*(Este relato ganó el concurso del Chaminade en el 2014)
(Leer con desgarro y gracia, chulería y
arrojo)
¡Ay
pero qué tristeza más grande, por Dios! ¡Qué tristeza! ¿Cómo podía haberle
ocurrido a alguien como ella, la más grande y laboriosa, todo un ejemplo para
todos? Y allí estaba ella, la Toñi Moreno, cariñosa y recia, ayudándola como
presentadora que era, con la gracia que tiene y ese salero andaluz y esa
cercanía característica. Y el público que jadea y las luces que lo iluminan
todo. Y en la pantalla, la chiquilla, la pobre, la endeudada, la mal tratada
por todos, la trabajadora y amabilísima Carmenchu y su hijito, el enfermo, el
monísimo, el pobrecito, ahí llorando y gimiendo, con sus cinco añillos y con su
espina bífida y sus penas. ¡Qué tragedia, mi alma! ¡Qué desgracia se cierne
sobre nosotros! Pero la Toñi puede con todos y llaman al programa y ella
pregunta “¿Qué es lo que tengo?” y el público, con su caridad y su alma,
exclama “¡Llamada!” y se escucha en directo a la María desde Orduña, Vizcaya.
“¡Ay pero qué bien se come en el norte!” “¿No habré estao yo allí este verano y
habré engordao con los pinchos que no entro en mi vestido?” exclama la Toñi, la
serrana y morena, la andaluza de cepa y solidaria, la decente y guapa,
evocadora de solidaridad española, de grandeza y emprendeduras variadas. ¡Ay la
María de Orduña que dio mil euros! ¡Ay los lloros repetidos de la
Carmenchu! Y qué gracioso su hijo sin
enterarse en su inocencia y mirando y llorando junto a su bendita madre que lo agarra.
¡Ay qué felicidad partida! ¡Ay la Carmenchu invitando a María a su casa, a
Toledo (“¡Con lo preciosísimo que es Toledo!”) a vivir, a una cerveza, a lo que
quiera! Porque mi hijo va a poder andar, yo se lo prometo. Con todo lo que he
luchado, plaza a plaza limpiando, tramo a tramo barriendo, casa a casa de
sirvienta, y ay de mi bendito marido, el bienaventurado, el luchador y ay de mi
hijo sin este dinero y sin el tratamiento. Y las lágrimas de grandeza a toda
España retransmitidas y esa solidaridad del programa ya desplazado de Andalucía
a España, ahora a Europa y al mundo. “Y… ¿Qué es lo que tengo?” de nuevo la
Toñi, la salvadora, “¡Llamada!” el público gritando. ¡Cómo no emocionarse con el
desfile de lágrimas de la Carmenchu y de sus gracias a la bondadosa Juana y al
pequeño Pedro! ¡Ay por Dios qué alegría por los nuevos mil euros! La Toñi, con
su mirada complaciente, con su sonrisa encarada, con su demostración de arrojo,
por salvar España, y tras comentar la ricura de esa morcilla tostaita y tan poco
hecha que ella misma se tomó en Burgos, continúa fresca y vivaracha en su labor:
“Si es que entre todos salimos de la crisis” “Abrimos nuestra casa, la
televisión de todos los españoles, a quien necesite ayuda y mira qué bien sale
todo” “Otro milagro, mi alma, la solidaridad” y esa voz característica del que
lo sabe y ha visto todo, como la Toñi, la grande, que sabe encauzarte con esos
dejes y esos movimientos de penilla, de sarna y de miseria, que no puedes sino
darle un abrazo y unos cuantos miles de euros. Esa voz obsesiva, posesiva, característica
del cristiano que ha entendido el mensaje y que lo comparte y que sabe que está
en lo cierto. Esa voz que no tiene defensa porque habla desde el alma y a la
que toda crítica es imposible porque se habla desde órbitas diferentes. La Toñi
habla con el corazón y eso se nota.
(Leer
con vagueza y desgana, desánimo y pereza)
En
mi casa vemos en la sobremesa la televisión pública. No por nada, vaya. Siempre
lo hemos hecho así. Como en Nochevieja, claro. Y veíamos allí en el Canal Sur
todas estas cosas. Y ha sido una alegría, por lo menos para mamá y la abuela,
que hayan puesto a la Toñi en la Televisión Española. Antes, Amar en Tiempos
Revueltos podía con nosotros y nos enganchábamos y luego ya continuábamos con
nuestras cosas. Ahora es mejor. Mi mamá y mi papá están enamorados de la Toñi.
No dan un duro porque no tienen desde que el papá está en el paro por la crisis
y esas mierdas, pero vaya, si pudieran darían sus ahorros ahí, que solidarios
somos un rato en nuestra familia. A mi hermana Lucía, la mayor, no sé por qué
pero no le gusta el programa, ni nada que se le parezca. Yo estoy en la
universidad también y no tengo esas ideas, no la entiendo. Siempre que llega a
la casa, le entra como un ansia por dentro y se va a su cuarto y no quiere
saber nada de nosotros. Lucía es muy rara. Yo tampoco la culpo. A mí tampoco me
gusta la pobreza que sufrimos en este país. Pero yo sé afrontarla y veo estos
programas. No me gustan los lloros y la excesiva flaqueza que muestran pero,
joder, si están haciendo una labor social y muchas cosas buenas y trabajando
por todos, ¿Quién soy yo para decirles nada?
