domingo, 27 de enero de 2019

Historias de Bruselas


Mi vida en Bruselas se limita al barrio Saint-Josse-ten-Noode. Mi calle se llama rue du Vallon, y mi edificio está en un estado tan lamentable que será derrumbado en pocos meses. La calle está siempre en obras, pero todas estas reformas lo único que han conseguido ha sido empeorar el pavimento. En el avión que cogí desde Málaga, un señor marroquí me advirtió que rue du Vallon era peligrosa porque su única actividad comercial era la venta de droga. Es cierto que suele haber redadas de policías y se vende droga, pero mi problema principal son los ratones. Algunas noches, mi única compañía han sido estos roedores, que en una ocasión llegaron a entrar en mi cuarto. El casero es un matón iraní con el don de la ubicuidad: un día afirmó estar fuera de Europa y poco después apareció en mi cuarto para proferir unas cuantas amenazas.

Saint-Josse-ten-Noode es mi barrio favorito de todos los que he vivido hasta ahora. Cada mañana, voy a trabajar a la otra punta del barrio, cerca de Botanique. Atravieso primero rue du Vallon y giro a la izquierda en la interminable chaussée de Louvain, antigua ruta para ir a Lovaina. Suelo ir por la rue de l'Alliance, donde vivían en edificios contiguos Moses Hess, Karl Marx y Frederic Engels en los números 3, 5 y 7 respectivamente. El acaudalado Engels ayudó a Marx a moverse desde París a Bruselas en 1845. En Bélgica, entonces un país algo más liberal, Marx se dedicó a reunirse con comunistas y socialistas, así como a escribir junto a Engels algunas de las obras por las que serían recordados.

En esa calle los dos escribieron el libro La ideología alemana, y Marx garabateó una de sus célebres tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. La rue de l'Alliance ejemplifica lo mucho que se ha transformado el mundo desde Marx: lo que antes eran casas de revolucionarios hoy son edificios burocráticos de la Comisión Europea. Tras pasar por esta calle, hay varias opciones para llegar a mi trabajo. Aunque no es la mejor opción, se puede ir por rue de l’Association. Allí, el misterioso jurista Joseph Charlier escribió La Question sociale résolue. Testament philosophique d’un penseur, uno de los primeros trabajos en los que se aboga por un ingreso mínimo garantizado para paliar la pobreza.

Por las tardes, en vez girar a la izquierda en chaussée de Louvain, normalmente voy a la derecha. Dejo atrás dos puntos de la calle, en los números 26 y 28, que merecen consideración: el antiguo cine Mirano, hoy una discoteca, y la sala de eventos Claridge. Antiguamente, esos dos sitios constituyeron puntos importantes de la historia bruselense. En el número 26, tuvo lugar una parte del affaire Vandersmissen: la historia de cómo el jurista y político Gustave Vandermissen asesinó allí a su antigua esposa Alice Renaud, cantante de ópera. Dos personalidades conocidas en Bruselas, la historia de este asesinato tiene una trama enrevesada de chantajes, cuernos, ansias de nobleza, honor perdido y prensa rosa. Enamorado perdidamente de ella tras haber asistido a su representación de la ópera Carmen, Gustave Vandermissen empezó a ir a todas las óperas en las que aparecía Renaud. La familia del abogado se negaba a la unión de la pareja, lo que dificultaba cualquier paso que pudieran tomar. La madre de la artista tenía su casa en el número 26 de chaussée de Louvain, donde la pareja estableció su nido de amor. Años más tarde, cuando todo se complicó sobremanera, el asesinato tuvo lugar al lado de mi trabajo y la Gare du Nord, hoy uno de los sitios más turbios de Bruselas.  

Siguiendo nuestro camino por chaussée de Louvain, se pasa por un sitio libanés que está abonado al drama. Cada vez que voy a tomarme algo, la dueña del sitio está enredada en un asunto trágico que requiere su atención. Un día era su hijo, que no había sacado buenas notas en el colegio y lloraba; otro día era Roberto, un angoleño que habla perfecto español con el que conversaba con mucha pena. He intentado sin éxito comprobar si hubo algún suceso trágico en ese número de la calle que explique esta situación. Quizás fue donde Vandermissen descubrió que su mujer le engañaba o donde Marx se dio cuenta de que había un fallo en su teoría que lo tiraba todo por la borda; desgraciadamente no he podido averiguarlo. El sitio compensa las moderadas dosis de tragedia con precios competitivos y comida sabrosa.

