jueves, 14 de abril de 2016

El baile de los solteros



A raíz de este artículo de Luis Abenza en Politikon, se me ha venido a la cabeza el inicio del libro "El baile de los solteros", de Bourdieu.

"El Baile de Navidad se celebra en el salón interior de un café. En el centro de la pista, brillantemente iluminada, bailan una docena de parejas, al son de unas canciones de moda. Son, principalmente, `estudiantes´, alumnos de secundaria o de los institutos de las ciudades vecinas, en su mayoría hijos del lugar. Y también hay algunos soldados, muchachos de la ciudad, obreros o empleados, que visten pantalón vaquero y cazadora de cuero negro y llevan la cabeza descubierta o sombrero tirolés. Entre las bailarinas hay varias muchachas procedentes de los caseríos más alejados, que nada diferencia de las demás nativas de Lesquire que trabajan en Pau como costureras, criadas o dependientas. Varias adolescentes y niñas de diez o doce años bailan entre sí, mientras los chavales se persiguen y se zarandean entre las parejas.

Plantados al borde de la pista, formando una masa oscura, un grupo de hombres algo mayores observan en silencio; todos rondan los treinta años, llevan boina y visten traje oscuro, pasado de moda. Como impulsados por la tentación de participar en el baile, avanzan a veces y estrechan el espacio reservado a las parejas que bailan. No ha faltado ni uno de los solteros, todos están allí. Los hombres de su edad que ya están casados han dejado de ir al baile. O sólo van por la Fiesta Mayor o por la feria: ese día todo el mundo acude al Paseo y todo el mundo baila, hasta los `viejos´. Los solteros no bailan nunca, y ese día no es una excepción. Pero entonces llaman menos la atención, porque todos los hombres y mujeres del pueblo han acudido, ellos para tomarse unas copas con los amigos y ellas para espiar, cotillear y hacer conjeturas sobre posibles bodas. 

En los bailes de ese tipo, como el de Navidad o el de Año Nuevo, los solteros no tienen nada que hacer. Son bailes `para los jóvenes´, es decir, para los que no están casados; los solteros ya han superado la edad núbil, pero son, y lo saben, `incasables´. Son bailes a los que se va a bailar, pero ellos no bailarán. De vez en cuando, como para disimular su malestar, bromean o alborotan un poco. 

Tocan una marcha: una muchacha se acerca al rincón de los solteros y le pide a uno que baile con ella. Se resiste un poco, avergonzado y encantado. Da una vuelta por la pista de baile subrayando deliberadamente su torpeza y falta de agilidad, un poco como hacen los viejos el día del baile de la asociación de agricultores y ganaderos, y haciendo guiños a sus amigos. Cuando acaba la canción, va a sentarse y ya no bailará más. `Ése´, me dicen, `es el hijo de An...(un propietario importante). La chica que lo ha invitado a bailar es una vecina. Lo ha sacado a dar una vuelta por la pista para que esté contento´. Todo vuelve a la normalidad. Seguirán allí hasta la medianoche, casi sin hablar, en medio del ruido y las luces del baile, contemplando a las inaccesibles muchachas. Luego irán a la sala de la fonda, donde se pondrán a beber sentados unos frente a otros. Cantarán a voz en grito antiguas canciones bearnesas prolongando hasta quedar afónicos unos acordes disonantes, mientras, al lado, la orquesta toca twists y chachachás. Y, en grupos de dos o tres, se alejarán lentamente, cuando acabe la noche, camino de sus recónditas granjas." 

Bourdieu escribió a lo largo de su vida varios trabajos sobre el emparejamiento y el mercado matrimonial. “Soltería y condición campesina” (1962), “Las estrategias matrimoniales en el sistema de reproducción” (1972) y “Reproducción prohibida. La dimensión simbólica de la dominación económica” (1989) son obras en las que Bourdieu analiza con toda crudeza las relaciones matrimoniales, con todas las dosis de miserias sexuales y amorosas aparejadas. Dice en la introducción que su contención objetivista se debe al “hecho de que tengo la sensación de cometer una especie de traición” y, por tanto, se ve obligado a “rechazar cualquier reedición que la edición en revistas eruditas de escasa difusión protegía contra las lecturas malintencionadas o voyeuristas”. 


En el artículo de Gay Talese en The New Yorker The Voyeur´s Motel, se nos cuenta la vida de Gerald Foos, un hombre que compró un motel cerca de Denver para poder espiar a los clientes del hotel. Durante décadas observó todo tipo de actos en la habitación del hotel, con la ayuda de las dos parejas que tuvo. Foos anotaba todo lo que ocurría, con particular atención a lo sexual. I think of myself as a pioneering sex researcher”. Nos cuenta con detalle las relaciones sexuales que ve, hace observaciones de la vida sexual de las parejas, tiene relaciones sexuales con su mujer en la misma sala desde donde observa… y hasta como en La Ventana Indiscreta… llega a observar un asesinato. Al final de cada año Foos escribe un informe anual, intentando identificar tendencias sociales. La crónica de Talese nos deja fuera de lugar; nos convertimos en observadores del que observa y, por supuesto, no nos creemos las tendencias científicas de Foos: pensamos que es un pervertido. Pero parte del interés de la historia reside en que, en el fondo, a través del filtro Talese-Foos vemos lo que estamos deseando ver.

Hitchcock le dijo a Truffaut que “We are all voyeurs” (…) “I'll bet you that nine out of ten people, if they see a woman across the courtyard undressing for bed, or even a man puttering around in his room, will stay and look; no one turns away and says, `It's none of my business.´ They could pull down their blinds, but they never do; they stand there and look out”. En sus películas el voyeurismo está siempre presente de una forma u otra. Se identifica con la sexualidad y con el poder. Como dice Foos, cada vez que entraba en la habitación para espiar: “I had a feeling of tremendous power and exhilaration at my accomplishment”. 

Sentimos no creernos a Bourdieu cuando justifica el interés objetivo y científico de sus artículos. De seguro que lo tienen. Pero nos interesa más saber cómo cuenta que ese compañero suyo de colegio “había inscrito en la puerta del establo las fechas de nacimiento de sus terneras y los nombres de mujer que les había puesto” o cómo uno de sus condiscípulos comentaba la foto de su curso “con un escueto y despiadado `incasable´ referido a la mitad aproximadamente de los que salen en ella”. Como escribió inmejorablemente Arcadi Espada, hay una “doble moral extendida en la especie humana: la de proteger la intimidad propia mientras se aprovecha el mínimo resquicio para violar y disfrutar con la ajena”.  

Este finde es la fiesta del Chami, privilegiado lugar de observación. Cuando, al día siguiente, todos se pongan con los anuarios a ver los nuevos líos, estarán sintiendo poder. Una fiesta que seguro Hitchcock y Bourdieu hubieran disfrutado y una bonita actualización de “El baile de los solteros”, acabada en el Cadillac y con más parejas “incasables”.

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