yo a pasear con el objetivo de tomar un bubble tea en la 109. Vimos las escaleras por las que voy cada día, y dijimos que por las noches las evitaría a partir de ahora. Luego seguimos adelante y vimos las escaleras de la 116, que tienen una imponente estatua dedicada a un americano de origen austriaco que defendió los derechos civiles en el siglo XIX. Yo no sabía que era ahí donde murió asesinada en 2019 Tessa Majors, estudiante de 18 años de Columbia apuñalada por tres chicos menores de 15 años que intentaron robarle. Hay un banco que tiene una insignia en recuerdo de Tessa, así que supongo que ahora pondrán una de Davide en la 123. Ya hay un apuñalado reciente en cada una de mis alternativas de cada mañana, así que la elección no puede ser más deprimente.

Me gustaría encontrarles algún sentido a las muertes de David o Tessa, pero creo que no lo tienen. Este tipo de sucesos son infrecuentes y no hay que dejarse llevar por el miedo, pero es triste vivir en una ciudad así. La zona de Columbia está llena de policías y muchos estudiantes viven asustados, pero el problema es mucho más estructural que la presencia o no de policías, y tiene que ver con cómo funciona Estados Unidos. Cuando he viajado por este país lo que he visto es peor. En Seattle me impresionó Pike Street, en pleno Midtown, y las masas de personas sin hogar pinchándose en las calles completamente abandonados. Por lo visto en San Francisco es todavía peor, no me lo quiero ni imaginar. Estados Unidos nos da muchas oportunidades a los que tenemos suerte, pero es deprimente vivir en un país en el que la mayoría de gente piensa que si hay una persona sin hogar es porque ha tomado malas decisiones individuales y no porque la sociedad le ha fallado.

jueves, 24 de junio de 2021

Analizamos en exclusiva el Programa de Liderazgo y Gobierno del ISSEP

 



El Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) ha llegado a España para formar una nueva clase dirigente intelectual y política. Debido al clima hostil, elegir a sus profesores no ha sido fácil. Los doce profesores anunciados hasta la fecha, a los que se conoce popularmente como The Dirty Dozen, prometen revolucionar la enseñanza con un máster multidisciplinar y políticamente incorrecto. Gracias a las ayudas de la fundación Disenso y En Desacuerdo, han prometido un programa de becas que no se ha concretado debido a la imposibilidad de llegar a un acuerdo con dichas organizaciones. En este blog, hemos podido saber de primera mano los contenidos del Programa de Liderazgo y Gobierno.    

Anatomía

Como hicieron antes que él personalidades como Rubalcaba, el célebre político Jaime Mayor Oreja se ha retirado de la política y vuelve a su pasión: la anatomía humana. Conocido como Mayor Oreja por el tamaño de su órgano auditivo, el político advierte que su clase se basará en el estudio de su cuerpo y que quizás se cambia su mote en cuanto se desnude. 

Rusia, un país desconocido

Un reputado analista contará a sus alumnos cómo escribir libros sobre geopolítica mientras se descubren las maravillas culturales y políticas de Rusia. Además de un recorrido por Glinka, Shostakóvich, Dostoievski, Putin y otros genios nacionales, se demostrará que Rusia es superior al Reino Unido en todos los ámbitos. La clase no será presencial excepto para la delegación de estudiantes que se encuentre en Moscú, que harán un viaje iniciático por las cumbres siberianas en busca del amor y la belleza. 

Métodos cuantitativos

Conocidos por su pionera utilización de la regresión discontinua, sus índices para medir la heterogeneidad ideológica entre países y sus numerosos artículos en Econométrica, los profesores del ISSEP adaptarán las clases al nivel de sus alumnos. Durante las primeras nueve semanas, las clases servirán para que los alumnos se familiaricen con cada uno de los números que van del 1 al 9. El resto de las clases tratará sobre los misterios del número 0, un número lleno de sorpresas y que amenaza la existencia de la civilización occidental por su relativismo monista: si se multiplica la civilización occidental por cero sale cero, lo cual es inadmisible desde cualquier punto de vista.    

¿Qué hacemos con la desigualdad?

