Cuenta Tony Judt que cuando, en
1968, los estudiantes franceses de los colegios mayores del sur de París ocuparon
la Sorbona y parte del centro de París, los dirigentes del Partido Comunista Francés
(PCF) reiteraban continuamente que lo que ocurría no era una revolución: se
trataba de una fiesta. El líder del PCF francés, George Marchais, los calificó
despectivamente como fils à papa. Desde hacía varios años, en algunos
colegios mayores, había discusiones sobre las prohibiciones en los movimientos
nocturnos de las residencias masculinas y femeninas. ¡Nada que no se destile en
la Ciudad Universitaria madrileña entre los carcas del Mendel! Daniel
Cohn-Bendit, que acabaría muchos años más tarde como eurodiputado del Grupo de
Los Verdes/Ale y protagonizó el Mayo francés, le preguntaría en 1966 al
ministro para la Juventud, François Missoffe, sobre las disputas de dormitorios
(“problemas sexuales”, denominó). Cuando el ministro le respondió que debía
solucionarlos zambulléndose en la nueva piscina, Cohn-Bendit, de origen alemán,
comentó muy educadamente que “eso es lo que la Juventud Hitleriana solía
decir”.
Las protestas del Mayo del 68
francés, según Judt, “tuvieron un impacto psicológico absolutamente
desproporcionado en relación con su verdadera significación”. Con líderes
telegénicos, atractivos, jóvenes y elocuentes como los de hoy en día, sus
demandas eran en realidad poco amenazadoras. A pesar de la retórica de puños
cerrados y la exhibición de la iconografía de personajes de la talla de Marx,
Stalin o Mao, la mayoría de los estudiantes eran bastante inconsistentes y
tenían una idea bastante opaca de lo que buscaban. La mayoría tan solo “amaban
la revolución”, rememoraba Dany Cohn-Bendit. El movimiento estudiantil provocó
una serie de huelgas que poco tenían que ver originariamente con el mismo. Como
posible nexo común, apunta Judt, estaba la idea de que “cualesquiera que fueran
sus quejas particulares, lo que les frustraba por encima de todo eran las
condiciones de su existencia”. Al final poco ocurrió. “En las elecciones
parlamentarias posteriores, los partidos gaullistas en el poder obtuvieron una
aplastante victoria, en la que aumentaron sus votos en más de una quinta parte.
Los trabajadores volvieron al trabajo. Los estudiantes se fueron de
vacaciones.”
Al año siguiente en Italia, a
pesar de que 1969 era un mejor año para reivindicar el sexo, las revueltas fueron
mucho más serias. Es conocido lo que dijo Pasolini respecto a los estudiantes
italianos: “ahora todos los periodistas del mundo os lamen el culo (…) pues yo
no, queridos míos. Tenéis cara de mocosos malcriados y os odio, como odio a
vuestros padres (…). Cuando ayer en Valle Giulia golpeabais a la policía, yo
simpatizaba con la policía porque ellos son hijos de los pobres”. En aquella
época ir a la universidad era algo verdaderamente de élites: los universitarios
eran totalmente ajenos a las penurias del resto de la población. A pesar de que
se había producido un aumento de la tasa de universitarios respecto a años
anteriores, ninguno de los que estudiamos ahora en la universidad podemos
hacernos una idea de lo que era aquella época.
La fascinación por Marx y el
marxismo fue constante durante la primera mitad del siglo XX. Sartre la
consideraba “la filosofía insuperable de nuestro tiempo” y, en palabras de la Premio
Nobel de la paz Liu Xiu, los intelectuales franceses “amaron a Mao y la
revolución cultural porque no han vivido los acontecimientos desde el interior
de ella”. Cuando el funcionamiento del comunismo evidenció pobreza endémica y
falta total de libertades políticas y civiles, los marxistas fueron poco a poco
buscando nuevos referentes… dentro del marxismo y el comunismo: muy pocos
intelectuales fueron capaces de emular a Camus. Pensadores marxistas que habían
sido críticos en algún momento con el régimen soviético fueron redescubiertos
en los sesenta: Rosa Luxemburgo, György Lukacs y, ay, Antonio Gramsci. “La
nueva izquierda, como comenzó a llamársela en 1965, buscó nuevos textos- y los
encontró, en los escritos del joven Karl Marx, en los ensayos metafísicos y las
notas escritas a principios de la década de 1840, cuando Marx apenas había
cumplido veinte años y era un joven filósofo alemán empapado en el historicismo
hegeliano y el sueño romántico de la libertad definitiva”, narra Judt. Muchos
de estos escritos habían sido deliberadamente ocultados por Marx: el joven Marx
hegeliano y el maduro Marx materialista… ¿Cuáles eran los verdaderamente
marxistas?
