domingo, 21 de octubre de 2018

Las tres muertes de Tristán

Hace unos años estaba enfadado con una chica, pero me daba cosa decirlo muy claro en público. Así, aproveché que fui a la ópera de Wagner La prohibición de amar para escribir una entrada vengativa que en realidad solo se reía de mí mismo y que se titulaba La prohibición de amar y la falta de sexo (debería haberse titulado la sobredosis de sexo, pero eso es otra historia). Ahora, me gustaría escribir muchas cosas sobre mi situación en la Comisión Europea y en Bruselas, pero he prometido que no puedo contar nada relevante de mi trabajo en público. Por suerte, he ido a ver el preludio de Tristán e Isolda recientemente, y en realidad el universo wagneriano representa mucho mejor mi estado de ánimo que cualquier texto pretendidamente realista. Esta entrada se divide siguiendo la lógica wagneriana en tres actos interconectados, y tiene como heroico protagonista a Tristán, un joven soldado que tras su periodo de formación en la academia militar acaba destinado en la multifacética Bruselas. Tristán ha leído a todos los teóricos de la representación, desde Schopenhauer a Gärdenfors, y sueña con ser capaz de representar los universos conceptuales de todos los seres humanos geométricamente. Aunque sus aspiraciones son elevadas, no deja de ser un becario precario con ánimo destructivo que se debate entre grandes pasiones ya olvidadas y aburridos procedimientos burocráticos que debe realizar cada día en la capital de Europa. Para los que no conozcan los entresijos wagnerianos, nuestro Tristán puede entenderse perfectamente como el insulso y pasivo personaje de Scottie en la película Vértigo¸ cuya trama y banda sonora se ajusta perfectamente al universo operístico romántico del músico alemán. También tiene rasgos del wagneriano protagonista de La montaña mágica, ese míticamente insulso Hans Castorp que se traslada a un mundo lleno de claves que no entiende. Sin embargo, esta historia solo trata tangencialmente la compleja relación entre el deseo insatisfecho, la representación amorosa, la voluntad sexual y la muerte. Es más bien un cuento sobre cómo Tristán acaba de funcionario europeo e Isolda acaba de consultora en Mackenzie.

I-                El mundo como representación

El primer acto de esta historia empieza con una de las secuencias armónicas de las que más se ha escrito en la historia de la música. El primero de los acordes que suena en Tristán e Isolda, que suena en el tercer compás, es conocido como “acorde Tristán”. Es uno de los acordes más célebres de la música, generando una enorme cantidad de debate. El acorde era revolucionario por la manera abrupta en la que se resolvía. Aunque Schumann lo había utilizado en el Concierto para violonchelo y orquesta, la manera en que utiliza Wagner ese acorde, que aparece de la nada sin que haya habido una melodía previa que sitúe a nuestro oído, nos augura la entrada en un universo lleno de un desasosiego muy particular: el de no saber ubicarse, el del vértigo ante una vida desconocida. En expresión de Luis Ángel de Benito, este acorde es una catacresis: utiliza una expresión que parece sugerir una cosa a los sentidos muy concreta, pero en realidad está diciendo algo muy diferente y perturbador. No es casualidad que este acorde sea asociado a Bernard Herrmann, que lo utiliza habitualmente en sus composiciones, y que aparezca en Vértigo en alguno de los momentos más inquietantes de la película.  
Como ha señalado Tom Schneller, los tresillos con los que se inicia la melodía que abre Vértigo contienen todos los motivos de la película. En una especie de eterno retorno, Scottie se va enfrentando a alteraciones musicales que ya vienen determinadas desde el inquietante inicio. Tanto Scottie como Tristán son perseguidos por una melodía wagneriana que funciona como un filtro que nos hace entender la percepción que tienen ellos de lo que sucede en realidad. Así, para lo que para algunos es una agradable charla puede ser para ellos un pasaje de aventuras romántico y trágico. En la historia que nos ocupa, el acorde Tristán inaugura el universo extraño de las instituciones europeas, que Wagner había leído en Schopenhauer: el mundo del día y la representación. Según Schopenhauer, el ser humano se equivoca al creer ilusoriamente que puede controlar algo de lo que le ocurra y su vida se limita a ser un teatrillo lleno de representaciones. El mundo como representación engloba, en palabras de Rafael Fernández de Larrinoa, “todos los aspectos de la vida susceptibles de racionalización”. Es la definición perfecta tanto del trabajo en las instituciones europeas como de la primera parte de la película de Lars von Trier Melancolía, que tiene como única banda sonora el preludio de Tristán e Isolda. En esta película, una pretendida boda perfecta acaba en desastre cuando la novia se descontrola sin motivo aparente.
Podemos imaginar a Tristán entrando en la Comisión Europea junto a todos sus antiguos compañeros soldados. Entre otros, está el omnipresente Enrique que le ha acompañado ya en tantas aventuras y que llegó a rescatarle de un secuestro en la remota Rusia. Montones de ilusionados soldados entran junto a Tristán en las oficinas del Parlamento Europeo y se muestran muy sonrientes y trajeados. Una eurodiputada búlgara, probablemente debido a que no ha leído a Schopenhauer, les dice que tienen que ser ellos mismos. Todos sonríen y representan el papel de felices nómadas cosmopolitas que además son compatriotas; Tristán ve a una antigua compañera suya de batallas en Londres y a muchos otros de la antigua capital del reino, donde está recluida Isolda. Como ya llegaban escépticos de casa, aborrecen todo el universo de la representación y se saltan las conferencias introductorias, las charlas aleccionadoras y las actividades grupales que no involucren alcohol. Sin embargo, un abatido Tristán se ve obligado a adentrarse en el mundo diario de los procedimientos administrativos, que teóricamente permitirán fantásticos avances científicos que le parecen mágicos e incomprensibles. Un día, abandonando el trabajo con la puesta del sol junto a una compañera que le habla de un novedoso procedimiento administrativo, piensa mientras escucha melodías wagnerianas en su cabeza que todos los soldados están abandonando el mundo de la racionalización y la representación y dirigiéndose hacia la voluntad y el descontrol.
En efecto, pocas horas después, los soldados comienzan a tomar el wagneriano filtro del amor, compuesto por gran cantidad de cerveza y gin-tonics, para poder abandonar el mundo de la representación. Así, en palabras de Luis Ángel de Benito, gracias al filtro del amor son liberados “de la percepción fenoménica de la realidad -la responsabilidad, el deber, el honor- y abriéndoles al conocimiento nouménico del latido esencial del universo -la apetencia, el amor, el deseo…”. El primer acto se cierra con la primera muerte de Tristán, que ocurre en el momento en el que entra en la discoteca mientras suena su acorde predilecto en una canción nounémica de Daddy Yankee. 