(Vuelta
al desgarro y a la rapidez de lectura)
Y
llega el momento de otro vídeo. ¡Ay el pobre hijito hablando que ni se le oye,
contando su historia con la tímida vergüenza y el apocamiento que le producen
la camarita enfocándole a los llorosos ojillos mientras la guapa guapísima
presentadora sonríe! Y eso que la presentadora les compadece y le pone la mano
en el hombro a la Carmenchu y al marido: les dice que van a salir adelante, que
no pierdan la sonrisa y la esperanza. ¡Y mientras lo dice mira a cámara! A
cámara, sí, buscando la mirada cómplice de su Pedro, que sabe que le está
mirando y que está orgulloso de ella, ahí tan joven, tan guapa guapísima y ya
ayudando a España y a todos. ¡Y llega al fin el vídeo de la injusticia de sus
vidas! Sus dificultades. El mal patrón, el banco cabrón, la familia muriendo y
el marido a la cárcel por robar lo que no tenían pal hijo. Y el hombretón
explicando, con toda su bravura y fuertes facciones, lo miserable que era y
sentía. Que nunca había llorado hasta ese día. Pero que no podían más. Que era
to muy difícil para ellos. Y el pianillo repicando y los violines sintéticos
dándole más inri al asunto; todos lloran ya. Y el hijito, enfermo, que no sabe
a quién mirar. Y la guapa guapísima, con entereza, buscando a su Pedro en su
mirada, imaginándoselo con la cresta y el pendientillo que se ha puesto en el
ombligo. Y la Toñi con su mirada cómplice y las señoras del público más mayores
con los sudores y los lloros y los gritos cuando llega otro “¿Qué es lo que
tengo?” y la esperanza que nos da la vida en la “¡Llamada!” y la nueva señora,
Marisa de Logroño, “¡Pero qué bonito es Logroño por Dios!”, que, la pobrecita,
es pensionista y que no llega pa fin de mes pero que se ha conmovido y quiere
colaborar pero que sólo puede dar trescientos eurillos porque no tiene más.
¡Cuánta generosidad en la mirada de la Carmenchu que da las gracias! ¡Y cómo
lloraba el marido por la caridad, el que nunca había llorado sollozaba en
directo para todos los españoles! Y la audiencia subía. “¡Hemos llegado a la
cantidad prometida en menos de una hora! ¡Podemos seguir con más historias!” exclama
la Toñi. Y los abrazos y los vitores se suceden y los tres expertos, el
psicólogo, la abogada y el empresario, asintiendo porque ellos lo sabían: ellos
sabían que el país no se hunde con esta solidaridad y este saber vivir. La
Carmenchu se despide extasiada, el marido llora por última vez y el niño mira a
la guapísima, la Toñi se despide de Toledo con una sonrisa de satisfacción. La
sonrisa del que no duda y sabe que está en lo correcto porque Dios está con
ella. La sonrisa de la benefactora.
(Leer
con calma, solera, vejez y adecento)
En
la silla de ruedas, la abuela ya no puede ni pensar mientras ve la tele.
Excelente cristiana, sus cruces muestran su profunda devoción a la virgen
María, su benefactora y queridísima. Nacida en los cuarenta, entre la austeridad
y la santidad, trabajó como todas en sus años mozos, levantó el brazo como le
pedían y fue capaz de entender la mentalidad de la época de una manera lógica y
clarividente. Entre sus inocentes cantos, que recitaría desde pronto a su hija,
figuraría de una manera paradigmática aquella Balada del Vagabundo que José Guardiola popularizara en los
sesenta. Ahora que en su vejez se le venía tal canción a su cabeza con tanta
fuerza, pensaba en los pobres protagonistas de las historias de ahora. A pesar
de que ella desde la llegada de la democracia se había considerado de centro
reformista, tenía que reconocer que con Franco estas cosas no pasaban. Creyente
implícita en un orden natural de las cosas y las personas se podía decir que
creía casi más en las clases sociales que en Dios. Siempre caritativa y atenta,
aceptaba plenamente la existencia de desigualdades como algo que se daba en la
sociedad. Pero, y sin ver contradicción, su alma benévola cristiana le hacía
sentir una profunda compasión y tristeza por aquellas almas en pena. Como esas
señoras que trataban bien a sus esclavos, su admisión de que hubiera
desigualdades sociales no implicaba que cuando las viera no tratara de
combatirlas. Que creyera en las clases sociales no hacía que no fuera bondadosa
con los que no eran de su clase. Implicaba, simplemente, que nunca serían sus
iguales. La caridad se dibuja en contornos de crisis y pobreza, cuando sentimos
pena del que nunca será nuestro igual ni nos alcanzará. Así, la abuela,
mientras miraba a la televisión y pensaba que los vagabundos de entonces son
ahora todos los parados, enfermos y ancianos sin verse en ninguna de las
categorías, se erguía como una benefactora abnegada, generosa y pía, merecedora
de todo el respeto y admiración por sus obras. Ella, mientras cogía el
teléfono, pensaba que sería capaz de salvar a quién lo merecía y llevarlo al
paradero de Cristo.
