jueves, 20 de octubre de 2016

Los estudiantes, los fascistas y la Universidad Autónoma de Madrid



Un compañero de clase de la Universidad Autónoma de Madrid, de derecha rancia y machista, admite haber participado una vez en una pelea contra la policía en un botellón de un pueblo madrileño. Lo mejor que tiene lo que hace es su falta de complejo y trascendencia: era emocionante lanzar botellas, gritar y encararse, me dijo un día. Otro amiguete, también de derechas (y liberal) y actualmente en una de las mejores universidades del mundo, admite que una vez increpó con su cuadrilla a un mendigo en la calle. De nuevo, su mérito es no ponerse medallas: lo hizo porque le pareció divertido. 

En 2014, recuerdo que un día unos chicos de nuestra edad nos impidieron entrar en clase. Yo no solía ir a mucho a la Universidad, todo hay que decirlo, y no me había enterado ni de que había huelga ni de que en mi clase, Derecho y Administración de Empresas, se había decidido unánimemente que no se iba a cumplir. Recuerdo que había un seminario importante de una asignatura difícil. La verdad es que hacía un día de mierda, muy nublado, con lluvia y frío. Un coche medio en llamas me llamó la atención nada más salir del Cercanías. Fui hasta la facultad de Económicas y me encontré con algunos de mis compañeros de clase. Había personas encapuchadas por toda la facultad, y se escuchaban gritos y petardos. 

Teníamos clase con un profesor que se jubilaba ese mismo año. Era un señor mayor y encantador, que no gozaba de la mejor salud del mundo. Como era un seminario, la clase se dividía en dos turnos. Yo iba al segundo, así que pude observar desde fuera como un grupo de personas a las que no veíamos la cara esperaba en la puerta de la clase a la que teníamos que entrar. Cuando salieron los del primer turno, los chavales insultaban a todos los demás. Previamente una chica encapuchada había entrado en la clase y había tratado de explicar a los de mi clase por qué tenían que dejar de dar clase. Tras ser escuchada, nuestro amable profesor le explicó que teníamos un derecho a dar nuestra clase, y fue invitada a irse. Así que se quedaron en la puerta para poder insultar a los que se iban, y tratar de evitar que entráramos los otros. Gritaban, en una referencia a Dolores Iraburri que seguro que conocen, el “no pasarán”. Uno de mi clase, con el que seguramente es mejor no enfrentarse, se encaró con varios. A una chica la empujaron entre varios. Alguien tiró una especie de bomba de humo y el ambiente era tétrico. A estas alturas, hasta yo quería dar la maldita clase.  

No pudimos. Se tiró un petardo, y nos tuvimos que ir. No conocíamos, claro, a ninguna de las personas que nos echaban. Sospechábamos que una buena parte no era de nuestra universidad, y desde luego sabíamos que casi nadie era de nuestra facultad. Al final, como habían predicho, no pasamos. 

Lo más triste de estos revienta actos es su épica de trascendencia. Entre mis amigos de Facebook, observo cómo muchos se quejan de la cobertura que da El País del acto de ayer. Otros tantos, reconocen que lo que pasó no estuvo bien para, inmediatamente, hacer como Rita Maestre y añadir ese equidistante “ahora bien, no creo que a nadie le sorprenda, incluido al propio Felipe González, que en la universidad pública le reciban con las mismas protestas con las que le hubieran recibido en la puerta de la calle Ferraz”. Recordemos que los protestantes de ayer incluían carteles en los que se pedía el acercamiento de presos de ETA en el mismo lugar donde fue asesinado Tomás y Valiente hace no demasiado tiempo. Se gritó el mítico “fuera fascistas de la Universidad” y en las pancartas se leía “fuera asesinos de la Universidad” y referencias a la “cal viva”. El referente al “No pasarán” fue alegremente enarbolado. 

La izquierda revolucionaria estudiantil se cree que vivimos en los años sesenta. El problema de nuestros estudiantes revolucionarios es que no pueden escudarse en realidades dictatoriales para realizar sus apologías dictatoriales. El revolucionario antifascista necesita del fascismo para sobrevivir, y en ausencia del mismo muta en su mayor enemigo, que es a la vez su razón de ser. Los fascistas universitarios de los años 60 y 70, ay, se parecen mucho a nuestros amigos de la Federación Estudiantil Libertaria. Estos últimos son los mejores herederos de Defensa Universitaria y de Guerrilleros de Cristo Rey, aquellos chavales falangistas que se liaban a ostias con Manuela Carmena, Cristina Almeida, Dolores González Ruiz, Paquita Sauquillo o Elisa Maravall. Compartían también la costumbre de boicotear los actos de los demás violentamente. El régimen franquista, claro, solía condonarlos y, a pesar del discurso oficial de condena de la violencia, muchos de ellos llegaban con bastante facilidad a puestos altos. Cuando pasaba algún escándalo de violencia, siempre se podía llamar la atención sobre otro tema. Por supuesto, siempre se sentía una ligera sensación de orgullo no disimulada ante esa juventud enrabietada. ¡Demasiado ímpetu, mis falangistas! Pablo Iglesias, que cree que vive un cambio de régimen y que demuestra por enésima vez por dónde va, ha escrito algo digno del mejor franquismo cuando desviaba un asunto incómodo con algún tema nacionalista: “van (a) expulsar a los migrantes por amotinarse pero algunos se rasgan las vestiduras por una protesta estudiantil”.

