viernes, 21 de julio de 2017

Recuerdos de una mudanza


Esta mañana, ha venido un señor a mi casa a tasarme el piano. Pretendo venderlo, y así tener algo de dinero para Londres. Se suponía que el piano era un Bechstein de gran calidad, que le había regalado a mi abuela una entrañable alemana que había conocido en Marbella hace más de 50 años. Mi abuela nos lo había dado a mi hermana y a mí, pero en la nueva casa no va a caber, así que lo vamos a vender sin decírselo a mi abuela, que está orgullosa del Bechstein. El tasador me ha dado una cifra muy por debajo de lo esperado, y me ha dicho que el piano es una falsa imitación de un Bechstein con más de cien años de antigüedad. Ha sido extraño enterarme días antes de mudarme que el piano que he tocado toda mi vida no era lo que yo pensaba. Me ha venido a la cabeza la tonta tentación de decir que es una metáfora de muchas más cosas de mi vida, pero luego se me ha ido la idea de la cabeza.

Pensaba que me iba a costar mucho envolver mis cosas para la mudanza. Desde que llegué a Málaga, tardé más de una semana en bañarme en la piscina, aparentemente por pena. También me he dedicado a hacer todo tipo de cosas para evitar tener que quitar mis libros y mi ropa de mi cuarto. Rebuscando en la parte de arriba de casa, encontré con mi madre algunas de esas cosas que debían evocarme recuerdos. Había una especie de guía de viajes, llena de faltas de ortografía, que escribí cuando tenía 9 años. Intenté copiar lo máximo posible a la Guía Michelín, y calificaba todo, incluso lo aseos, en una escala compleja que incluía las tres estrellas y otras posibles combinaciones. Mi hermana comenzó a escribir una guía del mismo estilo. Según mi madre, escribió que no volvería a ir a un concierto de Jazz “hasta que tuviera 7 años”.

No me extraña que mi hermana con seis años escribiera algo así. De la primera ópera que me acuerdo es de una ópera moderna que vi en un pueblo de Francia, en la que me dormí como la mitad del público del auditorio. Recuerdo que odiaba que me pusieran comida para niños en cualquier restaurante, pero que cuando un día probé una ostra la devolví. Habitualmente me dedicaba a idear complejos juegos de rol en los que involucraba a mi hermana, y que tenía al final como objetivo matar a todas las hormigas que pudiera. También escribía historias un poco extrañas, jugaba al fútbol y a videojuegos de Star Wars.

He recogido algunos de los libros de mi infancia, pero la mayoría los he perdido ya en otras mudanzas. Me alegro mucho de no conservar casi nada de lo que tuve hasta los 16 años. Todo lo que me queda aparentemente es un cuaderno que se titula esclarecedoramente Venganza, y que es una especie de libro de aventuras en la que el lector puede ir eligiendo su propio camino. Lo escribí con 14 años, y está sorprendentemente bien escrito:

“En poco tiempo te vas a embarcar en una gran aventura: la búsqueda de tu madre, que fue capturada. Los osgos, que fueron los horribles seres que capturaron a tú (sic) madre, han demostrado ser unos grandes luchadores. Tú, te has enterado de que tu madre está en la fortaleza nocturna que se sitúa entre Shamuntani y Kriss”.

Las siguientes cosas que he encontrado pertenecen a Bachillerato y a mi entrada en la universidad. Me ha dado nostalgia meter en las cajas la Vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, y Tiempo de Silencio, de Luis Martín-Santos, no sé muy bien por qué. He recordado cuándo los leí en las varias Moleskine que he recogido, en las que se demuestra lo bien que me han venido estos ocho años en la casa. Me he sorprendido viendo las cosas que escribía. En 2º de Bachillerato tenía un exitoso blog de fútbol, tetas y fake news. Escribía entradas lamentables que tenían muchas más visitas que el sumatorio de todo lo que he escrito posteriormente. En 1º de carrera, aunque mantuve brevemente el blog con unos amigos del Juan Luis Vives que vieron que se podía ganar dinero poniendo mierda, se supone que maduré. 

Sin embargo, leyendo lo poco que me queda escrito de esa época, siento que era mejor que siguiera escribiendo de fútbol y de tetas. En 2º de carrera llegué al Chami, se me rompió el ordenador y perdí gran parte de lo que tenía escrito. Aunque lo pasé fatal, esto me impulsó a escribir y leer mucho más, y hasta fui capaz de no perder algunas de las cosas que hice. He encontrado una Moleskine que titulé algo sonrojantemente “Sentimientos y reflexiones de un joven feliz”, de mi primer año en el Chami. El primer libro del que hago un comentario es Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, de George Steiner, que sé que me lo dio Guille. El segundo es Fausto (¡!), que ni siquiera recuerdo haber leído. Me doy cuenta de que estaba obsesionado conmigo mismo, y con la idea de concentrarme mucho y llegar a otro tipo de estados. Apunté la siguiente frase del libro de Steiner: “Los arrebatos de concentración de pensamiento no desviado, pueden conllevar un riesgo de posterior agotamiento o daño mental”.

En las siguientes páginas, cito a la gente de la que hablábamos en las actividades del Chami. Veo que los primeros que aparecen son Rilke, Perec y Foster Wallace, y me siento ahora orgulloso de mi Colegio Mayor. Llegué con un blog de fútbol y tetas, y a los dos meses estaba comprándome Cartas a un joven poeta y apuntando interminables citas de El libro de la risa y el olvido. Escribí una historia muy larga que era descaradamente igual que el libro de Kundera, y que solo le enseñé a mi madre y mucho más tarde a Sergio.

