miércoles, 2 de marzo de 2016

“La Prohibición de Amar” y la falta de sexo



Tras uno de los fines de semanas más raros de mi vida, el lunes siguiente fui al Teatro Real a “La Prohibición de Amar”, de Wagner. Venía pensando en lo complicadas que eran las relaciones sentimentales y en aquello que había dicho Sergio de “la eterna búsqueda de lo uno y lo múltiple”, refiriéndose al amor. El sábado había estado en la fiesta de Carnaval del Chami y, en un momento dado, me sentí totalmente desubicado. No voy a contar por qué. 

A la ópera hay que llegar siempre antes de que empiece. En esos momentos se puede observar el percal y hacer observaciones silenciosas en múltiples niveles. En la cola coincidí con una chica polaca preciosa, supe de su nacionalidad por mirar el documento de identidad que enseñaba para entrar, al igual que yo, como joven de último minuto. Por supuesto no hablé con ella: pasó a ser desde ese momento otra de esas grandes historias imaginadas y autoficcionadas. También saludé ficticiamente a Manuel Aragón, clave en la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, con el que había coincidido en una ponencia en Málaga sobre dicho tribunal. Vi a bastantes personas de interés e, incluso, hablé con algunas de ellas: la música clásica es aquello que me ha permitido tener más conversaciones interesantes con personas que casi cuadriplican mi edad. Los descansos de las óperas han visto todo tipo de aventuras e historias acompañadas por las músicas que resonaban en las cabezas de sus protagonistas. 

Desde el comienzo, “La Prohibición de Amar” es una representación paródica de lo que es la juventud. Un triángulo, unas castañuelas y un tamboril anuncian en la obertura música ligera, baile y desenfreno. Se me venían inevitablemente imágenes de la última fiesta y de algunas cosas que quisiera no haber visto. De repente, en plena obertura, el registro cambia. El tono se vuelve más romántico e íntimo. Creemos entonces vernos como valerosos aventureros en búsqueda de un ideal hegeliano, creemos ser caballeros sorteando todo tipo de obstáculos para alcanzar el último destino, el amor. Imaginamos que hay una chica que nos esperará tras haber vencido al mal entre parajes de asombrosa belleza y música angelical: en esos momentos se me venían a la cabeza multitud de nombres que no diré por miedo a ser descubierto. En nada vuelven los trinos y se diluye, para siempre, el espejismo romántico. Las castañuelas nos recuerdan que tenemos veintitantos años y somos una broma de mal gusto. 

En esta obra todos los personajes masculinos se mueven únicamente por su impulso sexual. Chris Walton afirma al respecto que el título de la obra es un eufemismo, ya que lo que hay es “una prohibición de tener sexo”. Cuando Lucio, Friedrich, Brighella o Claudio hablan sobre el amor y el matrimonio a cualquier personaje femenino están pretendiendo únicamente llevárselas a la cama. En este mundo de fantasía Wagneriana las mujeres siempre acaban cediendo a los deseos de los hombres. ¡Casi como una fiesta del Chami! Cuando una mujer en esta ópera dice “No” está diciendo en realidad “”. En palabras de Chris Walton “los personajes de esta ópera parecen tener más en común con los chimpancés bonobos que con las personas reales”. ¿Seguro? 

