miércoles, 14 de noviembre de 2018

Apropiación cultural

No deberíamos dejar que se desvirtúe el flamenco ni que se use inapropiadamente. El flamenco es la expresión del oprimido y perseguido pueblo gitano. Como dice el sociólogo José Heredia en una entrevista a El País, les estamos arrebatando sus símbolos culturales cuando los utilizamos sin conocer su historia y su significación profunda. La cantante gitana María José Llergo lo resume perfectamente: “El flamenco es la expresión de mi pueblo. La expresión, en música, de las vivencias y de las luchas contra la opresión de mi pueblo”. El flamenco es la respuesta artística del pueblo gitano a siglos de persecuciones, y no se puede entender ni amar el flamenco sin entender esta historia. Por eso, escuchar el flamenquito producido por una blanca y una compañía capitalista es un ataque a la cultura de los gitanos, y las quejas de las asociaciones de gitanos están justificadas. Como dice la filóloga de la Universidad de Alcalá Araceli Cañadas, en el fondo se trata de una cuestión de racismo, ya que se olvida la aportación de los gitanos a la cultura universal y su historia de exclusión. En referencia a Rosalía, José Heredia llega a decir que “al igual que ella utiliza nuestros símbolos identitarios, yo critico que lo haga, su falta de sensibilidad con la historia y su falta de empatía”. Por eso, los demócratas deberíamos boicotear los intentos de arrebatar el flamenco de las manos de los gitanos.
Tampoco deberíamos tomar sushi ni dejar que se coma inapropiadamente. El sushi es la expresión del oprimido pueblo japonés, que luchó a lo largo de la historia para poder sobrevivir a las continuas invasiones de pueblos colonizadores. Como dice el sociólogo Akiyama Kurosawa, “el acto de poner arroz al pescado crudo es la expresión del oprimido pueblo japonés. El salmón crudo en el paladar y la soja unida con el arroz son la quintaesencia del ser japonés”. El sushi es la respuesta culinaria a cientos de años de persecuciones y oprobios. Por eso, ordenar una caja de un sitio madrileño por Deliveroo es un ataque directo a una cultura milenaria, y nunca se captarán los matices de un nigiri sin conocer esta historia de sufrimiento. Como dice el filólogo japonés de la Universidad de Tokio Akihiro Mizoguchi, en el fondo es una cuestión de racismo, ya que se olvida que el sushi era sinónimo de sufrimiento e identidad japonesa. En referencia a Kabuki, el sociólogo Akiyama Ozu llega a decir que “al igual que ese restaurante regentado por españoles usa nuestra cultura para enriquecerse, yo critico que lo haga, su falta de sensibilidad con la historia y su falta de empatía”. Por eso, los demócratas debemos boicotear los sitios de sushi y sus intentos de que el atún gaditano se consuma en la península ibérica en vez de en la nipona. Cada sashimi producido en España es un ataque a los japoneses y un atentado contra los gitanos, que se ven en dificultades para seguir con sus dietas milenarias por la irrupción del pescado crudo.    
Tampoco deberíamos escribir ni dejar que se escriba inapropiadamente. La escritura es un acto de expresión del históricamente oprimido pueblo de Mesopotamia, que luchó para sobrevivir de innumerables invasiones y persecuciones. Como dijo el Rey Hammurabi, “al igual que mi pueblo no se deleita con el sushi ni baila flamenco, la escritura es un acto de expresión innato del pueblo de Mesopotamia y nadie que no nos comprenda debería utilizarla”. La escritura es una respuesta desesperada a cientos de años de persecución y una llamada a la unión del pueblo de Mesopotamia. Por eso, utilizarla para escribir una canción flamenca o pedir sushi por Deliveroo son ataques directos al pueblo de Mesopotamia, y nunca se entenderá verdaderamente ningún escrito sin comprender el sufrimiento de este pueblo. Como dice el filólogo de Mesopotamia asentado en la Universidad de Chicago Naram-Sin, en el fondo es una cuestión de racismo y colonialismo, ya que todas las culturas florecen a partir de un arte que es sinónimo de sufrimiento y opresión. En referencia a Cervantes, Nabucondonsor II dice que “al igual que este escritor castellano usa nuestra forma de expresión para enriquecerse, yo critico que lo haga, su falta de sensibilidad con la historia y su falta de empatía”. Por eso, los demócratas debemos boicotear la escritura y los intentos de expresarnos por escrito. Cada escrito publicado en Europa es un ataque al pueblo de Mesopotamia y un atentado contra los gitanos, los españoles y los japoneses, que se ven obligados a expresarse de una manera que no es la suya.

domingo, 21 de octubre de 2018

Las tres muertes de Tristán

Hace unos años estaba enfadado con una chica, pero me daba cosa decirlo muy claro en público. Así, aproveché que fui a la ópera de Wagner La prohibición de amar para escribir una entrada vengativa que en realidad solo se reía de mí mismo y que se titulaba La prohibición de amar y la falta de sexo (debería haberse titulado la sobredosis de sexo, pero eso es otra historia). Ahora, me gustaría escribir muchas cosas sobre mi situación en la Comisión Europea y en Bruselas, pero he prometido que no puedo contar nada relevante de mi trabajo en público. Por suerte, he ido a ver el preludio de Tristán e Isolda recientemente, y en realidad el universo wagneriano representa mucho mejor mi estado de ánimo que cualquier texto pretendidamente realista. Esta entrada se divide siguiendo la lógica wagneriana en tres actos interconectados, y tiene como heroico protagonista a Tristán, un joven soldado que tras su periodo de formación en la academia militar acaba destinado en la multifacética Bruselas. Tristán ha leído a todos los teóricos de la representación, desde Schopenhauer a Gärdenfors, y sueña con ser capaz de representar los universos conceptuales de todos los seres humanos geométricamente. Aunque sus aspiraciones son elevadas, no deja de ser un becario precario con ánimo destructivo que se debate entre grandes pasiones ya olvidadas y aburridos procedimientos burocráticos que debe realizar cada día en la capital de Europa. Para los que no conozcan los entresijos wagnerianos, nuestro Tristán puede entenderse perfectamente como el insulso y pasivo personaje de Scottie en la película Vértigo¸ cuya trama y banda sonora se ajusta perfectamente al universo operístico romántico del músico alemán. También tiene rasgos del wagneriano protagonista de La montaña mágica, ese míticamente insulso Hans Castorp que se traslada a un mundo lleno de claves que no entiende. Sin embargo, esta historia solo trata tangencialmente la compleja relación entre el deseo insatisfecho, la representación amorosa, la voluntad sexual y la muerte. Es más bien un cuento sobre cómo Tristán acaba de funcionario europeo e Isolda acaba de consultora en Mackenzie.

