“Do not go to a public park as suggested, as you will feel weird there with lots of couples trying to come close to each other.”“There is NO LAW against unmarried couples staying together btw. Just don't seem like tharki teenagers. Act cool.”
“Act cool” es una de las máximas de
Bimtech University. La vida en esta universidad se desarrolla como en
una novela de Balzac. Los personajes se mueven por las convecciones sociales
con todo descaro. En un momento dado se enamoran, sienten algo relativamente
imprevisto, o quizás su orgullo les puede y todo lo que habían construido
socialmente se desmorona. Por supuesto, también hay personajes virtuosos:
Balzac pasa en sus novelas de ellos en cuanto los presenta y ellos pasan de mí
en cuanto me conocen en la vida real. Algo haría pensar que dichos personajes
virtuosos son pura imaginación; en cuanto te acercas un poco todo sigue siendo
el mismo miedo a no ser reconocido que se ve en todas las latitudes.
En la
India las chicas nos hacían mucho caso. Sentían una especie de admiración
adolescente por los occidentales. Muchas de las indias eran bastante guapas; la
mayoría eran más interesantes e inteligentes que cualquiera de los varones
indios. Por otra parte, la teórica adoración que sentían por los españoles
tenía algo de fachada y mucho de voyeurismo: la mayoría (hacían como que)
tenían matrimonios concertados o una reputación por mantener. Los primeros
días, Daniel y yo no dábamos crédito a la atención que recibíamos. Por su
parte, los chicos indios venían a nuestro cuarto y nos intentaban emparejar con
todas las chicas de la clase. Nos hablaban de fiestas, de las novias que
tenían, de a cuántas francesas querían follarse. Nos enseñaban vídeos porno de
todo tipo y no dejaban de hablar de sexo. Era una especie de vuelta al colegio
exótica. Algunos veían vídeos bastante asquerosos en grupo y se diría que
bastante machistas: el colmo fue un vídeo de unos niños de unos 6 años realizando
posturas sexuales que compartían entre ellos con cierta normalidad. Sin
embargo, había bastante más de inocencia y entrañable ingenuidad de lo que a
primera vista parecía. Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que la inmensa
mayoría de ellos eran vírgenes. En sus Facebook y sus redes sociales la mayoría
compartía eventos de una cursilería solo comparable a las de los distintos
Pablos que viven por Madrid. Curiosamente cuando escribían cursilerías eran más
ellos mismos que cuando decían guarradas. Recuerdo que, al mes de estar allí,
aprendí el truco para que me dejaran en paz: afirmar tajantemente hazañas
sexuales. Si les decías que te habías acostado con alguna de las chicas que
incasablemente planteaban, esto es, que habías materializado alguno de los
deseos, entraban en cortocircuito, se ponían nerviosos y se iban. Una vez
cruelmente le pregunté a alguno una cosa acerca de qué condones usaba. Escribió
recientemente Jabois: “Lo veo en los demás y me lo veo a mí
mismo: la soberbia, la entereza fingida, a veces el ego, que no es más que una
montaña de inseguridades, de fragilidades y de palparse las rodillas antes de
echarse a llorar solo.”
Era más
fácil salir de la India casado que con una relación abierta. Una vez, durante
un concierto de Mogwai en el festival de música Weekender, estaba tonteando con
una chica guapísima de Delhi que tenía 22 años y estaba bastante borracha.
Habíamos quedado después de vernos en el festival varios días y, tras
presentarnos a los amigos comunes y estar embebidos en la pesada música de la
banda, me dijo que se casaba en un mes. ¡Un mes! Me pareció demasiado y me fui,
quizás por los atronadores acordes de Mogwai. Lo contaré mejor en otra ocasión.
Por su parte, otro de mis amigos recibía atenciones constantes de varias de las
chicas de nuestra uni: una de ellas no le dejaba en paz y se enfadaba si no le
mostraba galantería o si hablaba con otras. Lo más divertido es que para ella
eran “Bhai” o “Bro”. ¡Hermanos! En Amritsar leí en un folleto turístico que los
punyabíes eran muy “acogedores” y que si, como mujer, les sonreías seguramente
entenderían que querías algo con ellos. Para evitar esto y poder seguir siendo
simpática, el mejor truco era llamarles “Bhai”. En ese momento, un vínculo
sagrado inhibía todo impulso sexual: todo el espacio de matices relacionales
entre hombres y mujeres estaba constreñido por lo que debía ser familiar.
