Primera parte: de la postguerra al abrazo del marxismo
Días después del resultado
favorable al abandono del Reino Unido de la Unión Europea, en los periódicos se
hablaba de todos aquellos que estaban arrepentidos. En el Independent podíamos leer que hasta un 7% de los que votaron por la
salida se arrepentían. Si bien es verdad que un 3% de los que votaron por la
permanencia abogaban ahora por la salida, el resultado tras los cambios se
acercaba al empate absoluto. Como se podía leer en el Washington Post, algunos de los que votaron por el leave se declaraban atónitos por el
resultado. “Estoy impactado de que hayamos votado por salir de la UE, no pensé
que iba a pasar. No pensaba que mi voto fuera a contar mucho porque pensé que
simplemente nos quedaríamos.” Otro de estos votantes sentía que “genuinamente
me han robado el voto” y unos cuantos se quejaban de la retórica empleada como
motivo del (fallido) voto. En todo caso, incluso tras la votación, una décima
parte de los votantes creían sinceramente que el Brexit no se iba a producir. Volveremos
sobre este punto, a propósito del PSOE, al finalizar la serie de artículos.
Ante la crisis interna del PSOE, desde
la izquierda se ha criticado duramente lo que algunos han calificado de “golpe
de estado”. Por su parte, las críticas a González han sido variadas y de
diverso gusto. La que fuera Ministra de Vivienda con Zapatero, María Antonia
Trujillo, escribió un Tweet diciendo que “Felipe González ya se había cargado
el PSOE cuando abandonó el marxismo y fracturó el partido con los históricos de
Llopis y los renovadores de él”. Por su parte, El País ha vuelto a ser foco de las iras tras el llamativo
editorial que calificaba a Pedro Sánchez como “insensato sin escrúpulos”. A
estas alturas, es un lugar común decir que El
País no es lo que era y que se ha convertido en un “instrumento del
capital”. Asimismo, llama la atención que Felipe González haya afirmado que se
siente personalmente “engañado y defraudado por Pedro Sánchez”. González añade
algo paradójico al hilo de su historia personal: “me siento engañado porque me
dijo que iban a hacer una cosa y luego fue otra (...) Si ha cambiado de
posición, desde luego no se lo ha explicado a nadie y tendrá sus razones; me
siento engañado y ha creado confusión en el partido y mucha más en el país”.
Por su parte, llama la atención la siguiente parte del editorial de El País, en referencia a Pedro Sánchez: “hemos comprobado que sus oscilaciones
a derecha e izquierda ocurrían únicamente en función de sus intereses
personales, no de sus valores ni su ideología, bastante desconocidos ambos”.
Para aclarar muchos de los
entuertos que se han dado en los últimos días, merece la pena observar a los
protagonistas de esta historia con cierta perspectiva. Como ha escrito Santos
Juliá en El País, para encontrar un proceso tan autodestructivo en el
PSOE hay que remontarse a los años 30. Tras el fracaso de la revolución de
octubre de 1934, Prieto pretendía una coalición con los partidos republicanos.
Largo Caballero, por su parte, no apoyaba dicha coalición y “interpretó su
salida como expulsión y recuperación de la libertad para recurrir, como dijo, directamente
a la base”. La coalición se realizó como quería Prieto y el PSOE quedó dividido
en el peor momento de la República: “Prieto no obtuvo de su grupo parlamentario
los votos necesarios para aceptar la presidencia del Gobierno que le ofrecía
Manuel Azaña en mayo de 1936 y Largo Caballero bloqueó la incorporación del
PSOE a un Gobierno de unidad nacional (…) que Azaña intentaba poner en pie en
la aciaga noche del 18 de julio”. El resultado fue que la rebelión militar se
encontró al más débil de los Gobiernos Republicanos posibles.
En todo caso, desde 1944 a 1972
el secretario general del PSOE fue Rodolfo Llopis. El historiador Javier Tusell,
en su libro La oposición democrática al
franquismo, mantiene que una “característica entonces acuñada del PSOE en
el exilio fue su tono netamente anticomunista”. La moderación de estos
dirigentes puede verse en el respaldo que se mantenía a la OTAN:
“El PSOE ha reafirmado
repentinamente desde 1948 que propugnaría la adhesión de una España libre al
Tratado del Atlántico Norte, siempre que conservara su carácter defensivo,
precisando al mismo tiempo que actuaría sin descanso para impedir que la
dictadura franquista entrara en tal alianza, ya que su carácter dictatorial era
incompatible con la misión fundamental de la OTAN de defensa de las
libertades”.