I-                El mundo como representación

El primer acto de esta historia empieza con una de las secuencias armónicas de las que más se ha escrito en la historia de la música. El primero de los acordes que suena en Tristán e Isolda, que suena en el tercer compás, es conocido como “acorde Tristán”. Es uno de los acordes más célebres de la música, generando una enorme cantidad de debate. El acorde era revolucionario por la manera abrupta en la que se resolvía. Aunque Schumann lo había utilizado en el Concierto para violonchelo y orquesta, la manera en que utiliza Wagner ese acorde, que aparece de la nada sin que haya habido una melodía previa que sitúe a nuestro oído, nos augura la entrada en un universo lleno de un desasosiego muy particular: el de no saber ubicarse, el del vértigo ante una vida desconocida. En expresión de Luis Ángel de Benito, este acorde es una catacresis: utiliza una expresión que parece sugerir una cosa a los sentidos muy concreta, pero en realidad está diciendo algo muy diferente y perturbador. No es casualidad que este acorde sea asociado a Bernard Herrmann, que lo utiliza habitualmente en sus composiciones, y que aparezca en Vértigo en alguno de los momentos más inquietantes de la película.  
Como ha señalado Tom Schneller, los tresillos con los que se inicia la melodía que abre Vértigo contienen todos los motivos de la película. En una especie de eterno retorno, Scottie se va enfrentando a alteraciones musicales que ya vienen determinadas desde el inquietante inicio. Tanto Scottie como Tristán son perseguidos por una melodía wagneriana que funciona como un filtro que nos hace entender la percepción que tienen ellos de lo que sucede en realidad. Así, para lo que para algunos es una agradable charla puede ser para ellos un pasaje de aventuras romántico y trágico. En la historia que nos ocupa, el acorde Tristán inaugura el universo extraño de las instituciones europeas, que Wagner había leído en Schopenhauer: el mundo del día y la representación. Según Schopenhauer, el ser humano se equivoca al creer ilusoriamente que puede controlar algo de lo que le ocurra y su vida se limita a ser un teatrillo lleno de representaciones. El mundo como representación engloba, en palabras de Rafael Fernández de Larrinoa, “todos los aspectos de la vida susceptibles de racionalización”. Es la definición perfecta tanto del trabajo en las instituciones europeas como de la primera parte de la película de Lars von Trier Melancolía, que tiene como única banda sonora el preludio de Tristán e Isolda. En esta película, una pretendida boda perfecta acaba en desastre cuando la novia se descontrola sin motivo aparente.
Podemos imaginar a Tristán entrando en la Comisión Europea junto a todos sus antiguos compañeros soldados. Entre otros, está el omnipresente Enrique que le ha acompañado ya en tantas aventuras y que llegó a rescatarle de un secuestro en la remota Rusia. Montones de ilusionados soldados entran junto a Tristán en las oficinas del Parlamento Europeo y se muestran muy sonrientes y trajeados. Una eurodiputada búlgara, probablemente debido a que no ha leído a Schopenhauer, les dice que tienen que ser ellos mismos. Todos sonríen y representan el papel de felices nómadas cosmopolitas que además son compatriotas; Tristán ve a una antigua compañera suya de batallas en Londres y a muchos otros de la antigua capital del reino, donde está recluida Isolda. Como ya llegaban escépticos de casa, aborrecen todo el universo de la representación y se saltan las conferencias introductorias, las charlas aleccionadoras y las actividades grupales que no involucren alcohol. Sin embargo, un abatido Tristán se ve obligado a adentrarse en el mundo diario de los procedimientos administrativos, que teóricamente permitirán fantásticos avances científicos que le parecen mágicos e incomprensibles. Un día, abandonando el trabajo con la puesta del sol junto a una compañera que le habla de un novedoso procedimiento administrativo, piensa mientras escucha melodías wagnerianas en su cabeza que todos los soldados están abandonando el mundo de la racionalización y la representación y dirigiéndose hacia la voluntad y el descontrol.
En efecto, pocas horas después, los soldados comienzan a tomar el wagneriano filtro del amor, compuesto por gran cantidad de cerveza y gin-tonics, para poder abandonar el mundo de la representación. Así, en palabras de Luis Ángel de Benito, gracias al filtro del amor son liberados “de la percepción fenoménica de la realidad -la responsabilidad, el deber, el honor- y abriéndoles al conocimiento nouménico del latido esencial del universo -la apetencia, el amor, el deseo…”. El primer acto se cierra con la primera muerte de Tristán, que ocurre en el momento en el que entra en la discoteca mientras suena su acorde predilecto en una canción nounémica de Daddy Yankee. 