Es curioso que los que no aceptan la Transición se rebelen ahora contra una rectora, Yolanda Valdeolivas, claramente de izquierdas y afiliada a un sindicato desde el que lleva luchando por los trabajadores toda su vida. Es curioso que tengan que hacerlo donde murió Tomás y Valiente, que sí que se manifestó cuando había que hacerlo, y que como miembro de la generación del 56, corrió riesgos reales que los chavalillos de ahora no atisbamos a recrear. Los de la generación del 56, claro, eran revolucionarios que mantenían ideales que caducaron. La mayoría de ellos se adaptó a la realidad y fue cambiando gradualmente de opinión. La revolución se hizo aburrida y el rebelde, aunque quizás sexi, pasó a ser ridículo. Los grupos de extrema izquierda universitaria de los 60 y 70 vivían una dictadura deplorable y disparatada que les llevó, en ocasiones, a actitudes y acciones estúpidas, lamentables y despreciables. Los de ahora viven las imperfecciones de una democracia moderna que no son capaces de entender. Y reivindican a unos personajes del pasado que seguramente se desmarcarían de ellos si tuvieran ocasión.  

Hay un intrínseco problema moral en creerse el discurso de “la lucha de la justicia” que practican los que impiden actos como el de Felipe González. Impide que veamos que lo que hay detrás de sus actos es lo mismo que el que lleva al chico de derechas a cometer actos violentos. Lo único que se puede hacer es desenmascarar todos los mitos que rodean a la violencia, criticar con virulencia a los encubridores y dejar que la justicia actúe. Es tan injusto culpar directamente a los dirigentes de Podemos por los actos de la Universidad Autónoma como lo es no llamar la atención sobre sus reacciones anteriores y posteriores. Lo bueno de que hayan dejado de llamarse socialdemócratas es que, cuando desde el Tweet oficial de Podemos UAM se dice tras la manifestación que “es sintomático que Felipe González y Cebrián no sean bien recibidos en la Universidad Autónoma”, ya sabemos qué historia sienten suya: la de los que hace no tanto pegaban a Manuela Carmena (hoy presente, por cierto, en la UAM con El País) y a todos esos mitos deshonrados por la Federación Estudiantil Libertaria en ese antifascismo que da más pena que vergüenza.








Actualización. Había escrito esto antes de que Pablo Iglesias se explicara a sí mismo en una entrevista a eldiario. Cuando le preguntan su opinión sobre lo ocurrido, responde así: 

“Vosotros lo sabéis porque ya tenéis una edad, cuando uno ve movilizaciones estudiantiles se siente viejo. Hay algo de bello siempre en las protestas de los jóvenes, incluso por el hecho de que ya no podríamos identificarnos con esas formas y estilos. Bromeaba con Errejón por la protesta: "Ya no podemos estar, van encapuchados". Y le decía: "Y ya ves, y tú eres la derecha del partido". Y nos reíamos los dos. Era una manera de reconocer cómo nos gustaría estar ahí, ser un estudiante y estar en eso.  A mí me gusta. Incluso si un día me lo hacen a mí, está dentro de la normalidad democrática. Que un expresidente, que ha sido consejero de Gas Natural, mayordomo de Carlos Slim, que encima se vanagloria de los años más oscuros del terrorismo de Estado vaya a la facultad y los estudiantes le digan "eres un sinvergüenza" creo que habla bien de la salud democrática de nuestro país. Mucho orgullo de que haya estudiantes así”. 

