Mi vida en
Bruselas se limita al barrio Saint-Josse-ten-Noode. Mi calle se llama rue du
Vallon, y mi edificio está en un estado tan lamentable que será derrumbado en
pocos meses. La calle está siempre en obras, pero todas estas reformas lo único
que han conseguido ha sido empeorar el pavimento. En el avión que cogí desde
Málaga, un señor marroquí me advirtió que rue du Vallon era peligrosa porque su
única actividad comercial era la venta de droga. Es cierto que suele haber
redadas de policías y se vende droga, pero mi problema principal son los
ratones. Algunas noches, mi única compañía han sido estos roedores, que en una
ocasión llegaron a entrar en mi cuarto. El casero es un matón iraní con el don
de la ubicuidad: un día afirmó estar fuera de Europa y poco después apareció en
mi cuarto para proferir unas cuantas amenazas.
Saint-Josse-ten-Noode
es mi barrio favorito de todos los que he vivido hasta ahora. Cada mañana, voy
a trabajar a la otra punta del barrio, cerca de Botanique. Atravieso primero
rue du Vallon y giro a la izquierda en la interminable chaussée de Louvain,
antigua ruta para ir a Lovaina. Suelo ir por la rue de l'Alliance, donde vivían
en edificios contiguos Moses Hess, Karl Marx y Frederic Engels en los números
3, 5 y 7 respectivamente. El acaudalado Engels ayudó a Marx a moverse desde
París a Bruselas en 1845. En Bélgica, entonces un país algo más liberal, Marx se
dedicó a reunirse con comunistas y socialistas, así como a escribir junto a
Engels algunas de las obras por las que serían recordados.
En esa calle los
dos escribieron el libro La ideología
alemana, y Marx garabateó una de sus célebres tesis sobre Feuerbach: “Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo”. La rue de l'Alliance ejemplifica lo mucho
que se ha transformado el mundo desde Marx: lo que antes eran casas de
revolucionarios hoy son edificios burocráticos de la Comisión Europea. Tras
pasar por esta calle, hay varias opciones para llegar a mi trabajo. Aunque no
es la mejor opción, se puede ir por rue de l’Association. Allí, el misterioso jurista
Joseph Charlier escribió La Question
sociale résolue. Testament philosophique d’un penseur, uno de los primeros
trabajos en los que se aboga por un ingreso mínimo garantizado para paliar la
pobreza.
Por las tardes,
en vez girar a la izquierda en chaussée de Louvain, normalmente voy a la derecha.
Dejo atrás dos puntos de la calle, en los números 26 y 28, que merecen
consideración: el antiguo cine Mirano, hoy una discoteca, y la sala de eventos
Claridge. Antiguamente, esos dos sitios constituyeron puntos importantes de la
historia bruselense. En el número 26, tuvo lugar una parte del affaire
Vandersmissen: la historia
de cómo el jurista y político Gustave Vandermissen asesinó allí a su antigua
esposa Alice Renaud, cantante de ópera. Dos personalidades conocidas en
Bruselas, la historia de este asesinato tiene una trama enrevesada de
chantajes, cuernos, ansias de nobleza, honor perdido y prensa rosa. Enamorado
perdidamente de ella tras haber asistido a su representación de la ópera Carmen, Gustave Vandermissen empezó a ir a todas las óperas en las que aparecía
Renaud. La familia del abogado se negaba a la unión de la pareja, lo que
dificultaba cualquier paso que pudieran tomar. La madre de la artista tenía su
casa en el número 26 de chaussée de Louvain, donde la pareja estableció
su nido de amor. Años más tarde, cuando todo se complicó sobremanera, el
asesinato tuvo lugar al lado de mi trabajo y la Gare du Nord, hoy uno de los
sitios más turbios de Bruselas.
Siguiendo nuestro camino por chaussée
de Louvain, se pasa por un sitio libanés que está abonado al drama. Cada vez
que voy a tomarme algo, la dueña del sitio está enredada en un asunto trágico
que requiere su atención. Un día era su hijo, que no había sacado buenas notas
en el colegio y lloraba; otro día era Roberto, un angoleño que habla perfecto
español con el que conversaba con mucha pena. He intentado sin éxito comprobar
si hubo algún suceso trágico en ese número de la calle que explique esta situación. Quizás fue
donde Vandermissen descubrió que su mujer le
engañaba o donde Marx se dio cuenta de que había un fallo en su teoría que lo
tiraba todo por la borda; desgraciadamente no he podido averiguarlo. El sitio
compensa las moderadas dosis de tragedia con precios competitivos y comida
sabrosa.