II-              El mundo como voluntad

Ya muerto una vez, en el segundo acto aparece un cínico Tristán en una discoteca en el barrio de Mollenbek. La discoteca y la noche en Bruselas son para Tristán la representación wagneriana del mundo como voluntad. Influenciado por Schopenhauer, Wagner pensaba en la voluntad como en las ciegas e irracionales pasiones que en realidad eran el único motor del universo. Tras leer cuatro veces la obra El mundo como voluntad y representación, Wagner se sentía en deuda con el filósofo que había concebido que los genitales eran el “auténtico foco de la voluntad”. En efecto, para Schopenhauer el amor era una trampa de la naturaleza, que hace que las parejas crean estar enamorado cuando en realidad lo único que quieren es follar. En sus propias palabras, “la naturaleza impulsa al hombre con toda su fuerza a la procreación. En cuanto ha conseguido ésta por medio del individuo, la destrucción de éste le resulta por completo indiferente, pues a ella, en cuanto voluntad de vivir, lo que le importa es la conservación de la especie; el individuo no significa nada”. Así, en la discoteca Tristán sigue escuchando melodías wagnerianas en su cabeza mientras el universo de la voluntad se manifiesta con toda su crudeza. Sin embargo, Tristán nunca ha sabido bailar y detesta las discotecas. Con toda la fuerza de su voluntad, consigue que la fiesta se pare y empiece a sonar Tristán e Isolda.
Que una fiesta se pare para escuchar a Wagner no es algo que solo ocurra en esta historia. En la película Los primos, de Claude Chabrol, el juerguista protagonista Paul interrumpe una fiesta que deviene en orgía para que todo el mundo escuche Tristán e Isolda. En una célebre secuencia, Paul, iluminado por un tétrico candelabro, da vueltas alrededor de la escena orgiástica para anunciar el devenir de un mundo nuevo para la humanidad lleno de amor. Algo parecido ocurre en la discoteca de Mollenbek, donde todos los soldados se conjuran por el devenir del nuevo orden europeo a través de las melodías wagnerianas. Tristán, lleno de esperanza en la humanidad, comienza a mirar los procedimientos administrativos con otros ojos y promete junto a otros soldados que se preparará el EPSO, el examen para ser funcionario europeo. El día en que aprueba el examen supone la segunda muerte de Tristán, que pronto deja de reaccionar a los acontecimientos, olvida sus antiguas pasiones y se convierte en el perfecto trabajador administrativo. Poco después, Isolda abandona a un indiferente Tristán cuando recibe una oferta de una importante consultora. El telón se cierra en pleno clímax musical mientras los dos, en sus respectivas ciudades, aprenden a utilizar una apasionante nueva aplicación para clasificar documentos electrónicos.
   
III-           El mundo como lugar de trabajo

En el tercer acto, Tristán es funcionario en la Unión Europea, tiene un gran sueldo y varios hijos. Ha olvidado todas las cosas que un día quiso hacer, y le parece una pura fantasía pensar en cómo se veía a sí mismo cuando tenía poco más de veinte años. Ya no escucha a Wagner ni a otros autores del reino de los nibelungos, y ve las películas de Hitchcock como meras persecuciones entre policías y ladrones. Así, en ninguna de las actividades que hace resuena la música wagneriana dando un filtro diferente a sus percepciones. En efecto, nuestro protagonista ha olvidado el acorde Tristán con el que comenzó este relato, y toda la música que se escucha en este acto es diatónica. Su nueva mujer, sorprendentemente parecida a Isolda en lo físico pero tremendamente anodina, trabaja en el mismo departamento que Tristán. Ambos son expertos en los importantes procedimientos administrativos que hacen que funcione el nuevo orden europeo. Son expertos en la representación institucional, único mundo en el que son capaces de moverse. Como todas las bodas de sus compañeros de trabajo, la de Tristán fue un ejemplo perfecto del universo performativo en el que vive. Desde la boda a la sepultura, el único momento que merece ser contado de su vida es el instante de antes de su muerte. Cuando, en la cama, iba a despedirse de toda su familia, resonó de nuevo en su imaginación el acorde que lo había perseguido durante toda su juventud. Antes de morir por tercera vez, Tristán se acuerda de Isolda y piensa que su vida no ha merecido la pena.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Una noche en la ópera