En España, los movimientos
universitarios de izquierda eran una amalgama de tendencias verdaderamente
diversas. Era muy fácil estar “contra algo” como el Franquismo: mucho más
difícil definir qué se quería exactamente. Movimientos y organizaciones como el
FLP (conocido como FELIPE), los Sindicatos Democráticos de Estudiantes
Universitarios, el PSOE, el PCE, la CNT o el POUM ofrecían distintas visiones
de izquierdas, más o menos compatibles con un sistema democrático tal y como la
mayoría de nosotros lo consideraríamos aceptable. En el Chami y en el San Juan
Evangelista (el Johnny) vivieron muchos colegiales que tenían relación con
estos movimientos: Manolo Garí, Ernesto Moltó o Miguel Romero, entre otros, se
afiliaron al FLP a partir de los colegios mayores. Garí militaba en Izquierda
Anticapitalista y hace poco fue el encargado por Teresa Rodríguez para
negociar la investidura de Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía;
Miguel Romero, por su parte, fue un referente para las nuevas generaciones de Izquierda
Anticapitalista. En el entierro de Romero en el Johnny en 2014, Garí
recordó que Moreno “nunca se reconcilió con los vencedores de la Transición”,
hablando así de esa idea de largo combate que se mantuvo tras la dictadura
franquista. El consenso socialdemócrata propuesto por Fukuyama como fin de la
historia es para ellos una excusa para que gobierne el capitalismo alienante.
La nueva izquierda, la que ahora está cerca de gobernar, lleva mucho tiempo
entre nosotros: sacudiendo las entrañas de esa transición que no consiguió
realizar.
En una entrevista en Jot Down
a Pablo iglesias, el titular era “me considero marxista, pero soy consciente de
que cambiar las cosas no depende de los principios”. Pablo Iglesias ha ido
modulando su crítica a la Transición. Lo mismo ha hecho Errejón. Monedero sigue
manteniendo la idea de que el relato de la Transición fue una mentira y que
“tiene mucho de fraude”. Podemos ha conseguido cambiar el eje del discurso y
llegar más lejos de lo que Izquierda Unida consiguió nunca. Anguita lo admitió
en El Mundo recientemente afirmando que “Pablo Iglesias ha
conseguido lo que yo quería”. Para Anguita, que alguien le llame progresista
“es un insulto”: él es rojo. ¿Y eso qué es? En la misma entrevista, lo explica
a su manera: “Soy partidario de la revolución, de negar lo existente. Yo no
asumo los valores del sistema. Yo me afeito, me aseo, me visto normalmente -se
señala el jersey- pero soy un antisistema. Los antisistema no son esos que
gritan cuatro consignas en la calle. A mí me gustan las manifestaciones
silenciosas, bien organizadas, porque yo lo que quiero es ganar, no hacer
folclore. Eso es ser rojo.” Sorprendentemente Izquierda Unida (o antes el Partido
Comunista) no ha conseguido eso de ganar. Anguita, panchamente, lo explica en
la entrevista:
“El 90% de la población piensa
distinto a usted. ¿Nunca ha pensado que igual está equivocado y el 'sistema'
tiene razón?
¿Usted cree que el 90% de la
población piensa?
No sé, pero sí que votan
opciones distintas a la suya.
Yo defiendo los derechos humanos:
que la gente tenga trabajo, que no pase hambre, que tengan casa... Es algo que
asumen todos los gobiernos democráticos del mundo. La inconsecuencia es el problema
de otros partidos, no el mío. Por eso llevo razón y por eso no entiendo que la
gente vote al PP. Pero en el pecado llevan la penitencia.