En esta asignatura, se explicará cómo la izquierda privilegiada ha olvidado las cuestiones materiales para centrarse en las guerras culturales. Además de clases prácticas sobre cómo hablar con un obrero o un estudiante de doctorado, el profesor demostrará que bajar los impuestos aumenta la igualdad y que se puede ser un patriota desde Andorra pero no desde Gibraltar. Para poder asistir a esta asignatura, es condición necesaria tener un apellido compuesto o una carta de recomendación de alguien que tenga cuatro apellidos compuestos.     

Educación Física

Los líderes del futuro deben saber hacer sentadillas y flexiones. Desde este programa, que se ha asociado a numerosas personalidades del mundo del deporte, se ha hecho creer a varios estudiantes de la cantera del ISSEP que tienen nivel para jugar en el Real Madrid. También se les ha prometido futuro como árbitros en ligas regionales y acciones en una competición que aunaría a los grandes equipos de Europa. Tal y como están las cosas, admiten informalmente desde la dirección del ISSEP, es más probable que sus estudiantes encuentren trabajo como utilleros que como líderes políticos.

Tanques y Maquinaria

La asignatura Tanques y Maquinaria se prevé como uno de los cocos del máster. Muy práctica, requerirá tanto de conocimientos jurídicos como armamentísticos. Hacer esta asignatura es una gran oportunidad para conocer de primera mano cómo evitar que España se derrumbe. Una de las formas de asegurar la matrícula de honor es sacar un tanque a las calles de Madrid. Hacerlo en el GTA San Andrea solo sirve para el aprobado raspado.

Introducción a la Piratería

Varios profesores dan un curso intensivo de piratería con casos prácticos. Además, se leerán detenidamente los pasajes más significativos de la novela infantil Tadeo, aprendiz de pirata y los estudiantes con más facultades analizarán los primeros capítulos de La isla del tesoro. Debido a las dificultades que puede entrañar una asignatura tan exigente, se ha planteado la incorporación de Marcos de Quinto como profesor de apoyo.

Ideología de género

Según el ISSEP, el programa cuenta con un profesor que “probablemente sea quien mejor ha entendido y explicado la ideología de género”. Además, el programa es asesorado por varios expertos en los misterios del sexo femenino, personas cuya experiencia proviene de sus múltiples esposas y amantes. Conocido entre The Dirty Dozen por su sensibilidad poética, un profesor que prefiere no identificarse tuvo trato una vez con una mujer que no era su esposa ni su criada. Como consecuencia, decidió escribir varios libros sobre el tema. “Hablar con una mujer libre me cambió la vida y me mostró que Occidente está en decadencia por el fundamentalismo islámico”, reflexiona mientras trata de recordar si todos sus apellidos compuestos son uno solo. En la última clase, Marion Maréchal y Jaime Mayor (mis abogados me han prohibido dar a conocer su nuevo mote en esta entrada) darán una clase práctica por Zoom en la que compararán los órganos femeninos y masculinos para demostrar las diferencias entre sexo y género. Más allá de esta asignatura, desde el ISSEP pretenden hacer varias mesas redondas sobre feminismo en las que la moderadora sea una mujer.

Lengua y Literatura

Asignatura dada por un famoso articulista, mostrará a los alumnos en varias sesiones prácticas cómo los columnistas de España tienen que hacer cualquier cosa para llegar al salario mínimo.

Hacia una piratería española

Conocidos por sus parches en el ojo, según se cuentan perdidos en una célebre lucha con el comunista Jack Sparrow en el buque España 2000, los profesores de esta asignatura han escrito múltiples libros sobre historia de España y la tauromaquia entendida como arte. En esta asignatura, para la que será requisito imprescindible haber sacado un notable en Introducción a la piratería, los estudiantes aprenderán cómo se viste un pirata español. El examen consiste en averiguar en qué ojo hay que ponerse el parche mientras Marcos de Quinto te grita al oído.

Aprende un poco de filosofía, idiota

Esta asignatura la imparte el director del programa del ISSEP, que es particularmente respetado entre The Dirty Dozen y espera recibir el trato de “su majestad” por parte del alumnado. En su asignatura, se demostrará empíricamente que él es la única persona que sabe de filosofía en España y aquellos lugares conocidos como el resto del mundo. Para aprobar, es necesario citar sus numerosos artículos de revistas de prestigio internacional y autoflagelarse con un látigo mientras se cita a Nietzsche.

Hitler y Franco, ¿héroes o villanos?

