miércoles, 22 de abril de 2020

Un encuentro con José María Calleja



Ayer murió José María Calleja, uno de mis entrevistados en A finales de enero. Se une, que yo sepa, a Alfredo Pérez Rubalcaba, Juan Cristóbal González y Santos Juliá. Debido a mis extrañas circunstancias en estos momentos, he estado todo el día recordando nuestro encuentro. El viernes 11 de marzo de 2016, cogí el cercanías desde Nuevos Ministerios para ir a la Carlos III de Getafe. Sé el día porque me sale en la grabación que hice con el móvil. Yo siempre tomaba el tren en sentido contrario para ir a la Universidad Autónoma de Madrid. Que yo recuerde, solo había ido a la Carlos III en otra ocasión, para hacer un Modelo de Naciones Unidas en abril de 2012 con Luis Cornago. Recuerdo que ese día Luis y yo teníamos que defender la posición de Níger, pero no llegamos a participar porque no habíamos preparado nada y el ambiente nos dio vergüenza. Nos fuimos a la cafetería a los 15 minutos, diría que a beber pero no estoy seguro porque quizás lo que pasaba es que teníamos resaca. Fue una pena porque en esa época Luis y yo teníamos mucho que decir sobre la interesante coyuntura del país africano ante el conflicto palestino-israelí. Yo tuve que mirar dónde estaba Níger cuando nos dijeron el país al que representábamos.  

Cuatro años después, volvía a la Carlos III para entrevistarme con José María Calleja. Nada más llegar, creo que me encontré con Sonia. Llevaba como 3 años sin verla, y no he vuelto a hablar con ella desde entonces. De hecho, he intentado cotillearla en Facebook pero no me acuerdo de su apellido. Fue un encuentro raro y fugaz. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y era muy improbable que nos volviéramos a ver porque ya no teníamos amigos en común. Cuando nos despedimos me entró una sensación de irrealidad; hacía ya muchos años que había perdido mi virginidad con ella durante un verano de conciertos y me venían imágenes de esos tiempos. Creo que me tuve que ir rápido porque llegaba tarde a la entrevista con Calleja. Durante esos meses, llegué tarde a una gran parte de mis entrevistas porque no calculaba bien los tiempos. Podría decir que era una táctica para conseguir que mis entrevistados reflexionaran sobre lo que iban a decirme, pero en realidad lo único que conseguía era que no me tomaran en serio.

Calleja, que me sonaba desde niño de ver el programa El debate de CNN+ con mi padre, fue uno de mis primeros entrevistados. Volviendo a escuchar nuestra conversación, veo que me trató con mucha amabilidad y que me tomaba en serio. Yo entonces no sabía lo que estaba haciendo y le dije que era una investigación para un trabajo de la universidad. Como Calleja no había tenido demasiado trato con los protagonistas de mi libro, más que una entrevista sobre unos personajes tuvimos una conversación sobre lo que había sido la Transición a partir de la figura de Dolores González Ruiz. Yo preguntaba cosas que ahora me parecen tontísimas. Estoy sorprendido de lo poco que sabía cuando empecé con mi investigación: pregunto nombres que luego se han hecho íntimos, historias que ahora me sé de memoria, reflexiones que no son más que banalidades. Calleja me hizo un panorama de su vida y me contó cosas interesantes. Preguntado por el dolor de la lucha contra el franquismo y luego contra ETA, me dijo que “yo llevo enterrando amigos desde febrero del 84. Llevo mucho tiempo pensando que me han podido volar la cabeza a mí varias veces. Me llegaba información de la policía diciéndome que estaba entre los objetivos”.

Estuvimos hablando sobre los entierros de muchas personas. Algunas de las ideas desmitificadoras que se apuntan en A finales de enero ya aparecen en esta entrevista con Calleja: “Los niveles de solidaridad ni son eternos ni son masivos. Mucha gente dice Yo estuve en aquel entierro (el de Atocha). Sin embargo, pocos irían luego al de Dolores González Ruiz. La solidaridad también se cansa.” En ese momento, cuando yo escuchaba frases así me emocionaba porque pensaba que estaba ante algo importante. Calleja fue de los primeros que me habló de José María Zaera, la atormentada última pareja de Dolores González Ruiz. Me habló del ambiente antifranquista de Valladolid, una ciudad muy interesante por combinar un ambiente falangista con una universidad movilizada. Calleja me dijo que “yo querría haber hecho un libro sobre Atocha, lo tenía en la cabeza para hacerlo.” Al final, no lo hizo porque apareció el de Alejandro Ruiz-Huertas, el único superviviente de Atocha que sigue vivo, al que yo acababa de entrevistar. Yo le hablé de la historia que perseguía, pero no di muchos detalles. Me ha sorprendido escucharme hablar tan abiertamente de la heterogeneidad del antifranquismo y de las contradicciones vitales e ideológicas que veía en tantas personas. Luego nunca supe qué le había parecido a Calleja A finales de enero. Probablemente, había olvidado nuestra entrevista y no se acordaba de mí. Quizás no le gustó el libro, ya nunca lo sabré.