(Vuelta
a la emoción y a la devoción, al salero y la bulería)
¡Y
llega el momento de los expertos! ¡Ay qué bien vestidos, qué honorables y respetables
son todos! Que los ves a los tres, sentaditos, en sus trajes, y con sus títulos,
honorabilidad y méritos. Y habla el psicólogo Guillermo Fouce, sí exacto sí, el
del PSOE, el de Torrejón De Ardoz, el faro de la moral. Y qué bien habla, qué
gallardía y porte, qué honestidad demuestra. Se nota que es de Madrid. Y qué
consejos. “¡Llega el momento de los emprendedores!” y la Toñi que se emociona
con esa palabra y se le cae una lágrima. Ha conseguido que todos tengan su
mirada, su bondad y su tono y a ella le vale eso más que nada, con ese salero.
¡Y es que es hablar de los emprendedores y se le cambia la voz mi niña! Alguna
pulla al banco puñetero pero aquí quién no lo consigue es porque no quiere “¿O
no?” Y sigue el Guillermo hablando de la empresa, de la necesidad de ser
empresario. ¡Hay que ver qué didáctico y paternalista es, si se aprende con
sólo mirarlo! Es un político pero qué buena persona es. ¿No estaba él en el
curso que iba el niño, el de ICADE? Y la Toñi que sigue en sus trece, ojos
brillosos de felicidad. ¡Ay, que Emilia Zaballos pide la palabra! ¡Y nos habla
de Toledo! Porque ella empezó en Toledo, porque ella sin Toledo no hubiera
llegado a nada, porque ese movimiento de manos lo vale, porque esos gestos
decididos lo merecen: sabe hacer las pausas, los aspavientos, se mueve como
nadie, habla como ninguna (¡si es doctora y cum laude por unanimidad en Filosofía
del Derecho, Moral y Política, mi niña!), con esa forma de ser cercana “¡Ella
que ha triunfado!”, con su prestigioso despacho de abogados “¿No tiene su club
de fans en Facebook, con 8500 Me Gusta?”, con su conocimientos y esfuerzo,
perseverancia y experiencia, qué forma de hablar, hay que ver los abogados, qué
grande para España. “¿Pero niña, no la recuerdas de juez?” “Sí, niña, sí, era
ella” “En Telecinco, en De Buena Ley”. “¡Con qué magnanimidad decidía, acorde
al derecho por supuesto, si había que divorciarse por ser asexuado sin escuchar
al público que malmetía!” “¡Con qué justicia hablaba en el caso de los brotes
psicóticos o en el del incendio!” “¡Qué buen programa era!” “¿Pero cómo va a
ser una farsa, mi niña, qué te vas a creer lo que pone en Wikipedia?” Y,
mientras, la Toñi seguía en su salsa, “¡Hay que ser empresario y emprendedor,
no creo que haya na más bonito!” y el Javier Villaseca, de ‘SocioInversores’, ¡pero
si también es queridísimo en Twitter!, nos cuenta lo que es el Préstamo
Solidario y la Toñi, emocionada. A su aire. Con su gracia. De repente, corre
hacia el Villaseca y se antepone a él, “¿Qué es lo que tengo?”, y el público,
ardoroso, “¡Llamada!”. Y la Toñi asintiendo. “Tenemos otra trágica historia que
solucionar. Y lo vamos a hacer–mirada fija a la audiencia embobada- con nuestro
granito de arena, que para eso estamos aquí.” Nos vamos a Cataluña, mi arma.
(Leer
con vaga voz, del paro, de la dureza, aburrida)
El
padre, con su camiseta sin mangas y el tatuaje en el bíceps, piensa mientras ve
la tele. Debería estar ahí, joder, en la obra, con los ladrillos y no viendo la
tele. Pero hay que ver, que se enganchaba a la tele y no salía de ella. Con esa
decoración, esa sonrisa preciosa de la Toñi, esos problemas que arreglaban y
las constantes llamadas e historias pasaba bien el rato. Ya veía todos los días
el programa, junto a la abuela, el niño y la madre. Recuerda: ¿No le ha dicho
ya veces a la abuela que deje de llamar y dar su dinero allí? Pero él no se
plantea nada más allá de eso y vive su vida con naturalidad, en el presente.
