jueves, 16 de febrero de 2017

Los obituarios, los héroes y las vidas posibles



Una de las mejores páginas que he leído en El País es la dedicada el 30 de mayo de 2016 a la vida de tres personas increíbles: François Morellet, Parviz Kalantari y Yang Jiang. 

François Morellet fue una de las grandes figuras de la abstracción geométrica, y es un precursor del minimalismo. Fundó el Grupo de Investigación de Arte Visual y defendió un arte “geométrico, tecnológico y lúdico, muy pegado a la vida diaria, que otorgaba un papel protagonista a un espectador hasta entonces pasivo”. Utilizó todo tipo de nuevos materiales como el neón y participó en el grupo Nouvelle Tendance. Este grupo llevó “un trabajo de experimentación respecto a la percepción visual, a partir de bases científicas”. En los últimos años, una serie de retrospectivas en sitios como el Centre Pompidou o el Louvre lo habían consagrado. 

Parviz Kalantari fue un destacado pintor iraní. Kalantari comenzó ilustrando libros, y se ocupó de los libros de texto escolares que se mantendrían en la memoria de generaciones de iraníes. Más tarde, se identificó con el movimiento Saqakhaneh, y empezó un período de su obra que se conoce como “pintura de barro y paja”. Fue pionero en el usó del collage, y sus obras se pueden encontrar en sitios como la sede de la ONU en Nairobi o los sellos y postales de Unicef. Además, colaboró en revistas como Gardun y realizó una película de dibujos animados llamada “La libertad norteamericana” que ganó Festival Oberhausen. 

Yang Jiang es mi favorita, y su vida merecería una biografía de renombre. Nacida en Pekín en 1911, estudió Ciencias Políticas y posteriormente un Máster en Literatura Extranjera. Se casó con Qian Zhongshu, y la pareja gozó de alto prestigio literario en el siglo XX. Yang había aprendido francés e inglés en los años 30, y tradujo todo tipo de obras de teatro al chino. Con el idioma español comenzó con cuarenta y ocho años de edad, tras traducir el Lazarillo de Tormes del francés y decidir aprender español para poder traducirlo directamente. Después, tras leer cinco traducciones de otras lenguas del Quijote, decidió que tenía que traducirlo del español porque ninguna traducción era lo suficientemente buena. La Revolución Cultural maoísta, a pesar de su nombre, la llevó al campo a realizar trabajos forzados en los 60, teniendo que interrumpir su tarea cuando ya llevaba los dos primeros volúmenes. La traducción de la obra de Cervantes fue publicada en 1978 y, exitosamente, se han llegado a repartir más de 700.000 copias de su traducción.   

Hay muchas maneras de recorrer las vidas de los demás. Una buena amiga deambula por los cementerios buscando historias. Otro amigo solo lee del The Economist los obituarios, y conozco a un historiador que lee los testamentos como novelas. En mi caso, disfruto con las biografías. Conocer las vidas de los demás nos habla de nuestras vidas posibles y nos proyecta en todo lo que jamás seremos. Nos quita prejuicios, nos abre la mente y nos ensancha las posibilidades vitales. Nos enseña, por una parte, que todos somos bastante parecidos en algunas cosas y, por otra parte, lo distintos que podemos llegar a ser cada uno de nosotros en determinados asuntos. Una buena biografía es una oda a la diversidad humana. Creo que el mejor liberalismo es el que entiende que los proyectos individuales de vida son equiparables, y que, por tanto, cada uno debe ser al menos hasta cierto punto responsable de su destino, su éxito y sus fracasos. Esto, claro, conlleva un problema: cuando no seamos aquello que habíamos imaginado será por nuestra falta de pericia o suerte. No habrá sistema al que culpar, ni esquema mental en el que excusarnos. 

Lo mejor del tiempo en que vivimos es que hay más posibilidades de que cada uno de nosotros sea más o menos lo que quiera, con todos los peros que se pueden poner a esta quizás aventurada afirmación. Además, el hecho de que ahora haya menos motivos que antes para ser un héroe rebelde no es sino una muestra del avance que hemos alcanzado como sociedad. Es cierto, claro, que estas posibilidades de elección no se dan para todas las personas. Aunque en España hemos avanzado mucho en ese sentido en los últimos 40 años, la elevada desigualdad de oportunidades sigue haciendo que haya quien lo tenga mucho más difícil. En otros países, por descontado, las condiciones de libertad indispensables para llevar vidas autoconscientes no se dan, y la falta de libertad palmaria crea vidas heroicas y trágicas que muestran, en el fondo, el fracaso de una sociedad. Para ubicarse en este asunto resulta útil revisar el enfoque de las capacidades de Nussbaum, que intenta buscar el mínimo de condiciones indispensable para que podamos dirigir nuestro destino con autonomía y responsabilidad. Yo añadiría al enfoque de las capacidades la siguiente intuición: uno no ha de ser una persona excepcional, un héroe, para poder ser uno mismo y tener libertad de elección. En la democracia liberal, se diría, no se exige a nadie una extraordinaria vida en pro de los demás, y más bien se desconfía de los heroicos y trágicos visionarios en pos de la verdad absoluta. La democracia liberal podría acabaría con los mártires, los profetas y los revolucionarios, figuras que tendrían que debatir como todos los demás y asumir las aburridas reglas del juego. ¡No es país para románticos!

Incluso con todas las limitaciones anteriores, los obituarios nos recuerdan la posibilidad de desarrollar nuestra legítima rareza, utilizando la expresión de Rene Chair. Y también la importancia de la política, la economía y la sociedad en la vida de cada uno de nosotros. Las vidas individuales no se desarrollan en el vacío, sino en un entramado complejo de instituciones, sentimientos, personas y situaciones. El recuerdo y la admiración por las vidas pasadas nos muestran los niveles de refinamiento, grandeza y miseria a los que hemos llegado como especie, y nos invitan a ver que no hay caminos prefijados ni historias que no hayan ocurrido antes. Por eso mismo, nos quitan un gran peso de encima: no somos únicos ni tan importantes. Los obituarios nos invitan a elegir la vida que en cada momento queramos tener. Un obituario es un buen lugar donde buscar al postheroico ironista melancólico, utilizando la genial expresión de Manuel Arias Maldonado, que podemos aspirar a ser en la democracia liberal.

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