El feminismo es
un tema espinoso, en el que para opinar hay que tener bastante cuidado. Es
lógico, y está bien, que así sea. La “corrección política”, en un tema sensible
como la igualdad entre hombres y mujeres, es preferible a la “incorrección
política”. Como apuntaba Daniel Gascón en Letras Libres, “la corrección
política señala lo que una sociedad considera aceptable en una conversación civilizada”.
Respecto al feminismo es mejor pasarse de correcto que de incorrecto, aunque
esta corrección mal entendida pueda considerarse “paternalista e hipócrita”.
Partiendo de la idea de Gascón de que “la premisa de esa conversación es el
respeto a los individuos y las minorías, la convicción de la dignidad personal”,
voy a intentar establecer una serie de axiomas mínimos para un posible debate
civilizado sobre feminismo. Como describía Dworkin con respecto a la
imposibilidad de debate real entre los republicanos y demócratas en Estados
Unidos, en este tema me parece observar una marcada tendencia hacia el atajo
ideológico, imposibilitando los matices necesarios. Personas que considero muy
inteligentes caen, desde mi punto de vista, en simplezas extravagantes y muchas
veces las formas que usan no serían aceptables para debatir de otros temas. Con
el objetivo de crear (me) un marco sobre el que poder discutir el “desacuerdo
razonable” rawlsiano al que aspiro a llegar en este tema, voy a tratar de
establecer unos mínimos indispensables. Utilizaré, sobre todo, las lecturas que
mi admirada profesora Elena Beltrán nos dio a conocer en la asignatura
Filosofía del Derecho.
1-
Los hombres y las mujeres no son
(necesariamente) iguales.
“No se nace
mujer: llega una a serlo”, proclamaba una reivindicativa Simone de Beauvoir. Su
libro “El segundo sexo”, escrito en el año 1949, plantea preguntas que han sido
centrales en el debate posterior feminista. “¿Qué significa ser mujer?”,
empieza preguntándose la autora para llegar a la idea de “construcción
cultural” sobre el significado de ser mujer. Cristina Sánchez Muñoz escribe que
para Simone de Beauvoir “esa interpretación cultural impone un estado de
subordinación de las mujeres, al considerarlas como la expresión de la
alteridad. Ser mujer en ese sentido significa ser definido como la Otra”.
El feminismo de la igualdad y su contraparte el feminismo de la diferencia (con
su proclama “ser mujer es hermoso”), se han enzarzado en una discusión desde
los años 70, que tiene innumerables matices y representantes, sobre
(básicamente) si las diferentes concepciones entre lo femenino y lo masculino
obedecen a los roles de género y roles sociales o a unas diferencias reales
que, simplemente, existen. El feminismo de la diferencia celebra los valores
femeninos y algunas autoras, como la feminista radical Mary Daly, han
proclamado la superioridad de los valores femeninos respecto a los masculinos.
El muy heterogéneo feminismo de la diferencia tiene algunos problemas
intrínsecos, como el riesgo de esencialismo: fijar una esencia inmutable a la
mujer, de la que en realidad (alegarían las feministas de la igualdad) no
podría salir por determinados marcos sociales coaccionadores que favorecen
determinadas estructuras de subordinación femenina. En la práctica, el
feminismo de la diferencia podría implicar consecuencias reaccionarias: una
vuelta de la mujer a la casa y al cuidado de los hijos. El feminismo de la
igualdad también tiene problemas: a la hora de definir qué tipo de igualdad se
persigue se puede caer de nuevo en otro tipo de esencialismo y en el no respeto
a las decisiones individuales de las mujeres. Aunque pudieran estar (según esta
teoría) alienadas o no en el teórico mundo de dominación patriarcal, en la
práctica ocurre que muchas veces las mujeres responden de una manera muy
diferente a lo que los teóricos feministas esperaban de ellas. En el debate
sobre el derecho de voto de la mujer en 1931, el argumento de la en muchas
cosas admirable (y feminista) Victoria Kent para negar el sufragio femenino era
el siguiente: su voto sería conservador por la influencia de la iglesia y esto
perjudicaría a la República. En todo caso, el problema de fondo es el de
aceptar o no la evidencia científica respecto al tema, aunque pudiera ser en
ocasiones incómoda. Si aceptamos que la biología y la genética tienen un papel
y que no toda diferencia entre lo masculino y femenino es una construcción
social, negar que incluso en el ideal de sociedad seguiría habiendo diferencias
entre hombres y mujeres sería absurdo. Una búsqueda de la igualdad ante
realidades desiguales podría traer consecuencias indeseables y decisiones
disparatadas.