Pero últimamente le preocupa su hija Lucía. Está arisca y cada vez más rara. No
se habla con la madre ni con el hermano. “Pero qué más da, cosas de la edad”,
concluye. Como tantos de su generación, dejó que la vida se le impusiera a su
manera sin tratar de destacar jamás por arriba o por debajo. Sin ambición en el
vivir dejó pasar el tiempo siempre, fue pasando cursos como uno más y cuando
varios amigos le dijeron lo de la construcción pues fue para allá. Sin haber
levantado nunca la voz a nadie ni haberse enfadado nunca, su mujer lo descubrió
como un tío duro y simple, trabajador y obediente. Ahora, cuando veía algunas
historias de la tele, una lágrima se le venía a los ojos al recordar su
situación y ver que no era tan diferente a la de ellos. Pero siempre era capaz
de secársela rápidamente para continuar su mirada impasible y obediente a la
tele. Así, su mujer no se daba cuenta de su debilidad y podía continuar su vida
normal. Ella sí tenía una casa y una reputación por mantener.
(Montaña
rusa. Empezamos rápido, continuamos lento y acabamos corriendo)
¡Vámonos
a Tarragona! Ay Cataluña, qué bonita eres. Si es que si estamos unidos nos va
todo mejor, para qué separar, si esto es maravilloso. Y allí está Enric Company,
¡y la Toñi no sabe cómo pronunciar su apellido!, que es catalán, pero seguro
que muy español. Y los dos bromeando sobre la pronunciación de la Toñi y el
público entregado, porque esto del catalán es graciosísimo. ¡Ves cómo se
construye país! Pero el problema aquí es muy grave y los violines y la seriedad
de Toñi nos lo hacen notar. Bajan el ritmo, las pulsaciones y la diversión.
Sandra, de Mont-Roig, tiene una enfermedad del corazón pero su prioridad se
llama Mónica y Edgar. Están tanto ella como su marido Alberto en el paro y ella
no puede entrar en el quirófano hasta que no sepa que sus hijos van a poder
seguir en el piso y van a ir al colegio, porque con su pensión no les basta. La
Toñi, tranquila e intentando dar ánimos, dice que han consultado con tres cardiólogos
(“porque en el programa somos muy asustadizos”) y les han dicho que la mejor
medicina es la esperanza que le dan en el programa. Sandra necesita comida,
ropa y material escolar para sus hijos. “Mientras tenga un hilo de vida mi
último suspiro va a ser para mis hijos”. Ella tenía un posible donante para su
trasplante de corazón, pero al compatibilizar las dos sangres se comprobó que
el índice de rechazo era elevado así que no se pudo realizar el trasplante.
Ahora está muy mal, los médicos le dicen que está muy justita. Toñi está
llorando. Le dice que ha vivido una historia muy parecida a la suya. Luego
afirma: el milagro va a suceder. Primero porque te lo mereces. Y…luego porque
te lo mereces. Y lo tercero porque te lo mereces. Tú estate tranquila. De lo
demás nos encargamos nosotros. España te va a ayudar.
(Leer
con pulcritud y decencia pero con una pizca de odio)
Qué
pena me dan estas historias de la tele, de verdad. Yo siempre he ayudado a todo
el mundo y he sido buena, pero qué le vamos a hacer. Y es que, en cierto modo,
hay gente que no puede, no entiende o no merece otra vida. A mí me educaron así
y así soy. En mi bloque de pisos no se hace nada que yo no controle y todos me
quieren, ya ves. ¿No haré yo la colecta para dar kilos de comida cada navidad?
Pero hay que ver con la gente, si en el fondo se lo han buscado. ¡Vaya pintas
de algunos! Y vaya lloros. Cuando les veo así, llorando en directo para toda
España, siento pena sí, pero también, en el fondo, una inmensa alegría. Me doy
cuenta que es la que sentimos todos los que vemos el programa. Pienso que si no
estoy así es porque me lo merezco y sí, joe, alguna vez hay que decir las cosas
claras: ellos nunca serán lo que yo soy. Si están así por algo será. He pasado
toda la vida ayudando y puedo decir que las cosas se mantienen y que el pobre
seguirá pobre, de una manera u otra. En el fondo, me dan asco y pena. Pero hay
que ver, ahora no se pueden decir estas cosas, pero anda que no las decía
claritas mi madre. ¡Y que baje Dios y vea cómo se pone mi hija Lucía cuando
digo mis opiniones al respecto! Si es que yo no la entiendo con sus ideas tan
locas. Qué van a pensar de ella. Bueno, que no se me olvide: tengo que hacer la
compra y la cena que esta noche vienen los primos pequeños y tengo que
enseñárselos a todos los vecinos.
(Llega
la duda, la incertidumbre, lo no obvio, lo difícil, el descontrol)
La
Toñi no se contiene. A Sandra la vamos a salvar. Y entonces sucede el milagro.
