lunes, 9 de octubre de 2017

Estafas piramidales, Fake News y Cataluña


Hace bastantes años, tenía un amigo con el que jugaba al fútbol y comenzaba a salir de fiesta. Era muy inocente e ingenuo, y no solía darse cuenta de todo lo que pasaba a sus espaldas. Era un buen chico y me caía bien, aunque era un objeto típico de nuestras bromas. Desde que me fui a Madrid a estudiar perdí todo el contacto con él. Desde hace más de dos años, está enfrascado en muchas cosas raras que han ido empeorando progresivamente. Todo empezó con las estafas multiniveles, esos sitios en los que solo ganas dinero si consigues que muchas personas se apunten detrás de ti. Este chico cayó en ese mundillo cuando estaba de Erasmus en Alemania, y desde entonces solo ha ido cuesta abajo. Empezó a poner muchos eslóganes motivacionales en Facebook, de estos que tratan de convencer a la gente de que sus vidas merecen la pena si lo dejan todo y siguen sus sueños libremente. Luego su Facebook comenzó a degenerar todavía más, y trató de convencer a mucha gente de que se uniera a su empresa loquinaria multinivel. Se fue a Las Vegas a hacer un vídeo en el que se le veía rodeado de gente, viviendo la vida del emprendedor y prometiendo que él era un guía para aquellos que no saben muy bien qué hacer con su vida. Todo lo aderezaba con los típicos mensajes de que “hay que elegir nuestro propio camino” y de que “tenemos que librarnos de las ataduras de la sociedad”. También acostumbraba a poner eslóganes para alentar el “pensamiento crítico” y a no fiarnos de la “verdad oficial”. Estoy siendo absolutamente comedido hablando de él, porque ha compartido verdaderas locuras durante este último año.

Si sois de Málaga, supongo que ya sabéis de qué persona estoy hablando. Al principio, a todos nos hizo mucha gracia. Probablemente mucha gente pensó que era inofensivo meterse en cosas así, y que ya se le pasaría y haría otra cosa. Otras personas seguramente compartían parte del pensamiento de lo que este chico decía. Por último, es posible que a la mayoría simplemente le pareciera que era muy divertido. Era la mejor excusa para hablar con alguna gente a la que queremos mucho y echamos de menos pero no sabemos muy bien cómo abordar. También se convirtió en un método muy efectivo para provocar risas masivas en los grupos de WhatsApp. Yo dejé de seguirle la pista muy pronto, ya que me bloqueó en Facebook cuando le puse un comentario claramente irónico. Después me sentí mal e intenté hablar con él, pero fue inútil y me despachó cuando le dije que no iba a trabajar con él y que necesitaba seriamente ayuda psicológica. Tampoco es que mi actuación fuera modélica; seguí riéndome de él cuando estaba con mis amigos en Málaga, y he utilizado algunas de las cosas que ha escrito y dicho para hacer infinidad de bromas. He sido uno de esos que no ha dudado en usar sus tonterías para quedar bien delante de mucha gente.

Hace poco recibí un mensaje de voz en WhatsApp suyo, de unos cinco minutos. Era un mensaje sobre el apocalipsis, encontrar la verdad absoluta, escapar de la oscuridad y ahuyentar todos los dolores imaginables. Ahora este chico es una especie de gurú indio, y cuando se le escucha hablar parece una persona que ha perdido cualquier rasgo humano. Da lástima, y no sé muy bien cómo lo estará pasando su familia. Lo que sí sé es que lo han apoyado en toda esta farsa, y que fueron los primeros que le animaban a perseguir sus sueños por las redes sociales, le inundaban a “me gusta” y le dieron todas las oportunidades posibles para que pudiera enfrascarse en esta disparatada aventura.

