Hace bastantes
años, tenía un amigo con el que jugaba al fútbol y comenzaba a salir de fiesta.
Era muy inocente e ingenuo, y no solía darse cuenta de todo lo que pasaba a
sus espaldas. Era un buen chico y me caía bien, aunque era un objeto típico de
nuestras bromas. Desde que me fui a Madrid a estudiar perdí todo el contacto
con él. Desde hace más de dos años, está enfrascado en muchas cosas raras que
han ido empeorando progresivamente. Todo empezó con las estafas multiniveles,
esos sitios en los que solo ganas dinero si consigues que muchas personas se
apunten detrás de ti. Este chico cayó en ese mundillo cuando estaba de Erasmus
en Alemania, y desde entonces solo ha ido cuesta abajo. Empezó a poner muchos
eslóganes motivacionales en Facebook, de estos que tratan de convencer a la
gente de que sus vidas merecen la pena si lo dejan todo y siguen sus sueños
libremente. Luego su Facebook comenzó a degenerar todavía más, y trató de
convencer a mucha gente de que se uniera a su empresa loquinaria multinivel. Se
fue a Las Vegas a hacer un vídeo en el que se le veía rodeado de gente,
viviendo la vida del emprendedor y prometiendo que él era un guía para aquellos
que no saben muy bien qué hacer con su vida. Todo lo aderezaba con los típicos
mensajes de que “hay que elegir nuestro propio camino” y de que “tenemos que
librarnos de las ataduras de la sociedad”. También acostumbraba a poner
eslóganes para alentar el “pensamiento crítico” y a no fiarnos de la “verdad
oficial”. Estoy siendo absolutamente comedido hablando de él, porque ha
compartido verdaderas locuras durante este último año.
Si sois de
Málaga, supongo que ya sabéis de qué persona estoy hablando. Al principio, a
todos nos hizo mucha gracia. Probablemente mucha gente pensó que era inofensivo
meterse en cosas así, y que ya se le pasaría y haría otra cosa. Otras personas
seguramente compartían parte del pensamiento de lo que este chico decía. Por
último, es posible que a la mayoría simplemente le pareciera que era muy
divertido. Era la mejor excusa para hablar con alguna gente a la que queremos
mucho y echamos de menos pero no sabemos muy bien cómo abordar. También se
convirtió en un método muy efectivo para provocar risas masivas en los grupos
de WhatsApp. Yo dejé de seguirle la pista muy pronto, ya que me bloqueó en
Facebook cuando le puse un comentario claramente irónico. Después me sentí mal
e intenté hablar con él, pero fue inútil y me despachó cuando le dije que no
iba a trabajar con él y que necesitaba seriamente ayuda psicológica. Tampoco es
que mi actuación fuera modélica; seguí riéndome de él cuando estaba con mis
amigos en Málaga, y he utilizado algunas de las cosas que ha escrito y dicho
para hacer infinidad de bromas. He sido uno de esos que no ha dudado en usar
sus tonterías para quedar bien delante de mucha gente.
Hace poco recibí
un mensaje de voz en WhatsApp suyo, de unos cinco minutos. Era un mensaje sobre
el apocalipsis, encontrar la verdad absoluta, escapar de la oscuridad y ahuyentar
todos los dolores imaginables. Ahora este chico es una especie de gurú indio, y
cuando se le escucha hablar parece una persona que ha perdido cualquier rasgo
humano. Da lástima, y no sé muy bien cómo lo estará pasando su familia. Lo que
sí sé es que lo han apoyado en toda esta farsa, y que fueron los primeros que
le animaban a perseguir sus sueños por las redes sociales, le inundaban a “me
gusta” y le dieron todas las oportunidades posibles para que pudiera
enfrascarse en esta disparatada aventura.