Dicen que el pueblo no se
equivoca...
¡Qué va! ¡El pueblo se equivoca
casi siempre! La democracia no es decir «pueblo mío, llevas razón», sino
«pueblo mío, acato lo que dices».”
El 90% de la población no piensa,
está claro. Para Anguita muchas cosas dependen de la honestidad personal de la
persona que la diga. Así, cuando en un encuentro con lectores de El Mundo
le preguntaron por la tenencia de una pistola, él contestó que “el problema de
las armas está en el tipo de personas que las lleva”. Por la honestidad, se
sacrifica si hace falta la ideología. En Coín en mayo de 2011 afirmó que “lo
único que os pido es que midáis a los políticos por lo que hacen, por el
ejemplo, y aunque sea de la extrema derecha si es un hombre decente y los otros
son unos ladrones votad al de la extrema derecha. Eso me lo manda mi
inteligencia de hombre de izquierdas. Votad al honrado, al ladrón no lo votéis
aunque tenga la hoz y el martillo”. Anguita, en Coín, lo tenía claro: “el
problema que ha tenido Izquierda Unida es que los trabajadores no nos han
votado. Nos han votado profesionales, intelectuales, obreros de élite. Pero el
grupo de obreros en masa ha votado PSOE. ¿O no es verdad?”. ¡Ay los comunistas,
que saben más que nadie! ICV, en Cataluña, ha sido casi siempre votada por las
clases más pudientes. Alberto Garzón lo reconoció claramente en Jot Down:
“Izquierda Unida tradicionalmente tiene dificultades para llegar a las clases
populares”. Pepe Fernández-Albertos y Pau Mari-Klose han mantenido un
apasionante debate acerca de la situación socioeconómica de los votantes de
Podemos. Según las últimas encuestas del CIS, los votantes de Podemos hacen una
V entre las clases sociales: lo votan porcentualmente más los obreros y las
clases altas y media-altas que las clases medias asalariadas. Entre los más
ricos, el voto a Podemos es muy mayoritario según la encuesta del CIS de
enero-marzo 2016. El pueblo se equivoca casi siempre pero parece que los ricos
tienen bastante razón: aunque hay que tomar los datos del CIS con cautela,
aparentemente esos que cobran más de 4500 euros al mes votan proporcionalmente
dos y pico veces más a Podemos que al PP (¡Y tres que al PSOE!). Es el marxismo
de chalet que tan bien describió José Antonio Montano en El Español. De lo que
cabe menos duda es de que Podemos es el partido de los estudiantes: del
porcentaje de los mismos casi el 40% votó a Podemos (15% Ciudadanos, 11% PSOE y
PP). Esos estudiantes del 68 siguen vivos.
Podemos ha conseguido un éxito
abrumador entre todos mis amigos y conocidos. Antes muchos de ellos votaban a
Izquierda Unida. No ha habido chica con la que estuviera que no haya votado
sistemáticamente a Izquierda Unida. ¡Qué le hago yo! Las chicas que me gustan
van a votar a Unidos Podemos en su mayoría. Entre mi grupo de amigos en sentido
amplio Unidos Podemos es mayoritario. Ya en el Chami, cuando se hacían
simulaciones de elecciones, Bildu sacaba porcentajes similares a los del PP. En
todo caso, Podemos ha conseguido meritoriamente juntar a los votantes
claramente de izquierdas con una masa de personas que identifican un eje
abajo-arriba del que se ven excluidos: ahora aspiran a una mayoría que antes no
podían ni soñar. A cambio, las contradicciones cabalgan: el pueblo ha dejado de
equivocarse cuando se le ha apelado al espíritu de la “verdadera
socialdemocracia”. Pablo Iglesias define ahora a Podemos (y sonrojantemente a
Marx y Engels) como socialdemócrata y al PSOE como un socio de gobierno frente
al eje conservador del PP y Ciudadanos. Venden que el viraje de la política
europea a partir de la era Thatcher hizo que la socialdemocracia europea virara
hacia el neoliberalismo: ellos combaten la tercera vía de Blair y Schroeder.
