Hace
unos años estaba enfadado con una chica, pero me daba cosa decirlo muy claro en
público. Así, aproveché que fui a la ópera de Wagner La prohibición de amar para escribir una entrada vengativa que en
realidad solo se reía de mí mismo y que se titulaba La prohibición de amar y la falta de sexo (debería haberse titulado
la sobredosis de sexo, pero eso es otra historia). Ahora, me gustaría escribir
muchas cosas sobre mi situación en la Comisión Europea y en Bruselas, pero he
prometido que no puedo contar nada relevante de mi trabajo en público. Por
suerte, he ido a ver el preludio de Tristán
e Isolda recientemente, y en realidad el universo wagneriano representa mucho
mejor mi estado de ánimo que cualquier texto pretendidamente realista. Esta
entrada se divide siguiendo la lógica wagneriana en tres actos interconectados,
y tiene como heroico protagonista a Tristán, un joven soldado que tras su
periodo de formación en la academia militar acaba destinado en la multifacética
Bruselas. Tristán ha leído a todos los teóricos de la representación, desde
Schopenhauer a Gärdenfors, y sueña con ser capaz de representar los universos
conceptuales de todos los seres humanos geométricamente. Aunque sus
aspiraciones son elevadas, no deja de ser un becario precario con ánimo
destructivo que se debate entre grandes pasiones ya olvidadas y aburridos
procedimientos burocráticos que debe realizar cada día en la capital de Europa.
Para los que no conozcan los entresijos wagnerianos, nuestro Tristán puede
entenderse perfectamente como el insulso y pasivo personaje de Scottie en la
película Vértigo¸ cuya trama y banda
sonora se ajusta perfectamente al universo operístico romántico del músico
alemán. También tiene rasgos del wagneriano protagonista de La montaña mágica, ese míticamente
insulso Hans Castorp que se traslada a un mundo lleno de claves que no entiende.
Sin embargo, esta historia solo trata tangencialmente la compleja relación
entre el deseo insatisfecho, la representación amorosa, la voluntad sexual y la
muerte. Es más bien un cuento sobre cómo Tristán acaba de funcionario europeo e
Isolda acaba de consultora en Mackenzie.
I-
El mundo como representación
El
primer acto de esta historia empieza con una de las secuencias armónicas de las
que más se ha escrito en la historia de la música. El primero de los acordes
que suena en Tristán e Isolda, que
suena en el tercer compás, es conocido como “acorde Tristán”. Es uno de los
acordes más célebres de la música, generando una enorme cantidad de debate. El
acorde era revolucionario por la manera abrupta en la que se resolvía. Aunque
Schumann lo había utilizado en el Concierto
para violonchelo y orquesta, la manera en que utiliza Wagner ese acorde, que aparece de
la nada sin que haya habido una melodía previa que sitúe a nuestro oído, nos
augura la entrada en un universo lleno de un desasosiego muy particular: el de
no saber ubicarse, el del vértigo ante una vida desconocida. En expresión de
Luis Ángel de Benito, este acorde es una catacresis: utiliza una expresión que
parece sugerir una cosa a los sentidos muy concreta, pero en realidad está
diciendo algo muy diferente y perturbador. No es casualidad que este acorde sea
asociado a Bernard Herrmann, que lo
utiliza habitualmente en sus composiciones, y que aparezca en Vértigo en alguno de los momentos más inquietantes
de la película.
Como
ha señalado Tom Schneller, los tresillos con los que se inicia la melodía que
abre Vértigo contienen todos los
motivos de la película. En una especie de eterno retorno, Scottie se va
enfrentando a alteraciones musicales que ya vienen determinadas desde el
inquietante inicio. Tanto Scottie como Tristán son perseguidos por una melodía
wagneriana que funciona como un filtro que nos hace entender la percepción que
tienen ellos de lo que sucede en realidad. Así, para lo que para algunos es una
agradable charla puede ser para ellos un pasaje de aventuras romántico y
trágico. En la historia que nos ocupa, el acorde Tristán inaugura el universo
extraño de las instituciones europeas, que Wagner había leído en Schopenhauer:
el mundo del día y la representación. Según Schopenhauer, el ser humano se
equivoca al creer ilusoriamente que puede controlar algo de lo que le ocurra y
su vida se limita a ser un teatrillo lleno de representaciones. El mundo como
representación engloba, en palabras de Rafael Fernández de Larrinoa, “todos los
aspectos de la vida susceptibles de racionalización”. Es la definición
perfecta tanto del trabajo en las instituciones europeas como de la primera
parte de la película de Lars von Trier Melancolía,
que tiene como única banda sonora el preludio de Tristán e Isolda. En esta película, una pretendida boda perfecta
acaba en desastre cuando la novia se descontrola sin motivo aparente.
Podemos
imaginar a Tristán entrando en la Comisión Europea junto a todos sus antiguos
compañeros soldados. Entre otros, está el omnipresente Enrique que le ha
acompañado ya en tantas aventuras y que llegó a rescatarle de un secuestro en
la remota Rusia. Montones de ilusionados soldados entran junto a Tristán en las
oficinas del Parlamento Europeo y se muestran muy sonrientes y trajeados. Una
eurodiputada búlgara, probablemente debido a que no ha leído a Schopenhauer,
les dice que tienen que ser ellos mismos. Todos sonríen y representan el papel
de felices nómadas cosmopolitas que además son compatriotas; Tristán ve a una
antigua compañera suya de batallas en Londres y a muchos otros de la antigua
capital del reino, donde está recluida Isolda. Como ya llegaban escépticos de
casa, aborrecen todo el universo de la representación y se saltan las
conferencias introductorias, las charlas aleccionadoras y las actividades
grupales que no involucren alcohol. Sin embargo, un abatido Tristán se ve
obligado a adentrarse en el mundo diario de los procedimientos administrativos,
que teóricamente permitirán fantásticos avances científicos que le parecen
mágicos e incomprensibles. Un día, abandonando el trabajo con la puesta del sol
junto a una compañera que le habla de un novedoso procedimiento administrativo,
piensa mientras escucha melodías wagnerianas en su cabeza que todos los
soldados están abandonando el mundo de la racionalización y la representación y
dirigiéndose hacia la voluntad y el descontrol.
