A raíz de este
artículo de Luis Abenza en Politikon, se me ha venido a la cabeza el inicio
del libro "El baile de los solteros", de Bourdieu.
"El Baile de Navidad se celebra en el salón
interior de un café. En el centro de la pista, brillantemente iluminada, bailan
una docena de parejas, al son de unas canciones de moda. Son, principalmente,
`estudiantes´, alumnos de secundaria o de los institutos de las ciudades
vecinas, en su mayoría hijos del lugar. Y también hay algunos soldados, muchachos
de la ciudad, obreros o empleados, que visten pantalón vaquero y cazadora de
cuero negro y llevan la cabeza descubierta o sombrero tirolés. Entre las
bailarinas hay varias muchachas procedentes de los caseríos más alejados, que
nada diferencia de las demás nativas de Lesquire que trabajan en Pau como
costureras, criadas o dependientas. Varias adolescentes y niñas de diez o doce
años bailan entre sí, mientras los chavales se persiguen y se zarandean entre
las parejas.
Plantados al borde de la pista, formando una masa
oscura, un grupo de hombres algo mayores observan en silencio; todos rondan los
treinta años, llevan boina y visten traje oscuro, pasado de moda. Como
impulsados por la tentación de participar en el baile, avanzan a veces y
estrechan el espacio reservado a las parejas que bailan. No ha faltado ni uno
de los solteros, todos están allí. Los hombres de su edad que ya están casados
han dejado de ir al baile. O sólo van por la Fiesta Mayor o por la feria: ese
día todo el mundo acude al Paseo y todo el mundo baila, hasta los `viejos´. Los
solteros no bailan nunca, y ese día no es una excepción. Pero entonces llaman
menos la atención, porque todos los hombres y mujeres del pueblo han acudido,
ellos para tomarse unas copas con los amigos y ellas para espiar, cotillear y
hacer conjeturas sobre posibles bodas.
En los bailes de ese tipo, como el de Navidad o
el de Año Nuevo, los solteros no tienen nada que hacer. Son bailes `para los
jóvenes´, es decir, para los que no están casados; los solteros ya han superado
la edad núbil, pero son, y lo saben, `incasables´. Son bailes a los que se va a
bailar, pero ellos no bailarán. De vez en cuando, como para disimular su
malestar, bromean o alborotan un poco.
Tocan una marcha: una muchacha se acerca al
rincón de los solteros y le pide a uno que baile con ella. Se resiste un poco,
avergonzado y encantado. Da una vuelta por la pista de baile subrayando
deliberadamente su torpeza y falta de agilidad, un poco como hacen los viejos
el día del baile de la asociación de agricultores y ganaderos, y haciendo
guiños a sus amigos. Cuando acaba la canción, va a sentarse y ya no bailará
más. `Ése´, me dicen, `es el hijo de An...(un propietario importante). La chica
que lo ha invitado a bailar es una vecina. Lo ha sacado a dar una vuelta por la
pista para que esté contento´. Todo vuelve a la normalidad. Seguirán allí hasta
la medianoche, casi sin hablar, en medio del ruido y las luces del baile,
contemplando a las inaccesibles muchachas. Luego irán a la sala de la fonda,
donde se pondrán a beber sentados unos frente a otros. Cantarán a voz en grito
antiguas canciones bearnesas prolongando hasta quedar afónicos unos acordes
disonantes, mientras, al lado, la orquesta toca twists y chachachás. Y, en
grupos de dos o tres, se alejarán lentamente, cuando acabe la noche, camino de
sus recónditas granjas."
Bourdieu escribió a lo largo de su vida varios trabajos
sobre el emparejamiento y el mercado matrimonial. “Soltería y condición
campesina” (1962), “Las estrategias matrimoniales en el sistema de reproducción”
(1972) y “Reproducción prohibida. La dimensión simbólica de la dominación
económica” (1989) son obras en las que Bourdieu analiza con toda crudeza las
relaciones matrimoniales, con todas las dosis de miserias sexuales y amorosas
aparejadas. Dice en la introducción que su contención objetivista se debe al “hecho
de que tengo la sensación de cometer una especie de traición” y, por
tanto, se ve obligado a “rechazar cualquier reedición que la edición en
revistas eruditas de escasa difusión protegía contra las lecturas malintencionadas
o voyeuristas”.
En el artículo de Gay Talese en The New Yorker The
Voyeur´s Motel, se nos cuenta la vida de Gerald Foos, un hombre que compró
un motel cerca de Denver para poder espiar a los clientes del hotel. Durante
décadas observó todo tipo de actos en la habitación del hotel, con la ayuda de
las dos parejas que tuvo. Foos anotaba todo lo que ocurría, con particular
atención a lo sexual. “I
think of myself as a pioneering sex researcher”. Nos cuenta con
detalle las relaciones sexuales que ve, hace observaciones de la vida sexual de
las parejas, tiene relaciones sexuales con su mujer en la misma sala desde
donde observa… y hasta como en La Ventana Indiscreta… llega a observar
un asesinato. Al final de cada año Foos escribe un informe anual, intentando
identificar tendencias sociales. La crónica de Talese nos deja fuera de lugar;
nos convertimos en observadores del que observa y, por supuesto, no nos creemos
las tendencias científicas de Foos: pensamos que es un pervertido. Pero parte
del interés de la historia reside en que, en el fondo, a través del filtro
Talese-Foos vemos lo que estamos deseando ver.
Hitchcock
le dijo a Truffaut que “We are all voyeurs” (…) “I'll bet you that nine out of
ten people, if they see a woman across the courtyard undressing for bed, or
even a man puttering around in his room, will stay and look; no one turns away
and says, `It's none of my business.´ They could pull down their blinds, but
they never do; they stand there and look out”. En sus películas el voyeurismo
está siempre presente de una forma u otra. Se identifica con la sexualidad y
con el poder. Como dice Foos, cada vez que entraba en la habitación para espiar:
“I had a feeling of tremendous power and exhilaration at my accomplishment”.
Sentimos no creernos a Bourdieu cuando justifica
el interés objetivo y científico de sus artículos. De seguro que lo tienen.
Pero nos interesa más saber cómo cuenta que ese compañero suyo de colegio “había
inscrito en la puerta del establo las fechas de nacimiento de sus terneras y
los nombres de mujer que les había puesto” o cómo uno de sus condiscípulos
comentaba la foto de su curso “con un escueto y despiadado `incasable´
referido a la mitad aproximadamente de los que salen en ella”. Como
escribió inmejorablemente Arcadi Espada, hay una “doble moral extendida en
la especie humana: la de proteger la intimidad propia mientras se aprovecha el
mínimo resquicio para violar y disfrutar con la ajena”.
Este finde es la fiesta del Chami, privilegiado
lugar de observación. Cuando, al día siguiente, todos se pongan con los
anuarios a ver los nuevos líos, estarán sintiendo poder. Una fiesta que seguro Hitchcock
y Bourdieu hubieran disfrutado y una bonita actualización de “El baile de los solteros”,
acabada en el Cadillac y con más parejas “incasables”.
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