Cuando he recibido el mensaje de esta persona, como no, mis pensamientos estaban en Cataluña. Estos días he sido incapaz de despegarme del Facebook y el Twitter, en lo que ha sido claramente una de las peores inversiones de tiempo de mi vida. He tenido enormes dudas escribiendo las cosas que he escrito sobre el tema. Me siento incómodo cuando compañeros de la LSE me preguntan con cierta condescendencia sobre la posición del Gobierno español, aunque la verdad es que todas las discusiones que he tenido han salido bien y creo que he sabido explicarme. La gente es relativamente razonable en persona y, sorprendentemente, dicen menos barbaridades que cuando tienen tiempo para escribir. Cuando abandono el mundo real y me meto en las redes sociales, mi ánimo se viene irremediablemente abajo. Inevitablemente, voy a ver qué han puesto la gente que me cae bien, y me entra muy rápido el desánimo con bastantes personas a las que considero razonables. Mi timeline está lleno de noticias falsas, de declaraciones de personas concretas que poco tienen que decir, de llamadas arbitrarias a la unidad de la nación, de personas que tildan a España de país fascista y claman por una mediación internacional, de artículos de sitios que son execrables y de muchas páginas irónicas y superficiales con los tertulianos-comediantes de siempre.

He pensado en todos esos que le dieron alas al chico de las estafas multiniveles, y en por qué no nos dimos cuenta de que no era ninguna broma. Lo más preocupante es que las cosas que comparte este chico no dejan de parecerse mucho a las noticias que consumen muchos de mis amigos de Facebook habitualmente. La mayor parte de ellos están a favor de la actuación del Gobierno de Cataluña, y creen que hay que acabar con el Régimen del 78, al que juzgan corrupto y no democrático. Mi familia catalana comparte vídeos de Sputnik sin ningún pudor, y luego siguen considerándose progresistas y cosmopolitas sin ningún tipo de problema. Otra parte de mi familia, desde otros puntos de España, comparte vídeos de Vox y hace llamamientos a la sagrada nación española. La mayoría de mis amigos en Facebook se sitúan en la falsa equidistancia entre los que cumplen las leyes y los que no las cumplen. Casi todo el mundo asume las nociones de pueblo español y pueblo catalán como realidades inmutables e unívocas, y no como ficciones que evocan realidades ultracomplejas. Creen que Dani Mateo, Buenafuente, Jordi Évole y el Gran Wyoming son una primera y única fuente de información perfectamente razonable.

Gente inteligente y muy formada compran el discurso de la democracia plebiscitaria, y cree sinceramente que el Gobierno español, anclado en el franquismo, pretende hacer todo el daño posible a Cataluña. Poca gente en mi Facebook parece creer que hay una cosa que se llama ley, y que incumplirla tiene unas consecuencias en cualquier estado de derecho democrático. Se toman vídeos concretos descontextualizados como explicativos de toda la situación, y no se atiende a cómo de disparatado ha sido el proceso en su conjunto. Resulta triste cómo algunos de mis amigos que trabajan en los mejores sitios o estudian en excelentes universidades buscan cualquier noticia mínimamente favorable a lo que ya piensan que aparezca en un medio serio, aunque es cierto que yo he podido también caer en eso mismo en alguna ocasión. Supongo que muchos cuentan con que la gente no se va a leer seriamente lo que comparte, porque para qué buscarle matices al que piensa como nosotros. Por fortuna, también hay otros que saben contextualizar y explicar respetuosamente las distintas visiones en el debate, pero que no por ello dejan de tomar una posición. Pero son una absoluta minoría, y se ven superados por la turba.  

El nivel intelectual de la mayoría de los artículos que veo compartidos en Facebook es parecido al de los que anuncian las estafas multiniveles. Las conversaciones son generalmente lamentables, y no se ve ningún tipo de ánimo de convencer verdaderamente al otro. Muchos se arrogan en que están defendiendo una buena causa, y nos les importa nada la verdad ni el argumento utilizado. La turba de Facebook va allá donde pueda demostrar que son buenas personas y que defienden el bien. Uno de los motivos por los que se hace es para quedar bien con los que piensan como ellos, y quizás poder demostrarle a esa persona que te gusta que eres un inconformista que lucha por las injusticias. Otro de los motivos es para sentirse superior moralmente a los que no piensan como tú, y poder así seguir dándole lecciones de democracia a todo el mundo. Hay más motivos, y algunos de ellos son loables.  