En una clase en que se abandonarán los prejuicios, la equidistancia y lo políticamente correcto, los estudiantes analizarán desde una perspectiva crítica y científica las luces y sombras de grandes personalidades del siglo XX como Franco, Hitler y Mussolini. Se discutirá el talento pictórico de Hitler y la capacidad cinematográfica de Franco. Además, se demostrará científicamente que la culpa de la guerra civil la tuvo la izquierda. El trabajo final será una recreación de la película Raza adaptada al género de comedia musical.  



viernes, 22 de enero de 2021

Carta de un joven posmoderno

Querido amigo:

Me has pillado. Soy un joven posmoderno. Como toda mi generación, he sido condenado a un consumismo inmaterial. Aunque sublimar mi tristeza es lo único que siento que me queda, tengo la convicción de que he sido engañado. Estoy cansado de sufrir.

Vivo en el absurdo. Nada de lo que hago tiene sentido. Mi narcicismo ha dejado de funcionar como válvula de escape, y desde la covid-19 no me sirve para ligar. Una vez superadas las convenciones sociales gracias a la filosofía, me di cuenta de que me había encerrado en mí mismo.

Me dijeron que todo era mentira, pero mi dolor es verdad. Demasiado cierto para que sea subjetivo. Demasiado subjetivo para que no sea cierto.   

Todo empezó con la filosofía. En el instituto leí a Nietzsche. Me deslumbró su nervio indómito. Aprendí que todo eran interpretaciones y que Austria y Alemania son países distintos. El cambio decisivo fue Foucault en el primer año de carrera. Con él aprendí conceptos como proceso de subjetivación y microfísica. También supe que París era la capital de Francia.  

Durante años, en los raros ratos en que no leía a Deleuze o Derrida, me dedicaba al Tinder, Instagram y Netflix. Mi vida fue desgraciada. Solo me dedicaba a tener citas con chicas inteligentes y guapas, leer y ver cine sin parar, jugar con los gatos que ponían freno a mi soledad y sacar notas excelentes en Filosofía. Ni a mi peor enemigo le deseo pasar por una experiencia tan desoladora. Todo lo que aprendí me desarmó ante lo que viene después: una enorme soledad y un mundo sin hijos.

Yo creía que el mundo estaba a mis pies, pero no sabía que Camberra es la capital de Australia. Tampoco sabía que sin convenciones sociales el mundo se derrumba. Un día, influido por Judith Butler, dejé de saludar a los vecinos del barrio. Me di cuenta de que, si no saludaba, no me respondían. Nuestros saludos eran un simulacro, como escribió Baudrillard de la Guerra del Golfo. Sí, todo eran convenciones sociales. Y, sin esas convenciones, estaba solo y seguía sin tener hijos.

Ahora he cambiado, aunque quizás sea demasiado tarde. He dejado de experimentar con mi propio deseo y me dedico a actividades más formativas. Ahora que sé que el sexo sin sentimientos es banal me dedico al internet. He dejado de ser heterocurioso para convertirme en faminazi. En vez de dedicarle mi tiempo al Tinder y a la filosofía, se lo dedico a Twitter y a El Español. He descubierto a una serie de intelectuales españoles que explican cómo llevar una vida buena. Además, como su propio nombre indica, El Español tiene una sección de geografía apasionante y he podido aprender el nombre de muchas provincias españolas.

Sin embargo, los hijos siguen sin llegar. Ya no tengo citas, y en el submundo del internet son todo hombres. Las pocas mujeres que hay están ya casadas y con hijos. A más pienso en tener hijos menos follo, lo que dificulta la procreación. Tendría que habérmelo currado de los 20 a los 30 años. Ahora ya no hay nada que hacer. Cuando hablo con una chica, le explico siempre la importancia de tener una familia y de los cuidados. Suele huir. Solo hay una que escucha con mucha atención mis discursos sobre los cuidados y los hijos. Es mi madre. Creo que no estaría bien visto que procreara con ella. 

Lo mire como lo mire, mi vida era una mierda. Ahora que he descubierto la importancia de tener hijos, veo cómo los que destrozaron mi vida lo tenían todo asegurado con sus puestos de funcionario y sus familias convencionales. Sin embargo, los que me animan a tener una vida normal son gente corriente sin privilegios. Gente que ama la familia y entiende a los jóvenes. Solo quieren que vivamos la buena vida. Saben que, en el fondo, todos los que no son como ellos son unos cretinos superficiales o narcisistas.