Llegué a Madrid a las seis y media y me dirigí al Museo Arqueológico Nacional. Me reuní en torno a las siete con Belén. No entramos en el museo porque quedaba solo una hora, y mi descuento de menor de 26 años se había esfumado una semana antes. Nunca pensé que llegaría ese momento en que me quedaría sin descuentos. Sin saber qué hacer, llamé a Enrique, que me dijo que estaba en el Teatro Real y que quedaban muchas entradas libres. Como el descuento de la ópera es hasta los 30 años, nos dirigimos allí. No íbamos muy vestidos para el estreno de la temporada en el Teatro Real. Yo iba con una camiseta de mi antigua universidad alemana en la que se lee “Bulls are coming”, que me regalaron para un torneo de fútbol. Nada más comprar la entrada, me encontré con uno de los protagonistas de la biografía de Dolores González Ruiz. Antiguo gerifalte comunista y miembro en su etapa universitaria del radical Frente de Liberación Popular; hoy es un aseado y trajeado socialista que saluda a todas las autoridades. Cuando entré, él estaba en la puerta saludando a una ministra y a mucha gente más, todos con traje, vestidos de ocasión y pintas de importante.
Esperando a que llegara Enrique, vimos una florida representación de la clase política, periodística y empresarial española. A nuestra derecha, Federico Jiménez Losantos saluda a mucha gente muy animado. Subiendo las escaleras, vemos a varios miembros prominentes del ejecutivo socialista y a la cantante Zahara. En el centro, hay un pasillo rodeado por periodistas que culmina en un pasamanos que lideran personalidades trajeadas a las que cuando yo entrevisté para el libro iban en pantalón corto. Esto de que la ópera esté subvencionada parece absurdo si solo van personas a hacer negocios o dejarse ver. Nuestras entradas, que compramos por 19 euros, costaban 340 euros y no eran las más caras. Belén y yo rastreamos el Teatro Real para ver si encontrábamos algún joven, o al menos alguien vestido con ropa que no superara el sueldo mensual de un joven estándar. La escasa decena de personas que no iban de boda eran sospechosas de ir allí a escuchar música.  
Por un lado, pensamos en ese momento, si las entradas fueran más caras la ópera estaría menos subvencionada con el dinero de todos. Además, parece que el interés por ir es escaso entre las clases no muy pudientes, y que por lo tanto subvencionarla es pagar pasamanos a elites políticas y empresariales. Al fin y al cabo, para los menores de 30 la entrada es muy barata, y en muchas ocasiones hay sitios libres. Con todo el dinero que me he ahorrado con los descuentos en la ópera podría haberme pagado un segundo máster. Por otro lado, yo quiero que la ópera persista en Madrid porque me parece maravillosa. Sin embargo, y aunque disparo contra mí mismo, cada vez me parece que hay menos argumentos para que se ponga dinero púbico en la misma.
Por orden de importancia, llegó primero Enrique con su pesada mochila y luego los reyes y políticos. Muchas fotos y saludos. Albert Rivera, Ángel Gabilondo, Alberto Ruiz-Gallardón y un largo etcétera. Me hizo gracia imaginar a Albert Rivera disertando sobre Fausto y las complejidades del alma humana con Alberto Ruiz-Gallardón, al que me imagino discutiendo muy vehementemente sobre la interpretación que da Rivera a las reacciones del personaje de Margarita. Ya sentados y esperando el comienzo del espectáculo, vemos que todo el mundo se levanta y nos preguntamos el motivo. Era por los reyes, que aún no habían entrado. Cuando lo hicieron, todos les aplauden y la orquesta comienza a tocar el himno de España. Belén y yo nos imaginamos que los reyes deben creerse que lo habitual es que la gente aplauda todo el rato y que el himno suene a todas horas. Debe ser una pesadilla para ellos vivir en una especie de Show de Truman con el himno de España como leitmotiv. Creo que uno de los mejores argumentos en contra de la monarquía, al menos desde un punto de vista liberal, es que se condena a unos individuos a unas vidas en las que es muy difícil esperar que puedan tomar ellos las decisiones sobre lo que quieren libremente. Se puede abdicar, sí, pero es muy difícil recuperarse de un mundo en el que todo el mundo te espera de pie para aplaudirte. Ese ejercicio simultáneo de escrutinio y adulación constante al que se somete a los reyes, que es además determinado por razón de nacimiento y no por elección personal, es una injusticia a la que no deberíamos someter a ningún individuo.
Comienza Fausto y a mí me encantan la representación y la música. Hay varios momentos de catarsis memorables y otros de simbología muy potente. La obra es muy compleja y oscura, con algunos momentos de reflexión sobre lo que se puede aspirar en una vida humana y la perpetua tensión entre los límites de la naturaleza, los deseos humanos y la religiosidad. Al terminar la obra, mucha gente enfadada se va sin aplaudir. A nuestro lado pita alguna gente al director de orquesta, acusado de haber tapado a los cantantes, que en general reciben un gran aplauso. Todo va normal hasta que aparecen dos señores con lazo amarillo, que provocan que yo deje de aplaudir y que una buena parte de los espectadores comiencen a gritar enfurecidos. Yo creo que fue un error pitar a los portadores de los lazos. A fin de cuentas, seguramente estaban haciendo una performance para dar un significado nuevo a la ópera. Fausto, al fin y al cabo, vende su alma al diablo para recuperar una juventud que resulta ridícula a partir de una cierta edad. Siguiendo la lógica fatalista faustiana, los portadores de los lazos hacen lo mismo: venden su alma al independentismo y a cambio pueden parecer revolucionarios en una época y un lugar en que apostar por la revolución no puede ser más extemporal. En el mundo mágico revolucionario, los portadores de lazos pueden olvidar que reciben el dinero que permitió su representación del Estado totalitario español y que su público no puede ser más burgués y elitista.
Creo que los portadores de lazos hacen bien en ir al Teatro Real a afirmar sus creencias mitológicas. Eso es al fin y al cabo la ópera: un lugar donde los burgueses casados puede ser eternamente jóvenes revolucionarios solteros, los antiguos comunistas antisistema saludan trajeados a las autoridades reales, los periodistas de derechas tienen que aguantar representaciones subversivas y las subvenciones permiten un microcosmos lleno de contradicciones que configura uno de los mejores lugares del mundo.    

martes, 7 de agosto de 2018

¿A quién le importa la verdad sobre Enrique Ruano?


Fragmento del libro de no ficción Los años rebeldes: España, 1966-69, de Manuel Espín, publicado por Kailas Editorial hace pocos meses. Según la editorial, se trata de “una crónica lúcida y rigurosa sobre unos años cruciales en un país que intentaba dejar atrás el blanco y negro del pasado para instalarse en la modernidad del color”. El autor, supuestamente, es “licenciado en Derecho, Sociología, Ciencias Políticas y CC de la Información por la Complutense y ha completado el ciclo de Doctorado en Sociología por la UNED”. En paréntesis mis comentarios a su texto.