“¿Qué es lo que tengo?” y todos, con la fuerza de la verdad, “¡Llamada!”. Y la
Sandra con su corazoncito lleno de alegría, que no hay nada como la esperanza
para las enfermedades del corazón. La Toñi, en su salsa, “¿Con quién tengo el
gusto de hablar?” y le responden, seriamente, con una voz casi de niña y llena
de dudas: “Hola muy buenas. Me llamo Lucía y soy de Sevilla”. Y la Toñi que iba
a hablar de su Andalucía, de su Sevilla, de lo bonito que era que el sur
ayudara a Cataluña, de la solidaridad y de la bondad de los españoles justo se
da cuenta de que Lucía sigue hablando: “Mira a mí, personalmente, me encantaría
tener la posibilidad de pagarle a Sandra la operación y me gustaría que Pedro
pudiera salir adelante con su empresa, Juan ganara la lotería y de que mi padre
encontrara trabajo. Independientemente de eso, yo quiero preguntarte a ti,
Toñi, ya que eres tan cercana y ayudas tanto a la gente, si tiene sentido hacer
el paripé de las lágrimas y que no se haga ningún tipo de crítica seria a por qué
suceden las situaciones que se muestran en el programa” Toñi, mirando al suelo,
intenta cortarla, pero Lucía continúa: “Y sí, hablo del gobierno. Y también
hablo de vosotros. Creo que este programa lo que está haciendo es fomentar la
caridad y es el estado de bienestar el que debe cubrir estas necesidades” y,
Toñi, con voz de madre que responde a un capricho de su hija pequeña, suelta un
“Lucía…” “Escúchame Lucía” intentando calmarla, pero Lucía sigue: “¿Por qué no
hacéis ninguna crítica de las situaciones que ocurren? ¿Por qué tienen que
salir llorando todos en cada uno de los programas? ¿Por qué ese servilismo
hacia ti, Toñi? ¿En base a qué criterios se da la ayuda? Y digo todo esto
porque si bien Sandra puede que necesite su dinero urgentemente se pueden ver
muchos casos de gente que no está en extrema necesidad. La pregunta es: ¿En
base a qué podemos dar por hecho que ayudamos a unas personas sí y a otras no
sino es por el mecanismo del derecho y del Estado de Bienestar? ¿Por qué no
destinamos el dinero público a que el Estado y sus profesionales de los
trabajos sociales, de la sanidad o de la educación sean capaces de solventar
estas situaciones sin tener que llegar a una solidaridad mal entendida, que no
es sino una caridad primaria, de las de otros tiempos? Ustedes se llenan la
boca con todas las ayudas que dan y con todo el bien que hacen pero lo que hacéis
es jugar con los sentimientos de las personas y eso no se debería hacer.” Toñi mira
al suelo y se la ve algo contrariada pero continúa sonriendo e intenta, en
vano, cortar a Lucía que sigue, a lo suyo “Y por último, Sandra, te respeto y
me siento identificada contigo, lo que tienes que hacer es acudir a los
profesionales de la sanidad. No dejes que nadie nunca piense que es más que tú.
Existe una gente que se dedica a ello y que no está dispuesto a someterte a una
humillación para ayudarte. Muchas gracias”. Y colgó. La Toñi suspira. Vuelta a
la mirada de madre.
(Leer
con ira y rabia. Sensación de angustia, hastío, odio, violencia)
El
Enric no para de sonreír a la cámara. Como a todo actor de teatro que se
precie, le sale muy bien esa sonrisa impostada, de falso apremio y complicidad
sobrevenida. Le va muy bien con esa sutil combinación de galante empatía que enamora
a alguna madre de casa española y de solidaridad superficial que tanta gracia
hace a las señoras de tercera edad. Pero todo lo maravilloso dura poco y en
cuanto la cámara se retira Enric vuelve a su mirada ausente, a su mirada
absorta en el suelo del parqué: es incapaz de mirar a los ojos de Sandra o de
Mónica o Edgar. Sabe volver a poner la sonrisa cuando hace falta: cuando Sandra
le dice lo guapo que es o cuando el pequeño Edgar le pregunta de qué equipo de
fútbol es. Pero es una cosa temporal: su sonrisa no logra enmascarar su mirada
ausente. Es de ésos cuya sonrisa no se refleja en el resto de su expresión
facial. Y, aunque Sandra no se diese cuenta, cualquier conocido suyo se habría
dado cuenta de que Enric no estaba a gusto allí. En su mirada había
indiferencia, hastío, ¿un deje de desprecio? Simplemente, piensa que Sandra se
va a morir y vaya mal rollo. Además, no nos olvidemos, Sandra es rumana y, como
diría su amigo Josep “aunque yo no sea racista, este tipo de gente viene a
nuestro país y (…) y encima pidiendo y… ¡joder! mejor no pensar en ello y
seguir votando a Anglada”. En el fondo, si nos ponemos serios, este tipo de
programas, este tipo de gente, este tipo de ideas y este tipo de política