El verdadero problema de la
“nueva izquierda” es que no ha cambiado demasiado desde 1965. Las mismas
discusiones inacabables, los mismos referentes caducos (cuando en una discusión
me mencionaron a Hegel me eché sinceramente a temblar) y el mismo enemigo
común: la realidad de que el mundo va a mejor en todos los sentidos donde se
aplica la matizable teoría socioliberal y la democracia representativa. Esa
socialdemocracia que tanto han odiado históricamente funciona más bien que mal (¡maldita
sea!). Parte de los mismos que se consideran marxistas y que quieren aplicar
las políticas de otros tiempos, son los que situaron en la URSS, en la China de
Mao y en multitud de países del este su modelo a seguir: ahí tenemos a Garí y a
Romero, de esa Izquierda Anticapitalista que reniega de la Transición y que
ahora es parte de Unidos Podemos, ahí tenemos a algunos de esos estudiantes universitarios
del 15-M que orgullosamente emulaban el Mayo francés al grito de “no nos
representan” con imágenes de los revolucionarios que tanta sangre trajeron, ahí
aparece Anguita yendo a celebrar a finales de los 80 sus vacaciones en la
Rumanía del sanguinario Ceaucescu (“no sabía lo que estaba ocurriendo”, admitió
Anguita), ahí está como mero ejemplo actual Esther López (directora del gabinete
de Economía y Hacienda en el Ayuntamiento de Madrid) afirmando que “cuando
nosotros tomemos el poder se llamará dictadura del proletariado porque el
interés de los trabajadores será el interés común” y que la URSS “sufrió una
degradación, una perversión, pero en la actualidad creo que es hasta más
importante detenerse en lo positivo”, ahí tenemos a esos actuales intelectuales
de izquierda, con su equidistancia característica, diciendo esta semana que los
muertos de Orlando son víctimas del heteropatriarcado. Es la misma izquierda
que admira (o, al menos, tiene cierta simpatía) el modelo de Venezuela y Cuba y
que lloró la muerte de Chávez. Monedero vino al Chami en 2012 a defender el
régimen cubano. Para él era “una isla de libertad”. Pablo Iglesias y Alberto
Garzón han mentido deliberadamente (o son verdaderamente ineptos) acerca del
asunto de Leopoldo López para, seguramente, no posicionarse claramente sobre
Venezuela.
Cuando el joven estudiante vaya a
votar a Unidos Podemos, es posible que maneje uno de estos dos discursos: el de
la socialdemocracia perdida o el del comunismo. Si uno es comunista poco hay
que decirle más allá de que tiene que ser muy fino para demostrar que, vistos
los resultados, su propuesta es claramente democrática; si es socialdemócrata
imagino que estará al tanto de los peligros que puede llevar un partido que
dirige gente tan históricamente alejada de la socialdemocracia. También es
posible que, simplemente, perciba a los otros partidos como corruptos. Pero en
ese caso se hace complicado que alguien valore más una teórica honradez
personal, bastante difícil de demostrar, que cuestiones relativamente básicas
como el respeto al estado de derecho, a la separación de poderes o una
determinada afinidad ideológica. Como imagino que habrá ponderado bien los
riesgos, probablemente simplemente querrá un gobierno más de izquierdas, que
recupere una teórica soberanía nacional frente a los mercados y Europa: una
opción legítima. Pero esos votantes deben hacer frente a algo en lo que
seguramente no han pensado mucho: detrás de ellos estaban hasta hace poco los
fantasmas de los vestigios de parte de lo peor del siglo XX. Es posible que un
gobierno de Podemos no cambie demasiado a uno de los otros partidos en liza; es
incluso muy probable que sea así por una serie de cuestiones como Europa y la
complejidad intrínseca de nuestras sociedades. Pero el riesgo a un cambio
radical está ahí. No estaría mal que los estudiantes vieran un poco cómo era el
mundo de ayer y abracen todos los avances de esta etapa democrática. Y si eso
que luego se lancen a la noche de los tiempos. Ya sabemos que, como dijo Judt,
lo peor que les puede pasar es que, después de las barricadas, “se vayan de
vacaciones”.
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