“El 17 de enero de 1969, la Policía detiene en Madrid a un joven estudiante de la Facultad de Derecho. Su delito: arrojar unas octavillas en la calle, bajo el convulso ambiente social del estado de excepción decretado por el gobierno (1- No se sabe a ciencia cierta que fuera por arrojar unas octavillas en la calle, y en todo caso sería porque fueran de un partido político y no por el mero hecho de hacerlo. 2 - ¿A qué “convulso ambiente social debido al estado de excepción decretado por el gobierno” se refiere el autor? El estado de excepción se decretó el 24 de enero, precisamente tras los disturbios derivados tras la muerte de Enrique Ruano. Que una persona que escribe un libro sobre los sucesos de ese año no lo sepa resulta intrigante, y nos deja solo dos opciones: el autor es un ignorante o está haciendo propaganda política). Se llama Enrique Ruano Casanova y ha nacido en 1947 en la capital de España (bien por el autor, que es capaz de dar correctamente los apellidos de Enrique y su año y lugar de nacimiento). Estudió en un colegio religioso, y entre sus compañeros de clase se encuentra Alfredo Pérez Rubalcaba, futuro ministro y candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno (Alfredo Pérez Rubalcaba tenía cuatro años menos que Enrique y nunca compartió clases con él. De hecho, cuando lo entrevisté me dijo que no había conocido personalmente a Enrique. ¿De dónde saca el autor ese dato?). La familia Ruano Casanova pertenece a una clase acomodada, pero ni él ni su hermana Margot, estudiantes, parecen identificados con los mismos valores políticos de la mayoría de su espacio social (¿Qué quiere decir con que “no parecen identificados”? Enrique era un activista revolucionario contrario al franquismo y por tanto a años luz de distancia de los valores de sus padres. Meter un “parecer” en la frase lleva a confusión). Enrique es militante del Frente de Liberación Popular, que siempre ha defendido una vía pacífica para el acceso a un sistema democrático (esta trola es tremenda, y es una de esas mentiras en las que uno piensa que el autor está haciendo propaganda política con su historia. El Frente de Liberación Popular defendía cualquier cosa menos el acceso a un sistema democrático parecido al actual, y lo de “siempre” una vía pacífica no es solo falso, sino que el autor lo tiene que saber a menos que sea totalmente ajeno a la realidad. ¿Qué eran los comandos, los saltos, los asaltos al decanato y los juicios críticos que hacían los miembros del Frente de Liberación Popular? ¿Se ha leído el autor alguno de los documentos internos del Frente de Liberación Popular en los que se aboga directamente por la “violencia revolucionaria” como vía para la implantación del socialismo? ¿Se ha enterado de quiénes eran los referentes de este grupo político? ¿Son Lenin y el Che, referentes absolutos de los integrantes del Frente de Liberación Popular, defensores de una vía pacífica para establecer un sistema democrático?). Para el Régimen se trata de un grupo subversivo de extremistas, manejado por el comunismo (para el régimen y para cualquiera que no sea el autor del texto. De hecho, muchos de los integrantes del Frente pueden verse reconocidos a sí mismos como subversivos y comunistas).

A Enrique, que sigue vinculado a organizaciones católicas (¿Cómo lo sabe el autor del texto? Todos los datos disponibles indican lo contrario. Por ejemplo, el cura Jesús Aguirre había dejado de tratarlo en los últimos meses, y el mismo Enrique dice en una de sus notas a Carlos Castilla del Pino que ha dejado de ser creyente), lo detienen ese día 17 y lo conducen a las dependencias policiales, donde en ningún momento se le permite dormir ni comer para que pueda delatar con más facilidad a sus compañeros y conducir a los agentes al piso franco donde guardan propaganda (de nuevo, el autor mezcla un poco de verdad con cosas que son mentira y con otras cosas que no puede saber. 1- ¿Cómo sabe que no le permiten comer ni dormir? Abilio Villena, al que detuvieron junto a Enrique, me dijo que lo trasladaban de un lado a otro y que le hicieron un interrogatorio continuo, pero no dijo nada respecto a la comida ni al sueño. Margot Ruano tampoco me dijo nada, y en el sumario no hay ninguna referencia al asunto. ¿Quién le ha dado ese dato al autor? 2- ¿Delatar a qué compañeros? ¿No debería decir el autor del texto que Enrique fue detenido junto a José Baílo, Abilio Villena y Lola González Ruiz para que el lector se entere de algo? 3- ¿Qué piso “franco” donde guardan propaganda? En ese piso no se guardaba propaganda alguna. Era el lugar donde vivían dos chicos vascos que habían huido del País Vasco por el estado de excepción decretado en la zona (y no en Madrid) en 1968). En paralelo, su novia, Lola González Ruiz, también es interrogada en la sede de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol (es en paralelo porque los detuvieron juntos, cosa que el autor no dice en ningún momento). Según contará su hermana Margot muchos años después: “Se sabían mi vida de arriba abajo. Me pasearon por todo Madrid para que les dijera de dónde eran las llaves que llevaba en mi bolsillo. Las tenía yo, no Enrique, iban a llevarme a mí” (la fuente del autor es un artículo de El País, en el que se hace esta declaración muchos años después, que yo también he usado. ¡Pero la declaración la hace Lola, no Margot! Es Lola la que dice eso, y además no puede ser de otra manera. Margot, que no fue detenida, no pudo decir nada parecido. En El País aparece claramente, así que el autor no ha debido releer lo que ha escrito). Ella intentó resistir (¿Quién, según el autor, Lola o Margot?) a pesar de sufrir torturas (¿Cómo lo sabe? Y si hubo torturas, ¿De qué intensidad?) para tratar de ganar tiempo para que sus compañeros que permanecían en un séptimo piso de la calle General Mola 60, en la actualidad Príncipe de Vergara, pudieran tener tiempo de escapar (¿No era propaganda lo que había en esa casa?). Se trataba de una vivienda alquilada por miembros de ESBA, la filial vasca del FLP (otra mentira. Los que estaban en esa casa eran Ángel Artola y Loli Latierro, a los que pude entrevistar en San Sebastián. El primero había sido miembro de ETA años antes. En el sumario de Enrique, aparece como miembro en activo de ETA)”.



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El texto anterior es lamentable pero no es una excepción. En buena parte de los libros sobre Enrique Ruano podemos encontrar textos similares. Por no tirar la piedra y esconder la mano, voy a decir varios nombres: Benjamín Prado, Gregorio Morán y Manuel Vicent. Los tres tienen una cosa en común: querer convencernos de que la transición fue una estafa y de que debido a ello aún seguimos en una especie de franquismo tutelado. La historia de Enrique Ruano entra a la perfección en este relato, así que no han tenido reparo en inventarse todo tipo de datos sobre él. Supongo que por eso mismo no les importará fallar en detalles fácticos y realizar interpretaciones especulativas de brocha gorda sobre temas altamente complejos, aunque tampoco podemos descartar la mera incapacidad intelectual de hacer un trabajo mejor. En todo caso, parece que para ellos la verdad está al servicio de la causa más importante de todas: imponer un relato ideológico sobre la Transición que cuadre con sus convicciones. Personalmente, me produce mucha pena leer todos estos libros, así como observar algunas de las propuestas que se hacen desde las distintas comisiones de la verdad que están creando algunos gobiernos de izquierda.