Desde mi punto
de vista, para tratar de tener un debate racional sobre igualdad, sobre qué
medidas políticas se pueden tomar y sobre qué modelo de sociedad sería
deseable, es preferible centrarse en una teoría que respete y diferencie su
campo de aplicación del de otras ramas del conocimiento que puedan responder
mejor a las preguntas pertinentes. Un enfoque como el de las capacidades de
Martha Nussbaum (que posteriormente desarrollaré), podría ayudarnos a encontrar
una teoría que, sin entrar en disquisiciones filosóficas sobre temas
científicos, encuadrara aspiraciones que, qué duda cabe, se construyen
socialmente: la posibilidad de cada mujer de construir su propio mundo y elegir
su destino. Esto excluye al feminismo de la respuesta a la pregunta del grado
de igualdad existente entre los hombres y las mujeres: esa respuesta nos la da
la ciencia. A partir de ahí se concebirá la teoría de lo que puede y debe ser.
2-
El feminismo no es una teoría totalizadora
que explique el funcionamiento de todas las lógicas del mundo moderno.
Autoras como
Celia Amorós han definido el término feminismo como “un tipo de pensamiento
antropológico, moral y político que tiene como referente la idea racionalista e
ilustrada de la igualdad de sexos” y lo han relacionado con la idea de
“modernidad” y de “democracia”. En palabras de Cristina Sánchez Muñoz, “la
teoría feminista se caracteriza por ser una teoría crítica que cuestiona las
grandes escuelas o tradiciones de pensamiento”. Por ello se habla, en expresión
de Fraser, de un “subtexto de género” latente en todos los modelos explicativos
de la sociedad y conceptos filosóficos que han manejado los distintos autores a
lo largo de la historia. Se entiende en ocasiones el feminismo como una
corriente multidisciplinar que tiene cabida en cualquier campo. Recuerdo
asistir en mi año en Frankfurt a sesiones sobre las más variadas vinculaciones
entre el feminismo y distintos aspectos de la modernidad. Pudiendo ser realista
hasta cierto punto, el ánimo de llevar la teoría feminista a determinados
ámbitos puede dar lugar a situaciones ridículas.
Hace poco tiempo
un tío mío vino a Madrid a unas reuniones sobre unas investigaciones que está
realizando. Mi tío investiga sobre temas de adquisición del lenguaje.
Normalmente ha trabajado con niños sordos y ha escrito varios papers (tan
interesantes como complicados) sobre el desarrollo lingüístico en niños sordos
con Implante coclear. En esta ocasión está realizando un estudio sobre la
distinción de sonidos en entornos de ruido. Normalmente las mujeres salen mejor
que los hombres en todos los temas relacionados con el lenguaje; en este caso
es al revés. Esto puede suponer un problema para publicar los resultados.
Incluso aunque supongamos que esta anécdota no es del todo verídica y tengamos
la intuición de que todas las diferencias son debidas a la influencia cultural,
el feminismo debería abstenerse de entrar en el debate científico con
argumentos acientíficos. Lo mismo sucede en el campo jurídico. Tras la (finalmente
falsa) violación en la feria de Málaga de 2014, muchos comentaristas (en nombre
del feminismo) se lanzaron al cuello de la juez Maria Luisa Cienfuegos sin nada
más que la simple intuición. Independientemente de que hubiera sido o no
finalmente una violación, el resultado de opinar desde una lógica ajurídica es
el de asegurar la arbitrariedad, por mucha deconstrucción de la teoría de
género que se circunscriba al hecho. El feminismo tiene poco que opinar sobre
si un caso concreto debe ser enjuiciado de una manera u otra; para ello están
las leyes, los jueces y la doctrina jurídica. Sin embargo, en un debate más
general y abstracto, tiene mucho que decir respecto a lo que sería deseable en
una sociedad, sobre qué leyes podrían favorecer este deseo y sobre qué cultura
política sería la mejor para conseguir las condiciones de vida deseadas para
las mujeres. Siguiendo a Seyla Benhabib, la teoría feminista puede ampliar la
concepción universalista de ciudadanía, incorporando cuestiones que el
liberalismo universal rawlsiano dejó atrás. El riesgo del feminismo de opinar
en temas a los que difícilmente puede responder es el de convertirse en una
religión, con toda la inflexibilidad aparejada a los dogmas inquebrantables y a
las ideas preconcebidas. Las políticas basadas en la evidencia deben tener
cabida cuando analicemos los problemas apuntados por el feminismo.
