jueves, 7 de abril de 2016

Unas palabras sobre la Constitución y la Transición




No hace falta irse a Rufián para escuchar palabras críticas sobre la Transición. En Podemos, la idea de que la Transición fue una especie de farsa ha sido recurrente.  Juan Carlos Monedero, para publicitar su libro La Transición contada a nuestros padres: nocturno de la democracia española, exponía que habíamos sufrido “una transición de mentira que construyó una democracia de mentira”. El mismo Pablo Iglesias ha sido siempre muy crítico con el “régimen” de la Transición. Luego matizó. En un artículo en El País en julio de 2015, dice que “el régimen político español que llamamos de 1978 en honor a su Constitución, es el resultado de nuestra exitosa Transición” para acabar finiquitando que las próximas elecciones eran “quizás el inicio de un régimen político distinto”. En su libro previo a las elecciones generales Una nueva transición. Materiales del año del cambio, plantea la posibilidad de un nuevo régimen político en el que habrán de cambiar muchas cosas para que “los protagonistas fundamentales no sean las élites económicas y políticas, sino los ciudadanos”. Gregorio Morán, que en 1979 escribió un libro muy duro sobre Suárez, es quizás el máximo exponente de este revisionismo crítico. En una entrevista en Jot Down de Antonio Yelo, se refería a los padres de la Constitución como “absolutamente impresentables”. Inmediatamente matiza de una manera divertida: “Lo que pasa es que la cosa salió bien. En ese momento Gregorio Morán se va por la tangente: “Le pongo un ejemplo: Miguel Roca Junyent. Este señor consiguió arruinar prácticamente a todo el mundo que se implicó en la campaña política más derrochadora de la historia de España, que fue la de la Operación Reformista. Y todo para no conseguir salir elegido ni él”.

La idea de que la Constitución no representa a determinados sectores ha estado siempre latente. Antonio Baños proclamaba el “no nos representan” para explicar su apoyo al independentismo, con ese toque buenrollista característico: “Como a tantos en España, no nos representa ni el Rey, ni el Estado, ni la Constitución de 1978”. En 2008, los fundadores de Podemos escribían en Público sobre unas jornadas mantenidas en la Complutense sobre la Transición. Lo que escriben, sobre el lugar común en que todos se encontraban, es esclarecedor:

Cabe empezar destacando un lugar común en todos los debates: el acuerdo de que, en algún momento de aquel proceso, nos robaron la historia, se quedaron con ella y nos dejaron a todos desposeídos de las herramientas necesarias para entender nuestra identidad y disputas democráticas”.

La crítica a la Transición se manifestó desde los primeros momentos, cuando se discutía la Constitución. Francisco Letamendía, de Euskadiko Eskerra, se alzó en contra del anteproyecto de Constitución (también lo hizo Heribert Barrera en nombre de Esquerra Republicana de Cataluña). Letamendía concluyó su intervención con los versos del Che Guevara que Paredes Manot, Txiki, leyó poco antes de ser ejecutado: “Mañana, cuando yo me muera/no me vengáis a llorar/ nunca estaré bajo tierra, / soy viento de libertad”. Antes había dicho: “Cuando un pueblo tiene hijos que están dispuestos a dar su vida por él, ningún obstáculo del mundo puede impedir su definitiva libertad”. El gaditano Pérez-Llorca, fríamente, replicó que “queremos una Constitución que haga imposible que nadie esté ya dispuesto en el futuro español a morir o matar por motivos políticos”. Este deseo de Pérez-Llorca se materializó y las reglas de juego cambiaron. La historia avanzó y algunos se quedaron atrás, en un antifascismo que luchaba contra fantasmas del pasado. Nadie robó la historia a nadie; simplemente la situación cambió y algunos no quisieron verlo. 

Las dificultades de una Transición siempre son muchas. Algunos factores que complicaban adicionalmente el proceso eran la presión etarra, el miedo a los militares, los problemas con los nacionalismos, las dificultades económicas, las distintas concepciones de lo que debía ser España y la necesaria modernización de un país a años luz de otras democracias europeas. En el libro Crónica secreta de la Constitución, Soledad Gallego-Díaz y Bonifacio de la Cuadra cuentan todo el proceso de negociaciones entre los partidos. Influyeron una cantidad enorme de cosas en la Constitución. Entre otras la ideología y formación de los ponentes, las relaciones personales entre los mismos, el partido que representaban, el poder de negociación y la personalidad de cada uno de ellos. A pesar de que la cuerda se tensó en numerosos momentos, finalmente ningún partido acabó del todo contento ni disgustado. Gregorio Peces Barba y Herrero de Miñón tuvieron que aparcar sus diferencias personales, Miguel Roca Junyent (lo llamaban “el mercader” por su capacidad para “vender su mercancía”) jugó su papel mediador y Fraga y Solé Tura hicieron lo posible para que la Constitución fuera lo más acorde a sus intereses. Según los autores del libro, el Rey trató siempre de que estuvieran integrados el mayor número de partidos posible en el proceso. Aunque tuvo multitud de defectos y problemas, que darían para multitud de artículos repletos de discusiones jurídicas y anecdotarios variados, finalmente la Constitución que resultó es equiparable a la de otros países europeos. La Transición nos ha situado en Europa, sin gran lastre visible con otros países de nuestro entorno.

Escribe Juan Francisco Fuentes a propósito del revisionismo de Gregorio Morán:

 “En el fondo, los excesos del autor y su propensión al nihilismo y al tremendismo (…) nos apartan del importante debate que plantea (…) sobre lo que ganamos y aquello a lo que renunciamos con una democracia que, para Morán, ha estado muy condicionada por su origen. Lo cierto es que ni la comparación con otras democracias actuales ni la experiencia de la Segunda República española muestran un déficit democrático achacable a la Transición. El necesario debate sobre el precio de la Transición debería evitar presentismos interesados y ceñirse en lo posible a la realidad de un país que consiguió aquello que para Marcelino Camacho –y para muchos otros– fue «casi un milagro»: «Salir de la dictadura sin traumas graves»”

El esfuerzo de consenso que se hizo para que salieran adelante las reformas que cambiaron España no parece que se repita entre aquellos que quieren hacer una nueva Transición. “Lo que pasa es que salió bien”, dice el moralista que aboga en el fondo por cosas que, pese a la buena voluntad, fracasaron.

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