Cuando he
recibido el mensaje de esta persona, como no, mis pensamientos estaban en
Cataluña. Estos días he sido incapaz de despegarme del Facebook y el Twitter,
en lo que ha sido claramente una de las peores inversiones de tiempo de mi
vida. He tenido enormes dudas escribiendo las cosas que he escrito sobre el
tema. Me siento incómodo cuando compañeros de la LSE me preguntan con cierta
condescendencia sobre la posición del Gobierno español, aunque la verdad es que
todas las discusiones que he tenido han salido bien y creo que he sabido
explicarme. La gente es relativamente razonable en persona y, sorprendentemente,
dicen menos barbaridades que cuando tienen tiempo para escribir. Cuando
abandono el mundo real y me meto en las redes sociales, mi ánimo se viene
irremediablemente abajo. Inevitablemente, voy a ver qué han puesto la gente que
me cae bien, y me entra muy rápido el desánimo con bastantes personas a las que
considero razonables. Mi timeline está lleno de noticias falsas, de
declaraciones de personas concretas que poco tienen que decir, de llamadas
arbitrarias a la unidad de la nación, de personas que tildan a España de país
fascista y claman por una mediación internacional, de artículos de sitios que
son execrables y de muchas páginas irónicas y superficiales con los tertulianos-comediantes
de siempre.
He pensado en
todos esos que le dieron alas al chico de las estafas multiniveles, y en por
qué no nos dimos cuenta de que no era ninguna broma. Lo más preocupante es que
las cosas que comparte este chico no dejan de parecerse mucho a las noticias
que consumen muchos de mis amigos de Facebook habitualmente. La mayor parte de
ellos están a favor de la actuación del Gobierno de Cataluña, y creen que hay
que acabar con el Régimen del 78, al que juzgan corrupto y no democrático. Mi
familia catalana comparte vídeos de Sputnik sin ningún pudor, y luego siguen
considerándose progresistas y cosmopolitas sin ningún tipo de problema. Otra
parte de mi familia, desde otros puntos de España, comparte vídeos de Vox y
hace llamamientos a la sagrada nación española. La mayoría de mis amigos en
Facebook se sitúan en la falsa equidistancia entre los que cumplen las leyes y los
que no las cumplen. Casi todo el mundo asume las nociones de pueblo español y
pueblo catalán como realidades inmutables e unívocas, y no como ficciones que
evocan realidades ultracomplejas. Creen que Dani Mateo, Buenafuente, Jordi
Évole y el Gran Wyoming son una primera y única fuente de información
perfectamente razonable.
Gente inteligente
y muy formada compran el discurso de la democracia plebiscitaria, y cree
sinceramente que el Gobierno español, anclado en el franquismo, pretende hacer
todo el daño posible a Cataluña. Poca gente en mi Facebook parece creer que hay
una cosa que se llama ley, y que incumplirla tiene unas consecuencias en
cualquier estado de derecho democrático. Se toman vídeos concretos
descontextualizados como explicativos de toda la situación, y no se atiende a
cómo de disparatado ha sido el proceso en su conjunto. Resulta triste cómo algunos de mis amigos que trabajan en los mejores sitios o estudian en excelentes
universidades buscan cualquier noticia mínimamente favorable a lo que ya piensan
que aparezca en un medio serio, aunque es cierto que yo he podido también caer en eso mismo en alguna ocasión. Supongo que muchos cuentan con que la gente no se va a
leer seriamente lo que comparte, porque para qué buscarle matices al que piensa
como nosotros. Por fortuna, también hay otros que saben contextualizar y explicar respetuosamente las distintas visiones en el debate, pero que no por ello dejan de tomar una posición. Pero son una absoluta minoría, y se ven superados por la turba.
El nivel intelectual de la mayoría de los artículos que veo compartidos en Facebook es parecido al de los que anuncian las estafas multiniveles. Las conversaciones son generalmente lamentables, y no se ve ningún tipo de ánimo de convencer verdaderamente al otro. Muchos se arrogan en que están defendiendo una buena causa, y nos les importa nada la verdad ni el argumento utilizado. La turba de Facebook va allá donde pueda demostrar que son buenas personas y que defienden el bien. Uno de los motivos por los que se hace es para quedar bien con los que piensan como ellos, y quizás poder demostrarle a esa persona que te gusta que eres un inconformista que lucha por las injusticias. Otro de los motivos es para sentirse superior moralmente a los que no piensan como tú, y poder así seguir dándole lecciones de democracia a todo el mundo. Hay más motivos, y algunos de ellos son loables.