3-
Arrastramos una cultura patriarcal.
Parece
complicado defender que en España, y en Europa, no ha habido una distribución
desigual del poder entre los hombres y las mujeres, y que esto se ha debido
principalmente a un hecho cultural más que a uno biológico. Desde la
determinación de la línea de descendencia y los derechos del primogénito a la
autonomía del individuo, la participación en el espacio público y la asignación
de determinados roles sociales, las mujeres han tenido mucho más difícil que
los hombres alcanzar la idea rawlsiana de individuo con unos ciertos niveles de
autonomía para decidir libremente sobre sí mismo y su futuro. Ya el feminismo
de primera ola denunciaba, en palabras de Amorós, “la senda no transitada de la
Ilustración”. La inglesa Mary Wollstonecraft, una mujer del siglo XVIII con una
vida digna de leyenda, se enfrentó a la idea de Rousseau respecto a la educación
subordinada a los hombres de las mujeres (véase a este respecto sus distintas
propuestas educativas para “Emilio” y para “Sofía”) y añade la construcción de
la identidad femenina como un tema político. Desde el siglo XVIII, tanto la
sociedad como el feminismo han ido cambiando, pero muchos de los temas que ya
se pusieron entonces sobre la mesa se han ido manteniendo. Las teorías
feministas de segunda ola, comenzadas a lo largo de los años 60, se dividieron
en varias e influyentes ramas: un feminismo liberal, uno radical y otro
socialista. Simplificando mucho, cada una de estas ramas hacía eco de las
distintas reivindicaciones de las mujeres de su tiempo. Una de las grandes
reivindicaciones feministas tenía relación con la separación entre esfera pública
y privada de la teoría liberal. Mientras tradicionalmente los hombres habían
tenido la capacidad de organizar su propia vida, siendo partícipes en la esfera
pública y teniendo una vida más allá del hogar, las mujeres habían quedado
relegadas al espacio de la privacidad, de lo cotidiano, atribuyéndose como
virtudes femeninas el recato, el cuidado a los niños, el cariño doméstico y el
amor incondicional. Así, el sujeto liberal autónomo que Rawls prefiguró en 1971
con su obra Teoría de la Justicia, que a través del velo de la ignorancia se ve
a sí mismo obligado a elegir un tipo de sociedad determinado, olvidaría a la
mitad de la población. Las mujeres que quisieran llevar determinados tipos de
vida considerados masculinos lo tendrían mucho más complicado.
“Lo personal es
político” se convirtió en una proclama emblemática de la segunda ola del
feminismo tras la publicación en 1969 de un ensayo de Carol Hanisch así
titulado. En palabras de Amorós, mientras en el espacio público tiene lugar la
vida entre los sujetos iguales- que el liberalismo prefigura-, en el
espacio privado (doméstico) habitan las idénticas, sujetos femeninos a
los que se niega la individualidad. Los individuos que no encajan en estos
modelos prefijados son apartados y marginados. Años más tarde, fue Susan Moller
Okin quien hizo la crítica a la Teoría de justicia de Rawls: la ficción de la
posición originaria, abstrayéndose del contexto de las personas, relega la vida
privada, las relaciones interpersonales y la familia al margen de los principios
de la misma teoría.