Por
supuesto, en Delhi hay de todo y hay una clase media-alta urbana que se asemeja
en algunos de sus usos y costumbres a los occidentales. Además esta especie de
vuelta al cole o regresión freudiana tenía muchas ventajas, impensables a
primera vista muchas de ellas. Bimtech tenía mucho de mundo feliz y de
lealtades conflagradas a matrimonios hereditarios. Como plantea la feminista
Eva Illouz en su libro “Por qué duele el amor”, el matrimonio era en parte
una protección para las mujeres, que tenían una cierta influencia y poder que
podrían haber perdido en un mundo hipersexualizado que les situaría en
desventaja. Las mujeres, en la época del amor cortés, gozaban de una serie de
ventajas en sus edades más favorables para elegir su futura pareja: el vínculo
que entonces se creaba con idea de tener hijos no se rompía nunca, una barrera
se ponía a las posibles vidas que los cónyuges desearan tener, una certeza ante
el pasado, el presente y el futuro se imponía sobre todas las cosas. Las
relaciones se basaban en el tiempo transcurrido en común; no en la pasión. El
amor llegaba con el tiempo, el cariño y la paciencia; no en el arrebato
romántico, la elección y la experiencia sexual. En Bimtech estaba todo a medio
camino y algunas de las estructuras para nosotros decimonónicas se mantenían,
con sus características propias, en todo su esplendor. A la vez, la adoración
por lo americano y por los amores pasionales venía acrecentada con todas las
nuevas tecnologías que tenían a su alcance: Madame Bovary es un prototipo
universal. En estas circunstancias, nos fuimos poco a poco adaptando a las
reglas del juego y algunos de nosotros nos emparejamos: unos cedían la parte de
compromiso por dos o tres meses y otros la parte de intensidad sexual.
Un
amigo mío empezó a salir con una chica india. Este amigo mío es uno de esos
personajes de leyenda, de los que salen en blogs y bitácoras contando sus
movidas. Se cuenta que liga más en aeropuertos que en discotecas; en Singapur
afirma haber tenido un affaire con una taiwanesa mientras esperaba un avión, en
un país báltico dice haberse acostado con la recepcionista de su hotel. Este
chico comenzó medio sin querer la relación con Sondria: tenía que ir a Delhi a
reunirse con su jefe y quedó medio por casualidad con ella al día siguiente. Él
en principio hubiera estado con la mayoría de las chicas indias que cumplían
con un mínimo físico; aunque Sondria le gustaba especialmente él se veía
incapaz de sufrir por ninguna chica ni sentirse particularmente interesado.
Tras quedar dos noches se besaron en el parque de Haus Khas, muy cerca de la
zona de fiesta. No hace falta decir que era la primera vez que ella se besaba
con alguien. Sondria le ofrecía una excitación difícil de medir; esas miradas
de absoluta entrega son imposibles de encontrar en Europa. Esa noche él le
acompañó a su casa en Kailash Colony y se volvió al campus de la universidad,
donde me contó su historia. No sabía muy bien dónde se estaba metiendo y
pensaba que esa relación no podía durar mucho ni darle más que una experiencia exótica.
Mi
amigo, Sondria y yo íbamos a la misma universidad. Sondria, aunque era de Delhi, vivía
cerca nuestra, en un campus al lado de los campos de fútbol en los que jugábamos. Como todos los demás indios, solo podía
salir dos noches cada mes: a estas alturas ya las había gastado con mi amigo.
