miércoles, 10 de febrero de 2016

Ideas sueltas sobre India



Cada tarde, cuando acababa la Universidad tenía poco que hacer. La atroz contaminación, que difuminaba todas las realidades, sumada al ambiente febril de Greater Noida y a unos horarios de entrada incomprensibles para un occidental me dejaban cada día unas horas muertas en las que poco podía hacer aparte de leer y escribir. 

En India estar solo se considera un fracaso. Cuando me iba a mi cuarto, notaba cómo era el único de la Residencia que requería unos tiempos muertos, únicamente míos. Quería leer la prensa española, escuchar música, escribir… ser yo sin los demás. Todos los días golpeaban a mi puerta y abría: venían a hacerme compañía. Y mi falta de atención a la mayoría de las historias que me contaban (que yo inevitablemente consideraba tonterías) y mi incapacidad para seguirles el juego de infinito éxtasis hacía que pronto les aburriese: ni ellos entendían ninguna de las cosas que yo querría decir ni yo era capaz de entenderles. Al mes de estar en la India estaba relativamente solo. No podía con las selfies constantes, con la representación eterna, con la vida en perpetua compañía, con la falta de proyectos individuales, con el todo vale mientras sea grupal. Necesito mi Habitación Propia, mi espacio para compartir mi intimidad como a mí me dé la gana: acepto que represento, ¡Déjenme hacerlo a mi manera! 

Los otros europeos de mi universidad (todos franceses salvo Daniel) no compartían mi escepticismo inicial. Se vestían con trajes tradicionales para las galas de caridad, se hacían fotos en todo tipo de situaciones rocambolescas, planeaban infinitos viajes a los confines de India, se emborrachaban en las grandes discotecas de Delhi y aceptaban a los indios más “cools” para algunos de sus planes y saraos. Sin embargo, al poco tiempo de estar allí la mayoría de ellos estaban jodidos. No era la primera vez que salían de su país y muchos de ellos llevaban ya dos años fuera con su universidad: algunos habían estado incluso en Vietnam; la mayoría venían, como yo, de la farra de Madrid. El caso más extremo fue el de Hugo, un pijo pelirrojo de París que, nada más llegar a India, ya nos expresó su dificultad para aceptar lo que estaba viendo. “This is too difficult for me”- nos decía con un marcado acento francés mientras se llevaba la mano al pecho. Hugo duró tres días en la India. Tras nuestra primera incursión en Noida, entre las luces y pitidos de los autorickshaw y las aglomeraciones de rickshaw, Hugo iba constantemente buscando miradas de empatía en todos nosotros y, particularmente, en su compañero de cuarto y universidad, Gangamin. El susodicho tenía 19 años y vivía en un videojuego. A mí me gustaba pensar que Gangamin era uno de los soldados de Apocalypse Now que, tras su particular viaje al Corazón de las Tinieblas de Marsella, había vuelto completamente preparado para el ambiente totalmente falto de certezas que nos encontramos en India: era un perfecto narcotraficante y un simpático amoral. 

Yo me fui encontrando bien a poco de estar en la India. Como ya iba advertido por mi amigo indio Aaditya y tenía claras por qué cosas quería pasar y qué cosas no me apetecían el choque en algunos aspectos no fue tan fuerte. Estar relativamente solo era lo que me permitía establecer relaciones de amistad con algunas personas. Al mes de estar allí ya tenía mi equipo de fútbol, mis planes programados, mis proyectos personales y unos cuantos amigos. Aunque me molestaban los horarios y lo arbitrario de las reglas el comunitarismo allí imperante me daba ciertas ventajas sociales y no era excesivamente estricto conmigo: las ventajas de ser un varón blanco y occidental son desgraciadamente muchas. Como me ha pasado prácticamente siempre, podía permitirme prácticamente hacer lo que me diera la gana y era menos juzgado de lo que cualquier otro, por ser una chica o un indio, hubiera sido. El choque cultural es una realidad y la manera de superarlo supone un dilema: tan ingenuo resulta pretender mantenerte inmutable en tus formas de relacionarte como aparentar una apertura total. Las diferencias se acentúan con el tiempo y lo que vas asimilando va dejando paso a otra gran cantidad de sensaciones y situaciones que no pueden sino seguir sorprendiéndote. Cuando ahora hablo con Daniel de las cosas que están pasando en Bimtech University desde que he vuelto a España no puedo sino seguir con la sensación de broma y sigo sin comprender absolutamente nada de lo ocurrido.

En la India me lo he pasado muy bien y he visto muchas cosas. Me apetece ir contándolas poco a poco mientras escribo sin ningún tipo de responsabilidad sobre otros temas: me voy a dejar llevar y voy a hacer ficción autoconsciente cuando me vaya apeteciendo, voy a hablar de cosas de las que no sepa mucho y no me voy a someter a reglas que no vaya a cumplir. Pretendo ser serio cuando escribo en revistas u otros foros; este espacio es mío y las reglas se someten a mi voluntad creadora. Este espacio es mi habitación propia y lo comparto porque está convenientemente manipulado: la dimensión más valiosa de intimidad es la de elegir ante qué personas nos comportamos de qué manera. ¡Acaso alguien se ha creído que Gangamin es un nombre real!

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