Las mujeres lo
han tenido más difícil en muchos ámbitos, a lo largo de la historia, para
convertirse en los sujetos autónomos que el liberalismo reclama. Incluso en la
actualidad, en muchos países en vías de desarrollo, las mujeres “están peor
alimentadas que los hombres, están menos sanas, y son más vulnerables a la
violencia física y el abuso sexual. En comparación con los hombres es mucho
menos probable que estén alfabetizadas y existen muchas menos probabilidades de
que tengan una educación preparatoria o técnica”, escribe Martha Nussbaum. El
acceso de las mujeres a cargos políticos es muy inferior al de los hombres y el
número de mujeres en posiciones de responsabilidad ha sido históricamente
ínfimo. Negar todas estas realidades es complicado. El economista indio Amartya
Sen dio a conocer que existe el fenómeno de las “mujeres desaparecidas” en Asia:
un control sobre la población (mediante abortos selectivos, más tiempo de pecho
en los primeros días de vida, etc.) que hace que se produzca una
descompensación en el ratio de hombres y mujeres que debería haber en una
población. No hay que irse tan lejos. Los economistas Francisco Beltrán y
Domingo Gallego han escrito sobre la “desaparición” de niñas en España durante
el siglo XIX: “la preferencia por los niños, hasta el punto de provocar una
sobremortalidad femenina no natural, fue algo que también se dio entre
españoles de origen”. No yendo tan lejos, durante el franquismo en España se
practicó una política verdaderamente alejada de lo que podríamos considerar
mínimamente aceptable respecto al trato a la mujer. Las diferencias entre las
generaciones de mujeres españolas durante este siglo son notables.
El feminismo
tiene donde reivindicar. Sus aspiraciones no nacen de la nada y no se reducen a
utopías irresolubles. El feminismo tiene múltiples campos de acción y la
mayoría de ellos son funcionales, legítimos y respetables. Pero cualquier
discusión seria sobre feminismo tiene que comenzar admitiendo (o al menos
aceptar como punto de partida implícito) los avances que se han producido en
las sociedades occidentales en los últimos años. Lo contrario sería parecido a
mantenernos inocente e inconscientemente fuera de cualquier noción de realidad:
mientras disfrutamos de unos privilegios que no hemos tenido nunca en la
historia, nos arrogamos en querer cambiarlo todo a un futuro incierto.
4-
La posición de la mujer ha mejorado
considerablemente en los últimos años.
Que venimos de una
cultura patriarcal resulta complicado de refutar. Que aún existen países donde
esas desigualdades recalcitrantes se mantienen, también. Que la situación
actual en España o Europa es sustancialmente diferente (el grado es el nivel de
discusión interesante) a la de hace no tantos años es algo avalado por diversos
datos. Y fuera de Europa la situación avanza a pasos agigantados. Entre otras
cosas, el porcentaje de niñas completando la educación primaria y secundaria ha
crecido espectacularmente, el ratio de alfabetización entre mayores de 15 años
y menores de 24 años se ha equilibrado entre niñas y niños, hay más mujeres que
hombres siguiendo educación terciaria (la cifra en países como Estados Unidos
es muy favorable a las mujeres), el número de mujeres que mueren al parir ha
decrecido sustancialmente, las mujeres han incrementado su esperanza de vida de
manera radical, la violencia de género en EEUU ha disminuido mucho y el número
de mujeres en posiciones de gobierno se ha visto aumentado.
El feminismo
debería tener en cuenta todos estos datos a la hora de hacer sus análisis. Por
supuesto, muchos planteamientos de la teoría feminista quedan fuera de este
tipo de estadísticas. Hablando de países como España, se pueden plantear muchos
temas concretos para debatir respecto al feminismo: brecha salarial,
estereotipos laborales, implicaciones de los permisos de maternidad y
paternidad, escasez de la maternidad no contributiva, abuso sexual, violencia
contra la mujer, conciliación, dependencia, reparto de tareas domésticas, y un
largo etcétera. Pero las teorías holísticas que achacan a una cultura del
patriarcado y a un teórico neoliberalismo imperante la desigualdad entre
hombres y mujeres tienen las de perder, vistas las mejoras ya producidas en
nuestras sociedades y la tendencia positiva en la mayoría de aspectos.
5-
La construcción del individuo puede
llevar a situaciones irreconciliables.