II-              El mundo como voluntad

Ya muerto una vez, en el segundo acto aparece un cínico Tristán en una discoteca en el barrio de Mollenbek. La discoteca y la noche en Bruselas son para Tristán la representación wagneriana del mundo como voluntad. Influenciado por Schopenhauer, Wagner pensaba en la voluntad como en las ciegas e irracionales pasiones que en realidad eran el único motor del universo. Tras leer cuatro veces la obra El mundo como voluntad y representación, Wagner se sentía en deuda con el filósofo que había concebido que los genitales eran el “auténtico foco de la voluntad”. En efecto, para Schopenhauer el amor era una trampa de la naturaleza, que hace que las parejas crean estar enamorado cuando en realidad lo único que quieren es follar. En sus propias palabras, “la naturaleza impulsa al hombre con toda su fuerza a la procreación. En cuanto ha conseguido ésta por medio del individuo, la destrucción de éste le resulta por completo indiferente, pues a ella, en cuanto voluntad de vivir, lo que le importa es la conservación de la especie; el individuo no significa nada”. Así, en la discoteca Tristán sigue escuchando melodías wagnerianas en su cabeza mientras el universo de la voluntad se manifiesta con toda su crudeza. Sin embargo, Tristán nunca ha sabido bailar y detesta las discotecas. Con toda la fuerza de su voluntad, consigue que la fiesta se pare y empiece a sonar Tristán e Isolda.
Que una fiesta se pare para escuchar a Wagner no es algo que solo ocurra en esta historia. En la película Los primos, de Claude Chabrol, el juerguista protagonista Paul interrumpe una fiesta que deviene en orgía para que todo el mundo escuche Tristán e Isolda. En una célebre secuencia, Paul, iluminado por un tétrico candelabro, da vueltas alrededor de la escena orgiástica para anunciar el devenir de un mundo nuevo para la humanidad lleno de amor. Algo parecido ocurre en la discoteca de Mollenbek, donde todos los soldados se conjuran por el devenir del nuevo orden europeo a través de las melodías wagnerianas. Tristán, lleno de esperanza en la humanidad, comienza a mirar los procedimientos administrativos con otros ojos y promete junto a otros soldados que se preparará el EPSO, el examen para ser funcionario europeo. El día en que aprueba el examen supone la segunda muerte de Tristán, que pronto deja de reaccionar a los acontecimientos, olvida sus antiguas pasiones y se convierte en el perfecto trabajador administrativo. Poco después, Isolda abandona a un indiferente Tristán cuando recibe una oferta de una importante consultora. El telón se cierra en pleno clímax musical mientras los dos, en sus respectivas ciudades, aprenden a utilizar una apasionante nueva aplicación para clasificar documentos electrónicos.
   
III-           El mundo como lugar de trabajo

En el tercer acto, Tristán es funcionario en la Unión Europea, tiene un gran sueldo y varios hijos. Ha olvidado todas las cosas que un día quiso hacer, y le parece una pura fantasía pensar en cómo se veía a sí mismo cuando tenía poco más de veinte años. Ya no escucha a Wagner ni a otros autores del reino de los nibelungos, y ve las películas de Hitchcock como meras persecuciones entre policías y ladrones. Así, en ninguna de las actividades que hace resuena la música wagneriana dando un filtro diferente a sus percepciones. En efecto, nuestro protagonista ha olvidado el acorde Tristán con el que comenzó este relato, y toda la música que se escucha en este acto es diatónica. Su nueva mujer, sorprendentemente parecida a Isolda en lo físico pero tremendamente anodina, trabaja en el mismo departamento que Tristán. Ambos son expertos en los importantes procedimientos administrativos que hacen que funcione el nuevo orden europeo. Son expertos en la representación institucional, único mundo en el que son capaces de moverse. Como todas las bodas de sus compañeros de trabajo, la de Tristán fue un ejemplo perfecto del universo performativo en el que vive. Desde la boda a la sepultura, el único momento que merece ser contado de su vida es el instante de antes de su muerte. Cuando, en la cama, iba a despedirse de toda su familia, resonó de nuevo en su imaginación el acorde que lo había perseguido durante toda su juventud. Antes de morir por tercera vez, Tristán se acuerda de Isolda y piensa que su vida no ha merecido la pena.