gubernamental están hechos para él. Sin ningún conocimiento técnico, con una
capacidad para la sonrisa innata, con unos eslóganes “revolucionarios” muy
obvios y estridentes: Enric juega su papel en este mundo que estamos creando
para él. Así, tras despedirse de Sandra con la gracieta de “Ya verás que os
traen más regalos que a Enrique Iglesias” piensa que nunca más volverá a ver a
esa desgraciada mientras a la vez se congratula por colaborar en la televisión
de todos ayudando tanto. Porque una última foto con toda la familia, con esa
mujer que se juega la vida tratando de sonreír abrazada a sus hijos y con el
Enric alargando los brazos y haciendo una postura irreverente de las que tan
bien le salen, no tiene precio. Para todo lo demás, Entre Todoscard. [1]
(Tono
de mitin político, de libertad y esperanza)
La
Toñi mira a cámara. Sonríe como ella sólo sabe. “No pasa nada”. Y sigue mirando
a la cámara y a los espectadores, entre sorprendida y maternal, como una madre
complaciente ligeramente decepcionada. “A ver, si no pasa nada. Si entiendo que
un chaval, que estudia y que es su postura y todo eso, pues tiene derecho a
decir su opinión”, dice tranquilamente, con empatía. “Pero hay que ser
valiente. Yo respeto tu opinión, pero dame la oportunidad de responderte”. Va
cogiendo carrerilla. “Mira, me gustaría que nunca te vieras en la situación de
pedir ayuda a la gente pero cada día que aquí se monta un negocio y que una
persona se va con la ayuda y con el cariño de todos yo me siento orgullosa del
programa porque lo hacemos entre todos”. “Tú tienes la libertad de hacer lo que
quieras, ¡incluso de ver otro programa!, o, mira, incluso de ayudar” y pone
esos ojos brillosos entrenados de bienhechora que entiende hasta al
insolidario. “¿No habías dicho que ibas a ayudar? Porque me parece feo, sí, me
parece feo que, si te vas a dedicar a esto utilices tu tiempo para soltar un
mensaje y dejarnos con mal sabor de boca”. Y es que la Toñi sabe que se le
entiende, el público afirma todo lo que dice y ella coge fuerzas. “Te
necesitábamos para ayudarla. Esto no es caridad y te lo voy a explicar, a ver
si aprendes algo. Esto no es caridad. Yo no me siento mejor que las personas
que se sientan aquí todos los días. Las personas que llaman lo hacen de igual a
igual y aquí aprendemos todos de todos” mira las caras del público y se
confirma en su razón. “Es verdad que en otro tiempo vivíamos con un estado de
bienestar que nos permitía ciertas cosas. Pero el estado ya no nos puede pagar
todo.” Por un momento a la Toñi se le pasan por la cabeza todas las personas a
las que ha ayudado en estos años, se le remueven las tripas de solo pensar en
las críticas que ahora recibe y que nunca recibió en Andalucía. Sabe que ella
está en lo cierto, que es decente lo que hace y que es solidario y social. Y el
público se lo hace ver cuando ella, más fuerte y corajuda, admite que ya lleva
demasiado tiempo con la tontería de la niña y que debe seguir ayudando. “Aquí
podemos hacer dos cosas: o quedarnos como tú (y señala a cámara) diciendo “el
estado debería pagarle su operación” o movilizarnos y que se pueda pagar la
operación”. La gente se levanta y aplaude, se escuchan bravos y la Toñi, segura
de sí misma, finaliza. “Yo prefiero andar. Yo, prefiero trabajar.” Un último
plano general muestra los aplausos de la esperanza recobrada por el público,
justo cuando viene un nuevo rutinario “¿Qué es lo que tengo?” y el trabajo y la
solidaridad continúan.
(Leer
con juventud y fiereza, con esperanza y algo de desencanto)
Y,
antes de continuar, pega un sorbo a la cerveza. “Pues eso, que llamé al
programa. Y se puso nerviosísima la Toñi”- dice Lucía, que ríe. “Estoy harto de
esos lloros y de esa manera vergonzosa de sacar rentabilidad y audiencia de las
desgracias ajenas”. Pero a sus amigas todo parece darle igual. Brindan y
entonces Marta le responde. “Pues yo qué quieres que te diga, el programa ayuda
a los demás. Yo no lo veo, pero si ayuda está bien”. Y, Lucía, perdiendo la
sonrisa. “¿Pero cómo puedes decir eso? Ese programa es puro franquismo: lo ha
dicho la prensa extranjera, el País, todos. Que una persona esté necesitada no
es argumento para que haya de venderse de esa manera. Además, es una televisión
pública y ¿cómo se entiende un programa de tales características en una
televisión de todos? La solidaridad y los sentimientos son algo muy serio como
para tomárselos a la ligera y venderlos de esa manera ¿en busca de audiencia? ¿En
busca de justificación moral a las políticas del gobierno? ¿En esos idiotas