“Me
encontré hermosa como una mente humana libre”, le dice Mrinal a su
marido cuando decide dejarlo en el relato “A Wife´s letter”, del premio nobel
indio Tagore. La imagen de la mujer decidiendo vivir una vida propia es
hermosa, y muy poderosa. La heroína Mrinal le dice a su marido que “ella no se
muere fácilmente”. Para ella “una vida sin dignidad ni elección, una vida en la
que no puede ser más que un apéndice, era una especie de muerte de su
humanidad”, escribe Nussbaum al respecto. La imagen, profetizada por el
feminismo, de las mujeres rompiendo sus ataduras y viviendo sus propias vidas
de manera absolutamente libres, liderando proyectos a la par que los hombres,
construyendo el futuro soñado en plena igualdad y venciendo la dependencia del
“amor romántico” y los “mitos patriarcales” es una idea con fuerza y
aparentemente deseable. Para este feminismo idealista, el único motivo por el
que no hay una igualdad total es por la discriminación que ocurre en la
sociedad patriarcal. No caben elementos vinculados a la biología, a la
psicología o a una mera elección y preferencia individual distinta a la
“feminista”. Las mujeres en su totalidad elegirán el tipo de vidas que ellos
consideran correctas cuando tengan la oportunidad. Según esta teoría debemos
atender puramente a las preferencias de las mujeres, a la satisfacción de las
mismas.
La realidad se
empeña en ser mucho más prosaica y complicada que la literatura.
Hipotéticamente, una mujer podría elegir una vida en la que sólo cuidara a sus
hijos y se ocupara voluntariamente de la casa. La atención a las preferencias
de las mujeres de países subdesarrollados, según Nussbaum, “generalmente reforzará
las desigualdades: especialmente aquellas desigualdades que están tan
arraigadas que se han integrado a los propios deseos de las personas”. Hablando
de España, la decisión en una pareja de que las semanas repartibles de
maternidad se las quedé la mujer no deja de responder a las preferencias
manifestadas en ese momento. Y yéndonos a algo más cercano para la gente de
nuestra edad, resulta complicado cambiar el hecho de que haya pocas mujeres
realizando ingenierías y carreras que probablemente encuentren mejor cabida en
el mercado laboral que filología, psicología o filosofía.
La teoría de las
capacidades de Martha Nussbaum nos responde parcialmente a estas cuestiones, al
menos para los países (o situaciones) en los que tenemos argumentos para creer
que las preferencias de las mujeres no corresponden con lo que cabría esperar
si hubieran tenido más posibilidades. “Las mujeres, a menudo, no tienen
preferencia por la independencia económica antes de enterarse de las vías a
través de las cuales las mujeres como ellas pueden perseguir este objetivo, ni
piensan en sí mismas como ciudadanas con derechos que estaban siendo ignoradas
antes de que se les informe sobre sus derechos y se les aliente a creer en su
igual valor”, escribe Nussbaum. La perspectiva de las capacidades se centra en
lo que la gente tiene verdaderamente posibilidades de hacer y de ser; “de una
manera caracterizada por una idea intuitiva de una vida que es merecedora de la
dignidad del ser humano”. Utilizando la idea de consenso entrecruzado del
liberalismo, “las capacidades pueden ser objeto de consenso traslapado entre la
gente que de otra manera tiene concepciones integrales muy diferentes sobre el
bien”. Sigue Nussbaum desarrollando que “las capacidades en cuestión deben ser
una meta para todas las personas, tratando a cada una como un fin y no como
simples herramientas para los fines de los otros. Las mujeres han sido tratadas
con mucha frecuencia como quienes apoyan los fines de otros, más que como fines
por derecho propio; así, este principio tiene una fuerza crítica en particular
con respecto a las vidas de las mujeres”. Debajo de un cierto umbral de
capacidad, para las personas no sería posible “un funcionamiento
verdaderamente humano”.
Según el enfoque
de las capacidades, una persona ha de disponer de las siguientes capacidades
funcionales humanas centrales: vida, salud física, integridad física, sentidos,
imaginación y pensamiento, emociones, razón práctica, asociación, relación con
otras especies, recreación y control sobre el ambiente propio. Desde esta
perspectiva, queda solucionada la hipótesis de mujeres en determinados países
subdesarrollados declarando unas preferencias que añadan más desigualdad. Resulta
más discutible en los países desarrollados, en las que entendemos que las
personas tienen ciertos grados de autonomía. Parece necesario combinar
políticas limitativas de cierta libertad de elección con grados admisibles de
desigualdad en según qué casos. El feminismo debería afinar los argumentos cuando
quita libertad de elección individual.