Como mis armas conceptuales habían sido desactivadas, he tenido que empezar desde cero. Siento que ahora soy un ejemplo para las nuevas generaciones. Me dedico a escribir sobre la buena vida y a buscar esposa. En cuanto tenga hijos, me dedicaré al Twitter, mi trabajo, los hijos y mi mujer con la misma devoción. Cuando cambie unos pañales sabré que estoy contribuyendo a un mundo mejor. Creo que tengo que buscar un trabajo en que me paguen mucho por no hacer nada.

Amigo, no desesperes. El posmodernismo, el fascismo y el narcisismo son una plaga que se puede curar. No caigas en el error de pensar que se curan leyendo; se curan teniendo hijos y poniendo pañales.




domingo, 9 de agosto de 2020

Despedidas

Desde que empecé la universidad en 2010, todos los años han comenzado con una despedida en agosto o septiembre. Paradójicamente, la sensación de que empezaba algo nuevo se materializaba al decirle adiós a la figura que me acompañaba a la estación de tren María Zambrano o al aeropuerto de Málaga; a veces mi madre, casi siempre mi padre. Ha habido todo tipo de adioses, pero siempre han sido amargos. Lo peor solía ser la noche de antes, cuando me planteaba si tenía sentido que siempre me estuviera yendo a algún lado. Algunas veces lloraba o se me soltaba alguna lágrima; otras veces me quedaba absorto en pensamientos de lo que había hecho ese año. En 2013, comencé a escribir un relato para un concurso con la frase “la vida es una sucesión de despedidas”. Recuerdo ir dando vueltas por Madrid pensando en cómo era decir adiós todo el rato a todo el mundo. La idea me acabó pareciendo cursi y la deseché. 

Desde que me fui de España, casi todas mis despedidas han tenido dos fases diferenciadas. La primera, en Málaga con mis amigos y familia, era la auténtica; la de Madrid solía ser un alegre simulacro entre el adiós y el reencuentro. Una de las peores posibilidades es no coincidir con alguien importante, y así no verlo durante todo el año: esta vez ha pasado con Ferni, Andrea, Adri y Alba en Málaga, con Luis en Madrid por dos veces. Lo peor es despedirse de los familiares más mayores y jóvenes: los primeros quizás ya no estén cuando vuelvas; los segundos es posible que hayan cambiado demasiado y se hayan olvidado de ti. Ahora pienso en mi abuela, que ya está muy mayor, y en mis primos ya no tan pequeños Leo, Grego, Rafa y Victoria. Recuerdo la mañana del 28 de agosto de 2014, cuando cogí un avión de Málaga a Frankfurt y estuve unas horas deambulando por el aeropuerto alemán esperando al primer autobús matutino. Era mi cumpleaños y mi abuelo estaba enfermo. También era mi primera estancia fuera de España, y apenas sabía inglés. Estuve revisando mi vida de arriba abajo con mucho detalle, pensando en lo que había ido haciendo con mi vida desde que dejé Málaga: tantos amigos e historias que abandonaba, y que ya no volverían de la misma manera.  

Las despedidas tienen un lado positivo. Por un lado, suponen un momento para el balance del año. Por otro, una nueva oportunidad para realizar proyectos y que pase de todo. Qué de cosas se me han ocurrido en los aeropuertos cuando estaba angustiado por qué sería de mi vida con tantos cambios, y cuánto me he exigido a mí mismo en esas horas de revisión tan fructíferas. Además, en los últimos tiempos muchos amigos me han ido acompañando en los nuevos destinos: Enrique en Londres y Bruselas, Luis en Londres, Pablo y Dani en Nueva York. Llegar a un nuevo destino y estar con algunos amigos de siempre ha hecho todo más fácil. Mientras tanto, para mí, la vida en Málaga, y con menos intensidad en Madrid, queda como suspendida en el aire, como si dejara de moverse. Cuando vuelvo, algo que siempre ocurre en las mismas fechas, deseo que todo siga igual. Las despedidas son mi punto de referencia tanto temporales como espaciales: para ubicarme en un año de mi vida, recuerdo adónde me iba desde Málaga y todo lo demás viene solo. Casi todos estos años se mantienen en mi memoria como buenos. Al fin y al cabo, yo no me voy exiliado ni por necesidad económica; me voy porque, aunque tenga cosas malas, el balance total de irme es positivo.