En
efecto, pocas horas después, los soldados comienzan a tomar el wagneriano
filtro del amor, compuesto por gran cantidad de cerveza y gin-tonics, para
poder abandonar el mundo de la representación. Así, en palabras de Luis Ángel
de Benito, gracias al filtro del amor son liberados “de la percepción
fenoménica de la realidad -la responsabilidad, el deber, el honor- y abriéndoles al conocimiento nouménico
del latido esencial del universo -la apetencia, el amor, el deseo…”. El primer
acto se cierra con la primera muerte de Tristán, que ocurre en el momento en el
que entra en la discoteca mientras suena su acorde predilecto en una canción nounémica
de Daddy Yankee.
II-
El mundo como voluntad
Ya
muerto una vez, en el segundo acto aparece un cínico Tristán en una discoteca
en el barrio de Mollenbek. La discoteca y la noche en Bruselas son para Tristán
la representación wagneriana del mundo como voluntad. Influenciado por
Schopenhauer, Wagner pensaba en la voluntad como en las ciegas e irracionales
pasiones que en realidad eran el único motor del universo. Tras leer cuatro
veces la obra El mundo como voluntad y
representación, Wagner se sentía en deuda con el filósofo que había
concebido que los genitales eran el “auténtico foco de la voluntad”. En
efecto, para Schopenhauer el amor era una trampa de la naturaleza, que hace que
las parejas crean estar enamorado cuando en realidad lo único que quieren es
follar. En sus propias palabras, “la naturaleza impulsa al hombre con toda su
fuerza a la procreación. En cuanto ha conseguido ésta por medio del individuo,
la destrucción de éste le resulta por completo indiferente, pues a ella, en
cuanto voluntad de vivir, lo que le importa es la conservación de la especie;
el individuo no significa nada”. Así, en la discoteca Tristán sigue escuchando melodías
wagnerianas en su cabeza mientras el universo de la voluntad se manifiesta con
toda su crudeza. Sin embargo, Tristán nunca ha sabido bailar y detesta las
discotecas. Con toda la fuerza de su voluntad, consigue que la fiesta se pare y
empiece a sonar Tristán e Isolda.
Que
una fiesta se pare para escuchar a Wagner no es algo que solo ocurra en esta
historia. En la película Los primos,
de Claude Chabrol, el juerguista protagonista Paul interrumpe una fiesta que
deviene en orgía para que todo el mundo escuche Tristán e Isolda. En una célebre secuencia, Paul, iluminado por un
tétrico candelabro, da vueltas alrededor de la escena orgiástica para anunciar
el devenir de un mundo nuevo para la humanidad lleno de amor. Algo parecido ocurre
en la discoteca de Mollenbek, donde todos los soldados se conjuran por el
devenir del nuevo orden europeo a través de las melodías wagnerianas. Tristán,
lleno de esperanza en la humanidad, comienza a mirar los procedimientos
administrativos con otros ojos y promete junto a otros soldados que se
preparará el EPSO, el examen para ser funcionario europeo. El día en que aprueba
el examen supone la segunda muerte de Tristán, que pronto deja de reaccionar a
los acontecimientos, olvida sus antiguas pasiones y se convierte en el perfecto
trabajador administrativo. Poco después, Isolda abandona a un indiferente
Tristán cuando recibe una oferta de una importante consultora. El telón se
cierra en pleno clímax musical mientras los dos, en sus respectivas ciudades, aprenden a utilizar una apasionante nueva aplicación para clasificar documentos
electrónicos.
III-
El mundo como lugar de trabajo
En
el tercer acto, Tristán es funcionario en la Unión Europea, tiene un gran
sueldo y varios hijos. Ha olvidado todas las cosas que un día quiso hacer, y le
parece una pura fantasía pensar en cómo se veía a sí mismo cuando tenía poco
más de veinte años. Ya no escucha a Wagner ni a otros autores del reino de los nibelungos,
y ve las películas de Hitchcock como meras persecuciones entre policías y
ladrones. Así, en ninguna de las actividades que hace resuena la música
wagneriana dando un filtro diferente a sus percepciones. En efecto, nuestro
protagonista ha olvidado el acorde Tristán con el que comenzó este relato, y toda la música que se escucha en este acto es diatónica. Su
nueva mujer, sorprendentemente parecida a Isolda en lo físico pero
tremendamente anodina, trabaja en el mismo departamento que Tristán. Ambos son
expertos en los importantes procedimientos administrativos que hacen que
funcione el nuevo orden europeo. Son expertos en la representación
institucional, único mundo en el que son capaces de moverse. Como todas las
bodas de sus compañeros de trabajo, la de Tristán fue un ejemplo perfecto del
universo performativo en el que vive. Desde la boda a la sepultura, el único momento
que merece ser contado de su vida es el instante de antes de su muerte. Cuando,
en la cama, iba a despedirse de toda su familia, resonó de nuevo en su imaginación
el acorde que lo había perseguido durante toda su juventud. Antes de morir por
tercera vez, Tristán se acuerda de Isolda y piensa que su vida no ha merecido la pena.
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