Pablo Iglesias es el mejor sucesor del peor Fraga de los setenta. Imaginen ahora un Ministerio de Interior de Podemos. Eso sí que sería volver a los sesenta.

jueves, 6 de octubre de 2016

El discurso cautivo y la consecuencia indeseable: el PSOE ante su historia (I)

Primera parte: de la postguerra al abrazo del marxismo

Días después del resultado favorable al abandono del Reino Unido de la Unión Europea, en los periódicos se hablaba de todos aquellos que estaban arrepentidos. En el Independent podíamos leer que hasta un 7% de los que votaron por la salida se arrepentían. Si bien es verdad que un 3% de los que votaron por la permanencia abogaban ahora por la salida, el resultado tras los cambios se acercaba al empate absoluto. Como se podía leer en el Washington Post, algunos de los que votaron por el leave se declaraban atónitos por el resultado. “Estoy impactado de que hayamos votado por salir de la UE, no pensé que iba a pasar. No pensaba que mi voto fuera a contar mucho porque pensé que simplemente nos quedaríamos.” Otro de estos votantes sentía que “genuinamente me han robado el voto” y unos cuantos se quejaban de la retórica empleada como motivo del (fallido) voto. En todo caso, incluso tras la votación, una décima parte de los votantes creían sinceramente que el Brexit no se iba a producir. Volveremos sobre este punto, a propósito del PSOE, al finalizar la serie de artículos.  

Ante la crisis interna del PSOE, desde la izquierda se ha criticado duramente lo que algunos han calificado de “golpe de estado”. Por su parte, las críticas a González han sido variadas y de diverso gusto. La que fuera Ministra de Vivienda con Zapatero, María Antonia Trujillo, escribió un Tweet diciendo que “Felipe González ya se había cargado el PSOE cuando abandonó el marxismo y fracturó el partido con los históricos de Llopis y los renovadores de él”. Por su parte, El País ha vuelto a ser foco de las iras tras el llamativo editorial que calificaba a Pedro Sánchez como “insensato sin escrúpulos”. A estas alturas, es un lugar común decir que El País no es lo que era y que se ha convertido en un “instrumento del capital”. Asimismo, llama la atención que Felipe González haya afirmado que se siente personalmente “engañado y defraudado por Pedro Sánchez”. González añade algo paradójico al hilo de su historia personal: “me siento engañado porque me dijo que iban a hacer una cosa y luego fue otra (...) Si ha cambiado de posición, desde luego no se lo ha explicado a nadie y tendrá sus razones; me siento engañado y ha creado confusión en el partido y mucha más en el país”. Por su parte, llama la atención la siguiente parte del editorial de El País, en referencia a Pedro Sánchez: “hemos comprobado que sus oscilaciones a derecha e izquierda ocurrían únicamente en función de sus intereses personales, no de sus valores ni su ideología, bastante desconocidos ambos”.

Para aclarar muchos de los entuertos que se han dado en los últimos días, merece la pena observar a los protagonistas de esta historia con cierta perspectiva. Como ha escrito Santos Juliá en El País, para encontrar un proceso tan autodestructivo en el PSOE hay que remontarse a los años 30. Tras el fracaso de la revolución de octubre de 1934, Prieto pretendía una coalición con los partidos republicanos. Largo Caballero, por su parte, no apoyaba dicha coalición y “interpretó su salida como expulsión y recuperación de la libertad para recurrir, como dijo, directamente a la base”. La coalición se realizó como quería Prieto y el PSOE quedó dividido en el peor momento de la República: “Prieto no obtuvo de su grupo parlamentario los votos necesarios para aceptar la presidencia del Gobierno que le ofrecía Manuel Azaña en mayo de 1936 y Largo Caballero bloqueó la incorporación del PSOE a un Gobierno de unidad nacional (…) que Azaña intentaba poner en pie en la aciaga noche del 18 de julio”. El resultado fue que la rebelión militar se encontró al más débil de los Gobiernos Republicanos posibles. 

Le costó mucho al PSOE reconstituirse tras la Guerra Civil. Según Rodolfo Llopis, al que aludía alegremente la exministra, el ambiente de esta reconstrucción “mantenía idéntica fidelidad a las ideas, el mismo odio al falangismo y la misma desconfianza frente al comunismo”. Dentro del PSOE había quienes abogaban por las soluciones de Prieto, que mantuvo conversaciones con José María Gil Robles y los monárquicos buscando la finalización de la dictadura franquista con el apoyo de los aliados en la II Guerra Mundial, y aquellos que estaban más influenciados por Negrín y que buscaban una revalidación del “frente popular” con apoyo de los comunistas. Había también diferencias entre el PSOE del interior y del exterior, y entre las corrientes de cada uno de los países del exilio. De cualquier manera, esta es una larga historia que supera con creces esta serie.

En todo caso, desde 1944 a 1972 el secretario general del PSOE fue Rodolfo Llopis. El historiador Javier Tusell, en su libro La oposición democrática al franquismo, mantiene que una “característica entonces acuñada del PSOE en el exilio fue su tono netamente anticomunista”. La moderación de estos dirigentes puede verse en el respaldo que se mantenía a la OTAN:

“El PSOE ha reafirmado repentinamente desde 1948 que propugnaría la adhesión de una España libre al Tratado del Atlántico Norte, siempre que conservara su carácter defensivo, precisando al mismo tiempo que actuaría sin descanso para impedir que la dictadura franquista entrara en tal alianza, ya que su carácter dictatorial era incompatible con la misión fundamental de la OTAN de defensa de las libertades”.

