miércoles, 4 de julio de 2018

Camisetas de fútbol


En las últimas semanas, cada vez que entro en un supermercado saltan las alarmas antirrobo. Ya rutinariamente, me hago el sorprendido y levanto las manos. A veces comprueban que no me he llevado nada ilegalmente, y otras simplemente me dejan irme sin chequear nada. En el Sainsbury’s de al lado de mi residencia, el segurata había comenzado a sospechar de mí, y cada vez que entraba en el supermercado me miraba fijamente a los ojos con desconfianza. Las peleas contra los ladrones en el Sainsbury’s son habituales. Yo he visto al menos cuatro. Tres veces han sido contra bandas de chicos en bicicleta, que yo creo que son siempre los mismos pero no puedo asegurarlo. Otra vez, fue contra un tipo que había robado unas latas de cerveza. El forcejeo fue rápido, y al final el tipo huyó. El segurata del Sainsbury’s, un tipo grande y calvo con aspecto de oso, había hecho con sus sospechas que algunas veces me fuera al Tesco a comprar. En el Tesco hay un dependiente peripatético que parece sacado de una película de los hermanos Cohen. Combina la mirada nostálgica y triste que caracteriza al seleccionador Fernando Hierro con la pose de Steve Buscemi en El gran Lebowski. Me lo imagino muriendo de un infarto tras presenciar una de las peleas contra los ladrones. Mi amigo Luis me dijo un día con mucha razón que ese tipo merece una novela.

Desde que comenzó el mundial, he descubierto una táctica para confraternizar con los seguratas y los dependientes: llevar camisetas de fútbol. Todo comenzó en un supermercado en Portsmouth, ciudad portuaria caracterizada por no tener nada que merezca la pena. Era el día de antes del partido fatídico contra Rusia, y llevaba la camiseta de la selección española. Como siempre, hice saltar las alarmas al salir del lugar. Hice algunos gestos señalando que no me había llevado nada, y me dejaron salir. Cuando habíamos salido del establecimiento, un dependiente se nos acercó y yo pensé que debía ser para comprobar más minuciosamente que no había robado nada. Era negro y parecía subsahariano, y nos preguntó en un español con bastante acento extranjero si éramos españoles. Dijimos que sí, y nos respondió que era de Zaragoza. Hablamos un poco de fútbol, de Málaga y de Zaragoza, y nos despedimos muy alegremente.

Dos días después, ya en Londres, fui a jugar al fútbol a North Kensington, muy cerca de la torre Grenfell, donde un incendio el 14 de junio de 2017 provocó 71 fallecidos. Nada más salir del metro, unos carteles piden justicia para las víctimas. Desde el campo de fútbol se puede ver el esqueleto de la torre. Llevaba otra vez una camiseta de España, que me hicieron taparme tras un peto porque el otro equipo iba de rojo. A la vuelta del partido, tras despedirme de Adri cerca de London Bridge, fui al Sainsbury’s de siempre para hidratarme. Cuando entraba, el portero me paró en seco. Sonreía. Me dijo que había sido un gran partido, pero que sabía que los rusos ganarían porque eran jóvenes y los españoles mayores. Le di la mano, y le pregunté de dónde era. Venía de San Petersburgo, y llevaba 12 años en Londres trabajando como segurata. Se llama Bart. Estaba de muy buen humor, y estuvimos hablando un buen rato del partido. Le deseé suerte para el próximo partido contra Croacia. Tras comprar mi bebida, volví a hacer que pitaran las alarmas. Bart me dejó pasar, me dijo que no tenía que preocuparme de nada y me volvió a dar la mano amistosamente.

Esta mañana, he rechazado una beca no remunerada para escribir en Andalucía y he decidido aceptar una oferta de prácticas pagadas en Bruselas. He dudado mucho, y al final he apostado por ser burócrata antes que escritor tras hablar con algunos amigos y mi novia. He salido a comer con una camiseta del equipo de fútbol de mi antigua universidad alemana, en la que se puede ver a un dibujo de un toro formando una f de Frankfurt bajo el subtítulo de “Bulls are coming”. Despistado por la decisión que había tomado, me he metido en el Sainsbury’s en cuanto lo he visto. Ha sonado la alarma, y Bart se ha reído de mí y me ha dicho que es por el libro que llevo siempre entre manos. Me he dado cuenta de que no quería ir allí y he vuelto a salir, así que la alarma ha vuelto a sonar. Mientras iba al Leon he pasado por el Tesco, y he pensado por un momento en jugar a ser el Ben Judah de This is London. Entrevistaría a Bart en profundidad, al desgraciado dependiente del Tesco con la mirada de Fernando Hierro, al chico que pide siempre enfrente del Tesco con su buldog, al dependiente de las Islas Mauricio que lleva 20 años trabajando en la London School of Economics, a los chicos ingleses de las bandas de bicicletas que vagan por la ciudad haciendo el cafre. 

He pensado que podía utilizar las camisetas de fútbol como pretexto para entablar conversaciones. Además de las dos de España, tengo una de Honduras que me regaló mi primo Jose Luis y una ochentera del Málaga que regalaban con el Diario Sur hace unos diez años. He llevado esa camiseta del Málaga en todos los países en los que he estado, y siempre ha facilitado muchas conversaciones con personas de todo el mundo.  Así, el libro se articularía en base a estas camisetas, que permitirían que los personajes abrieran sus historias al lector. 

Tras comer, me he metido en casa y he desechado la idea. En Bruselas voy a ir en traje, y con suerte dejaré de pitar en todos los supermercados. Voy a necesitar muchas camisetas de fútbol para no odiarme demasiado a mí mismo.