El historiador extremeño Juan
Andrade, en su libro El PSOE y el PCE en
(la) transición, analiza el cambio del PSOE a partir del año 1972,
abanderado por los jóvenes laboralistas sevillanos Alfonso Guerra y Felipe
González. El relevo de la dirección de Llopis puso fin, según el editorial del
XII Congreso del PSOE, al “pensamiento conspirativo pequeñoburgués,
declamatorio, sentimental y hueco”. Ya en 1976, con Felipe González como
secretario general del PSOE renovado (hubo una escisión del PSOE que capitaneó
Llopis, conocida como PSOE histórico), la declaración de principios en el XXVII
Congreso de 1976 era clara:
“El PSOE se define como
socialista porque su programa y su acción van encaminados a la superación del
modo de producción capitalista mediante la toma del poder político y económico
y la socialización de los medios de producción, distribución y cambio por la
clase trabajadora. Entendemos el socialismo como un fin y como el proceso que
conduce a dicho fin, y nuestro ideario nos lleva a rechazar cualquier camino de
acomodación al capitalismo o a la simple reforma de este sistema”.
El PSOE de 1976 no renunciaba al
uso de la fuerza física: “El grado de presión a aplicar deberá estar en función
de la resistencia de la burguesía presente a los derechos democráticos del
pueblo, y no descartamos, lógicamente, las medidas de fuerza que sean precisas
para hacer respetar los derechos de la mayoría haciendo irreversibles, mediante
el control obrero, los logros de la lucha de trabajadores”. De manera
clarividente, la definición del partido como partido marxista aparece en este
momento por primera vez en documentos oficiales del PSOE: “Somos un partido
marxista porque entendemos el método científico de conocimiento de
transformación de la sociedad capitalista a través de la lucha de clases como
motor de la historia. Entendemos el marxismo como un método no dogmático, que
se desarrolla y que nada tiene que ver con la traslación automática de los
esquemas teóricos o prácticos de las experiencias determinadas del movimiento
obrero”.
Por su parte, es cierto que
Felipe González mantenía un tono algo más desideologizado que sus compañeros
(particularmente, era el menos anticlerical). Pero, ante los que proponen que
desde que llegó pretendía convertir al PSOE en el nuevo SPD alemán, sus
declaraciones en la escuela de verano del PSOE en 1976 resultan cuanto menos
contradictorias:
“Cuando nosotros decimos que
somos un partido marxista, tenemos serias razones para decirlo. Pero entendemos
que el marxismo no es un dogma, no es una religión, no es el fundamento
político-ideológico de una secta de iluminados; es sobre todo una metodología
para investigar la historia, permite situar la lucha en el presente, y no sólo
permite eso, sino algo que es mucho más ambicioso y mucho más importante;
permite construir, conscientemente, la historia del porvenir que asuman las
masas, y que sean, por consiguiente, estas masas las que puedan ofrecer una
alternativa global, no sólo a una situación coyuntural, de dictadura o de
residuos dictatoriales, sino a una situación que no es coyuntural, sino
estructural, que es la de la opresión típica de la sociedad capitalista”.
El PSOE rebasaba en muchos
aspectos dialécticos en radicalidad al PCE. Había incentivos para que así
fuera: el PSOE no tenía el lastre histórico del PCE y, además, necesitaba
parecer una fuerza suficientemente de izquierdas para poder competir por esa
militancia antifranquista mayoritariamente revolucionaria. Por otra parte, es
cierto que en la práctica el PSOE presidido por González había tomado medidas
muy alejadas de lo que su discurso mantenía: las principales fueron el apoyo de
la Internacional Socialista, los contactos mantenidos con Willy Brandt,
presidente del SPD alemán, y la promoción de moderados dentro del partido.
Pero, y como esta serie de artículos viene a mostrar, las retóricas incendiarias
defendidas tienen efecto en la militancia: entonces no se quería renunciar al
marxismo y ahora no se quiere dejar que el Partido Popular gobierne. Cuando el
PSOE se vio como posible alternativa de Gobierno comenzó a matizar su discurso y,
como veremos en el próximo artículo, Felipe González mantuvo una actuación
relativamente parecida a la del Pedro Sánchez que, supuestamente, le había
decepcionado personalmente. Por su parte, observaremos que en realidad El País no ha cambiado demasiado y que
parte de la extrema izquierda sigue con la misma realidad paralela. A Pedro
Sánchez le ha acompañado un pésimo momento histórico para la socialdemocracia
y, a pesar de que el que escribe tímidamente defiende la abstención socialista,
los insultos que se le han proferido son claramente injustos, y reflejan una
animadversión personalista más que ideológica: Pedro Sánchez ha hecho,
básicamente, lo que todos los demás.
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