Muchas entradas de mi Moleskine son del curso de cine de Javier Ocaña, al que iba con mis amigos. Otras son lamentables letras de canciones que, por supuesto, no voy a transcribir. Me gustaban en esa época dos chicas con las que me había liado pero con las que apenas había intercambiado palabra, y me sorprende encontrar sus nombres varias veces. Copié un fragmento muy largo y muy cursi de 1984, y puse uno de esos nombres en letras gigantes.  

Me doy cuenta de que a mi llegada al Chami era un izquierdista culturalista de los que tanto critico ahora. Es curioso, porque yo a veces me digo a mí mismo que, a diferencia de la generación antifranquista de los sesenta, yo no me he movido ideológicamente del centro izquierda nunca. Esto es una ficción, y basta leer cualquier cosa que escribía entonces para ver dónde me situaba realmente. Estaba en esa época en el Chami el gran Carlos Hortelano, que ya usaba twitter y del que yo pensaba que era un neoliberal conservador, y con el que ahora concuerdo en muchas de las cosas que dice. Yo espero que nos hayamos movido los dos hacia ese ideal socialdemócrata. Pero igual el que más he cambiado soy yo, y debo admitir que estaba equivocado. Escribí muchas cosas sobre política, citando a Iñaki Gabilondo, Ignacio Escolar, Emilio Ontiveros, Manuel Marín y a muchos políticos, economistas y periodistas que vinieron a cenar con nosotros. El 20 de Noviembre de 2011 me planteé votar al PSOE y a UPYD, pero acabé votando nulo. En eso de amagar con votar al PSOE y luego bloquearme no he cambiado nada.

Tengo apuntada la primera cena con Fernando Navarro, el crítico de música de El País. Mi amigo Cornago se hizo muy amigo de él a partir de la cena, pero de lo que me acuerdo es de que todos estábamos muy borrachos. Lo siguiente que tengo es sobre el Sáhara, lugar al que fui la Semana Santa de 2012 con un avión fletado por el Frente Polisario. Tengo una disertación escrita sobre la luz, una breve nota sobre la inmoralidad de la fotografía y una canción en el que el estribillo repite Sáhara Libre (¡!). He recordado que participé en la 5º Marcha al Muro de la Vergüenza, y que escribí que “parece un videojuego”. Había un saharaui que se hacía llamar Bazooka del que escribí que era un dandi, y debí compartir porros y té con varios saharauis porque tengo escritas muchas veces esas palabras. Increíblemente, escribo que está todo lleno de minas y de que me hablan de una posible guerra en el futuro con mucha tranquilidad. Me cito: “Quieren democracia. No han votado al líder del Frente Polisario. Son cultos a diferencia de sus antecesores. Son críticos pero tienen conciencia de país. Dicen que aquí no nos manda ni Dios”. También hago referencias a lo ligones y pesados que son con las chicas, y a una colitis de la que me acuerdo aún y que me obligó a bajarme corriendo de un camión en marcha. Acabo mi crónica del viaje de una manera algo vergonzante:

“Hoy puedo gritar convencido. ¡Sáhara Libre! (nota al pie: pese a mi ideario globacionalista (sic) y no nacionalista, pienso que se debe dar una oportunidad a un conjunto de personas que desean casi unánimemente la idea de un país, como hemos podido tener en España, y a partir de ahí una necesaria democracia que ellos mismos desean y quieren y una integración paulatina en todos los conceptos que propugno. La nación como paso previo a la federación de países”.  

Tras el Sáhara, el siguiente personaje que aparece en mi Moleskine es Juan Carlos Monedero, cuando aún no existía Podemos. Se trata de un debate con Carlos Malamud que se titula El socialismo en Venezuela, y tengo apuntado que Monedero dijo lo siguiente: “defiendo el proceso bolivariano por la democracia. En Venezuela hay democracia, constitución, presión social y oposición”. También habló de los “extraordinarios logros económicos en Venezuela” y la “autoestima de Venezuela para toda América Latina, freno al imperialismo americano y alternativa a un gobierno autoritario de las élites”. Mira que era yo ingenuo en esa época, pero Monedero no me engañó. Me pareció un suavón, un baboso y un chulo. La siguiente conferencia que tengo apuntada es con Alfred Bosch, de ERC, y se llamaba La defensa de la creación de una nación. Creo que con eso está todo dicho.

Tengo muchas más cosas en la primera Moleskine. Y hay tres Moleskines más, que escribí hasta que abandoné España destino Alemania en septiembre de 2014. Por otra parte, están todas aquellas cosas que he ido guardando en mi ordenador, y que he ojeado ilusionadamente mientras recogía mis libros. También he visto las listas de tareas que llevo imponiéndome todos los veranos sin excepción, de las que nunca cumplo ni una décima parte. He ido recogiendo mis libros y mi ropa cuidadosamente mientras escuchaba música importante para mí. No ha sido nada traumático, y he recordado la mayoría de las cosas con mucha alegría. He recordado lo irresponsable y mal estudiante que era en los primeros años de carrera, lo enrevesado y mal que escribía, lo mucho que estaba enamorado en 2013, la cantidad de actividades que hacía en cada momento y lo bien que me lo he pasado en general. Estoy muy contento porque he llenado dos cajas con los libros que estoy utilizando para la biografía de Dolores González Ruiz, y creo que estoy haciendo un buen trabajo de recopilación y me va a salir un libro razonable.

Sin terminar de recoger mis cosas me he ido a la piscina, y no me ha dado pena. Luego he tocado el piano falso, y ha sonado como un verdadero Bechstein.

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