Ahora mismo pienso en 2015, cuando cogía un avión a Singapur para pasar mi cuatrimestre en la India, y me parece como si fuera una novela protagonizada por otra persona mucho más divertida que la de ahora. También recuerdo enero del 2017, cuando cogí un avión a Estambul desde Madrid que tenía como destino final Astaná. Se suponía que Belén y yo terminábamos nuestra relación, y pasamos toda la noche deprimidos. Escribí un texto sobre La La Land criticando cómo la película solucionaba el tema de las relaciones a distancia; en realidad estaba quejándome de mi suerte. Durante los últimos años, mis despedidas de Madrid venían acompañadas de una relación a distancia que iba cambiando siempre de coordenadas.

Hoy viajamos a Méjico porque nuestro visado J estadounidense nos complica entrar en el país sin pasar 15 días en otro lugar. Nos hemos despedido de algunos amigos y familiares en Málaga y en Madrid, y para mí ha sido bastante menos triste que otras veces. Ayer dormí perfectamente y me he levantado animado, con ganas de trabajar y hacer planes. Hemos venido en coche al aeropuerto y me he puesto a escribir este texto. En la cafetería suena The End, algo que en otro momento de mi vida hubiera considerado un presagio, pero no le he dado importancia. Aunque parezca mentira después de 4 años, es la primera vez que cojo un avión con Belén. Nos vamos juntos, lo que ha hecho que, por primera vez, la despedida haya sido en primera persona del plural. He pasado por los sitios del aeropuerto de Barajas que asocio a estas fechas, ahora más vacíos que nunca por la covid-19. Sin embargo, me han parecido más acogedores que de costumbre. Me sigue dando rabia irme de España en agosto, pero no es lo mismo despedirse solo que acompañado.

miércoles, 22 de abril de 2020

Un encuentro con José María Calleja



Ayer murió José María Calleja, uno de mis entrevistados en A finales de enero. Se une, que yo sepa, a Alfredo Pérez Rubalcaba, Juan Cristóbal González y Santos Juliá. Debido a mis extrañas circunstancias en estos momentos, he estado todo el día recordando nuestro encuentro. El viernes 11 de marzo de 2016, cogí el cercanías desde Nuevos Ministerios para ir a la Carlos III de Getafe. Sé el día porque me sale en la grabación que hice con el móvil. Yo siempre tomaba el tren en sentido contrario para ir a la Universidad Autónoma de Madrid. Que yo recuerde, solo había ido a la Carlos III en otra ocasión, para hacer un Modelo de Naciones Unidas en abril de 2012 con Luis Cornago. Recuerdo que ese día Luis y yo teníamos que defender la posición de Níger, pero no llegamos a participar porque no habíamos preparado nada y el ambiente nos dio vergüenza. Nos fuimos a la cafetería a los 15 minutos, diría que a beber pero no estoy seguro porque quizás lo que pasaba es que teníamos resaca. Fue una pena porque en esa época Luis y yo teníamos mucho que decir sobre la interesante coyuntura del país africano ante el conflicto palestino-israelí. Yo tuve que mirar dónde estaba Níger cuando nos dijeron el país al que representábamos.  

Cuatro años después, volvía a la Carlos III para entrevistarme con José María Calleja. Nada más llegar, creo que me encontré con Sonia. Llevaba como 3 años sin verla, y no he vuelto a hablar con ella desde entonces. De hecho, he intentado cotillearla en Facebook pero no me acuerdo de su apellido. Fue un encuentro raro y fugaz. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y era muy improbable que nos volviéramos a ver porque ya no teníamos amigos en común. Cuando nos despedimos me entró una sensación de irrealidad; hacía ya muchos años que había perdido mi virginidad con ella durante un verano de conciertos y me venían imágenes de esos tiempos. Creo que me tuve que ir rápido porque llegaba tarde a la entrevista con Calleja. Durante esos meses, llegué tarde a una gran parte de mis entrevistas porque no calculaba bien los tiempos. Podría decir que era una táctica para conseguir que mis entrevistados reflexionaran sobre lo que iban a decirme, pero en realidad lo único que conseguía era que no me tomaran en serio.

