jueves, 24 de marzo de 2016

Amor y sexo en la India




“Do not go to a public park as suggested, as you will feel weird there with lots of couples trying to come close to each other.” 

“There is NO LAW against unmarried couples staying together btw. Just don't seem like tharki teenagers. Act cool.”



“Act cool” es una de las máximas de Bimtech University. La vida en esta universidad se desarrolla como en una novela de Balzac. Los personajes se mueven por las convecciones sociales con todo descaro. En un momento dado se enamoran, sienten algo relativamente imprevisto, o quizás su orgullo les puede y todo lo que habían construido socialmente se desmorona. Por supuesto, también hay personajes virtuosos: Balzac pasa en sus novelas de ellos en cuanto los presenta y ellos pasan de mí en cuanto me conocen en la vida real. Algo haría pensar que dichos personajes virtuosos son pura imaginación; en cuanto te acercas un poco todo sigue siendo el mismo miedo a no ser reconocido que se ve en todas las latitudes. 

En la India las chicas nos hacían mucho caso. Sentían una especie de admiración adolescente por los occidentales. Muchas de las indias eran bastante guapas; la mayoría eran más interesantes e inteligentes que cualquiera de los varones indios. Por otra parte, la teórica adoración que sentían por los españoles tenía algo de fachada y mucho de voyeurismo: la mayoría (hacían como que) tenían matrimonios concertados o una reputación por mantener. Los primeros días, Daniel y yo no dábamos crédito a la atención que recibíamos. Por su parte, los chicos indios venían a nuestro cuarto y nos intentaban emparejar con todas las chicas de la clase. Nos hablaban de fiestas, de las novias que tenían, de a cuántas francesas querían follarse. Nos enseñaban vídeos porno de todo tipo y no dejaban de hablar de sexo. Era una especie de vuelta al colegio exótica. Algunos veían vídeos bastante asquerosos en grupo y se diría que bastante machistas: el colmo fue un vídeo de unos niños de unos 6 años realizando posturas sexuales que compartían entre ellos con cierta normalidad. Sin embargo, había bastante más de inocencia y entrañable ingenuidad de lo que a primera vista parecía. Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que la inmensa mayoría de ellos eran vírgenes. En sus Facebook y sus redes sociales la mayoría compartía eventos de una cursilería solo comparable a las de los distintos Pablos que viven por Madrid. Curiosamente cuando escribían cursilerías eran más ellos mismos que cuando decían guarradas. Recuerdo que, al mes de estar allí, aprendí el truco para que me dejaran en paz: afirmar tajantemente hazañas sexuales. Si les decías que te habías acostado con alguna de las chicas que incasablemente planteaban, esto es, que habías materializado alguno de los deseos, entraban en cortocircuito, se ponían nerviosos y se iban. Una vez cruelmente le pregunté a alguno una cosa acerca de qué condones usaba. Escribió recientemente Jabois: Lo veo en los demás y me lo veo a mí mismo: la soberbia, la entereza fingida, a veces el ego, que no es más que una montaña de inseguridades, de fragilidades y de palparse las rodillas antes de echarse a llorar solo.” 

Era más fácil salir de la India casado que con una relación abierta. Una vez, durante un concierto de Mogwai en el festival de música Weekender, estaba tonteando con una chica guapísima de Delhi que tenía 22 años y estaba bastante borracha. Habíamos quedado después de vernos en el festival varios días y, tras presentarnos a los amigos comunes y estar embebidos en la pesada música de la banda, me dijo que se casaba en un mes. ¡Un mes! Me pareció demasiado y me fui, quizás por los atronadores acordes de Mogwai. Lo contaré mejor en otra ocasión. Por su parte, otro de mis amigos recibía atenciones constantes de varias de las chicas de nuestra uni: una de ellas no le dejaba en paz y se enfadaba si no le mostraba galantería o si hablaba con otras. Lo más divertido es que para ella eran “Bhai” o “Bro”. ¡Hermanos! En Amritsar leí en un folleto turístico que los punyabíes eran muy “acogedores” y que si, como mujer, les sonreías seguramente entenderían que querías algo con ellos. Para evitar esto y poder seguir siendo simpática, el mejor truco era llamarles “Bhai”. En ese momento, un vínculo sagrado inhibía todo impulso sexual: todo el espacio de matices relacionales entre hombres y mujeres estaba constreñido por lo que debía ser familiar. 