Después del sitio libanés, lo siguiente remarcable es una plaza con los mejores sitios italianos del barrio: La Piola y La Mamma. A partir de esta plaza, si uno se adentra por chaussée de Louvain entra en un universo desconocido para los del barrio Europeo de Bruselas: un sitio en el que las personas se saludan entre sí y no van en traje. Todo esta lleno de carnicerías halal, tiendas africanas y de países del este de Europa, peluquerías turcas, lugares para mandar dinero al más allá, panaderías árabes, restaurantes congoleses y locales de kebabs; el paraíso imaginado por Vox. Tras meses de ardua exploración, puedo decir que los mejores kebabs de la zona son el Anatolia y el Relex, si bien por motivos distintos. El Anatolia tiene mejor carne, pero su servicio deja mucho que desear: una vez necesitaba cambio para la lavadora y no me lo dieron. Por su parte, el Relex es dirigido por Mumu, un marroquí rifeño de lo más simpático. Mumu es mi mejor amigo del barrio, la persona que más me cuida. Juan y yo solemos ir allí solo para verle apostar dinero al Barcelona y echarnos unas risas. Además de los kebabs, es importante conocer las panaderías marroquíes del barrio. Las tres mejores son Rayan, Orientales y Selimiye Tasty Corner. Además de que tienen las mejores especialidades de su país, son simpatiquísimos y añoran Andalucía, donde la mayoría de ellos estuvieron antes de tener que irse de allí por la falta de posibilidades. Casi todos los marroquíes del barrio vienen de Nador.

Además de sitios apetitosos para comer, Chaussée de Louvain está llena de sitios de apuestas. Yo voy a esos lugares a ver el Barcelona, y ya me he hecho amigo de alguno de los habituales. Hay un grupo senegalés de lo más simpático, y también un señor leonés al que conocen con el sobrenombre de “Barcelona” porque siempre lleva un gorro con el escudo. Es difícil ver el fútbol con él ya que no para de hablar. Aparte de su característico gorro, lo otro que llama la atención de él es una chapa con el escudo de la legión, donde estuvo unos años destinado en Marruecos. Es un tipo querido por todo el mundo que habla un español con mucho acento francés y que se queja con razón de la defensa del Barcelona y de la falta de políticos con sentido de estado.

Aunque Chaussée de Louvain tiene también un local de jazz mítico, el Jazz Station, hay cosas que no se pueden hacer en el barrio. Yo solo salgo para jugar al fútbol, escuchar música clásica, ir al Sound Jazz Club y salir de fiesta. Juego al fútbol en Ixelles, muy cerca de donde se mudó Marx tras abandonar rue de l'Alliance. Allí escribió gran parte del Manifiesto del Partido Comunista y también se carteó con muchas de las grandes figuras de su tiempo. Yo de momento me limito a hacer deporte con un grupo de italianos, pero quizás monte alguna revolución uno de estos días. El que mejor juega se llama Jan, que es un saxofonista de origen polaco. Cuando me contó que su padre, Frederic Rzewski, es un pianista célebre que tuvo que exiliarse a Estados Unidos, pensé que estaba ante una historia digna de Cold War. Sin embargo, la historia no era tan épica, y resultó que Frederic Rzewski nació en Estados Unidos y sus padres emigraron por la pobreza. De hecho, en sus entrevistas Frederic Rzewski declara tener simpatías comunistas. Su obra más famosa es una variación del tema “El pueblo unido jamás será vencido”, y su ídolo es Shostakovich. Le he dicho varias veces a Jan que me avise si su padre o él van a actuar en los sitios de Jazz de Bruselas, especialmente el Sound Jazz Club, que está al lado de donde jugamos al fútbol. Al Sound Jazz voy casi cada semana con Inram, Enrique y Andrea. En la barra sirve Javier Mateos, un madrileño que nunca se acuerda de mí que toca la flauta travesera. Javier es muy crítico con la Unión Europea y las personas que trabajamos en las instituciones; por fortuna nunca me ha pedido mi opinión sobre cómo él toca la flauta.

El otro sitio que hace que salga de mi barrio es el Bozar, donde ponen conciertos cada semana a precios asequibles. Esta semana he ido a escuchar la Sinfonía nº5 de Shostakovich. Había pensado que quizás me encontraba con personajes como Frederic Rzewski o Juan María Fernández Krohn, el ultraderechista español que trató de asesinar al Papa Juan Pablo II en 1982 y que vive, según su blog “exiliado”, en Bélgica. Hay una enorme polémica en torno a la composición de esta sinfonía. Shostakovich, que temía acabar en el gulag si su obra no era exitosa ya que había sido acusado de hacer música demasiado compleja para el pueblo soviético, parece haber incorporado elementos ocultos en la música que dan a indicar que Stalin y el comunismo no eran santos de su devoción. En pleno clímax de la sinfonía se me ocurrió buscar entre el público a tipos como Krohn, Rzewski o Mateos para ver sus reacciones, pero no los vi. Sin embargo, sí que se me aparecieron Karl Marx y Gustave Vandermissen, que al fin y al cabo hubieran sido habituales del Bozar de seguir con vida. Mientras lloraban, movían sus brazos a ritmo de los tambores finales y gritaban desconsolados la tesis secreta de Feuerbach: “¿Qué he hecho, qué he hecho?”.