bien pensantes quieren que nos convirtamos?” Como siempre que se enrollaba, a
Lucía le daba la sensación de que nadie la entendía. “Aquí mucha manifestación
y todos nos sentimos que colaboramos con nuestro país y nuestro futuro. Mucha
palabra pero luego, ¿qué hacemos con nuestro dinero? ¿En qué empleamos nuestro
tiempo libre? Mucha queja y luego, por la noche, a ver Gran Hermano o Master
Chef. Es que, claro, así es muy fácil. Todo el día con el Facebook o leyendo
Asco de Vida y luego, cuando salimos, al Burguer King y a la discoteca. Luego,
por la mañana, nos quejamos de que se nos controla y que el gobierno prima a
las multinacionales, a los más ricos y a la cultura del pelotazo y del bajo
impuesto.” Ahora se daba cuenta de que no se entendía ni ella misma. “Lo que
quiero decir es que las cosas nunca son obvias. Cuando nos quejamos de las
cosas que ocurren en España es muy fácil hablar en términos genéricos y es muy
difícil establecer qué porcentaje de culpa es nuestro y de nadie más. Que en
España haya ahora mucha más pobreza y que las cosas se hayan puesto más
difíciles no nos legitima para ponernos histéricos, pensar que no tenemos
opciones y que, si el otro se presta, se le puede humillar a cambio de una
limosna: volver a ese tipo de caridad no debería ser una opción. Sé que no es
obvio y que no es tan evidente en Entre Todos ese tipo de actuaciones pero creo
firmemente que late en el fondo del programa una caridad mal entendida de ese
estilo. Si queremos desde que dejen de existir desigualdades a que se escuche
mejor música o que se legalice la marihuana no tenemos que quejarnos, o quizás
sí, pero sobre todo tenemos que elegir opciones de vida que fomenten unas cosas
y no otras. Así, ver Gran Hermano o Entre Todos se convierte en una opción
política y de estilo de vida respecto a salir con tus amigas por ahí, acostarte
con tu novio, afiliarte a un partido político o jugar al baloncesto, que no
dejarían de ser otras opciones políticas. Lo que es ingenuo pensar es que lo
que yo haga con mi tiempo y dinero no afecta a la vida no ya mía, sino de toda
mi comunidad. Si yo no veo ese programa, ese programa no existe. Si yo no
compro ese producto, desaparece. No es el mercado, pues, el culpable, soy yo.
Tenemos opciones.” Todas sus amigas callan. La verdad es que Lucía,
últimamente, las impresiona. Rosa mira al suelo, ella ve Gran Hermano. Marisa
coge la cerveza, ¿Por qué no va a estar bien ir al Burguer King si le gusta?
Elena, por su parte, está distraída ¿Por qué habla Lucía siempre de estas
tonterías?, mucho se teme que, como sucede, Marta responda. “Mira Lucía, vives
en el mundo de Yupi. ¿El programa ayuda o no? ¿A quién has ayudado tú? Da
oportunidades a gente que no tenía nada. ¿Qué franquismo ni qué niño muerto? En
el mundo real la gente no se plantea nada de esas tonterías. Con seis millones
de parados, ¿Nos vas a hablar de esas cosas? Aquí la situación es muy mala,
para una gente que ayuda ya sales tú con tus teorías absurdas y tus tonterías.
Si ayuda a gente que lo necesita, está bien. Y yo no lo veo, que parece aquí
que soy la mala porque nadie puede discutirte nada” Y Lucía mira a sus amigas
pidiendo que se mojen, que le den la razón. “¿¡Pero qué pensáis?! ¡Rosa, tú
eres de izquierdas, qué piensas!” Y Rosa, como siempre. “yo no tengo suficiente
información, no puedo posicionarme.” Ante el silencio de las demás amigas la
cosa se calma. Pablo, que acababa de llegar, trata de dar la razón a las dos
con su sentencia lapidaria: “Los españoles somos muy tocapelotas. Si no se
ayuda a nadie, malo. Si se le ayuda, también. En fin, qué se le va a hacer”.
(Coda
final)
Justo
antes de empezar un nuevo programa, Toñi Moreno estaba confiada y alegre: hoy
va a hacer un programa muy especial. La noticia le sorprendió mucho, como a
todos. Sandra ha muerto por complicaciones sobrevenidas tras la operación de
corazón. Toñi levanta la cabeza ante la mirada de sus colaboradores, nunca la
habían visto llorar de esa manera. ¡Justo hoy iban a hacer un especial sobre
Sandra y lo bien que le había ido todo cinco meses después! Y además, justo en
este momento… que las críticas atacaban con tanta fuerza…que la audiencia había
comenzado a responder de una manera masiva y que el programa iba a hacer un
especial en Nochebuena y Nochevieja… ¡Toñi, piensa, piensa! Y lo hace: “No
diremos nada del caso de Sandra en el programa de hoy”. Y lo dice con toda la
rabia de su corazón y sigue llorando. Se recompone para hacer el programa, pero
cuando finaliza el mismo estalla. ¿Dónde están los trabajadores sociales ahora?