Es importante comenzar a ser críticos con los que intentan imponernos un relato ideológico que olvida los hechos fácticos. En estos momentos, esos relatos nos llegan mayoritariamente desde un sector de la izquierda. Parte de esa izquierda, que supuestamente reivindica la figura de Enrique Ruano, está en el fondo tratando su figura como un medio para un fin político: imponer su cosmovisión sobre la Transición. No podemos dejar que eso ocurra, entre otras cosas por la memoria de Enrique Ruano. La dignidad de las víctimas no se restituirá convirtiéndoles en mártires de causas a las que nunca pertenecieron, y lo único que se puede conseguir falseando la historia es una visión sesgada de la realidad. Gran parte de la derecha se equivoca al no preocuparse por la memoria histórica, siendo Pablo Casado con sus palabras una gran representación de este negacionismo histórico. El problema es que gran parte de la izquierda activa en este tema quiere apropiarse de la memoria histórica, y así se deja poco espacio a la búsqueda de la verdad. A todos (y no solo a la izquierda) nos debe importar la verdad sobre el caso de Enrique Ruano, pero debemos aceptar que esta verdad debe ser la misma para todos y no una mera coartada para imponer una visión política.  

sábado, 4 de agosto de 2018

Los momentos del verano


Acababa de llegar a Pozuelo, y traté de poner el tocadiscos del padre de mi novia. Dejé puesto el disco que ya estaba allí, uno de cantatas de Bach. Nada más comenzar la primera cantata, tuve un déjà vu. No solo había escuchado esa cantata antes, sino que me acordaba exactamente de cuándo, dónde y con quién: octubre de 2014, Heidelberg, mi madre. En esa ciudad, mi madre y yo habíamos entrado aleatoriamente en una iglesia, y nos quedamos porque había un concierto. El motivo principal de la primera obra que tocaron se me quedó grabado. No había programa sobre lo que tocaban, así que no pude saber qué cantata de Bach estaban tocando. El verano antes de mi Erasmus en Alemania, había leído el primero tomo de En búsqueda del tiempo perdido, y recordaba cómo Swam se obsesionaba con una melodía que había escuchado en el piano. Me vi a mí mismo envuelto en esa misma sensación, y esa melodía me siguió acompañando en numerosos momentos, sobre todo cuando paseaba solitario por Frankfurt. En esa época, yo dedicaba las mañanas de los domingos que conseguía levantarme a ir a las iglesias de Frankfurt a escuchar cantatas de Bach y misas cantadas. A diferencia de lo que ocurría con la ópera y el auditorio, nunca conseguía que nadie me acompañara a las iglesias. Siempre pensaba que en algún momento volverían a tocar esa cantata. No tuve suerte, y mi ignorancia sobre el asunto se mantuvo cuatro años.

Cuando volví a escuchar la cantata, me entró una emoción muy fuerte. Creía haber sido capaz de retener una melodía que solo escuché una vez durante cuatro años, y de haberla mantenido sin ninguna alteración en mi cabeza a pesar de no haber tenido más referencias de la misma: me sentía como un personaje de Proust probando una magdalena. La pregunta que me intrigaba era cómo podía haber recordado durante tanto tiempo una simple melodía que aparece en una obra de apenas tres minutos. Normalmente, las partes que me encantan de las sinfonías puedo memorizarlas solo si las escucho varias veces, y si no lo que ocurre es que cuando dejo de tenerlas en la cabeza se pierden para siempre. La pregunta era: ¿Por qué había ocurrido algo diferente con esta cantata? Tras investigar un poco sobre la misma, me di cuenta de la respuesta, que no era digna del escritor francés. Extremoduro, en su disco La ley innata, usa el motivo principal de la cantata en Dulce introducción al caos. Yo había escuchado el disco innumerables veces en los coches de mis amigos de Málaga, cuando íbamos a conciertos y a festivales. Me acuerdo de haber escuchado ese disco cuando varios amigos de Madrid, escépticos con Extremoduro y que me solían acompañar al Teatro Real y al Auditorio, me visitaron en Málaga. Recuerdo insistir en que si les gustaban las sinfonías debía de gustarles el disco, y no convencerles de nada. También recuerdo el concierto de Extremoduro en el En Vivo 2012. Fue la única vez que le he dado una calada a un porro enteramente compuesto por marihuana, y también cuando conocí a mi amigo Adri. No sé si tocaron Dulce introducción al caos, y solo recuerdo que no me interesaban lo más mínimo ninguno de los conciertos más allá de Extremoduro. Guille, Isa y yo decidimos irnos a las zonas de botellón. Recuerdo que en un coche sonaba una sinfonía de Beethoven en versión rave, y que nos pusimos a bailar como locos. Luego se puso a llover, abandonamos Rivas y nos volvimos al Chami, donde hicimos una fiesta en la que llegó a haber 50 personas entre mi cuarto y el pasillo. 

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Mi historia de la cantata de Bach no puede compararse con lo que le pasó a uno de mis tíos maternos. Con dieciséis años, cuando el franquismo se acababa, fue al Valle de Arán con varios amigos. Mi tío siempre ha planeado los viajes con gran antelación, y me imagino que ya tan joven planearía rutas de todo tipo para visitar los mejores sitios de la zona. Sin embargo, cuando llegaron allí recibieron una información indispensable: en el sur de Francia ponían la película El último tango en París. La película, censurada en España, tenía una fuerte carga sexual, lo que motivó que cambiaran todos sus planes y se dirigieran al sur de Francia a ver la película. Tras una gran odisea para llegar al pueblo donde ponían la película, resultó que ya no se proyectaba más. Sin embargo, en la cartelera había una película que podía prometer grandes emociones: Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar. Todos salieron muy decepcionados con la película, en la que un tipo vestido de espermatozoide se dedicaba a divagar sobre las mujeres y el sexo, pero en la que no había ningún tipo de carga erótica. Así, se volvieron de Francia decepcionados.