Por supuesto, en Delhi hay de todo y hay una clase media-alta urbana que se asemeja en algunos de sus usos y costumbres a los occidentales. Además esta especie de vuelta al cole o regresión freudiana tenía muchas ventajas, impensables a primera vista muchas de ellas. Bimtech tenía mucho de mundo feliz y de lealtades conflagradas a matrimonios hereditarios. Como plantea la feminista Eva Illouz en su libro “Por qué duele el amor”, el matrimonio era en parte una protección para las mujeres, que tenían una cierta influencia y poder que podrían haber perdido en un mundo hipersexualizado que les situaría en desventaja. Las mujeres, en la época del amor cortés, gozaban de una serie de ventajas en sus edades más favorables para elegir su futura pareja: el vínculo que entonces se creaba con idea de tener hijos no se rompía nunca, una barrera se ponía a las posibles vidas que los cónyuges desearan tener, una certeza ante el pasado, el presente y el futuro se imponía sobre todas las cosas. Las relaciones se basaban en el tiempo transcurrido en común; no en la pasión. El amor llegaba con el tiempo, el cariño y la paciencia; no en el arrebato romántico, la elección y la experiencia sexual. En Bimtech estaba todo a medio camino y algunas de las estructuras para nosotros decimonónicas se mantenían, con sus características propias, en todo su esplendor. A la vez, la adoración por lo americano y por los amores pasionales venía acrecentada con todas las nuevas tecnologías que tenían a su alcance: Madame Bovary es un prototipo universal. En estas circunstancias, nos fuimos poco a poco adaptando a las reglas del juego y algunos de nosotros nos emparejamos: unos cedían la parte de compromiso por dos o tres meses y otros la parte de intensidad sexual. 

Un amigo mío empezó a salir con una chica india. Este amigo mío es uno de esos personajes de leyenda, de los que salen en blogs y bitácoras contando sus movidas. Se cuenta que liga más en aeropuertos que en discotecas; en Singapur afirma haber tenido un affaire con una taiwanesa mientras esperaba un avión, en un país báltico dice haberse acostado con la recepcionista de su hotel. Este chico comenzó medio sin querer la relación con Sondria: tenía que ir a Delhi a reunirse con su jefe y quedó medio por casualidad con ella al día siguiente. Él en principio hubiera estado con la mayoría de las chicas indias que cumplían con un mínimo físico; aunque Sondria le gustaba especialmente él se veía incapaz de sufrir por ninguna chica ni sentirse particularmente interesado. Tras quedar dos noches se besaron en el parque de Haus Khas, muy cerca de la zona de fiesta. No hace falta decir que era la primera vez que ella se besaba con alguien. Sondria le ofrecía una excitación difícil de medir; esas miradas de absoluta entrega son imposibles de encontrar en Europa. Esa noche él le acompañó a su casa en Kailash Colony y se volvió al campus de la universidad, donde me contó su historia. No sabía muy bien dónde se estaba metiendo y pensaba que esa relación no podía durar mucho ni darle más que una experiencia exótica. 

Mi amigo, Sondria y yo íbamos a la misma universidad. Sondria, aunque era de Delhi, vivía cerca nuestra, en un campus al lado de los campos de fútbol en los que jugábamos. Como todos los demás indios, solo podía salir dos noches cada mes: a estas alturas ya las había gastado con mi amigo. En el campus femenino no podían entrar chicos y no hace falta decir que el inmenso control al que se nos sometía al entrar y salir de nuestra residencia hacía imposible que viéramos a una chica en nuestros aposentos. Durante esa primera semana apenas pudieron verse más que en la cafetería de la universidad, el viernes ella mintió para que pudieran irse a Delhi a dormir juntos. Aunque le pusieron muchas dificultades, finalmente obtuvo una autorización diciendo que su abuelo estaba gravemente enfermo. El brillo en los ojos de Sondria fue contraproducente para mi amigo. 

