En las últimas semanas, cada vez que
entro en un supermercado saltan las alarmas antirrobo. Ya rutinariamente, me
hago el sorprendido y levanto las manos. A veces comprueban que no me he
llevado nada ilegalmente, y otras simplemente me dejan irme sin chequear nada. En
el Sainsbury’s de al lado de mi residencia, el segurata había comenzado a
sospechar de mí, y cada vez que entraba en el supermercado me miraba fijamente
a los ojos con desconfianza. Las peleas contra los ladrones en el Sainsbury’s son
habituales. Yo he visto al menos cuatro. Tres veces han sido contra bandas de
chicos en bicicleta, que yo creo que son siempre los mismos pero no puedo
asegurarlo. Otra vez, fue contra un tipo que había robado unas latas de
cerveza. El forcejeo fue rápido, y al final el tipo huyó. El segurata del
Sainsbury’s, un tipo grande y calvo con aspecto de oso, había hecho con sus
sospechas que algunas veces me fuera al Tesco a comprar. En el Tesco hay un
dependiente peripatético que parece sacado de una película de los hermanos
Cohen. Combina la mirada nostálgica y triste que caracteriza al seleccionador
Fernando Hierro con la pose de Steve Buscemi en El gran Lebowski. Me lo imagino muriendo de un infarto tras
presenciar una de las peleas contra los ladrones. Mi amigo Luis me dijo un día
con mucha razón que ese tipo merece una novela.
Desde que comenzó el mundial, he
descubierto una táctica para confraternizar con los seguratas y los
dependientes: llevar camisetas de fútbol. Todo comenzó en un supermercado en
Portsmouth, ciudad portuaria caracterizada por no tener nada que merezca la
pena. Era el día de antes del partido fatídico contra Rusia, y llevaba la camiseta
de la selección española. Como siempre, hice saltar las alarmas al salir del
lugar. Hice algunos gestos señalando que no me había llevado nada, y me dejaron
salir. Cuando habíamos salido del establecimiento, un dependiente se nos acercó
y yo pensé que debía ser para comprobar más minuciosamente que no había robado
nada. Era negro y parecía subsahariano, y nos preguntó en un español con
bastante acento extranjero si éramos españoles. Dijimos que sí, y nos respondió
que era de Zaragoza. Hablamos un poco de fútbol, de Málaga y de Zaragoza, y nos
despedimos muy alegremente.
Dos días después, ya en Londres, fui
a jugar al fútbol a North Kensington, muy cerca de la torre Grenfell, donde un
incendio el 14 de junio de 2017 provocó 71 fallecidos. Nada más salir del
metro, unos carteles piden justicia para las víctimas. Desde el campo de fútbol
se puede ver el esqueleto de la torre. Llevaba otra vez una camiseta de España,
que me hicieron taparme tras un peto porque el otro equipo iba de rojo. A la vuelta
del partido, tras despedirme de Adri cerca de London Bridge, fui al Sainsbury’s
de siempre para hidratarme. Cuando entraba, el portero me paró en seco. Sonreía.
Me dijo que había sido un gran partido, pero que sabía que los rusos ganarían
porque eran jóvenes y los españoles mayores. Le di la mano, y le pregunté de
dónde era. Venía de San Petersburgo, y llevaba 12 años en Londres trabajando
como segurata. Se llama Bart. Estaba de muy buen humor, y estuvimos hablando un
buen rato del partido. Le deseé suerte para el próximo partido contra Croacia. Tras
comprar mi bebida, volví a hacer que pitaran las alarmas. Bart me dejó pasar,
me dijo que no tenía que preocuparme de nada y me volvió a dar la mano
amistosamente.
Esta mañana, he rechazado una beca no
remunerada para escribir en Andalucía y he decidido aceptar una oferta de prácticas
pagadas en Bruselas. He dudado mucho, y al final he apostado por ser burócrata
antes que escritor tras hablar con algunos amigos y mi novia. He salido a comer
con una camiseta del equipo de fútbol de mi antigua universidad alemana, en la
que se puede ver a un dibujo de un toro formando una f de Frankfurt bajo el subtítulo
de “Bulls are coming”. Despistado por la decisión que había tomado, me he
metido en el Sainsbury’s en cuanto lo he visto. Ha sonado la alarma, y Bart se
ha reído de mí y me ha dicho que es por el libro que llevo siempre entre manos.
Me he dado cuenta de que no quería ir allí y he vuelto a salir, así que la
alarma ha vuelto a sonar. Mientras iba al Leon he pasado por el Tesco, y he
pensado por un momento en jugar a ser el Ben Judah de This is London. Entrevistaría a Bart en profundidad, al desgraciado
dependiente del Tesco con la mirada de Fernando Hierro, al chico que pide
siempre enfrente del Tesco con su buldog, al dependiente de las Islas Mauricio
que lleva 20 años trabajando en la London School of Economics, a los chicos
ingleses de las bandas de bicicletas que vagan por la ciudad haciendo el cafre.
He pensado que podía utilizar las
camisetas de fútbol como pretexto para entablar conversaciones. Además de las
dos de España, tengo una de Honduras que me regaló mi primo Jose Luis y una
ochentera del Málaga que regalaban con el Diario
Sur hace unos diez años. He llevado esa camiseta del Málaga en todos los
países en los que he estado, y siempre ha facilitado muchas conversaciones con
personas de todo el mundo. Así, el libro
se articularía en base a estas camisetas, que permitirían que los personajes
abrieran sus historias al lector.
Tras comer, me he metido en casa y he desechado la idea. En Bruselas voy a ir en traje, y con suerte dejaré de pitar en todos los supermercados. Voy a necesitar muchas camisetas de fútbol para no odiarme demasiado a mí mismo.
Tras comer, me he metido en casa y he desechado la idea. En Bruselas voy a ir en traje, y con suerte dejaré de pitar en todos los supermercados. Voy a necesitar muchas camisetas de fútbol para no odiarme demasiado a mí mismo.