Un compañero de clase de la
Universidad Autónoma de Madrid, de derecha rancia y machista, admite haber
participado una vez en una pelea contra la policía en un botellón de un pueblo
madrileño. Lo mejor que tiene lo que hace es su falta de complejo y
trascendencia: era emocionante lanzar botellas, gritar y encararse, me dijo un
día. Otro amiguete, también de derechas (y liberal) y actualmente en una de las
mejores universidades del mundo, admite que una vez increpó con su cuadrilla a
un mendigo en la calle. De nuevo, su mérito es no ponerse medallas: lo hizo
porque le pareció divertido.
En 2014, recuerdo que un día unos
chicos de nuestra edad nos impidieron entrar en clase. Yo no solía ir a mucho a
la Universidad, todo hay que decirlo, y no me había enterado ni de que había
huelga ni de que en mi clase, Derecho y Administración de Empresas, se había
decidido unánimemente que no se iba a cumplir. Recuerdo que había un seminario
importante de una asignatura difícil. La verdad es que hacía un día de mierda,
muy nublado, con lluvia y frío. Un coche medio en llamas me llamó la atención
nada más salir del Cercanías. Fui hasta la facultad de Económicas y me encontré
con algunos de mis compañeros de clase. Había personas encapuchadas por toda la
facultad, y se escuchaban gritos y petardos.
Teníamos clase con un profesor
que se jubilaba ese mismo año. Era un señor mayor y encantador, que no gozaba
de la mejor salud del mundo. Como era un seminario, la clase se dividía en dos
turnos. Yo iba al segundo, así que pude observar desde fuera como un grupo de
personas a las que no veíamos la cara esperaba en la puerta de la clase a la
que teníamos que entrar. Cuando salieron los del primer turno, los chavales insultaban
a todos los demás. Previamente una chica encapuchada había entrado en la clase
y había tratado de explicar a los de mi clase por qué tenían que dejar de dar
clase. Tras ser escuchada, nuestro amable profesor le explicó que teníamos un
derecho a dar nuestra clase, y fue invitada a irse. Así que se quedaron en la
puerta para poder insultar a los que se iban, y tratar de evitar que entráramos
los otros. Gritaban, en una referencia a Dolores Iraburri que seguro que
conocen, el “no pasarán”. Uno de mi clase, con el que seguramente es mejor no
enfrentarse, se encaró con varios. A una chica la empujaron entre varios.
Alguien tiró una especie de bomba de humo y el ambiente era tétrico. A estas
alturas, hasta yo quería dar la maldita clase.
No pudimos. Se tiró un petardo, y
nos tuvimos que ir. No conocíamos, claro, a ninguna de las personas que nos
echaban. Sospechábamos que una buena parte no era de nuestra universidad, y
desde luego sabíamos que casi nadie era de nuestra facultad. Al final, como
habían predicho, no pasamos.
Lo más triste de estos revienta
actos es su épica de trascendencia. Entre mis amigos de Facebook, observo cómo
muchos se quejan de la cobertura que da El País del acto de ayer. Otros tantos,
reconocen que lo que pasó no estuvo bien para, inmediatamente, hacer como Rita
Maestre y añadir ese equidistante “ahora bien, no creo que a nadie le
sorprenda, incluido al propio Felipe González, que en la universidad pública le
reciban con las mismas protestas con las que le hubieran recibido en la puerta
de la calle Ferraz”. Recordemos que los protestantes de ayer incluían carteles
en los que se pedía el acercamiento de presos de ETA en el mismo lugar donde
fue asesinado Tomás y Valiente hace no demasiado tiempo. Se gritó el mítico
“fuera fascistas de la Universidad” y en las pancartas se leía “fuera asesinos
de la Universidad” y referencias a la “cal viva”. El referente al “No pasarán”
fue alegremente enarbolado.
La izquierda revolucionaria
estudiantil se cree que vivimos en los años sesenta. El problema de nuestros
estudiantes revolucionarios es que no pueden escudarse en realidades
dictatoriales para realizar sus apologías dictatoriales. El revolucionario
antifascista necesita del fascismo para sobrevivir, y en ausencia del mismo
muta en su mayor enemigo, que es a la vez su razón de ser. Los fascistas
universitarios de los años 60 y 70, ay, se parecen mucho a nuestros amigos de
la Federación Estudiantil Libertaria. Estos últimos son los mejores herederos de Defensa
Universitaria y de Guerrilleros de Cristo Rey, aquellos chavales falangistas
que se liaban a ostias con Manuela Carmena, Cristina Almeida, Dolores González
Ruiz, Paquita Sauquillo o Elisa Maravall. Compartían también la costumbre de boicotear los actos de los demás violentamente. El régimen franquista, claro, solía
condonarlos y, a pesar del discurso oficial de condena de la
violencia, muchos de ellos llegaban con bastante facilidad a puestos altos. Cuando pasaba algún escándalo de violencia, siempre se podía llamar la atención
sobre otro tema. Por supuesto, siempre se sentía una ligera sensación de orgullo no disimulada ante esa juventud enrabietada. ¡Demasiado ímpetu, mis falangistas! Pablo Iglesias, que cree
que vive un cambio de régimen y que demuestra por enésima vez por dónde va, ha escrito
algo digno del mejor franquismo cuando desviaba un asunto incómodo con algún tema
nacionalista: “van (a) expulsar a los migrantes por amotinarse pero algunos se
rasgan las vestiduras por una protesta estudiantil”.