6-
Existen motivos suficientes para poder
defender medidas de discriminación positiva.
Si se mantienen,
en la práctica, situaciones sobre las que pueda existir un cierto consenso de
que no son razonables al dificultar la posibilidad de las mujeres de poder
ejecutar sus capacidades, es posible pensar en medidas políticas,
necesariamente fijadas con un carácter temporal, que ayuden a fijar ese
horizonte más justo que pensamos que deberíamos alcanzar. Desde las cuotas en
las empresas, pasando por las listas cremalleras, la intransferibilidad de los
permisos por maternidad y paternidad o las políticas sobre sexualidad, es
razonable pensar que si se puede contribuir a que se produzcan cambios
estructurales que favorezcan una mayor justicia futura se hagan. Sin embargo,
la condicionalidad a los resultados ha de ser alta, al menos en determinados
casos. En la medida en que limiten más la libertad de los individuos, mayor
habrá de ser su contrapartida en incrementar la libertad de las mujeres. En
este sentido, mayor será la exigencia para que se endurezca el código penal en
casos de violencia de género que para introducir listas cremallera en los
partidos políticos.
7-
Existen ganadores y perdedores de
cualquier medida política (y de cualquier cambio cultural)
Los ganadores y
perdedores no son tan obvios, muchas veces. Existen mujeres que salían ganando
con el “mundo de ayer”. La feminista Eva Illouz, en su libro Por qué duele el
amor, explica que el matrimonio cortés funcionaba como una especie de
protección para la mujer. Aunque no desmiente las ventajas evidentes de la
modernidad, advierte de que el mundo hipersexualizado actual podría estar
creando estructuras que dejan a las mujeres, con distintas preferencias
sexuales y vitales que los hombres, desprotegidas ante situaciones que antes no
se concebían. Por otra parte, muchos hombres podrían salir ganando con los
cambios introducidos por el feminismo: dependerá seguramente del tipo de
carácter, de las cualidades y de la posición social del hombre en concreto. En
materia de políticas públicas, es mejor mantenerse cauto: las consecuencias son
muchas veces inesperadas y cualquier pequeño cambio puede dar lugar a
inesperadas situaciones. En todo caso, como el Ciclo sobre Género, Infancia y
Desigualdad de Politikon dejó claro, las políticas destinadas a combatir la
discriminación de género pueden contribuir a una sociedad más eficiente y más
justa, con múltiples ganadores (niños, ancianos, empresas) indirectos de las
políticas destinadas a mejorar la situación de las mujeres. Como en todo cambio
cultural, el proceso es necesariamente lento y no estará exento de
dificultades. En todo caso, como las feministas postmodernas nos recuerdan, no
está tan claro que haya que tender hacia una igualdad universalista o si la
afirmación de las diferencias es positiva. Benhabib sospecha de ese “nosotras
compartidas”. La feminista británica Carole Pateman habla del dilema Wollstonecraft:
luchar por la inclusión de las mujeres en el concepto de ciudadanía (para ella
patriarcal) o insistir en todos los conceptos que esa ciudadanía patriarcal
excluye.
8-
Hay muchas dificultades asociadas a la
sexualidad.