El nivel intelectual de la mayoría de los artículos que veo compartidos en Facebook es parecido al de los que anuncian las estafas multiniveles. Las conversaciones son generalmente lamentables, y no se ve ningún tipo de ánimo de convencer verdaderamente al otro. Muchos se arrogan en que están defendiendo una buena causa, y nos les importa nada la verdad ni el argumento utilizado. La turba de Facebook va allá donde pueda demostrar que son buenas personas y que defienden el bien. Uno de los motivos por los que se hace es para quedar bien con los que piensan como ellos, y quizás poder demostrarle a esa persona que te gusta que eres un inconformista que lucha por las injusticias. Otro de los motivos es para sentirse superior moralmente a los que no piensan como tú, y poder así seguir dándole lecciones de democracia a todo el mundo. Hay más motivos, y algunos de ellos son loables.
El chico de la
estafa multinivel tiene un bot programado, y a las 17.01 cada día publica una
frase filosófica que nos anima a pensar el mundo desde otra perspectiva.
Normalmente, recibe pocos “me gusta”, y como mucho alguna gente se reirá de él
en privado. Sin embargo, hace poco tuvo la mala idea de postear algo
relacionado con la homosexualidad. Era una estupidez del mismo calibre que
escribe habitualmente, pero la gente se indignó por el tema en cuestión. Como
era un buen lugar para demostrar que estaban a favor del bien y en contra del
mal, hubo varias parrafadas de indignados demostrando que la homofobia está mal
y que la libertad sexual de las personas es muy importante. Tienen razón,
claro. Pero resulta muy fácil meterse con un idiota que postea cosas
seguramente al azar seleccionadas de otro sitio. ¿Esa gente no se planteó
dejarle de seguir antes? ¿Tiene verdaderamente algún sentido escribir un gran
párrafo así a una audiencia que está totalmente de acuerdo contigo? ¿Alguien se
ha dado cuenta de que seguramente ha cogido esa frase al azar de internet y que
está debatiendo con una máquina de propagar mentiras?
Me he puesto, por
maldad, a ver qué opinan esta gente de todo lo que ocurre en Cataluña. Siguen
el estereotipo de la mayoría de mis amigos en Facebook. Me ha entrado el
desánimo otra vez, y he pensado en el post que compartí de Manuel Arias
Maldonado en Revista de Libros: “También las insurrecciones son diferentes en
la era digital, a causa de la mediación que introduce la digitalización”. Sigue
así: “Hay que estar preparados para un aumento exponencial de los fakes en la
vida pública. Dejemos para otro día la exploración de una hipótesis
inquietante: que el aumento de la conflictividad política en la última década
no se deba a las consecuencias de la Gran Recesión, sino a la generalización de
las redes sociales tras la rápida difusión del smartphone. Y que sea éste,
pues, quien está provocando un sutil desplazamiento de la democracia liberal a
la democracia agonista”.
No hay tantas
diferencias entre la estafa multinivel y las fake news que nos acompañan cada
vez más en las redes sociales. Uno empieza a pensar que es “crítico”,
“especial” y que está al fin “pensando por sí mismo”. Además, descubre que
cuesta muy poco estar “verdaderamente informado”, pues leyendo un tweet o
viendo un vídeo ya puede saber todo lo que necesita para opinar en las redes
sociales. Así, poco a poco, se va cuesta abajo hasta situarse al lado de los
iluminados, los demagogos y los idiotas. Acabas mandando un audio de voz de
cinco minutos a favor de la evangelización, que se puede revestir de muchas
maneras: la nueva oportunidad de negocio en la que solo puedes ganar, la
absoluta necesidad de un referéndum de autodeterminación, el necesario boicot a
todos los productos catalanes, los peligros que acarrean los inmigrantes musulmanes,
la inevitable y deseable Declaración Unilateral de Independencia, la sagrada unidad
de España o lo que le pasó en 1714 al desde entonces reprimido pueblo catalán.
Luego esa persona que comparte Sputnik y defiende a los homosexuales se queda
tan tranquila, y sigue riéndose del idiota de las estafas piramidales mientras
se ve recompensado por haber hecho lo correcto. Nadie los identifica como peligros
públicos porque apoyan causas que arbitrariamente consideramos “progresistas”.
Un día la turba, alentado por estos iluminados, incumple la ley para una causa
buena y divertida. Pero al día siguiente es posible que vaya a por ti y haga
que tu vida sea claramente peor. Entonces es cuando las turbas multiniveles
empiezan a llamarte fascista, y todo deja de tener gracia.
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