Calleja, que me sonaba desde niño de ver el programa El debate de CNN+ con mi padre, fue uno de mis primeros entrevistados. Volviendo a escuchar nuestra conversación, veo que me trató con mucha amabilidad y que me tomaba en serio. Yo entonces no sabía lo que estaba haciendo y le dije que era una investigación para un trabajo de la universidad. Como Calleja no había tenido demasiado trato con los protagonistas de mi libro, más que una entrevista sobre unos personajes tuvimos una conversación sobre lo que había sido la Transición a partir de la figura de Dolores González Ruiz. Yo preguntaba cosas que ahora me parecen tontísimas. Estoy sorprendido de lo poco que sabía cuando empecé con mi investigación: pregunto nombres que luego se han hecho íntimos, historias que ahora me sé de memoria, reflexiones que no son más que banalidades. Calleja me hizo un panorama de su vida y me contó cosas interesantes. Preguntado por el dolor de la lucha contra el franquismo y luego contra ETA, me dijo que “yo llevo enterrando amigos desde febrero del 84. Llevo mucho tiempo pensando que me han podido volar la cabeza a mí varias veces. Me llegaba información de la policía diciéndome que estaba entre los objetivos”.

Estuvimos hablando sobre los entierros de muchas personas. Algunas de las ideas desmitificadoras que se apuntan en A finales de enero ya aparecen en esta entrevista con Calleja: “Los niveles de solidaridad ni son eternos ni son masivos. Mucha gente dice Yo estuve en aquel entierro (el de Atocha). Sin embargo, pocos irían luego al de Dolores González Ruiz. La solidaridad también se cansa.” En ese momento, cuando yo escuchaba frases así me emocionaba porque pensaba que estaba ante algo importante. Calleja fue de los primeros que me habló de José María Zaera, la atormentada última pareja de Dolores González Ruiz. Me habló del ambiente antifranquista de Valladolid, una ciudad muy interesante por combinar un ambiente falangista con una universidad movilizada. Calleja me dijo que “yo querría haber hecho un libro sobre Atocha, lo tenía en la cabeza para hacerlo.” Al final, no lo hizo porque apareció el de Alejandro Ruiz-Huertas, el único superviviente de Atocha que sigue vivo, al que yo acababa de entrevistar. Yo le hablé de la historia que perseguía, pero no di muchos detalles. Me ha sorprendido escucharme hablar tan abiertamente de la heterogeneidad del antifranquismo y de las contradicciones vitales e ideológicas que veía en tantas personas. Luego nunca supe qué le había parecido a Calleja A finales de enero. Probablemente, había olvidado nuestra entrevista y no se acordaba de mí. Quizás no le gustó el libro, ya nunca lo sabré.

Tras la entrevista, me fui a la cafetería con Luis Cornago y Enrique Chueca. He intentado averiguar si Pablo Mahave comió con nosotros, pero parece que no. La mayoría de mis amigos del Chaminade había vuelto a Madrid ese año después de los Erasmus, aunque yo había regresado más tarde porque había pasado un tiempo en India. La vuelta a Madrid fue muy especial. Luis me había ido introduciendo en un grupo que hacía actividades en torno a Politikon y Letras Libres. Durante esos meses conocimos a Ricky Dudda, Manuel Pacheco y Carlos Victoria, que pronto se convirtieron en amigos. En El Chaminade, los miércoles había un curso de Politikon que organizaba María Ramos, en el que conocí a mis ídolos politólogos de entonces. El día de la entrevista de Calleja, en la cafetería de la Carlos III, fue la primera vez que vi a Lluís Orriols, que estaba comiendo con otros profesores y del que había oído maravillas. Entonces mi sueño era escribir en Politikon, Letras Libres y Revista de Libros. Yo miraba con envidia y admiración a Luis y Ricky, que ya publicaban artículos en sitios así. Mi única aportación pública hasta entonces había sido una entrevista a Manuel Arias Maldonado, al que ya admirábamos entonces, en septiembre de 2015 en la web Polikracia. Abrí este blog, Historias cruzadas, en enero de 2016. El día antes de la entrevista con Calleja había publicado una entrada sobre músicos callejeros, que leyeron según las estadísticas de mi blog 48 personas. En aquel entonces, mi blog solo lo leían mis amigos y Carlos Jiménez Barragán, que también tuvo una aparición estelar ese día. Leyendo las estadísticas de Historias cruzadas, ahora debo tener muchos más amigos.     