Si hay que ser
políticamente correcto con el feminismo en general, con el tema de la
sexualidad ha de serse extremadamente cuidadoso, para tratar de evitar herir
sensibilidades justamente susceptibles. Como ha sido enmarcado antes, el grado
de diferencia general entre hombres y mujeres en referencia a todo lo sexual es
materia de la ciencia, y no de la especulación filosófica. Por otra parte, obviamente
lo sexual es influenciado por la cultura y por la sociedad. Lo ideal sería que
cada persona determinara individualmente cómo quiere vivir su sexualidad, si
bien esto parece un ideal imposible. En ocasiones pudiera ser que fuera determinado
feminismo radical el que pretende imponer una sexualidad determinada, un tipo
de forma de vida y una idea de lo que deben ser las cosas. Ese ideal impuesto de
mujer que prefigura Virginie Despentes en su Teoría del King Kong, “seductora
pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin
demasiado éxito para no aplastar a su hombre”, es precisamente el que se ha ido
diluyendo en la tardomodernidad. Como ella misma admite, en realidad no parece
existir, ¡ella no lo ha conocido!, ese ideal femenino que la sociedad impone. Nunca
ha habido tantas identidades sexuales como ahora, nunca ha habido tantas
posibilidades vitales como ahora, cada vez hay más solteras y el apoyo al
matrimonio entre personas del mismo sexo es altísimo. Las posibilidades para
una mujer que nazca hoy en España son infinitamente mayores que hace no tantos
años, en distintos campos como el sexo, el trabajo, la vida familiar, los
estados mentales inducidos, las posibilidades intelectuales, etcétera. Las lesbianas,
las personas bisexuales, polisexuales y pansexuales, las personas transgénero,
las mujeres trans y las personas asexuales, gris-asexuales y demisexuales nunca
han tenido las oportunidades que tienen hoy, tanto por el conocimiento que se
va adquiriendo sobre los mismos como por las posibilidades tanto tecnológicas (en
algunos casos) como sociales para que puedan llevar a cabo, de la mejor manera
posible, sus proyectos de vida. Pero es precisamente el marco liberal de la
democracia representativa, y el respeto a las minorías que el mismo impone, el
que garantiza que esto pueda seguir así. En todo caso la reivindicación de
estos colectivos y de distintas formas de vida para las mujeres es algo
legítimo y remarcable, que no hay motivos para pensar que no se vaya a mantener
en el futuro. Poco a poco el lenguaje políticamente correcto irá engullendo conceptos
otrora feministas (que ahora mismo suenan radicales), incorporándolos así a los
logros de una sociedad que creemos más deseable.
Por otro lado, negar
la importancia del capital erótico es algo complicado, y con lo que el
feminismo tradicionalmente ha tenido problemas. Feministas como Camille Paglia,
sin embargo, subrayan la importancia del mismo: las personas extremadamente
bellas viven al margen de los demás y crean su propio mundo. Que esto sea así
por una cultura patriarcal, o por un modelo neoliberal que cosifica es algo
difícil de mantener: a casi todos nos gusta estar rodeado de gente que
consideramos atractiva, y resultan difíciles de explicar los impulsos sexuales sin
la idea de belleza de la otra persona. Dentro de unos límites razonables, que
haya ventajas a las que pueden acceder las mujeres (y seguramente también los hombres)
por ser bellas, es algo contra lo que parece difícil (y seguramente estúpido)
luchar: ya en los patios de colegio sufren las niñas que no se adecúan a unos
estándares. Y también determinados niños con problemas. Es la civilización la
que consigue que se refine el trato a las personas que son diferentes, y es la
educación lo que permite que el respeto sea mayor a las personas que no son
iguales a nosotros. Pero tratar de evitar algunas ventajas intrínsecas al hecho
de ser atractivo es algo fuera del alcance de cualquier política funcional y
que respete a los individuos. La sexualidad es algo que es y seguirá siendo
importante en la vida de la mayoría de las personas, y que implica
desigualdades de múltiples tipos que se pueden atenuar pero nunca eliminar del todo.
Por último, no
está tan claro que el fin del amor romántico y la entrada en la
hipersexualización de la vida tardomoderna, como ha mantenido Eva Illouz, sean
necesariamente positivas. Seguramente habrá perdedores y ganadores, tanto en
los bandos femenino como masculino: quizás pueda ser consensuado que, como
grupo, las mujeres han ganado más que los hombres. Lo más sensato es admitir
que habrá grupos de personas viviendo situaciones totalmente diferentes:
mujeres buscando solo sexo, mujeres buscando casarse para formar una familia
tradicional, mujeres asexuales, mujeres practicando poliamor o buscando la poliandria.
Pero no podemos perder de vista que las preferencias de las personas (si
cumplen la teoría de las capacidades) a la hora de elegir sus propias vidas.
Como el personaje femenino de la película La mamá y la puta, de Jean Eustache,
proclama tras una vida llena de sexo en la resaca del París del 68, algunas
mujeres quieren tener una relación tradicional, cuasi reaccionaria para las
heroínas del 68, pero que es la elegida por la mayoría de las personas. El
feminismo debería hacer un esfuerzo por encuadrar sus teorías dentro de los
marcos científicos, en lo referente a lo sexual, y no tratando de luchar contra
quimeras intrínsecamente humanas. Por decirlo suavemente, no está tan claro que
en tener una familia y unos hijos haya “una lógica perversa” y “poco
enriquecedora”, como ha proclamado alegremente Anna Gabriel.