La ópera tiene como motivo argumental la prohibición por parte de Friedrich, que está sustituyendo al rey de Sicilia, de la fiesta de Carnaval. A Claudio, el protagonista, le condenan a muerte por amar, esto es, por estar teniendo sexo con una joven. En palabras de Shakespeare, del que se adapta la obra Medida por Medida para hacer el libreto, “ha convertido a una muchacha en mujer”. El mismo Wagner, cuando compuso esta obra, estaba en una situación similar en cuanto a desenfreno sexual. Se había enamorado locamente de Minna Planner en el verano 1834 y, en su autobiografía Mein Leben, cuenta que “yo tenía 21 años y estaba henchido de ardor juvenil y de una visión positiva de la vida (…) y abandoné el misticismo abstracto y me entregué al materialismo, la belleza física, el humor y la despreocupación, lo que fueron unas revelaciones prodigiosas” ¡Así se habla! Wagner pensaba que podría acostarse rápidamente con Minna, que había tenido una hija ilegítima a la que hacía pasar por hermana, y sintió todo tipo de ataques de celos en los dos años en que anduvo persiguiéndola hasta que se casaron en 1836. En todo ese tiempo, aunque farda en alguna carta de que ya había conquistado a Minna, Wagner parece ser que no se acostó con ninguna mujer. 

En el entreacto de la ópera, con el folletín en la mano, iba leyendo mientras paseaba por los pasillos del Real que “para Wagner, el norte tenía que ver con el trabajo duro, los cielos grises y las chicas frígidas. Pero su Sur imaginado- gracias a Goethe, Heinse y Laube- era su espejo, ofreciendo sol, arena, mar y sexo”. ¡Pero qué es esto! Yo iba pensando en la fiesta del sábado y en determinadas escenas. De repente, se me cruzó la chica polaca, sola y nerviosa. Tuve una alucinación y recordé, en la sala alternativa del chami, el desenfreno que no querría haber visto. De repente, una de mis ilusiones románticas, medio desnuda con un chico medio desnudo. Tras ser invitado a un chupito de absenta que medio tiré para no beber, volví a ver la misma escena: el mismo chico, con otra chica. Resultaba que estas chicas se liaban con todos sus amigos que eran homosexuales. Y yo me enteré, de repente, que no cumplía las expectativas generadas. ¡Cómo no aceptarlo, fascista! 

Desde mi punto de vista Wagner compuso una falsa oda al amor libre al criticarlo en sus cimientos, seguramente sin darse cuenta. Como he discutido con mi amigo libertario Gong Chris y con el no libertario Telmo, creo que la idea de amor plenamente libre funciona en abstracto pero en la práctica no tiene en cuenta las verdaderas preferencias de nuestros limitados sentimientos: la escuela austriaca de las relaciones sentimentales arguye que no existen el dolor o los celos y que no podemos ser irracionales en nuestras preferencias sexuales. ¡Wagner acaba haciendo un alegato a favor de la monogamia que entiende alemana! “Los personajes se emparejan de forma tradicional, todo es perdonado, la monogamia y el matrimonio imperan por encima de todo y se afirma- no se abole- el orden burgués”. Wagner parece decirle a Minna “no importa lo que hayas hecho antes de mí; ámame, cásate conmigo, y el futuro irá bien. Con 21 años yo pensaba lo mismo que Wagner; con 23 él se había casado y yo estoy más soltero que nunca. 

El libreto tiene también una lectura política. La narrativa del sur como lugar del desenfreno sexual y festivo y del norte como lugar de “orden” podría justificar el control que se impone a nuestra alma derrochadora. En la última escena de la obra, el pueblo se revela contra el hipócrita Friedrich y el rey de Sicilia llega: en un alarde creativo, el director de escena Kasper Holten decide que sea Angela Merkel el rey de Sicilia, que llega entre vítores y dos señores con maletín… ¡La Troika viene a rescatar al sur!... Todos los personajes se emparejan felizmente, se olvida la vida anterior y las tensiones se resuelven: aunque todos siguen festejando y disfrazados parecen ponerse de acuerdo para crear la ilusión del mito romántico. En el mundo feliz del amor burgués nos abrazamos definitivamente y olvidamos que en la fiesta de carnaval vimos e hicimos cosas que, aunque deseemos y vayamos a desear siempre, no podremos contar en el futuro.


Abandoné el Teatro Real bastante menos confundido que la fiesta del Chami y, aunque miré atrás cuando salí buscando a la chica polaca, la verdad es que me fui solo a casa.

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