martes, 28 de febrero de 2017

Cataluña, los refugiados y el dedo que no deja ver la luna




Hace unos días, una manifestación de unas 150.000 personas en Barcelona reclamaba que se aumentara la implicación para acoger refugiados. El único partido político importante en Cataluña que no expresó su apoyo fue el PPC. Desde Ciudadanos se ha criticado, con cierta razón, la instrumentalización de la manifestación por parte del independentismo, y en la prensa española se han visto artículos de toda índole. En El Español, Cristian Campos criticaba la empatía emocional, y la calificaba correctamente como una de las peores guías posibles para las políticas públicas. Del mismo modo, hacía una consabida crítica al barcelonés “solidario de postal”, al que acusaba de girar “la vista ante el matrimonio forzoso con menores y el hiyab del refugiado y, a cambio, recibe de este apoyo para sus propios odios y racismos”. Para Cristian Campos, la asistencia a la manifestación sería una mera forma de distanciarse moralmente de los que no participaron en ella. Cristian Campos se autoatribuye la “compasión que surge del análisis distanciado, el autocontrol y un sentido profundo de la justicia”, que parece contraponer con la actitud de todos aquellos que se manifestaron en Barcelona. 

Desde mi punto de vista, el artículo tiene el mismo problema que muchos de los autodenominados liberales en la prensa y la política española. Estos liberales denuncian constantemente en los periódicos y revistas nacionales la situación catalana, el populismo de izquierdas y, en general, determinado pensamiento progresista que consideran en el mejor de los casos buenista e ingenuo. Algunos de ellos son admirables, y han configurado buena parte de mi forma de pensar. Han alertado, entre otras mil cosas, sobre la hipocresía del Ayuntamiento de Madrid al poner con coste de oportunidad cero un cartel de Refugees Wellcome, la ramplonería de determinado feminismo y la demagogia del derecho a decidir. Sin embargo, en este asunto de los refugiados, la mayoría parece que no quiere apuntar al más directo responsable sobre la lamentable política llevada a cabo por España: el Gobierno del Partido Popular. Cristian Campos hace un artículo criticando la hipocresía del catalán pijoprogre independentista, y lo viste de políticamente incorrecto al decir aparentemente cosas que no se pueden decir en Cataluña. Cristian Campos señala al dedo, pero no debemos dejar de ver la luna: esos refugiados que, cuando hayamos seguido criticando lo que dicen unos y otros, seguirán ahí. Mi pregunta va dirigida a todos esos liberales que creen, como Cristian Campos, dirigirse por el sentido profundo de la justicia. ¿Dónde está el artículo viral sobre los refugiados que no critica a la izquierda sino al responsable del asunto? 

Se puede tener razón por motivos equivocados. Que buena parte de la gente que acudió a la manifestación en Barcelona pudiera hacerlo por motivos discutibles no quita que la manifestación tuviera una buena razón de ser. En Alemania, como nos mostró Manuel Arias Maldonado en Revista de Libros, ha habido un debate real en las páginas de Die Zeit. Iniciativas público-privadas han hecho que en Alemania, pese a todos los peros que se puedan poner, haya habido una respuesta responsable a una crisis gravísima. En España no hemos debatido sobre este asunto en profundidad. Sin embargo, sobre Cataluña se ha escrito en el mismo tiempo todo lo posible. Es cierto que el proceso secesionista, como ha escrito Arcadi Espada, “ha dividido a la sociedad catalana y ha agudizado tensiones ya existentes. La convivencia ha empeorado. Esto es tan cierto como que ninguno de esos incidentes ha sido grave ni ha puesto en peligro la vida de nadie”. Pero el tema de los refugiados afecta a la vida de personas inocentes que no han tenido responsabilidad alguna en el drama que les ha tocado. Y que sea la izquierda la única que reclame sin matices una política de refugiados deja en evidencia a todo el espectro político español. 

En una cena hace unos meses, John Muller, director adjunto de El Español y paradigma de periodista liberal, hizo un alegato a favor de los refugiados. Dijo que había que aceptar a todos los sirios posibles, que eran gente emprendedora y que necesitaban una oportunidad en nuestro país. En ese momento, Federico Steinberg, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid e Investigador en el Instituto Elcano, le preguntó el motivo por el que no lo decía en público más a menudo. Una voz como la suya, qué duda cabe, podría ser escuchada por sectores que presionaran al Partido Popular para llevar a cabo otra política. Porque está claro que el Partido Popular no sigue las recomendaciones de prensa genuinamente liberal como The Economist, que pidió una política europea coordinada para recibir a refugiados, ambiciosos planes para que los refugiados pudieran adaptarse a los países de origen y el aumento de la ayuda a los sirios. 

