No hace falta irse a Rufián para
escuchar palabras críticas sobre la Transición. En Podemos, la idea de que la
Transición fue una especie de farsa ha sido recurrente. Juan Carlos Monedero, para publicitar su
libro La Transición contada a nuestros
padres: nocturno de la democracia española, exponía que habíamos sufrido
“una transición de mentira que construyó una democracia de mentira”. El mismo
Pablo Iglesias ha sido siempre muy crítico con el “régimen” de la Transición.
Luego matizó. En un artículo en El País en julio de 2015, dice que “el régimen
político español que llamamos de 1978 en honor a su Constitución, es el
resultado de nuestra exitosa Transición” para acabar finiquitando que las
próximas elecciones eran “quizás el inicio de un régimen político distinto”. En
su libro previo a las elecciones generales Una
nueva transición. Materiales del año del cambio, plantea la posibilidad de
un nuevo régimen político en el que habrán de cambiar muchas cosas para que
“los protagonistas fundamentales no sean las élites económicas y políticas,
sino los ciudadanos”. Gregorio Morán, que en 1979 escribió un libro muy duro
sobre Suárez, es quizás el máximo exponente de este revisionismo crítico. En
una entrevista en Jot Down de Antonio
Yelo, se refería a los padres de la Constitución como “absolutamente
impresentables”. Inmediatamente matiza de una manera divertida: “Lo que pasa es
que la cosa salió bien”. En ese momento Gregorio Morán se
va por la tangente: “Le pongo un ejemplo: Miguel Roca Junyent. Este señor
consiguió arruinar prácticamente a todo el mundo que se implicó en la campaña
política más derrochadora de la historia de España, que fue la de la Operación
Reformista. Y todo para no conseguir salir elegido ni él”.
La idea de que la Constitución no
representa a determinados sectores ha estado siempre latente. Antonio Baños
proclamaba el “no nos representan” para explicar su apoyo al independentismo,
con ese toque buenrollista característico:
“Como a tantos en España, no nos representa ni el Rey, ni el Estado, ni la
Constitución de 1978”. En 2008, los fundadores de Podemos escribían en Público sobre unas jornadas mantenidas
en la Complutense sobre la Transición. Lo que escriben, sobre el lugar común en
que todos se encontraban, es esclarecedor:
“Cabe empezar destacando un lugar común en todos los debates: el acuerdo
de que, en algún momento de aquel proceso, nos robaron la historia, se quedaron
con ella y nos dejaron a todos desposeídos de las herramientas necesarias para
entender nuestra identidad y disputas democráticas”.
La crítica a la Transición se manifestó desde los primeros momentos,
cuando se discutía la Constitución. Francisco Letamendía, de Euskadiko Eskerra,
se alzó en contra del anteproyecto de Constitución (también lo hizo Heribert
Barrera en nombre de Esquerra Republicana de Cataluña). Letamendía concluyó su
intervención con los versos del Che Guevara que Paredes Manot, Txiki, leyó poco
antes de ser ejecutado: “Mañana, cuando yo me muera/no me vengáis a llorar/
nunca estaré bajo tierra, / soy viento de libertad”. Antes había dicho: “Cuando
un pueblo tiene hijos que están dispuestos a dar su vida por él, ningún
obstáculo del mundo puede impedir su definitiva libertad”. El gaditano Pérez-Llorca,
fríamente, replicó que “queremos una Constitución que haga imposible que nadie
esté ya dispuesto en el futuro español a morir o matar por motivos políticos”. Este
deseo de Pérez-Llorca se materializó y las reglas de juego cambiaron. La
historia avanzó y algunos se quedaron atrás, en un antifascismo que luchaba
contra fantasmas del pasado. Nadie robó la historia a nadie; simplemente la
situación cambió y algunos no quisieron verlo.
Las dificultades de una Transición siempre son muchas. Algunos factores
que complicaban adicionalmente el proceso eran la presión etarra, el miedo a
los militares, los problemas con los nacionalismos, las dificultades económicas,
las distintas concepciones de lo que debía ser España y la necesaria
modernización de un país a años luz de otras democracias europeas. En el libro Crónica secreta de la Constitución, Soledad Gallego-Díaz y Bonifacio de la
Cuadra cuentan todo el proceso de negociaciones entre los partidos. Influyeron
una cantidad enorme de cosas en la Constitución. Entre otras la ideología y
formación de los ponentes, las relaciones personales entre los mismos, el
partido que representaban, el poder de negociación y la personalidad de cada
uno de ellos. A pesar de que la cuerda se tensó en numerosos momentos,
finalmente ningún partido acabó del todo contento ni disgustado. Gregorio Peces
Barba y Herrero de Miñón tuvieron que aparcar sus diferencias personales, Miguel
Roca Junyent (lo llamaban “el mercader” por su capacidad para “vender su
mercancía”) jugó su papel mediador y Fraga y Solé Tura hicieron lo posible para
que la Constitución fuera lo más acorde a sus intereses. Según los autores del
libro, el Rey trató siempre de que estuvieran integrados el mayor número de partidos
posible en el proceso. Aunque tuvo multitud de defectos y problemas, que darían
para multitud de artículos repletos de discusiones jurídicas y anecdotarios
variados, finalmente la Constitución que resultó es equiparable a la de otros
países europeos. La Transición nos ha situado en Europa, sin gran lastre
visible con otros países de nuestro entorno.
Escribe Juan Francisco Fuentes a propósito del revisionismo de Gregorio
Morán:
“En el fondo, los excesos del autor y su
propensión al nihilismo y al tremendismo (…) nos apartan del importante debate
que plantea (…) sobre lo que ganamos y aquello a lo que renunciamos con una
democracia que, para Morán, ha estado muy condicionada por su origen. Lo cierto
es que ni la comparación con otras democracias actuales ni la experiencia de la
Segunda República española muestran un déficit democrático achacable a la
Transición. El necesario debate sobre el precio de la Transición debería evitar
presentismos interesados y ceñirse en lo posible a la realidad de un país que
consiguió aquello que para Marcelino Camacho –y para muchos otros– fue «casi un
milagro»: «Salir de la dictadura sin traumas graves»”
El esfuerzo de consenso que se
hizo para que salieran adelante las reformas que cambiaron España no parece que
se repita entre aquellos que quieren hacer una nueva Transición. “Lo que pasa
es que salió bien”, dice el moralista que aboga en el fondo por cosas que, pese a la buena
voluntad, fracasaron.
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