En el campus femenino no podían entrar chicos y no hace falta decir que el
inmenso control al que se nos sometía al entrar y salir de nuestra residencia
hacía imposible que viéramos a una chica en nuestros aposentos. Durante esa primera semana apenas pudieron
verse más que en la cafetería de la universidad, el viernes ella mintió para
que pudieran irse a Delhi a dormir juntos. Aunque le pusieron muchas
dificultades, finalmente obtuvo una autorización diciendo que su abuelo estaba
gravemente enfermo. El brillo en los ojos de Sondria fue contraproducente para
mi amigo.
Encontrar
dónde dormir en India con una chica roza la odisea. Siempre nos habían contado
leyendas urbanas acerca de que no era posible, para alguien de Delhi, dormir en
su misma ciudad en un albergue… ¡Cómo creerse esa mierda!...era verdad.
Cogieron un autorickshaw en Greater Noida a las 5 de la tarde y, en una de esas
asquerosas tardes de tráfico de la capital, no llegaron hasta las 11 de la
noche al hostel. La primera vez que se metieron mano fue en el autorickshaw. Cuando
llegaron al hostel los rechazaron. “Are you married?”, “It is not possible to
sleep here”. El problema era, más allá de que no estaban casados, que
Sondria era de Delhi y… ¿por qué querría alguien de Delhi dormir fuera de su
casa? Así, los rechazaron en varios hostels y tuvieron que estar buscando sitios
a la deriva, casi desesperadamente. Al final tuvieron que sobornar y engañar a
un recepcionista en un hostel de mala muerte: ella decía que venía de Kerala y enseñaba un carnet de la Universidad de Kochi, donde estudió el
grado. A ella la miraban como si fuera una puta; de él pensaban que era un rico
occidental que no respetaba las reglas del juego. Pero esa primera noche no les
importó y la pasión se impuso: él le descubría a ella toda una sexualidad e
intensidad y ella le enseñaba a él todo un compromiso y lealtad.
Poco a
poco se fue creando entre ellos una unión más fuerte. Ella bailaba y él tocaba
la guitarra, se pasaban canciones tradicionales indias y de Xoel López,
hablaban de sus planes futuros y comían juntos en el comedor. Algunas veces se
metían mano en mitad del metro y yo sentía ser el único en darme cuenta. Los
fines de semana mi amigo dejó de ir a discotecas y, en los viajes, empezó a
venir solo conmigo, Daniel y GC y a no tener en cuenta a los demás. Ella mentía
constantemente para poder irse de la residencia una noche a la semana. Lo
pasaban fatal tratando de encontrar un lugar donde dormir. Una noche intentaron
probar suerte en Noida. Tras tres rechazos, la aplicación del móvil los llevó a
un sitio absolutamente inhóspito. En medio de hogueras y de la pobreza más
absoluta, el último hostel que quedaba en Noida. Tuvieron que volver a mentir y
sobornar: eran las 2 de la madrugada y Uttar Pradesh, donde está Greater Noida,
se caracteriza por la máxima inseguridad. Ella se cubría toda la cara con una
capucha y escondía su pelo. Mi amigo tuvo que decir que estaban de viaje y se
habían quedado tirados. Al final los dejaron entrar. Otra noche, en el
cumpleaños de Sondria, mi amigo la invitó a cenar al Imperial Hotel de Delhi.
Es el hotel donde Gandhi, Nehru, Ali Jinnah y Lord Mountbatten acordaron la
partición de India y la creación de Pakistán. Un sitio suntuoso donde los
trataron maravillosamente, se hicieron una foto con el árbol gigante de navidad
de la entrada y se metieron mano en los fastuosos jardines imperiales. Esa
misma noche tenían reservado un hostel, donde los rechazaron. Un guía se
ofreció a acompañarles. Fueron rechazados unas veinte veces. Se metieron por
sitios peligrosos, era muy tarde y los perros, sarnosos y cojos, se les
acercaban. Los callejones iban haciéndose más y más estrechos. En un lugar les
dijeron que podían quedarse en habitaciones separadas y que tenían que irse a
las 7 de la mañana; luego el tipo cambió de idea y los echó de allí. Mi amigo
se ponía terriblemente nervioso y le echaba la culpa a ella, como india. Ella
lo pasaba fatal.
