Cuando estoy
fuera de Málaga, siempre quiero probar cosas nuevas que no conozco. Cuando vuelvo,
aspiro a que todo siga igual. Me ha recogido mi padre, como habitualmente, y he
comido con mi abuela, mi tío y mi primo Rafalito. Antes hemos picado algo en El
Refectorium, al que llevo yendo más de 18 años. Mi abuela se ha sorprendido y
alegrado al verme, y me ha dicho como siempre que ya me había olvidado de
Málaga. Llevo comiendo los mismos platos que hace mi abuela desde que tengo uso
de razón, y no ha habido ni una vez que mi abuela me haya dicho que he comido
lo suficiente. Siempre dice que tengo que comer más, y suelo acabar empachado.
Luego he ido a
mi casa, y he discutido un poco con mi madre. Cuando bajábamos la cuesta de mi
casa, nos hemos empezado a reír al ver que estaba el mismo tipo que siempre
está ahí. Lo llamamos El Vigilante, y es el padre de un amigo mío de mi colegio.
Tiene un gran bigote, y un andar absolutamente característico: es el sheriff de
El Candado. No sabemos por qué, pero siempre está en la misma calle, que está
vacía, es residencial y no tiene el más mínimo interés. Si un día dejáramos de
verlo nos preocuparíamos por él, pero no sabemos a qué se dedica ni qué hace. Mi
madre y yo tenemos varias teorías alternativas, que lo sitúan en vidas
increíbles. Yo creo que es el verdadero Faulkner español, pero estoy seguro de
que no ha escrito una palabra en su vida. Está ocupado defendiendo la calle, en
actitud contemplativa y ausente. Quizás esté esperando reencontrarse a un amor
de juventud, o quizás no soporta a su mujer y a sus hijos.
En mi casa, he
tocado en el piano las mismas obras que aprendí cuando tenía 18 años, y con las
que me he quedado estancado desde que empecé la universidad. Mi piano está
roto, y me he dicho por enésima vez que tengo que buscarle un comprador para
poder reemplazarlo. También le he dicho a mi madre que tengo que retomar el
piano, que un día lo voy a perder para siempre. Es gracioso porque siempre digo
lo mismo, y ella asiente sabiendo que no voy a hacer nada realmente. Luego he
ido a mi cuarto y he ordenado los libros, el sumario de Enrique Ruano y las pocas
fotografías que tengo para mi investigación. Me he puesto a leer y a escribir,
que son las únicas cosas que he hecho en 2017 aparte de socializar. He hecho en
mi cabeza la misma lista ingente de cosas que tengo que hacer este verano en
Málaga, que incluyen imposibles como aprender ruso o a programar en R, y me he
reído de mí mismo al recordar que no haré este verano ni la mitad de lo que me
proponga, como siempre.
Ayer salí por la
noche, pero éramos pocos y no fue tan divertido como en otras ocasiones. En la
calle a la que vamos siempre, pusieron hace un tiempo un bar de cofradías, y a
mí me gusta imaginarme una guerra cultural malagueña: los cofrades contra los cosmopolitas.
Hemos ido al Smile, y me ha hecho
gracia que mi primo supiera que estaría allí: no le ha hecho falta quedar
conmigo para verme. He tomado varias cervezas y me he puesto al día con mis
amigos. Básicamente, todo parece haber cambiado mucho pero en realidad sigue
igual.
Me he puesto
triste al pensar en los años anteriores. En 2013, en estas mismas fechas,
empecé a escribir en El Modernícolas,
hice un viaje con mis amigos del Chami, fui con Paula al Albéniz, la Canelaparty y
al SMS, y escribí una novela que por
suerte casi nadie leyó. En 2014, aunque estaba triste, la mayoría de mis amigos
fuimos juntos al festival 101,
escuchamos a Airbag y a Standstill en el mítico SMS, me hicieron una fiesta sorpresa en
Montero, jugué a muchos juegos de mesa y fui a un montón de conciertos gratis.
En 2015, fui a Ojén con un montón de amigos, y escuchamos a Airbag, Xoel López y Stone Pillow. Justo
antes había estado en Jerez con Rafa Lope y mi padre, y la vuelta de mi Erasmus
no pudo ser más divertida y fácil. Gané el campeonato de España de Dominion, entrevisté a Manuel Arias para
una revista digital, hice unas prácticas sobre el trato vejatorio a inmigrantes
en la Valla de Melilla, comencé a ir a los intercambios de idiomas, y empecé a
olvidar las cosas que hacía con Paula. En 2016, también estuve en Ojén, y mi
vida en Málaga se hizo mucho más complicada. Fui con Gabi a un curso de
periodismo y mucho al Albéniz. Hice
una gran cantidad de actividades, conocí a Belén en Toulouse y celebré mi
cumpleaños en mi casa de El Candado con todos mis amigos y primos.
En 2017, en vez
de a Málaga me he ido a Madrid tras mis viajes, y soy consciente de que va a cerrar
el Modernícolas, vamos a vender mi casa, no voy a volver a Málaga esta vez por
Navidad, no hemos ido al Ojeando ni a
Airbag y muchos de mis amigos
están en Venecia y Barcelona. Aún no he jugado al fútbol ni a ningún juego de
mesa. Me da rabia porque en Ojén están tocando Airbag y Xoel López, pero yo no estoy allí. Málaga ha cumplido con
su promesa de repetición constante, y soy yo el que ha fracasado
estrepitosamente en mis ánimos conservadores.
Esta noche voy a
salir, como siempre. Voy a ir al Smile,
esperando encontrarme a la máxima gente posible, y voy a cotillear e imaginarme
historias sobre toda la gente a la que llevo viendo los últimos siete años.
Quizás luego vaya al Spectra o a la Velvet, y pretendo escuchar la misma
música de los últimos años. Los próximos días voy a hacer exactamente lo mismo
que hago en Málaga en estos meses. Por si alguien se apunta, estaré en el cine Albéniz, el CAC, el Play Planet, el Smile, el Paseo Marítimo, la Velvet,
los intercambios de idiomas y, en general, el centro de Málaga. No pretendo
hacer nuevos amigos, pero voy a tratar de ver a todas las personas que conozco.
A principios de agosto, iré a la Canelaparty
y al Tierra de Nadie, con el objetivo de ver a Kokoschka y a Airbag y
recuperar mi trono nacional en el Dominion.
Quizás vengan de Venecia, Berlín, Barcelona y Coventry todos los amigos que
faltan. Entonces saldremos al centro, y procuraremos que todo siga exactamente igual.
Por si alguien se lo pregunta, estaremos por las noches en el Smile y por las tardes en el cine Álbeniz.
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