El historiador extremeño Juan Andrade, en su libro El PSOE y el PCE en (la) transición, analiza el cambio del PSOE a partir del año 1972, abanderado por los jóvenes laboralistas sevillanos Alfonso Guerra y Felipe González. El relevo de la dirección de Llopis puso fin, según el editorial del XII Congreso del PSOE, al “pensamiento conspirativo pequeñoburgués, declamatorio, sentimental y hueco”. Ya en 1976, con Felipe González como secretario general del PSOE renovado (hubo una escisión del PSOE que capitaneó Llopis, conocida como PSOE histórico), la declaración de principios en el XXVII Congreso de 1976 era clara:

“El PSOE se define como socialista porque su programa y su acción van encaminados a la superación del modo de producción capitalista mediante la toma del poder político y económico y la socialización de los medios de producción, distribución y cambio por la clase trabajadora. Entendemos el socialismo como un fin y como el proceso que conduce a dicho fin, y nuestro ideario nos lleva a rechazar cualquier camino de acomodación al capitalismo o a la simple reforma de este sistema”.

El PSOE de 1976 no renunciaba al uso de la fuerza física: “El grado de presión a aplicar deberá estar en función de la resistencia de la burguesía presente a los derechos democráticos del pueblo, y no descartamos, lógicamente, las medidas de fuerza que sean precisas para hacer respetar los derechos de la mayoría haciendo irreversibles, mediante el control obrero, los logros de la lucha de trabajadores”. De manera clarividente, la definición del partido como partido marxista aparece en este momento por primera vez en documentos oficiales del PSOE: “Somos un partido marxista porque entendemos el método científico de conocimiento de transformación de la sociedad capitalista a través de la lucha de clases como motor de la historia. Entendemos el marxismo como un método no dogmático, que se desarrolla y que nada tiene que ver con la traslación automática de los esquemas teóricos o prácticos de las experiencias determinadas del movimiento obrero”.

Por su parte, es cierto que Felipe González mantenía un tono algo más desideologizado que sus compañeros (particularmente, era el menos anticlerical). Pero, ante los que proponen que desde que llegó pretendía convertir al PSOE en el nuevo SPD alemán, sus declaraciones en la escuela de verano del PSOE en 1976 resultan cuanto menos contradictorias:

“Cuando nosotros decimos que somos un partido marxista, tenemos serias razones para decirlo. Pero entendemos que el marxismo no es un dogma, no es una religión, no es el fundamento político-ideológico de una secta de iluminados; es sobre todo una metodología para investigar la historia, permite situar la lucha en el presente, y no sólo permite eso, sino algo que es mucho más ambicioso y mucho más importante; permite construir, conscientemente, la historia del porvenir que asuman las masas, y que sean, por consiguiente, estas masas las que puedan ofrecer una alternativa global, no sólo a una situación coyuntural, de dictadura o de residuos dictatoriales, sino a una situación que no es coyuntural, sino estructural, que es la de la opresión típica de la sociedad capitalista”.


El PSOE rebasaba en muchos aspectos dialécticos en radicalidad al PCE. Había incentivos para que así fuera: el PSOE no tenía el lastre histórico del PCE y, además, necesitaba parecer una fuerza suficientemente de izquierdas para poder competir por esa militancia antifranquista mayoritariamente revolucionaria. Por otra parte, es cierto que en la práctica el PSOE presidido por González había tomado medidas muy alejadas de lo que su discurso mantenía: las principales fueron el apoyo de la Internacional Socialista, los contactos mantenidos con Willy Brandt, presidente del SPD alemán, y la promoción de moderados dentro del partido. Pero, y como esta serie de artículos viene a mostrar, las retóricas incendiarias defendidas tienen efecto en la militancia: entonces no se quería renunciar al marxismo y ahora no se quiere dejar que el Partido Popular gobierne. Cuando el PSOE se vio como posible alternativa de Gobierno comenzó a matizar su discurso y, como veremos en el próximo artículo, Felipe González mantuvo una actuación relativamente parecida a la del Pedro Sánchez que, supuestamente, le había decepcionado personalmente. Por su parte, observaremos que en realidad El País no ha cambiado demasiado y que parte de la extrema izquierda sigue con la misma realidad paralela. A Pedro Sánchez le ha acompañado un pésimo momento histórico para la socialdemocracia y, a pesar de que el que escribe tímidamente defiende la abstención socialista, los insultos que se le han proferido son claramente injustos, y reflejan una animadversión personalista más que ideológica: Pedro Sánchez ha hecho, básicamente, lo que todos los demás.