Encontrar dónde dormir en India con una chica roza la odisea. Siempre nos habían contado leyendas urbanas acerca de que no era posible, para alguien de Delhi, dormir en su misma ciudad en un albergue… ¡Cómo creerse esa mierda!...era verdad. Cogieron un autorickshaw en Greater Noida a las 5 de la tarde y, en una de esas asquerosas tardes de tráfico de la capital, no llegaron hasta las 11 de la noche al hostel. La primera vez que se metieron mano fue en el autorickshaw. Cuando llegaron al hostel los rechazaron. “Are you married?”, “It is not possible to sleep here”. El problema era, más allá de que no estaban casados, que Sondria era de Delhi y… ¿por qué querría alguien de Delhi dormir fuera de su casa? Así, los rechazaron en varios hostels y tuvieron que estar buscando sitios a la deriva, casi desesperadamente. Al final tuvieron que sobornar y engañar a un recepcionista en un hostel de mala muerte: ella decía que venía de Kerala y enseñaba un carnet de la Universidad de Kochi, donde estudió el grado. A ella la miraban como si fuera una puta; de él pensaban que era un rico occidental que no respetaba las reglas del juego. Pero esa primera noche no les importó y la pasión se impuso: él le descubría a ella toda una sexualidad e intensidad y ella le enseñaba a él todo un compromiso y lealtad. 

Poco a poco se fue creando entre ellos una unión más fuerte. Ella bailaba y él tocaba la guitarra, se pasaban canciones tradicionales indias y de Xoel López, hablaban de sus planes futuros y comían juntos en el comedor. Algunas veces se metían mano en mitad del metro y yo sentía ser el único en darme cuenta. Los fines de semana mi amigo dejó de ir a discotecas y, en los viajes, empezó a venir solo conmigo, Daniel y GC y a no tener en cuenta a los demás. Ella mentía constantemente para poder irse de la residencia una noche a la semana. Lo pasaban fatal tratando de encontrar un lugar donde dormir. Una noche intentaron probar suerte en Noida. Tras tres rechazos, la aplicación del móvil los llevó a un sitio absolutamente inhóspito. En medio de hogueras y de la pobreza más absoluta, el último hostel que quedaba en Noida. Tuvieron que volver a mentir y sobornar: eran las 2 de la madrugada y Uttar Pradesh, donde está Greater Noida, se caracteriza por la máxima inseguridad. Ella se cubría toda la cara con una capucha y escondía su pelo. Mi amigo tuvo que decir que estaban de viaje y se habían quedado tirados. Al final los dejaron entrar. Otra noche, en el cumpleaños de Sondria, mi amigo la invitó a cenar al Imperial Hotel de Delhi. Es el hotel donde Gandhi, Nehru, Ali Jinnah y Lord Mountbatten acordaron la partición de India y la creación de Pakistán. Un sitio suntuoso donde los trataron maravillosamente, se hicieron una foto con el árbol gigante de navidad de la entrada y se metieron mano en los fastuosos jardines imperiales. Esa misma noche tenían reservado un hostel, donde los rechazaron. Un guía se ofreció a acompañarles. Fueron rechazados unas veinte veces. Se metieron por sitios peligrosos, era muy tarde y los perros, sarnosos y cojos, se les acercaban. Los callejones iban haciéndose más y más estrechos. En un lugar les dijeron que podían quedarse en habitaciones separadas y que tenían que irse a las 7 de la mañana; luego el tipo cambió de idea y los echó de allí. Mi amigo se ponía terriblemente nervioso y le echaba la culpa a ella, como india. Ella lo pasaba fatal. 

