Llegué a Madrid
a las seis y media y me dirigí al Museo Arqueológico Nacional. Me reuní en
torno a las siete con Belén. No entramos en el museo porque quedaba solo una
hora, y mi descuento de menor de 26 años se había esfumado una semana antes. Nunca
pensé que llegaría ese momento en que me quedaría sin descuentos. Sin saber qué
hacer, llamé a Enrique, que me dijo que estaba en el Teatro Real y que quedaban
muchas entradas libres. Como el descuento de la ópera es hasta los 30 años, nos
dirigimos allí. No íbamos muy vestidos para el estreno de la temporada en el Teatro
Real. Yo iba con una camiseta de mi antigua universidad alemana en la que se
lee “Bulls are coming”, que me regalaron para un torneo de fútbol. Nada más comprar
la entrada, me encontré con uno de los protagonistas de la biografía de Dolores
González Ruiz. Antiguo gerifalte comunista y miembro en su etapa universitaria del
radical Frente de Liberación Popular; hoy es un aseado y trajeado socialista
que saluda a todas las autoridades. Cuando entré, él estaba en la puerta
saludando a una ministra y a mucha gente más, todos con traje, vestidos de
ocasión y pintas de importante.
Esperando a que
llegara Enrique, vimos una florida representación de la clase política,
periodística y empresarial española. A nuestra derecha, Federico Jiménez
Losantos saluda a mucha gente muy animado. Subiendo las escaleras, vemos a
varios miembros prominentes del ejecutivo socialista y a la cantante Zahara. En
el centro, hay un pasillo rodeado por periodistas que culmina en un pasamanos
que lideran personalidades trajeadas a las que cuando yo entrevisté para el
libro iban en pantalón corto. Esto de que la ópera esté subvencionada parece
absurdo si solo van personas a hacer negocios o dejarse ver. Nuestras entradas,
que compramos por 19 euros, costaban 340 euros y no eran las más caras. Belén y
yo rastreamos el Teatro Real para ver si encontrábamos algún joven, o al menos
alguien vestido con ropa que no superara el sueldo mensual de un joven estándar.
La escasa decena de personas que no iban de boda eran sospechosas de ir allí a
escuchar música.
Por un lado, pensamos
en ese momento, si las entradas fueran más caras la ópera estaría menos subvencionada
con el dinero de todos. Además, parece que el interés por ir es escaso entre
las clases no muy pudientes, y que por lo tanto subvencionarla es pagar
pasamanos a elites políticas y empresariales. Al fin y al cabo, para los
menores de 30 la entrada es muy barata, y en muchas ocasiones hay sitios
libres. Con todo el dinero que me he ahorrado con los descuentos en la ópera
podría haberme pagado un segundo máster. Por otro lado, yo quiero que la ópera
persista en Madrid porque me parece maravillosa. Sin embargo, y aunque disparo
contra mí mismo, cada vez me parece que hay menos argumentos para que se ponga
dinero púbico en la misma.
Por orden de
importancia, llegó primero Enrique con su pesada mochila y luego los reyes y
políticos. Muchas fotos y saludos. Albert Rivera, Ángel Gabilondo, Alberto Ruiz-Gallardón
y un largo etcétera. Me hizo gracia imaginar a Albert Rivera disertando sobre
Fausto y las complejidades del alma humana con Alberto Ruiz-Gallardón, al que
me imagino discutiendo muy vehementemente sobre la interpretación que da Rivera
a las reacciones del personaje de Margarita. Ya sentados y esperando el comienzo
del espectáculo, vemos que todo el mundo se levanta y nos preguntamos el
motivo. Era por los reyes, que aún no habían entrado. Cuando lo hicieron, todos
les aplauden y la orquesta comienza a tocar el himno de España. Belén y yo nos
imaginamos que los reyes deben creerse que lo habitual es que la gente aplauda
todo el rato y que el himno suene a todas horas. Debe ser una pesadilla para
ellos vivir en una especie de Show de Truman con el himno de España como
leitmotiv. Creo que uno de los mejores argumentos en contra de la monarquía, al
menos desde un punto de vista liberal, es que se condena a unos individuos a unas
vidas en las que es muy difícil esperar que puedan tomar ellos las decisiones
sobre lo que quieren libremente. Se puede abdicar, sí, pero es muy difícil
recuperarse de un mundo en el que todo el mundo te espera de pie para aplaudirte.
Ese ejercicio simultáneo de escrutinio y adulación constante al que se somete a
los reyes, que es además determinado por razón de nacimiento y no por elección
personal, es una injusticia a la que no deberíamos someter a ningún individuo.
Comienza Fausto y a mí me encantan la
representación y la música. Hay varios momentos de catarsis memorables y otros
de simbología muy potente. La obra es muy compleja y oscura, con algunos
momentos de reflexión sobre lo que se puede aspirar en una vida humana y la perpetua
tensión entre los límites de la naturaleza, los deseos humanos y la
religiosidad. Al terminar la obra, mucha gente enfadada se va sin aplaudir. A
nuestro lado pita alguna gente al director de orquesta, acusado de haber tapado
a los cantantes, que en general reciben un gran aplauso. Todo va normal hasta
que aparecen dos señores con lazo amarillo, que provocan que yo deje de
aplaudir y que una buena parte de los espectadores comiencen a gritar enfurecidos.
Yo creo que fue un error pitar a los portadores de los lazos. A fin de cuentas, seguramente estaban haciendo una performance para dar un significado nuevo a la
ópera. Fausto, al fin y al cabo, vende su alma al diablo para recuperar una
juventud que resulta ridícula a partir de una cierta edad. Siguiendo la lógica fatalista
faustiana, los portadores de los lazos hacen lo mismo: venden su alma al
independentismo y a cambio pueden parecer revolucionarios en una época y un
lugar en que apostar por la revolución no puede ser más extemporal. En el mundo
mágico revolucionario, los portadores de lazos pueden olvidar que reciben el dinero
que permitió su representación del Estado totalitario español y que su público
no puede ser más burgués y elitista.
Creo que los
portadores de lazos hacen bien en ir al Teatro Real a afirmar sus creencias mitológicas.
Eso es al fin y al cabo la ópera: un lugar donde los burgueses casados puede ser
eternamente jóvenes revolucionarios solteros, los antiguos comunistas antisistema
saludan trajeados a las autoridades reales, los periodistas de derechas tienen
que aguantar representaciones subversivas y las subvenciones permiten un microcosmos
lleno de contradicciones que configura uno de los mejores lugares del mundo.
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