Cuando el impresentable Jorge Fernández Díaz, siendo Ministro de Interior, dijo que los críticos de las devoluciones en caliente debían acoger a los inmigrantes y “que si no, que se callen”, estaba mostrando a las claras la política en estos asuntos que iba a llevar el Partido Popular. La falta de compromiso del Gobierno no es comparable a la posible hipocresía de los ciudadanos en estos asuntos: a los partidos políticos se les elige precisamente para que gestionen temas espinosos como éste. El sentido profundo de la justicia no ha llevado a nuestros liberales a pedir explicaciones indignadas acerca de este tremendo asunto. Las políticas públicas están, precisamente, para gestionar este tipo de situaciones. Se deberían haber tomado una serie de medidas conjuntas entre el Gobierno, las ONGs y la sociedad civil para facilitar entre todos la asistencia a la mayor parte de refugiados posible. El Partido Popular tendría que haber explicado que gestionar una entrada masiva es complicado con la situación de paro del país, pero que debíamos hacer un esfuerzo de acogida por unos motivos tan obvios que cuesta tener que exponerlos. Que este esfuerzo crearía seguramente ganadores y perdedores, y que estábamos ante una responsabilidad colectiva que el Gobierno del Partido Popular iba a asumir conjuntamente con determinados sectores de la sociedad. Por supuesto, era un reto difícil, pero teníamos guías a nuestro alcance: Alemania y Suecia, sin ir más lejos. Sin embargo, el Partido Popular ha llevado a cabo una política hipócrita, irresponsable y desmedida, mezclando apariciones públicas quejumbrosas con la imposición de dificultades constantes a la entrada efectiva de refugiados en España, como si los españoles viviéramos en nuestras fronteras un drama equiparable al de las personas a las que podríamos ayudar. Que España recibiera unos 900 refugiados en 2016 de los 17.337 que prometió a Bruselas es simplemente intolerable. Que los refugiados no quieran venir a nuestro país, como denuncian múltiples organizaciones, por las extremas dificultades que encuentran es lamentable. Pero, en otro orden de cosas, que dejemos que la policía marroquí se encargue de hacer el trabajo sucio en la frontera de Melilla sin exigir ninguna responsabilidad y que desde el Ministerio de Asuntos Exteriores se busquen argumentos para denegar visados incluso a ucranianos perseguidos por su condición sexual es algo propio de esos países a los que con razón no queremos parecernos. Que el Presidente Mariano Rajoy haya escrito recientemente una tribuna en El País alabando nuestra capacidad para acoger e integrar a personas que sufren por su defensa de los derechos” es ya directamente una comedia. ¿Por qué El País no ha hecho un editorial crítico con el Presidente en respuesta al artículo, como hizo cuando publicó la respuesta de Mas a Felipe González titulada “A los españoles”? 

El lugar en el que queda Rajoy en comparación con Merkel ante estos asuntos no es algo que debamos olvidar a la hora de votar. Ni tampoco a la hora de entender qué preocupante lugar ocupa España en la Unión Europea. Por otra parte, que ni Ciudadanos ni el PSOE exigieran un cambio radical en estas políticas como condición de gobierno del Partido Popular es algo legítimamente reprochable. Con todos estos ingredientes, podría haber aparecido un incómodo y verdaderamente políticamente incorrecto artículo viral de un liberal español. Usando ese mismo tono con el que se ataca a los progres y a los solidarios de postal pero con los conservadores que no creen en sociedades cosmopolitas, la responsabilidad del individuo y “esa compasión que surge del análisis distanciado, el autocontrol y un sentido profundo de la justicia”. No vaya a ser que esa disonancia cognitiva de la que tanto nos gusta hablar solo afecte a los que no piensen como nosotros. Aquellos columnistas patrios que presumen de decir verdades incómodas cuando afectan al progresismo olvidan una cosa fundamental: uno solo es verdaderamente políticamente incorrecto cuando escribe contra los suyos planteándose sus verdades absolutas.   

En una reciente encuesta del Chatham House, un 41% de los españoles desea que se detenga el flujo de inmigración procedente de países musulmanes. Solo un 32% de los españoles desean lo contrario. Yo apuesto a que sé dónde se encuentran la inmensa mayoría de autodenominados liberales antinacionalistas españoles.

jueves, 16 de febrero de 2017

Los obituarios, los héroes y las vidas posibles



Una de las mejores páginas que he leído en El País es la dedicada el 30 de mayo de 2016 a la vida de tres personas increíbles: François Morellet, Parviz Kalantari y Yang Jiang. 

François Morellet fue una de las grandes figuras de la abstracción geométrica, y es un precursor del minimalismo. Fundó el Grupo de Investigación de Arte Visual y defendió un arte “geométrico, tecnológico y lúdico, muy pegado a la vida diaria, que otorgaba un papel protagonista a un espectador hasta entonces pasivo”. Utilizó todo tipo de nuevos materiales como el neón y participó en el grupo Nouvelle Tendance. Este grupo llevó “un trabajo de experimentación respecto a la percepción visual, a partir de bases científicas”. En los últimos años, una serie de retrospectivas en sitios como el Centre Pompidou o el Louvre lo habían consagrado. 