El chico de la estafa multinivel tiene un bot programado, y a las 17.01 cada día publica una frase filosófica que nos anima a pensar el mundo desde otra perspectiva. Normalmente, recibe pocos “me gusta”, y como mucho alguna gente se reirá de él en privado. Sin embargo, hace poco tuvo la mala idea de postear algo relacionado con la homosexualidad. Era una estupidez del mismo calibre que escribe habitualmente, pero la gente se indignó por el tema en cuestión. Como era un buen lugar para demostrar que estaban a favor del bien y en contra del mal, hubo varias parrafadas de indignados demostrando que la homofobia está mal y que la libertad sexual de las personas es muy importante. Tienen razón, claro. Pero resulta muy fácil meterse con un idiota que postea cosas seguramente al azar seleccionadas de otro sitio. ¿Esa gente no se planteó dejarle de seguir antes? ¿Tiene verdaderamente algún sentido escribir un gran párrafo así a una audiencia que está totalmente de acuerdo contigo? ¿Alguien se ha dado cuenta de que seguramente ha cogido esa frase al azar de internet y que está debatiendo con una máquina de propagar mentiras?

Me he puesto, por maldad, a ver qué opinan esta gente de todo lo que ocurre en Cataluña. Siguen el estereotipo de la mayoría de mis amigos en Facebook. Me ha entrado el desánimo otra vez, y he pensado en el post que compartí de Manuel Arias Maldonado en Revista de Libros: También las insurrecciones son diferentes en la era digital, a causa de la mediación que introduce la digitalización”. Sigue así: “Hay que estar preparados para un aumento exponencial de los fakes en la vida pública. Dejemos para otro día la exploración de una hipótesis inquietante: que el aumento de la conflictividad política en la última década no se deba a las consecuencias de la Gran Recesión, sino a la generalización de las redes sociales tras la rápida difusión del smartphone. Y que sea éste, pues, quien está provocando un sutil desplazamiento de la democracia liberal a la democracia agonista”.

No hay tantas diferencias entre la estafa multinivel y las fake news que nos acompañan cada vez más en las redes sociales. Uno empieza a pensar que es “crítico”, “especial” y que está al fin “pensando por sí mismo”. Además, descubre que cuesta muy poco estar “verdaderamente informado”, pues leyendo un tweet o viendo un vídeo ya puede saber todo lo que necesita para opinar en las redes sociales. Así, poco a poco, se va cuesta abajo hasta situarse al lado de los iluminados, los demagogos y los idiotas. Acabas mandando un audio de voz de cinco minutos a favor de la evangelización, que se puede revestir de muchas maneras: la nueva oportunidad de negocio en la que solo puedes ganar, la absoluta necesidad de un referéndum de autodeterminación, el necesario boicot a todos los productos catalanes, los peligros que acarrean los inmigrantes musulmanes, la inevitable y deseable Declaración Unilateral de Independencia, la sagrada unidad de España o lo que le pasó en 1714 al desde entonces reprimido pueblo catalán. Luego esa persona que comparte Sputnik y defiende a los homosexuales se queda tan tranquila, y sigue riéndose del idiota de las estafas piramidales mientras se ve recompensado por haber hecho lo correcto. Nadie los identifica como peligros públicos porque apoyan causas que arbitrariamente consideramos “progresistas”. Un día la turba, alentado por estos iluminados, incumple la ley para una causa buena y divertida. Pero al día siguiente es posible que vaya a por ti y haga que tu vida sea claramente peor. Entonces es cuando las turbas multiniveles empiezan a llamarte fascista, y todo deja de tener gracia.

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