Mi tío pudo ver El último tango en París al verano siguiente, cuando en su primer interrail pasó por Francia. Tras ese viaje, se fue a Madrid a estudiar, alojándose en un colegio mayor. Uno de los primeros días, alguno de los colegiales intelectuales que llevaban el aula de cine (que yo quiero imagine con gafas de cinéfilo, comunista, formas de hablar althusserianas y estética postmayo del 68), les dijo a algunos novatos que estrenaban una gran película: Bananas. Mi tío fue a ver la película con otros colegiales, y reconoció al momento al enjuto protagonista principal: era el mismo tipejo que iba vestido de espermatozoide. Se trataba de Woody Allen, al que mi tío se acabó aficionando. Muchos años después, ir a ver las películas de Woody Allen en el Cine Albéniz ha sido una de esas cosas que hemos hecho juntos habitualmente. Para él, descubrir quién era el tipejo del espermatozoide debió ser como para mí descubrir el origen de mi apego por la melodía desconocida: los dos seguramente tuvimos la certeza de que nunca se nos iba a olvidar ese momento porque era nuestro. Hacerse con un momento es una de esas sensaciones por las que merece la pena pasar el verano haciendo algo totalmente distinto a lo que se hace el resto del año. 

miércoles, 4 de julio de 2018

Camisetas de fútbol


En las últimas semanas, cada vez que entro en un supermercado saltan las alarmas antirrobo. Ya rutinariamente, me hago el sorprendido y levanto las manos. A veces comprueban que no me he llevado nada ilegalmente, y otras simplemente me dejan irme sin chequear nada. En el Sainsbury’s de al lado de mi residencia, el segurata había comenzado a sospechar de mí, y cada vez que entraba en el supermercado me miraba fijamente a los ojos con desconfianza. Las peleas contra los ladrones en el Sainsbury’s son habituales. Yo he visto al menos cuatro. Tres veces han sido contra bandas de chicos en bicicleta, que yo creo que son siempre los mismos pero no puedo asegurarlo. Otra vez, fue contra un tipo que había robado unas latas de cerveza. El forcejeo fue rápido, y al final el tipo huyó. El segurata del Sainsbury’s, un tipo grande y calvo con aspecto de oso, había hecho con sus sospechas que algunas veces me fuera al Tesco a comprar. En el Tesco hay un dependiente peripatético que parece sacado de una película de los hermanos Cohen. Combina la mirada nostálgica y triste que caracteriza al seleccionador Fernando Hierro con la pose de Steve Buscemi en El gran Lebowski. Me lo imagino muriendo de un infarto tras presenciar una de las peleas contra los ladrones. Mi amigo Luis me dijo un día con mucha razón que ese tipo merece una novela.

Desde que comenzó el mundial, he descubierto una táctica para confraternizar con los seguratas y los dependientes: llevar camisetas de fútbol. Todo comenzó en un supermercado en Portsmouth, ciudad portuaria caracterizada por no tener nada que merezca la pena. Era el día de antes del partido fatídico contra Rusia, y llevaba la camiseta de la selección española. Como siempre, hice saltar las alarmas al salir del lugar. Hice algunos gestos señalando que no me había llevado nada, y me dejaron salir. Cuando habíamos salido del establecimiento, un dependiente se nos acercó y yo pensé que debía ser para comprobar más minuciosamente que no había robado nada. Era negro y parecía subsahariano, y nos preguntó en un español con bastante acento extranjero si éramos españoles. Dijimos que sí, y nos respondió que era de Zaragoza. Hablamos un poco de fútbol, de Málaga y de Zaragoza, y nos despedimos muy alegremente.

Dos días después, ya en Londres, fui a jugar al fútbol a North Kensington, muy cerca de la torre Grenfell, donde un incendio el 14 de junio de 2017 provocó 71 fallecidos. Nada más salir del metro, unos carteles piden justicia para las víctimas. Desde el campo de fútbol se puede ver el esqueleto de la torre. Llevaba otra vez una camiseta de España, que me hicieron taparme tras un peto porque el otro equipo iba de rojo. A la vuelta del partido, tras despedirme de Adri cerca de London Bridge, fui al Sainsbury’s de siempre para hidratarme. Cuando entraba, el portero me paró en seco. Sonreía. Me dijo que había sido un gran partido, pero que sabía que los rusos ganarían porque eran jóvenes y los españoles mayores. Le di la mano, y le pregunté de dónde era. Venía de San Petersburgo, y llevaba 12 años en Londres trabajando como segurata. Se llama Bart. Estaba de muy buen humor, y estuvimos hablando un buen rato del partido. Le deseé suerte para el próximo partido contra Croacia. Tras comprar mi bebida, volví a hacer que pitaran las alarmas. Bart me dejó pasar, me dijo que no tenía que preocuparme de nada y me volvió a dar la mano amistosamente.

Esta mañana, he rechazado una beca no remunerada para escribir en Andalucía y he decidido aceptar una oferta de prácticas pagadas en Bruselas. He dudado mucho, y al final he apostado por ser burócrata antes que escritor tras hablar con algunos amigos y mi novia. He salido a comer con una camiseta del equipo de fútbol de mi antigua universidad alemana, en la que se puede ver a un dibujo de un toro formando una f de Frankfurt bajo el subtítulo de “Bulls are coming”. Despistado por la decisión que había tomado, me he metido en el Sainsbury’s en cuanto lo he visto. Ha sonado la alarma, y Bart se ha reído de mí y me ha dicho que es por el libro que llevo siempre entre manos. Me he dado cuenta de que no quería ir allí y he vuelto a salir, así que la alarma ha vuelto a sonar. Mientras iba al Leon he pasado por el Tesco, y he pensado por un momento en jugar a ser el Ben Judah de This is London. Entrevistaría a Bart en profundidad, al desgraciado dependiente del Tesco con la mirada de Fernando Hierro, al chico que pide siempre enfrente del Tesco con su buldog, al dependiente de las Islas Mauricio que lleva 20 años trabajando en la London School of Economics, a los chicos ingleses de las bandas de bicicletas que vagan por la ciudad haciendo el cafre. 