Tras la entrevista, me fui a la cafetería con Luis Cornago y Enrique Chueca. He intentado averiguar si Pablo Mahave comió con nosotros, pero parece que no. La mayoría de mis amigos del Chaminade había vuelto a Madrid ese año después de los Erasmus, aunque yo había regresado más tarde porque había pasado un tiempo en India. La vuelta a Madrid fue muy especial. Luis me había ido introduciendo en un grupo que hacía actividades en torno a Politikon y Letras Libres. Durante esos meses conocimos a Ricky Dudda, Manuel Pacheco y Carlos Victoria, que pronto se convirtieron en amigos. En El Chaminade, los miércoles había un curso de Politikon que organizaba María Ramos, en el que conocí a mis ídolos politólogos de entonces. El día de la entrevista de Calleja, en la cafetería de la Carlos III, fue la primera vez que vi a Lluís Orriols, que estaba comiendo con otros profesores y del que había oído maravillas. Entonces mi sueño era escribir en Politikon, Letras Libres y Revista de Libros. Yo miraba con envidia y admiración a Luis y Ricky, que ya publicaban artículos en sitios así. Mi única aportación pública hasta entonces había sido una entrevista a Manuel Arias Maldonado, al que ya admirábamos entonces, en septiembre de 2015 en la web Polikracia. Abrí este blog, Historias cruzadas, en enero de 2016. El día antes de la entrevista con Calleja había publicado una entrada sobre músicos callejeros, que leyeron según las estadísticas de mi blog 48 personas. En aquel entonces, mi blog solo lo leían mis amigos y Carlos Jiménez Barragán, que también tuvo una aparición estelar ese día. Leyendo las estadísticas de Historias cruzadas, ahora debo tener muchos más amigos.     

Cuando acabamos de comer, Luis me dijo que tenía una clase con Pablo Simón, así que decidí acompañarle. Le he preguntado a Andrea si coincidí con ella en esa clase por primera vez, pero parece que no; sin embargo, Lucía, con la que luego coincidí en casa de Berna, sí recuerda estar en esa clase. No sé si Pablo Simón me reconoció o no de alguna de las charlas del Chaminade, pero desde luego no me dijo nada por aparecer allí sin estar matriculado. Era la primera vez que iba a una clase de política comparada, rama de la ciencia política en la que hago ahora mi doctorado. Me acuerdo de que hablamos de federalismo asimétrico y de Suiza. También de que se mencionó el artículo de Posner (2004) sobre Malawi y Zambia que presenté hace poco en una clase de CUNY como ejemplo de buena investigación. Cuando acabé la clase, Luis se fue (imagino que tendría otra clase, pero no estoy seguro). Al salir de la universidad, un jovencísimo (como diría Arcadi Espada, este texto no está bien editado) Carlos Jiménez Barragán me dio una copia de la revista La Mecha. En ese momento, ninguno de los dos sabíamos quién era el otro, aunque a mí me parece que nos dijimos que nos sonábamos de algo. En este ejemplar, había una entrevista a Manuela Carmena y Carlos mencionaba en un artículo a Manuel Arias Maldonado. Meses después, Carlos me escribió un email muy largo, y luego quedamos y nos hicimos amigos.

He intentado saber qué hice ese viernes 11 de marzo por todos mis medios. En el viaje de vuelta en el cercanías a mi casa, creo que conocí a una chica brasileña a la que luego invité infructuosamente a alguna fiesta. Lo más probable es que me fuera al piso de Enrique, Carlos y Telmo a beber cervezas y jugar a algún juego de mesa, pero no estoy seguro. Viéndolo con perspectiva, esos fueron meses fundamentales para entender quién soy y qué caminos decidí tomar. Aunque tenía muchas dudas y me entraban en ocasiones ataques de ansiedad con mi futuro, me lo pasaba muy bien descubriendo cosas nuevas todo el rato. Muchos de mis mejores amigos son de esos meses, y encima me quedaba poco para conocer a Belén. Mi capacidad para el entusiasmo era ilimitada, y eso hacía que mi vida pudiera tener muchas más opciones que ahora. Durante esos meses, mientras acababa la carrera, hice prácticas en una consultoría, un despacho de abogados, una ONG y un ministerio para descubrir que era muy malo en cualquier trabajo. Como odiaba todos estos sitios, ponía todas mis energías en mis proyectos personales y me dedicaba a escribir, leer y estar con amigos. Aunque creo que he mejorado tanto a nivel académico como personal, entonces tenía un punto idiota e inconsciente que me hacía más divertido. Si escribía una entrada en el blog cada semana era porque, a diferencia de ahora, no estaba trabajando durante todo el día. Quizás no sabía si quería ser académico o escritor, pero desde luego sí era consciente de que no quería trabajar encerrado 10 horas al día. Luego he fracasado en ese empeño, pero esa es otra historia.

Recordar todo esto a partir de la muerte de José María Calleja me ha puesto triste. El único motivo por el que he tenido tiempo para escribir un texto así un día de clase es porque mi profesora favorita, Susan Woodward, se ha puesto enferma y ha cancelado la clase. Estoy nervioso y triste por todo lo que está pasando, y he perdido un poco la motivación por el doctorado. Tengo un nuevo proyecto de libro que me ilusiona mucho, pero es difícil no abrumarse ante cada nueva noticia del coronavirus. Todas las entrevistas que estoy haciendo para el nuevo proyecto son telefónicas, lo que hace que no conozca personalmente a mis entrevistados. Tengo grabados mis encuentros con gente como Calleja, González, Rubalcaba y Juliá. Han sido 4 años que parecen ahora una eternidad. Cada muerte de alguien al que conocí hace que vuelva sobre mí mismo unos años recordándome las posibilidades vitales que todos tenemos. Qué cantidad de vidas posibles hay y qué pocas recorremos, me digo mientras abro Google Scholar para sacar la bibliografía de la clase de mañana.