9-
El multiculturalismo y el feminismo
pueden chocar.
En el artículo
de Barbijaputa que me ha llevado a escribir esto, se mezcla el teórico
neoliberalismo de la sociedad actual (del que parece ser Albert Rivera
ejemplificando en Amancio Ortega el mejor ejemplo), con la extrapolación que se
hace con el feminismo. Los neoliberales, argumenta Barbijaputa, se hacen ricos
por “un sistema (el liberal y capitalista, precisamente) que permite
que un solo señor del primer mundo pueda explotar a miles de bangladesíes
en sweatshops, y
hacerse de oro mientras les paga al mes”. Los mismos argumentos de la
cultura del esfuerzo, añade, son los que extrapolan los liberales al feminismo.
En otro artículo Barbijaputa explica por qué “una persona de derechas es por
definición antifeminista”. Recuerda a lo que Camus escribió en 1944, antes de
darse cuenta de la hipocresía de los intelectuales “progresistas” franceses: “El
anticomunismo es el principio de la dictadura”. Barbijaputa no parece tener la
menor idea de historia; e igual podría estar cayendo en un vicio grave de los
superiores moralmente: la irresponsabilidad. No es capaz de darse cuenta de la
sentencia de Raymond Aron “no es una lucha entre el bien contra el mal, siempre
es lo preferible frente a lo detestable” y de tantas otras cosas que no deberían
entrar en el debate público: estaría bien que se aplicara el mantra de lo
políticamente correcto para no decir barbaridades.
En
todo caso, el debate entre multiculturalismo y feminismo es complejo y tiene
multitud de aristas. Es precisamente en nuestro sistema (de democracia
representativa, liberal- que no neoliberal- en lo social y socialdemócrata en
lo económico) en el que se han desarrollado unas libertades para la mujer que
no se han dado en otras sociedades. En otros países, aparentemente añorados por
determinadas izquierdas, esto no ha pasado. No se espera esta revolución mientras
no se consigan determinadas estructuras democráticas y ciertos niveles de
riqueza. Todo esto es muy complicado; y diría que los economistas y politólogos
discuten con mucha más profundidad sobre cómo pueden desarrollarse países como
Bangladesh que teólogas como Barbijaputa. En todo caso, la teoría de las
capacidades de Martha Nussbaum nos sirve para exigir qué mínimos han de
exigirse a los países, sea cual sea su cultura e historia, en su trato a la
mujer. “¡En efecto, lo que posiblemente podría ser “occidental" es
la arrogante suposición de que la elección y la capacidad de acción económica son
sólo valores occidentales!”, finiquita Nussbaum.
EPÍLOGO
La lista
precedente es criticable, ampliable y revisable. No deja de ser un mero punto de
partida provisional, que sirve para descartar argumentos falaces. Creo que la
mayoría de personas podrían estar de acuerdo con estos puntos de partida. No
contentará, seguro, a las dos ramas del pensamiento más escorados en el debate:
los libertarios y la rama feminista-marxista. Los primeros alegarán que
cualquier privación de la libertad del individuo para elegir supone un ataque
inaceptable y una intromisión ilegítima contra su libertad natural y los
segundos argüirán que el capitalismo y el patriarcado mantienen una común
alianza (una comprensión dialéctica entre sexo y clase) que permite la
dominación de las mujeres. Los primeros resultan entrañables y hasta cierto
punto son marginales en el debate español; los segundos, por su influencia en
el debate público y su capacidad para llegar a influir en futuros gobiernos,
son desde mi punto de vista peligrosos y creo que hay que entrar en la lucha de
ideas. Lo ideal sería que, como escribía Dworkin respecto de la crítica de
Sandel al utilitarismo hedonista de Bentham, si criticamos una teoría lo
hagamos con la mejor versión posible de esa teoría. En España,
desgraciadamente, las mejores versiones de las teorías brillan por su ausencia
en el debate público. Mientras sean Barbijaputa o la página libertario.es los
referentes de algunos, poco se puede avanzar en este camino. Por supuesto a
nadie le apetece la complejidad de lo poco claro.
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