Después del sitio libanés, lo
siguiente remarcable es una plaza con los mejores sitios italianos del barrio: La Piola y La Mamma. A partir de esta plaza, si uno se adentra por chaussée
de Louvain entra en un universo desconocido para los del barrio Europeo de
Bruselas: un sitio en el que las personas se saludan entre sí y no van en
traje. Todo esta lleno de carnicerías halal, tiendas africanas y de países del
este de Europa, peluquerías turcas, lugares para mandar dinero al más allá,
panaderías árabes, restaurantes congoleses y locales de kebabs; el paraíso
imaginado por Vox. Tras meses de ardua exploración, puedo decir que los mejores
kebabs de la zona son el Anatolia y el Relex, si bien por motivos distintos. El
Anatolia tiene mejor carne, pero su servicio deja mucho que desear: una vez
necesitaba cambio para la lavadora y no me lo dieron. Por su parte, el Relex es
dirigido por Mumu, un marroquí rifeño de lo más simpático. Mumu es mi mejor
amigo del barrio, la persona que más me cuida. Juan y yo solemos ir allí solo
para verle apostar dinero al Barcelona y echarnos unas risas. Además de los
kebabs, es importante conocer las panaderías marroquíes del barrio. Las tres
mejores son Rayan, Orientales y Selimiye Tasty Corner. Además de que tienen las
mejores especialidades de su país, son simpatiquísimos y añoran Andalucía,
donde la mayoría de ellos estuvieron antes de tener que irse de allí por la
falta de posibilidades. Casi todos los marroquíes del barrio vienen de Nador.
Además de sitios
apetitosos para comer, Chaussée de Louvain está llena de sitios de apuestas. Yo
voy a esos lugares a ver el Barcelona, y ya me he hecho amigo de alguno de los
habituales. Hay un grupo senegalés de lo más simpático, y también un señor
leonés al que conocen con el sobrenombre de “Barcelona” porque siempre lleva un
gorro con el escudo. Es difícil ver el fútbol con él ya que no para de hablar.
Aparte de su característico gorro, lo otro que llama la atención de él es una
chapa con el escudo de la legión, donde estuvo unos años destinado en
Marruecos. Es un tipo querido por todo el mundo que habla un español con mucho
acento francés y que se queja con razón de la defensa del Barcelona y de la
falta de políticos con sentido de estado.
Aunque Chaussée
de Louvain tiene también un local de jazz mítico, el Jazz Station, hay cosas
que no se pueden hacer en el barrio. Yo solo salgo para jugar al fútbol,
escuchar música clásica, ir al Sound Jazz Club y salir de fiesta. Juego al
fútbol en Ixelles, muy cerca de donde se mudó Marx tras abandonar rue de l'Alliance.
Allí escribió gran parte del Manifiesto
del Partido Comunista y también se carteó con muchas de las grandes figuras
de su tiempo. Yo de momento me limito a hacer deporte con un grupo de italianos,
pero quizás monte alguna revolución uno de estos días. El que mejor juega se
llama Jan, que es un saxofonista de origen polaco. Cuando me contó que su
padre, Frederic Rzewski, es un pianista célebre que tuvo que exiliarse a
Estados Unidos, pensé que estaba ante una historia digna de Cold War. Sin embargo, la historia no
era tan épica, y resultó que Frederic Rzewski nació en Estados Unidos y sus
padres emigraron por la pobreza. De hecho, en sus entrevistas Frederic Rzewski
declara tener simpatías comunistas. Su obra más famosa es una variación del
tema “El pueblo unido jamás será vencido”, y su ídolo es Shostakovich. Le he
dicho varias veces a Jan que me avise si su padre o él van a actuar en los
sitios de Jazz de Bruselas, especialmente el Sound Jazz Club, que está al lado
de donde jugamos al fútbol. Al Sound Jazz voy casi cada semana con Inram, Enrique y Andrea. En la barra sirve Javier Mateos, un madrileño que nunca se acuerda de
mí que toca la flauta travesera. Javier es muy crítico con la Unión Europea y
las personas que trabajamos en las instituciones; por fortuna nunca me ha
pedido mi opinión sobre cómo él toca la flauta.
El otro sitio
que hace que salga de mi barrio es el Bozar, donde ponen conciertos cada semana
a precios asequibles. Esta semana he ido a escuchar la Sinfonía nº5 de
Shostakovich. Había pensado que quizás me encontraba con personajes como
Frederic Rzewski o Juan María Fernández Krohn, el ultraderechista español que
trató de asesinar al Papa Juan Pablo II en 1982 y que vive, según su blog
“exiliado”, en Bélgica. Hay una enorme polémica en torno a la composición de
esta sinfonía. Shostakovich, que temía acabar en el gulag si su obra no era
exitosa ya que había sido acusado de hacer música demasiado compleja para el
pueblo soviético, parece haber incorporado elementos ocultos en la música que
dan a indicar que Stalin y el comunismo no eran santos de su devoción. En pleno
clímax de la sinfonía se me ocurrió buscar entre el público a tipos como Krohn,
Rzewski o Mateos para ver sus reacciones, pero no los vi. Sin embargo, sí que
se me aparecieron Karl Marx y Gustave
Vandermissen, que al fin y al cabo hubieran sido habituales del Bozar de
seguir con vida. Mientras lloraban, movían sus brazos a ritmo de los tambores
finales y gritaban desconsolados la tesis secreta de Feuerbach: “¿Qué he hecho,
qué he hecho?”.
Me ha gustado su relato. Me recuerda a las guías turísticas de principios y mediados del siglo XX. La delicia de la palabra en estos tiempos de imágenes, distintos (no mejores ni peores) que nos han llevado a un consumismo exagerado, olvidando el encanto de algunos rincones.
ResponderEliminar¡Muchas Gracias!
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