Me imagino el acto de “Cañas por
España”, organizado por Vox en el Teatro Barceló con el objetivo de para atraer
a jóvenes universitarios, como lo que sería mi vida si hubiera ido a un colegio
mayor masculino en Madrid. Una discoteca llena de tíos vestidos en camisa, un photocall
con la bandera de España, muchas frases hechas para ligar, luces amarillas
molestas, pocas chicas muy de derechas y todavía más imposibles. Así era la
vida para los que fueron desde Málaga a Madrid y acabaron en los colegios
mayores masculinos o femeninos. La mayoría de ellos se sentían muy orgullosos
de estar en colegios mayores en los que no podían dormir en sus habitaciones
con ninguna chica, ellos sabrán por qué. Y la mayoría de ellas también se
mostraban muy contentas de estar en sitios en los que tenían la obligación de volver
antes de las 10 de la noche y si no las dejaban en la calle, ellas sabrán el
motivo. Cuando me encontraba con la gente de estos colegios en Málaga, tanto mi
interlocutor como yo teníamos la misma sensación cuando nos despedíamos: la
otra persona era un primo desde que se había ido a Madrid. Cómo había cambiado
todo en solo seis meses, cuando todos compartíamos penas e historias en el
viaje de fin de curso a Mallorca. Llegamos a Madrid increíblemente despolitizados
y, quizás por eso, a los pocos meses la política era algo importante en nuestra
vida que marcaba diferencias.
“Cañas por España” representa ese
Madrid del que nunca fui parte y esa Málaga pija que abandoné junto a mi grupo
de amigos del colegio cuando todos empezamos la universidad. Los del Chaminade
éramos, como bien ha descrito el representante de esa España conservadora que
pisó uno de esos colegios masculinos, Pablo Casado, “característicos por sus
largos pelajes y ademanes anarco-masónicos”. Aunque éramos “peligrosos y
abundantes”, los “lupus chaminantium” eran minoría en un entorno
mayoritariamente de derechas donde había pocos matices. A veces, daba la
impresión de que uno era rojo en determinados ambientes por no ir en camisa y
llevar la bandera de España. Mientras tanto, en mi ambiente, uno podía ser
tachado de reaccionario muy rápido si no estaba a la izquierda del PSOE o si vestía formal. Así, cuando volvía a Málaga, había una cierta barrera entre
los que nos habíamos ido a un ambiente y los que se habían ido a otro. Esta
distancia, más que ideológica, era cultural. Yo tenía mucho más que ver con mis
amigos que se habían quedado en Málaga que con la mayoría de los que se habían
ido a Madrid a ser conservadores. Y tenía, desde luego, mucho más parecido con los
nuevos amigos que había hecho en Madrid, casi todos del norte de España, de esas
ciudades maravillosas que son Tudela, Santander y Logroño, que con los de
Málaga que estaban en Madrid. Hubo excepciones como Guille, pero fueron muy pocas
y la distancia personal que se creó entonces aún se mantiene, aunque hoy en día
con muchos más matices.
“Cañas por España” me recuerda mucho
a mi etapa universitaria madrileña, por la que siento siempre cierta nostalgia. Por
muchos prejuicios que pueda tener contra los jóvenes conservadores, ellos
también formaban parte de ese paisaje mitológico que conformaba nuestro
imaginario juvenil, y estoy seguro de que muchos de mis grandes momentos en
Madrid fueron compartidos por ellos. A nosotros nos pilló Podemos y el 15-M
como momentos clave de despertar político; a ellos les ha tocado Vox y el 1-O.
Nosotros, en nuestras fiestas por 10 euros con barra libre, poníamos “El imperio contraataca”
de los Nikis y nos volvíamos locos de alegría; ellos hacen ahora lo propio,
solo que en fiestas por 40 euros sin barra libre, y además sin captar la ironía de la letra de Los Nikis.
Yo quiero darle las gracias a Vox por recordarme el motivo por el que me alejé culturalmente para siempre de la derecha más rancia cuando entré en Madrid. No fue tanto por sus ideas sobre el mundo; fue más por esas camisas, esas pulseritas con la bandera, esas discotecas horrorosas llenas de tíos, esa forma de estar en el mundo no aceptando a los demás, esos comentarios homófobos, esa forma de hablar de los que no eran de derechas, esa falta de ironía.
Yo quiero darle las gracias a Vox por recordarme el motivo por el que me alejé culturalmente para siempre de la derecha más rancia cuando entré en Madrid. No fue tanto por sus ideas sobre el mundo; fue más por esas camisas, esas pulseritas con la bandera, esas discotecas horrorosas llenas de tíos, esa forma de estar en el mundo no aceptando a los demás, esos comentarios homófobos, esa forma de hablar de los que no eran de derechas, esa falta de ironía.