He pensado que podía utilizar las camisetas de fútbol como pretexto para entablar conversaciones. Además de las dos de España, tengo una de Honduras que me regaló mi primo Jose Luis y una ochentera del Málaga que regalaban con el Diario Sur hace unos diez años. He llevado esa camiseta del Málaga en todos los países en los que he estado, y siempre ha facilitado muchas conversaciones con personas de todo el mundo.  Así, el libro se articularía en base a estas camisetas, que permitirían que los personajes abrieran sus historias al lector. 

Tras comer, me he metido en casa y he desechado la idea. En Bruselas voy a ir en traje, y con suerte dejaré de pitar en todos los supermercados. Voy a necesitar muchas camisetas de fútbol para no odiarme demasiado a mí mismo.

miércoles, 31 de enero de 2018

Epitafio de los Blogs y tres historias cortas

Por razones obvias, acabo de cerrar todas los blogs que creé cuando tenía 16 años y no volví a utilizar desde que entré en la universidad. Eran 8, y no hay ninguno del que pueda mostrarme orgulloso. Había dos sobre ganar dinero en Internet, una agenda cultural de Málaga, un blog paranoico sobre política llamado ¿Cómo nos engañan? y varios blogs de fútbol y tetas. Me ha entrado algo de nostalgia, sobre todo al ver la cantidad de visitas. Una noticia sobre Cheerleaders, que básicamente consistía en tres fotos de mujeres seleccionadas al azar, tenía muchísimas más visitas que todo el sumatorio del blog Historias Cruzadas. Fui citado por una noticia falsa sobre un fichaje del Málaga en blogs de ABC, La Vanguardia y Comunio. Un día contaré mi historia sobre Fake News en la blogosfera, cuando tenga tiempo y no me quede mucho que perder. Apuesto a que alguno de los que lee este epitafio se pasó por esos blogs en su momento sin saber que los llevaba un adolescente idiota.



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Ayer, en la LSE, me encontré con que uno de los chicos de mi clase es el 15º mejor jugador del Mundo en el juego de mesa llamado Dominion. Le he visto jugando en un ordenador de la biblioteca, y me ha contado de primera mano todo el mundillo del Dominion online. Le he contado mis aventuras con el juego, pero se ha visto muy decepcionado cuando ha visto que no estaba en ningún ranking porque no juego por internet. Hasta ahora, me he sentido muy orgulloso de ser campeón de España de Dominion en 2015 y 2017, pero nunca he jugado por internet ni me ha apetecido hacerlo lo más mínimo. Cuando he visto la velocidad a la que jugaba y las partidas que llevaba (más de 4000 solo desde que comenzó a competir internacionalmente con la Selección de Noruega), me he dado cuenta de mi inocencia. Seguramente los buenos jugadores de Dominion en España juegan exclusivamente por Internet, y eso quiere decir que mis títulos físicos no valen nada. En la era digital, al campeonato nacional de Dominion no online solo van los que no pueden permitirse dedicarle miles de horas por internet a un juego de estrategia.






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Hace una semana, fui a ver Tosca al Royal Opera House. Era la primera vez que iba a la ópera en Londres. Por casualidad,  cada vez que me mudo a un nuevo país la primera ópera que escucho es de Puccini. Me acordé mucho de mi abuelo, y de cuando vino a recogerme en mi cumpleaños a mi casa para llevarme a Nerja. En el coche escuchamos un disco con los arias de Tosca y otras óperas italianas como La Bohème. Mi relación con Puccini es rara. Se supone que no me gusta demasiado y me parece aburrido, pero ocupa un lugar importante en mi educación sentimental porque le encantaba a mi abuelo. Cuando estaba ya enfermo, escuchábamos los dos a Puccini y él repetía que era lo más precioso que había mientras me apretaba la mano. Cuando fui a Frankfurt, la primera ópera que fui a ver fue La Bohème. Recuerdo que era mi primer domingo en Alemania, y que fue cuando Laura y yo comenzamos a hacernos amigos. Cuando llegué a la residencia tras la ópera, mi padre me llamó para decirme que mi abuelo había muerto. En el avión de vuelta a Málaga resonaba un aria de Puccini. Un año y medio más tarde, me invitaron a ir a la ópera en Kazajistán. También era mi primer domingo en un nuevo país, y mi sorpresa fue grande cuando me di cuenta que iba a ver La Bohème. Tuve algún presentimiento nefasto, pero por suerte no tuve que volver a Málaga.





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Viendo el perfil de usuario de superpad, con el que creé tantos blogs dedicados a esparcir mentiras, hay algo que me ha parecido auténtico y me ha hecho ilusión. Cuando clicas en la pestaña "sobre mí", se va directamente a la canción Dance Little Liar de los Arctic Monkeys. Fue la primera canción que tocaron en el Palacio de Vistalegre el 5 de febrero de 2010 en Madrid, y lo he recordado como si fuera una epifanía. Fuimos cinco chicos de Málaga hasta Madrid, algunos de ellos por primera vez. Éramos amigos, pero aún las cosas no estaban tan claras y podríamos habernos separado tras acabar el colegio e irnos a diversos sitios. Era nuestro primer concierto de esas características juntos. Tras colarnos, coincidimos con una chica gallega que al año siguiente resultó estar en mi Colegio Mayor. Cuando comenzó Dance Little Liar, la masa de gente nos iba llevando por todo el pabellón, y solo entre canciones éramos capaces de juntarnos de nuevo. A partir de ese concierto, empezamos a hacer todo tipo de planes juntos. Mi grupo de amigos se creó con esa canción, pero no recuerdo que la hayamos vuelto a escuchar más allá del FIB de 2011. Por un momento, he recordado aquel tiempo en el que solo había estado con chicas con las que había coincidido sin saberlo en un concierto de los Arctic Monkeys. Visto con perspectiva, seguramente haya salido perdiendo: en aquel tiempo esta entrada hubiera tenido 20.000 visitas, y hay más chicas interesadas por los Arctic Monkeys que por Dolores González Ruiz.