Una
de las mejores páginas que he leído en El País es la dedicada el 30 de mayo de
2016 a la vida de tres personas increíbles: François Morellet, Parviz Kalantari
y Yang Jiang.
François
Morellet fue una de las grandes figuras de la abstracción geométrica, y es un
precursor del minimalismo. Fundó el Grupo de Investigación de Arte Visual y
defendió un arte “geométrico, tecnológico y lúdico, muy pegado a la vida
diaria, que otorgaba un papel protagonista a un espectador hasta entonces
pasivo”. Utilizó todo tipo de nuevos materiales como el neón y participó en el
grupo Nouvelle Tendance. Este grupo llevó “un trabajo de experimentación
respecto a la percepción visual, a partir de bases científicas”. En los últimos
años, una serie de retrospectivas en sitios como el Centre Pompidou o el Louvre
lo habían consagrado.
Parviz
Kalantari fue un destacado pintor iraní. Kalantari comenzó ilustrando libros, y
se ocupó de los libros de texto escolares que se mantendrían en la memoria de
generaciones de iraníes. Más tarde, se identificó con el movimiento Saqakhaneh,
y empezó un período de su obra que se conoce como “pintura de barro y paja”.
Fue pionero en el usó del collage, y sus obras se pueden encontrar en sitios
como la sede de la ONU en Nairobi o los sellos y postales de Unicef. Además,
colaboró en revistas como Gardun y realizó una película de dibujos animados
llamada “La libertad norteamericana” que ganó Festival Oberhausen.
Yang
Jiang es mi favorita, y su vida merecería una biografía de renombre. Nacida en
Pekín en 1911, estudió Ciencias Políticas y posteriormente un Máster en
Literatura Extranjera. Se casó con Qian Zhongshu, y la pareja gozó de alto
prestigio literario en el siglo XX. Yang había aprendido francés e inglés en
los años 30, y tradujo todo tipo de obras de teatro al chino. Con el idioma
español comenzó con cuarenta y ocho años de edad, tras traducir el Lazarillo de
Tormes del francés y decidir aprender español para poder traducirlo
directamente. Después, tras leer cinco traducciones de otras lenguas del
Quijote, decidió que tenía que traducirlo del español porque ninguna traducción
era lo suficientemente buena. La Revolución Cultural maoísta, a pesar de su
nombre, la llevó al campo a realizar trabajos forzados en los 60, teniendo que
interrumpir su tarea cuando ya llevaba los dos primeros volúmenes. La traducción
de la obra de Cervantes fue publicada en 1978 y, exitosamente, se han llegado a
repartir más de 700.000 copias de su traducción.
Hay
muchas maneras de recorrer las vidas de los demás. Una buena amiga deambula por
los cementerios buscando historias. Otro amigo solo lee del The Economist los
obituarios, y conozco a un historiador que lee los testamentos como novelas. En
mi caso, disfruto con las biografías. Conocer las vidas de los demás nos habla
de nuestras vidas posibles y nos proyecta en todo lo que jamás seremos. Nos
quita prejuicios, nos abre la mente y nos ensancha las posibilidades vitales.
Nos enseña, por una parte, que todos somos bastante parecidos en algunas cosas
y, por otra parte, lo distintos que podemos llegar a ser cada uno de nosotros
en determinados asuntos. Una buena biografía es una oda a la diversidad humana.
Creo que el mejor liberalismo es el que entiende que los proyectos individuales
de vida son equiparables, y que, por tanto, cada uno debe ser al menos hasta
cierto punto responsable de su destino, su éxito y sus fracasos. Esto, claro,
conlleva un problema: cuando no seamos aquello que habíamos imaginado será por
nuestra falta de pericia o suerte. No habrá sistema al que culpar, ni esquema
mental en el que excusarnos.
Lo
mejor del tiempo en que vivimos es que hay más posibilidades de que cada uno de
nosotros sea más o menos lo que quiera, con todos los peros que se pueden poner
a esta quizás aventurada afirmación. Además, el hecho de que ahora haya menos
motivos que antes para ser un héroe rebelde no es sino una muestra del avance
que hemos alcanzado como sociedad. Es cierto, claro, que estas posibilidades de
elección no se dan para todas las personas. Aunque en España hemos avanzado
mucho en ese sentido en los últimos 40 años, la elevada desigualdad de
oportunidades sigue haciendo que haya quien lo tenga mucho más difícil. En otros
países, por descontado, las condiciones de libertad indispensables para llevar
vidas autoconscientes no se dan, y la falta de libertad palmaria crea vidas
heroicas y trágicas que muestran, en el fondo, el fracaso de una sociedad. Para
ubicarse en este asunto resulta útil revisar el enfoque de las capacidades de
Nussbaum, que intenta buscar el mínimo de condiciones indispensable para que
podamos dirigir nuestro destino con autonomía y responsabilidad. Yo añadiría al
enfoque de las capacidades la siguiente intuición: uno no ha de ser una persona
excepcional, un héroe, para poder ser uno mismo y tener libertad de elección.
En la democracia liberal, se diría, no se exige a nadie una extraordinaria vida
en pro de los demás, y más bien se desconfía de los heroicos y trágicos
visionarios en pos de la verdad absoluta. La democracia liberal podría acabaría
con los mártires, los profetas y los revolucionarios, figuras que tendrían que
debatir como todos los demás y asumir las aburridas reglas del juego. ¡No es
país para románticos!
Incluso
con todas las limitaciones anteriores, los obituarios nos recuerdan la
posibilidad de desarrollar nuestra legítima rareza, utilizando la expresión de
Rene Chair. Y también la importancia de la política, la economía y la sociedad
en la vida de cada uno de nosotros. Las vidas individuales no se desarrollan en
el vacío, sino en un entramado complejo de instituciones, sentimientos, personas
y situaciones. El recuerdo y la admiración por las vidas pasadas nos muestran
los niveles de refinamiento, grandeza y miseria a los que hemos llegado como
especie, y nos invitan a ver que no hay caminos prefijados ni historias que no
hayan ocurrido antes. Por eso mismo, nos quitan un gran peso de encima: no
somos únicos ni tan importantes. Los obituarios nos invitan a elegir la vida
que en cada momento queramos tener. Un obituario es un buen lugar donde buscar al
postheroico ironista melancólico, utilizando la genial expresión de Manuel
Arias Maldonado, que podemos aspirar a ser en la democracia liberal.
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