Es curioso que los que no aceptan la Transición se rebelen ahora contra una rectora, Yolanda Valdeolivas, claramente de izquierdas y afiliada a un sindicato desde el que lleva luchando por los trabajadores toda su vida. Es curioso que tengan que hacerlo donde murió Tomás y Valiente, que sí que se manifestó cuando había que hacerlo, y que como miembro de la generación del 56, corrió riesgos reales que los chavalillos de ahora no atisbamos a recrear. Los de la generación del 56, claro, eran revolucionarios que mantenían ideales que caducaron. La mayoría de ellos se adaptó a la realidad y fue cambiando gradualmente de opinión. La revolución se hizo aburrida y el rebelde, aunque quizás sexi, pasó a ser ridículo. Los grupos de extrema izquierda universitaria de los 60 y 70 vivían una dictadura deplorable y disparatada que les llevó, en ocasiones, a actitudes y acciones estúpidas, lamentables y despreciables. Los de ahora viven las imperfecciones de una democracia moderna que no son capaces de entender. Y reivindican a unos personajes del pasado que seguramente se desmarcarían de ellos si tuvieran ocasión.
Es curioso que los que no aceptan la Transición se rebelen ahora contra una rectora, Yolanda Valdeolivas, claramente de izquierdas y afiliada a un sindicato desde el que lleva luchando por los trabajadores toda su vida. Es curioso que tengan que hacerlo donde murió Tomás y Valiente, que sí que se manifestó cuando había que hacerlo, y que como miembro de la generación del 56, corrió riesgos reales que los chavalillos de ahora no atisbamos a recrear. Los de la generación del 56, claro, eran revolucionarios que mantenían ideales que caducaron. La mayoría de ellos se adaptó a la realidad y fue cambiando gradualmente de opinión. La revolución se hizo aburrida y el rebelde, aunque quizás sexi, pasó a ser ridículo. Los grupos de extrema izquierda universitaria de los 60 y 70 vivían una dictadura deplorable y disparatada que les llevó, en ocasiones, a actitudes y acciones estúpidas, lamentables y despreciables. Los de ahora viven las imperfecciones de una democracia moderna que no son capaces de entender. Y reivindican a unos personajes del pasado que seguramente se desmarcarían de ellos si tuvieran ocasión.
Hay un intrínseco problema moral
en creerse el discurso de “la lucha de la justicia” que practican los que
impiden actos como el de Felipe González. Impide que veamos que lo que hay
detrás de sus actos es lo mismo que el que lleva al chico de derechas a cometer
actos violentos. Lo único que se puede hacer es desenmascarar todos los mitos
que rodean a la violencia, criticar con virulencia a los encubridores y dejar
que la justicia actúe. Es tan injusto culpar directamente a los dirigentes de Podemos
por los actos de la Universidad Autónoma como lo es no llamar la atención sobre
sus reacciones anteriores y posteriores. Lo bueno de que hayan dejado de llamarse
socialdemócratas es que, cuando desde el Tweet oficial de Podemos UAM se dice
tras la manifestación que “es sintomático que Felipe González y Cebrián no sean
bien recibidos en la Universidad Autónoma”, ya sabemos qué historia sienten
suya: la de los que hace no tanto pegaban a Manuela Carmena (hoy presente, por cierto, en la UAM con El País) y a todos esos
mitos deshonrados por la Federación Estudiantil Libertaria en ese antifascismo que
da más pena que vergüenza.
Actualización. Había escrito esto
antes de que Pablo Iglesias se explicara a sí mismo en una entrevista a eldiario.
Cuando le preguntan su opinión sobre lo ocurrido, responde así:
“Vosotros lo sabéis porque ya
tenéis una edad, cuando uno ve movilizaciones estudiantiles se siente viejo.
Hay algo de bello siempre en las protestas de los jóvenes, incluso por el hecho
de que ya no podríamos identificarnos con esas formas y estilos. Bromeaba con
Errejón por la protesta: "Ya no podemos estar, van encapuchados". Y
le decía: "Y ya ves, y tú eres la derecha del partido". Y nos reíamos
los dos. Era una manera de reconocer cómo nos gustaría estar ahí, ser un
estudiante y estar en eso. A mí me gusta. Incluso si un día me lo hacen a
mí, está dentro de la normalidad democrática. Que un expresidente, que ha sido
consejero de Gas Natural, mayordomo de Carlos Slim,
que encima se vanagloria de los años más oscuros del terrorismo de Estado vaya
a la facultad y los estudiantes le digan "eres un sinvergüenza" creo
que habla bien de la salud democrática de nuestro país. Mucho orgullo de que
haya estudiantes así”.
Pablo Iglesias es el mejor
sucesor del peor Fraga de los setenta. Imaginen ahora un Ministerio de Interior
de Podemos. Eso sí que sería volver a los sesenta.
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