¿Dónde están los pijos de los periódicos que critican el programa? Yo, que soy
apolítica, yo, que he luchado. Y llora por Sandra: por sus dificultades, porque
ella no haya tenido tanta suerte. Duda, por un momento, de su labor. No es
posible. ¿Dónde están los colectivos que alababan Tiene Arreglo? ¿Y el PSOE de
Andalucía, que la puso a ella en Canal Sur, cómo puede ser tan hipócrita? Ni ellos
ni el PP en TVE han puesto pero alguno a su labor nunca ¿Cómo tienen la cara de
venir ahora criticándome por hacer las mismas cosas que antes eran “un ejemplo
para todos”? Ella sabe que está en lo cierto, pero llora. Llora por lo
inevitable, porque aunque haya cada día tres o cuatro familias que salen de la
pobreza y una nueva empresa en este país gracias a ella España nunca saldrá del
pozo. Toñi Moreno llora porque es buena y llora de corazón, llora por sus dudas
y por las de todos, llora porque no sabe qué es lo correcto o más bien si hay
algo correcto. Ella se gana así la vida, ¿Pero quién ha dado voz a los pobres y
a los que no tienen sino ella? ¿Se piensa acaso alguien que ella es mala, que
le gusta el morbo de la pobreza y la sensación de ser superior? ¿Alguien le
dirá, alguna vez cara a cara, que su alegría ante las situaciones complicadas
que se le presentan no es, simplemente, su manera natural de afrontar las
dificultades? ¿Es que acaso no se dan cuenta los idiotas de la izquierda pija
con su superioridad moral que hacer un programa de este estilo es la única
manera de ayudar verdaderamente y poner el foco en las personas que realmente
tienen necesidad? ¿Y por qué tengo entonces ataques de conciencia por hacer el
programa que hago y silenciar lo de Sandra? Porque sí, Toñi, los tienes, pero
sabes que es el precio a pagar. Pero has de seguir haciendo el programa, Toñi. Como
lo has hecho todo, con valentía y arrojo, a cabezazos si hace falta. Por salvar
Andalucía, entonces, y, ahora, España. Porque has demostrado que con un poco de
sentido común y de alegría se puede hacer mucho bien a quienes no tienen,
adelante Toñi, has de seguir tu labor. Pero Toñi sigue llorando. Por las dudas
de todos.
A veces, cuando creamos determinadas escuelas de pensamiento
y establecemos como correctas determinadas pautas de conducta, olvidamos que la
educación es un proceso del que no se sale nunca y que se queda grabado a fuego
para siempre. Así, mientras Toñi Moreno se compadece, Lucía llega
a su casa de la universidad. Como siempre, se encierra en su cuarto para evitar
ver cómo su padre, con su tatuaje en el bíceps, su madre, su abuela y su
hermano ven la tele como posesos. Además, en esta ocasión, tiene un buen motivo
para ocultarse de su familia: está llorando. Así, Toñi y Lucía comparten
pensamientos. Mientras la primera piensa en sus compañeros de trabajo y su
pasotismo y recuerda cómo cada mañana al llegar a la redacción están todos
mirando cosas en el ordenador que nada tienen que ver con el programa, la segunda
piensa en sus amigos, tan asiduos al 15-M, que dejan pasar la vida delante de
los mismos programas y las personas que luego implícita e hipócritamente
critican. ¿Por qué tantas palabras altisonantes y luego tan pocas acciones
cotidianas? Mientras Toñi recuerda la idiotez consumada de sus colaboradores,
del puto Enric, con esa sonrisa de mierda y esa falsedad consumada en cada
palabra, Lucía recuerda el odio y asco con el que su madre mira a cada persona
que no tiene para comer y siente esa misma repugnancia por ella. Mientras Toñi
se pregunta por la falta de ambición del mundo, por esa manera de dejarse
llevar por la vida que muestran todos sus conocidos y colaboradores, que parecen
por su apatía que están trabajando en Entre Todos como podrían estar haciéndolo
en Sálvame, en De Buena Ley (¡si incluso Emilia Zaballos colabora en los dos!)
o en Mujeres y Hombres, Lucía hace la misma reflexión sobre su padre, su
hermano y, en general, todos los chicos que ha conocido. ¿Será que a ella se le
escapa algo de la vida? Y, entonces, súbitamente, un ligero temor, en forma de
escalofrío que provoca arcadas y desazón, se apoderó de ambas en forma de
preguntas sin respuesta: ¿No será que actuamos según hemos sido educados? ¿No
es la educación un proceso irreversible, del que no salimos nunca? ¿No será que
el mal no es obvio sino que está envuelto en bonitos envoltorios de ambigüedad
manifiesta y dulzura aparente? ¿No tengo acaso yo las mismas contradicciones
que los demás? ¿Quién me creo, pues, que soy? ¿Puedo decir acaso que hago bien
a los demás? En ese instante imágenes terroríficas se pasearon por la mente de
las dos mujeres. Ambas vieron sus incongruencias con terrible claridad. No sólo
eran partícipes de la barbarie general, sino que esta barbarie no era ni tan
general ni tan mala. ¿No son acaso felices los demás? ¿Por qué no podían,
simplemente, vivir? ¿No es cierto que lo único que puede medir el bien son los
resultados y que los mismos son inaccesibles a nosotros? ¿Por qué me siento tan
mal y los demás son capaces de ser felices en lo mismo? Y así, una última idea
se apoderó de las dos al comprender lo complicado que era todo, desde su
existencia y actuación a la de los demás, un desánimo general que, por suerte,
sanó al día siguiente: ¿Por qué no nos vamos, ENTRE TODOS, a la mierda?
[1]
EntreTodosCard: Te cambia euros
por lágrimas mejor que cualquier otro competidor. Nunca una desgracia fue tan
rentable ni una tragedia tan agradable. Hay desgracias que el dinero no puede
curar, para todas las demás EntreTodosCard.
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