Cuando acabamos de comer, Luis me dijo que tenía una clase con Pablo Simón, así que decidí acompañarle. Le he preguntado a Andrea si coincidí con ella en esa clase por primera vez, pero parece que no; sin embargo, Lucía, con la que luego coincidí en casa de Berna, sí recuerda estar en esa clase. No sé si Pablo Simón me reconoció o no de alguna de las charlas del Chaminade, pero desde luego no me dijo nada por aparecer allí sin estar matriculado. Era la primera vez que iba a una clase de política comparada, rama de la ciencia política en la que hago ahora mi doctorado. Me acuerdo de que hablamos de federalismo asimétrico y de Suiza. También de que se mencionó el artículo de Posner (2004) sobre Malawi y Zambia que presenté hace poco en una clase de CUNY como ejemplo de buena investigación. Cuando acabé la clase, Luis se fue (imagino que tendría otra clase, pero no estoy seguro). Al salir de la universidad, un jovencísimo (como diría Arcadi Espada, este texto no está bien editado) Carlos Jiménez Barragán me dio una copia de la revista La Mecha. En ese momento, ninguno de los dos sabíamos quién era el otro, aunque a mí me parece que nos dijimos que nos sonábamos de algo. En este ejemplar, había una entrevista a Manuela Carmena y Carlos mencionaba en un artículo a Manuel Arias Maldonado. Meses después, Carlos me escribió un email muy largo, y luego quedamos y nos hicimos amigos.

He intentado saber qué hice ese viernes 11 de marzo por todos mis medios. En el viaje de vuelta en el cercanías a mi casa, creo que conocí a una chica brasileña a la que luego invité infructuosamente a alguna fiesta. Lo más probable es que me fuera al piso de Enrique, Carlos y Telmo a beber cervezas y jugar a algún juego de mesa, pero no estoy seguro. Viéndolo con perspectiva, esos fueron meses fundamentales para entender quién soy y qué caminos decidí tomar. Aunque tenía muchas dudas y me entraban en ocasiones ataques de ansiedad con mi futuro, me lo pasaba muy bien descubriendo cosas nuevas todo el rato. Muchos de mis mejores amigos son de esos meses, y encima me quedaba poco para conocer a Belén. Mi capacidad para el entusiasmo era ilimitada, y eso hacía que mi vida pudiera tener muchas más opciones que ahora. Durante esos meses, mientras acababa la carrera, hice prácticas en una consultoría, un despacho de abogados, una ONG y un ministerio para descubrir que era muy malo en cualquier trabajo. Como odiaba todos estos sitios, ponía todas mis energías en mis proyectos personales y me dedicaba a escribir, leer y estar con amigos. Aunque creo que he mejorado tanto a nivel académico como personal, entonces tenía un punto idiota e inconsciente que me hacía más divertido. Si escribía una entrada en el blog cada semana era porque, a diferencia de ahora, no estaba trabajando durante todo el día. Quizás no sabía si quería ser académico o escritor, pero desde luego sí era consciente de que no quería trabajar encerrado 10 horas al día. Luego he fracasado en ese empeño, pero esa es otra historia.

Recordar todo esto a partir de la muerte de José María Calleja me ha puesto triste. El único motivo por el que he tenido tiempo para escribir un texto así un día de clase es porque mi profesora favorita, Susan Woodward, se ha puesto enferma y ha cancelado la clase. Estoy nervioso y triste por todo lo que está pasando, y he perdido un poco la motivación por el doctorado. Tengo un nuevo proyecto de libro que me ilusiona mucho, pero es difícil no abrumarse ante cada nueva noticia del coronavirus. Todas las entrevistas que estoy haciendo para el nuevo proyecto son telefónicas, lo que hace que no conozca personalmente a mis entrevistados. Tengo grabados mis encuentros con gente como Calleja, González, Rubalcaba y Juliá. Han sido 4 años que parecen ahora una eternidad. Cada muerte de alguien al que conocí hace que vuelva sobre mí mismo unos años recordándome las posibilidades vitales que todos tenemos. Qué cantidad de vidas posibles hay y qué pocas recorremos, me digo mientras abro Google Scholar para sacar la bibliografía de la clase de mañana.