Cuando estaban en las últimas, un local los aceptó. Era una casa de putas. Las mantas estaban sucias y en el suelo había todo tipo de cosas. Ella se puso a llorar como no había llorado en mucho tiempo. Mi amigo la abrazó y se quedaron así toda la noche. La puerta de la habitación no se cerraba del todo bien. Por eso pudieron ver por la rendija a algunos de los clientes. 

Mi amigo estuvo enfermo unos días y ella lo cuidó mucho. Sondria se preocupaba mucho por él y se alegraba de sus buenas notas y noticias. Ella había tenido cientos de pretendientes en Bimtech y los había rechazado a todos. Hablaban mucho de los demás, de la manera en que muchas de las chicas tenían matrimonios concertados y se veían con otros, de la dificultad que tenían allí para hacer lo que cada uno quisiera, de la increíble influencia de la sociedad en cada uno. Ella era de casta brahmán, la casta sacerdotal y más importante de las cuatro. Su familia era muy abierta para los estándares indios: no tenía matrimonio concertado y sus estudios eran su absoluta prioridad. No se besaban en público porque ella no lo permitía. Una vez salieron del campus y se dieron un abrazo: unos chavales en motos se pararon y empezaron a gritar y hacer ruidos. En la oscuridad, o cuando sentían que nadie les veía, se dejaban llevar. A veces iban a las esquinas del edificio de la Universidad a besarse. 

Él, muy dado a las justificaciones de sus actos, no entendía muy bien por qué razón estaban juntos y cuál era el motivo de esa aceptación tan radical, tan absoluta. Mi amigo nunca está con nadie desde que le dejaron hace unos años y se ve a sí mismo como un cínico. Una vez le preguntó en un restaurante a Sondria por qué estaban haciendo todo de esta manera. Él sentía que ella apenas le conocía y que la relación era muy superficial, que era puramente física. Le dijo que no sabía de nada de su vida en Europa y de nada de lo que hacía, de sus relaciones anteriores, de las cosas que le gustaban, de sus mundos interiores. ¿Por qué estamos juntos? Ella respondió simple y llanamente ante las quejas de mi amigo: “I don´t know. I like you”. Ante esta respuesta él no supo qué hacer o decir: la certeza de una relación tan fácil y sincera es difícil de asimilar. 

Pasó el tiempo y mi amigo pensaba que no iba a sufrir cuando se fuera. Ella estuvo con su clase una semana en Kuala Lumpur. Él viajó solo por la India. Estuvo en sitios de lo más dispares: llegó desde Pakistán a Kerala. Cuando volvieron solo tenían dos días para estar juntos, exámenes mediante. Era difícil pensar que se fueran a volver a ver una vez dejara la India. 

El 23 de diciembre, tras hacer juntos un examen, mi amigo se despidió de mí. El día anterior habíamos asistido al desfile de lágrimas de las francesas; mi amigo se mantuvo incólume. Abandonó junto a Sondria la universidad y fueron al hostel que tenían reservado. El avión salía 4 horas después así que tenían muy poco tiempo. El autorickshaw se retrasó y el tráfico hizo imposible que llegaran al hostel que tenían previsto, así que fueron al aeropuerto buscando un lugar donde pudieran estar una hora y media. Ella estaba muy triste y él se mantenía relativamente impávido. Ya le había advertido que no era muy sentimental. Los rechazaron en dos sitios y, al final, una caravana les ofreció buscarles un lugar. Tuvieron que decir que se iban a quedar la noche y pagaron una cantidad considerable: él se dejó todas las rupias que llevaba y tuvo que completar con la tarjeta de crédito. Estuvieron solo una hora y media en el hostel. 

Después de hacerlo, y medio hora antes de irse, pusieron la canción Tierra de Xoel López. Él le iba traduciendo la letra mientras la abrazaba. En un momento miró a Sondria y lloró como solo había llorado una vez. Se abrazó muy fuertemente a la almohada y fue ella quien le consoló.



Poco después ella había partido para Calcuta. Mi amigo llegó a España para celebrar la nochebuena.

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