Parviz Kalantari fue un destacado pintor iraní. Kalantari comenzó ilustrando libros, y se ocupó de los libros de texto escolares que se mantendrían en la memoria de generaciones de iraníes. Más tarde, se identificó con el movimiento Saqakhaneh, y empezó un período de su obra que se conoce como “pintura de barro y paja”. Fue pionero en el usó del collage, y sus obras se pueden encontrar en sitios como la sede de la ONU en Nairobi o los sellos y postales de Unicef. Además, colaboró en revistas como Gardun y realizó una película de dibujos animados llamada “La libertad norteamericana” que ganó Festival Oberhausen. 

Yang Jiang es mi favorita, y su vida merecería una biografía de renombre. Nacida en Pekín en 1911, estudió Ciencias Políticas y posteriormente un Máster en Literatura Extranjera. Se casó con Qian Zhongshu, y la pareja gozó de alto prestigio literario en el siglo XX. Yang había aprendido francés e inglés en los años 30, y tradujo todo tipo de obras de teatro al chino. Con el idioma español comenzó con cuarenta y ocho años de edad, tras traducir el Lazarillo de Tormes del francés y decidir aprender español para poder traducirlo directamente. Después, tras leer cinco traducciones de otras lenguas del Quijote, decidió que tenía que traducirlo del español porque ninguna traducción era lo suficientemente buena. La Revolución Cultural maoísta, a pesar de su nombre, la llevó al campo a realizar trabajos forzados en los 60, teniendo que interrumpir su tarea cuando ya llevaba los dos primeros volúmenes. La traducción de la obra de Cervantes fue publicada en 1978 y, exitosamente, se han llegado a repartir más de 700.000 copias de su traducción.   

Hay muchas maneras de recorrer las vidas de los demás. Una buena amiga deambula por los cementerios buscando historias. Otro amigo solo lee del The Economist los obituarios, y conozco a un historiador que lee los testamentos como novelas. En mi caso, disfruto con las biografías. Conocer las vidas de los demás nos habla de nuestras vidas posibles y nos proyecta en todo lo que jamás seremos. Nos quita prejuicios, nos abre la mente y nos ensancha las posibilidades vitales. Nos enseña, por una parte, que todos somos bastante parecidos en algunas cosas y, por otra parte, lo distintos que podemos llegar a ser cada uno de nosotros en determinados asuntos. Una buena biografía es una oda a la diversidad humana. Creo que el mejor liberalismo es el que entiende que los proyectos individuales de vida son equiparables, y que, por tanto, cada uno debe ser al menos hasta cierto punto responsable de su destino, su éxito y sus fracasos. Esto, claro, conlleva un problema: cuando no seamos aquello que habíamos imaginado será por nuestra falta de pericia o suerte. No habrá sistema al que culpar, ni esquema mental en el que excusarnos. 

Lo mejor del tiempo en que vivimos es que hay más posibilidades de que cada uno de nosotros sea más o menos lo que quiera, con todos los peros que se pueden poner a esta quizás aventurada afirmación. Además, el hecho de que ahora haya menos motivos que antes para ser un héroe rebelde no es sino una muestra del avance que hemos alcanzado como sociedad. Es cierto, claro, que estas posibilidades de elección no se dan para todas las personas. Aunque en España hemos avanzado mucho en ese sentido en los últimos 40 años, la elevada desigualdad de oportunidades sigue haciendo que haya quien lo tenga mucho más difícil. En otros países, por descontado, las condiciones de libertad indispensables para llevar vidas autoconscientes no se dan, y la falta de libertad palmaria crea vidas heroicas y trágicas que muestran, en el fondo, el fracaso de una sociedad. Para ubicarse en este asunto resulta útil revisar el enfoque de las capacidades de Nussbaum, que intenta buscar el mínimo de condiciones indispensable para que podamos dirigir nuestro destino con autonomía y responsabilidad. Yo añadiría al enfoque de las capacidades la siguiente intuición: uno no ha de ser una persona excepcional, un héroe, para poder ser uno mismo y tener libertad de elección. En la democracia liberal, se diría, no se exige a nadie una extraordinaria vida en pro de los demás, y más bien se desconfía de los heroicos y trágicos visionarios en pos de la verdad absoluta. La democracia liberal podría acabaría con los mártires, los profetas y los revolucionarios, figuras que tendrían que debatir como todos los demás y asumir las aburridas reglas del juego. ¡No es país para románticos!

Incluso con todas las limitaciones anteriores, los obituarios nos recuerdan la posibilidad de desarrollar nuestra legítima rareza, utilizando la expresión de Rene Chair. Y también la importancia de la política, la economía y la sociedad en la vida de cada uno de nosotros. Las vidas individuales no se desarrollan en el vacío, sino en un entramado complejo de instituciones, sentimientos, personas y situaciones. El recuerdo y la admiración por las vidas pasadas nos muestran los niveles de refinamiento, grandeza y miseria a los que hemos llegado como especie, y nos invitan a ver que no hay caminos prefijados ni historias que no hayan ocurrido antes. Por eso mismo, nos quitan un gran peso de encima: no somos únicos ni tan importantes. Los obituarios nos invitan a elegir la vida que en cada momento queramos tener. Un obituario es un buen lugar donde buscar al postheroico ironista melancólico, utilizando la genial expresión de Manuel Arias Maldonado, que podemos aspirar a ser en la democracia liberal.