Cuando
estaban en las últimas, un local los aceptó. Era una casa de putas. Las mantas
estaban sucias y en el suelo había todo tipo de cosas. Ella se puso a llorar
como no había llorado en mucho tiempo. Mi amigo la abrazó y se quedaron así
toda la noche. La puerta de la habitación no se cerraba del todo bien. Por eso
pudieron ver por la rendija a algunos de los clientes.
Mi
amigo estuvo enfermo unos días y ella lo cuidó mucho. Sondria se preocupaba
mucho por él y se alegraba de sus buenas notas y noticias. Ella había tenido
cientos de pretendientes en Bimtech y los había rechazado a todos. Hablaban
mucho de los demás, de la manera en que muchas de las chicas tenían matrimonios
concertados y se veían con otros, de la dificultad que tenían allí para hacer
lo que cada uno quisiera, de la increíble influencia de la sociedad en cada uno.
Ella era de casta brahmán, la casta sacerdotal y más importante de las cuatro.
Su familia era muy abierta para los estándares indios: no tenía matrimonio
concertado y sus estudios eran su absoluta prioridad. No se besaban en público
porque ella no lo permitía. Una vez salieron del campus y se dieron un abrazo:
unos chavales en motos se pararon y empezaron a gritar y hacer ruidos. En la
oscuridad, o cuando sentían que nadie les veía, se dejaban llevar. A veces iban
a las esquinas del edificio de la Universidad a besarse.
Él, muy
dado a las justificaciones de sus actos, no entendía muy bien por qué razón estaban
juntos y cuál era el motivo de esa aceptación tan radical, tan absoluta. Mi
amigo nunca está con nadie desde que le dejaron hace unos años y se ve a sí
mismo como un cínico. Una vez le preguntó en un restaurante a Sondria por qué
estaban haciendo todo de esta manera. Él sentía que ella apenas le conocía y
que la relación era muy superficial, que era puramente física. Le dijo que no
sabía de nada de su vida en Europa y de nada de lo que hacía, de sus relaciones
anteriores, de las cosas que le gustaban, de sus mundos interiores. ¿Por qué
estamos juntos? Ella respondió simple y llanamente ante las quejas de mi amigo:
“I don´t know. I like you”. Ante esta respuesta él no supo qué hacer o decir:
la certeza de una relación tan fácil y sincera es difícil de asimilar.
Pasó el
tiempo y mi amigo pensaba que no iba a sufrir cuando se fuera. Ella estuvo con
su clase una semana en Kuala Lumpur. Él viajó solo por la India. Estuvo en sitios de
lo más dispares: llegó desde Pakistán a Kerala. Cuando volvieron solo tenían
dos días para estar juntos, exámenes mediante. Era difícil pensar que se fueran
a volver a ver una vez dejara la India.
El 23
de diciembre, tras hacer juntos un examen, mi amigo se despidió de mí. El día
anterior habíamos asistido al desfile de lágrimas de las francesas; mi amigo se
mantuvo incólume. Abandonó junto a Sondria la universidad y fueron al hostel
que tenían reservado. El avión salía 4 horas después así que tenían muy poco
tiempo. El autorickshaw se retrasó y el tráfico hizo imposible que llegaran al
hostel que tenían previsto, así que fueron al aeropuerto buscando un lugar
donde pudieran estar una hora y media. Ella estaba muy triste y él se mantenía
relativamente impávido. Ya le había advertido que no era muy sentimental. Los
rechazaron en dos sitios y, al final, una caravana les ofreció buscarles un
lugar. Tuvieron que decir que se iban a quedar la noche y pagaron una cantidad
considerable: él se dejó todas las rupias que llevaba y tuvo que completar con
la tarjeta de crédito. Estuvieron solo una hora y media en el hostel.
Después
de hacerlo, y medio hora antes de irse, pusieron la canción “Tierra”
de Xoel López. Él le iba traduciendo la letra mientras la abrazaba. En un
momento miró a Sondria y lloró como solo había llorado una vez. Se abrazó muy
fuertemente a la almohada y fue ella quien le consoló.
Poco
después ella había partido para Calcuta. Mi amigo llegó a España para
celebrar la nochebuena.
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